LA IDENTIDAD FRIGORÍFICA
Buscar las raíces es una forma subterránea de andarse por las ramas.
(José Bergamín)
Uno de los grandes
reclamos de los partidos nacionalistas de todo el mundo es la apelación a sus “señas
de identidad”, a esos rasgos supuestamente exclusivos de una colectividad que
permiten caracterizar individual y colectivamente a todos sus miembros, como un
sello genético que los singulariza frente a los demás pueblos e individuos. Hay
mucho de misticismo barato en ese surtido de creencias casi inmutables que,
con todo desparpajo acrítico, creen los
nacionalistas que “van a misa” para identificarles ante el resto del mundo de
forma unívoca e inequívoca. El gran signo identificador es, por supuesto, la
lengua, por más que lo que con ella se haga está más que lejos de poder
caracterizar a nadie de modo singular. A continuación, es artículo de fe el “som
i serem” tan crípticos como el jehoviano “Yo soy el que soy” que zanja todas
las disputas porque no se apela a la razón, sino a la fe y a la creencia. Le
siguen las bondades de la tierra, “únicas en el mundo” y concluyen con esa “manera
de ser”, con ese “tarannà” propio y exclusivo, incompartible (y a partir de
ahora, por lo que se ve, incompatible con el del resto de España). Como el
movimiento secesionista catalán ha exacerbado las creencias en las
singularidades propias del catalán y de “lo” catalán como algo que está en la
base de la abismal distancia que los separa del resto de los españoles, no
estaría de más que pasáramos revista somera a algunas de esas cualidades
singulares que dan fe de ese misticismo barato. Vaya por delante que una
recapitulación de esos signos externos e internos, totos ellos eternos…, que defienden los secesionistas, no añadirían,
a los motivos folclóricos, nada que no puedan compartir con ellos gentes tan
distantes como los de la Patagonia, Kyoto o Nueva Zelanda. Choca el
esencialismo catalanista con la realidad mestiza, propísima, más que meramente propia, de lo catalán. He vivido en 7
autonomías y puedo y debo confesar que en todas ellas he hallado los mismos tipos
de personas, hablasen la lengua que hablasen. Que he conocido siesos sevillanos
impresentables y cachondísimos barceloneses descacharrantes; extremeños trabajadores
y cumplidores y gerundenses viva la virgen, y ladrones en todas partes… He
vivido en el extranjero y puedo y debo confesar que he visto más semejanza
entre algunos catalanes y norteamericanos que entre un catalán de la ciudad de
Barcelona y otro de Gurb, aunque estos hablen el mismo idioma. No se trata
tanto del tópico antiquísimo del menosprecio de corte y alabanza de aldea o del
abismo que hay entre el mundo urbano y el mundo rural, sino de que las
psicologías no vienen definidas por pertenencia a un pueblo o a una lengua,
sino en relación con un substrato de especie que, para bien o para mal, nos
asemeja de forma espectacular a todos los habitantes del mundo. De aquí que
ciertos localismos tengan alcance universal, y que ciertos pretendidos
universalismos sean irreconocibles porque no entroncan con la raíz local de la
que nacen las semejanzas. Dicho todo esto, la cultura es el principal enemigo
de los nacionalismos: como antes mencioné, hay más semejanzas entre un catalán
ilustrado y un alemán ilustrado que entre esos dos seres y un ignorante de sus
propios países, o un adherido en cuerpo y alma a las supersticiones de la
tribu. Identidad comparte raíz con idéntico y hay mucho de congelación, de
ultracongelante, en esa decidida voluntad de ajustarse a una estampa rígida
que, supuestamente, le dice al mundo quién es uno. Para los nacionalistas la
vida no es cambio sino fidelidad a un estado primigenio, invariable, sólido,
rocoso, de ahí la veneración por la tierra, entendida como rocas, montes,
bosques y ríos, aunque todos se destrocen para hacer negocios. En este siglo de
la puesta en tela de juicio del sujeto por parte del pensamiento que ha
renegado de los grandes sistemas capaces de explicar la realidad, resulta
chocante que doctrinas tan primitivas, basadas en creencias de raíz
supersticiosa, se apoderen de personas que, supuestamente, han sido preparadas
para rechazarlas. Que ese apoderamiento, por otro lado, vaya unido al uso
político que hacen de ellas para alcanzar un poder mediante el que satisfacer
tan bajos instintos es lo que los convierte en seres despreciables.
En resumidas cuentas, que frente a la identidad rocosa del nacionalismo
hemos de oponer la búsqueda constante de la identidad que nunca es igual a sí
misma, una situación que nos acerca a todos los seres de todas las geografías y
todas las lenguas.
Me temo que tu ajustada y bienvenida argumentación no serviría para conmover a un nacionalista que creyera en la esencia de la identidad. ¿Acaso no hay un crisol de identidad en la cadena humana que unió desde Port Bou a cerca de Vinaroz a cientos de miles de personas que latían -dentro de su diversidad inmensa- con un mismo espíritu que no era otro que llevar a Catalunya en su mente y su corazón? Es un estado emocional el que se comparte al que se puede tildar de primigenio o primitivo o irracional, pero sirve para unir al lego con el docto, al ingeniero con el paleta, al jubilado con el niño de seis años que ya está inmerso en la doctrina de la patria. Tu argumentación es demasiado racional y demasiado fría para poder seducir a un catalanista nacionalista independentista porque si algo tienen las patrias es que dan calor y este calor es el que sienten en medio de la frialdad de la noche española. Ahí tienes a todo un genio como Pau Casals que en su concierto en la ONU en los años sesenta trajo con su música los valores de la democracia pero también trajo la presencia de Catalunya. Este mensaje solo lo pueden entender los que han crecido en un clima emocional en el que tú no has crecido evidentemente, ni yo tampoco. Para mí fue una sorpresa saber que Josep Carreras lleva siempre en su bolsillo un trocito de la senyera. Puedes asegurar que al que participa de esta cosmovisión, tus palabras no le conmocionarán ni le moverán a reflexión porque son harto racionales y el nacionalismo se nutre fundamentalmente, como has dicho, de la irracionalidad.
ResponderEliminarSaludos.
Buena reflexión, que comparto plenamente. Un saludo,
ResponderEliminarGracias, Jorge, y bienvenido a esta suerte de entomología cotidiana en que he convertido este espacio.
ResponderEliminarJoselu, mi afán en modo alguno es convencer a quien vive de la fe, que no exige demostración alguna: se cree o no se cree, y ya está. Me limito a levantar el espejo donde se reflejen ciertas contradicciones básicas, y poco más. De hecho, también la afición futbolística te da calor, como cualquier agrupación social, sea del tipo que sea, y ahí valen igualmente la afición a la petanca como un club excursionista o una coral. Yo he sufrido la "cohesión forzada" de un Movimiento Nacional y ahora contemplo con estupor cómo puede haber quienes consideren que participar en otro, como el ofrecido por la Forcadell & cia, es el colmo de la progresía y lo democrático... Vivir para ver. Yendo a la cabeza Gregorio XVII, Junqueras del Palmar, no dejo de hacerme cruces y aspas de la locura que vivimos en esta hermosa tierra -hace dos días me paseaba por la Fageda d'en Jordà y me quedé "bocabadat" ante tanta hermosura... En fin.