¡Peligro,
[desesperación por] obras!
“Ya puestos…” es una trampa argumental en la que fui cazado por mi generosidad malentendida, por mi altruismo trasnochado y por un amor sólidamente construido. “Ya puestos…” comenzó siendo un “toca pintar” y acabó convirtiéndose en el parquet acuchillado y en el cambio de seis metros de ventanal del salón que da al patio interior del Ensanche: de la ajada carpintería de aluminio casi pre-industrial a un ventanal de resina con cuarterones estilo inglés, más un acabado con vidrios de seguridad y puerta y ventana con anclajes para disuadir a los émulos de Cary Grant en la película más francesa de Alfred Hitchcock, una estructura rematada por dos arcos irregulares, a medio camino entre el medio punto y el carpanel que se tuvieron que rectificar con la obra correspondiente para que encajara la estructura en los huecos respectivos. La lectura será un bien espiritual impagable, pero mover, como hemos hecho estos días, más de 5000 volúmenes de los estantes a las cajas y de estas a unas habitaciones y de estas a otros antes de devolverlos a sus librerías para proceder a vaciar las siguientes y vuelta a empezar, ha supuesto una paliza corporal de una naturaleza tan demoledora que ¡en mala hora, he llegado a pensar, me dio por aficionarme a la lectura! Uno de los pintores, lector especializado en la Primera Guerra Mundial y en ajedrez me confesaba: “¡Y yo que creí, con mis casi 200 volúmenes, que tenía una señora biblioteca! El patatús le dio cuando hube de reconocer por amor a la verdad, que no a la vanidad, bien lo sabe Hermes, que el 90% de ellos habían sido leídos… “Aunque no se note…”, me apresuré a decirle, para desembarazarlo, no fuera a ser que se nos acomplejara y diera las manos demasiado aligeradas de pintura, por esos supersticiosos respetos del no molestar que inspiran los ambientes donde se cultiva la dedicación intelectual. Le aseguré que, como lucrativa, más lo era su profesión pintora que la nuestra profesoral, y cuando tocaba pasar las noches de claro en claro vaciando habitaciones para que los señoritos pintores entraran al día siguiente en ellas sin tropezar con nada que les impidiera pasar el rodillo o el pincel no se me iba de la cabeza que si lo suyo estaba más que bien pagado, nuestro esforzado trabajo de estibadores no había dinero en el mundo que lo pagara… “Mira, nena, me has pillado en esta porque es la última, que si no…”, argumentaba, incontestablemente, porque dentro de veinte años, cuando toque de nuevo, ya con 84, no muevo yo ni el Montaigne intocable de mi mesita de noche… Lamento decir que he comulgado con todos los tópicos: “a la casa le viene bien una limpieza total y moverlo todo y llegar a todos los rincones y limpiar todos los libros, ¡uno por uno!, ¡y ordenar el trastero!, y, en resumida cuenta, hacer limpieza “a fondo”; pero no es menos cierto que, además de la experiencia de vivir de camping en el propio dormitorio, porque a la cocina se accede a través del salón acuchillado, esas noches de movida y de abarrotar las habitaciones libres como cuando cargábamos el coche para las vacaciones con la prole diminuta y llevábamos la baca como los marroquíes que atraviesan la península en julio y agosto, nos suponía derrumbarnos en el colchón, cada noche, como se espatarran los caballos de los picadores a los que los veterinarios se ven incapaces de coserles el vientre para evitar que se “desorganicen” en un abrir de patas y postrer cerrar de ojos. Día hubo en que coincidieron, una mañana, los instaladores del ventanal, el zocalero que remataba el trabajo del acuchillador y los pintores que nos instalaban, ¡los cuatro en el mismo espacio!, una pared insonorizadora para ahorrarnos la presencia glugluante del baño de la vecina ¡a todas horas!, y ello a pesar de tenerla antigua “tapizada” con una librería que ocupa los cuatro metros de pared que son frontera acústica más que permeable y líquida… con ella. Hoy, una semana después de la movidita, lo que más me sorprende es haber pasado la dura prueba sin haber perdido los nervios en ninguna ocasión, aunque motivos para ello húbolos, sin duda. Como que a aquella escena de camarote célebre se sumara, además de las tres ramas laborales presentes, la de la señora de la limpieza haciendo la cocina “a fondo” después de haber hecho lo mismo con un baño mientras el otro estaba ocupado por los pintores, con la consiguiente necesidad, si se hubiera presentado, perentoria como suele ella hacerlo, de bajar a un bar con el desconsiderado “apretón” a cuestas… No sucedió tal cosa afortunadamente, y pasamos la dura prueba con total control de los esfínteres… Sí, claro, luego queda todo “como nuevo, pero el renovado viejo esfuerzo exigido a una máquina corporal que dejó atrás hace tiempo la conciliación de “energía” y “briosa” deja, a su vez, secuelas que exigen serias reparaciones. De momento, ahorrarnos el estrés de unas vacaciones al uso, porque es cierto, he de reconocerlo, que la epifanía del orden permite reinstalarte en el propio domicilio como si se estuviera haciendo un intercambio en otro país. Todo se ve con otros ojos, y hasta entre los viejos libros se descubren sorpresas de todo tipo; desde una foto entrañable usada como punto de libro hasta dos billetes de cincuenta euros guardados en la única caja fuerte que ningún caco abriría… Lo peor, con todo, lo insufrible, ha sido la anárquica flexibilidad horaria de quienes parece que establezcan como naturaleza propia del autónomo tener las jornadas de trabajo más reducidas posibles, con la consiguiente desesperación de quienes aspiran, legítimamente, a quedarse a solas, como bien casados, en su propia casa… Que den las 10 a.m. y que aún no haya aparecido nadie: “Oiga, es que nosotros venimos desayunados…” Que a las 13’30 se suspenda toda acción para ir a comer y, después de haber vuelto a las 14’30, acabarlo todo a las 16’30, porque ‘no van a dejar’, lo que toque, ‘a medias…’ Cuando Dante describió su infierno es evidente que descuidó incluir el círculo décimo de las reformas domésticas, ese mudancing indoor que es el más terrible deporte jamás inventado. Dejo de lado que, encima, le toque a uno, por dejarse llevar por las recomendaciones de las amistades, un pintor cantamañanas que sea adicto al móvil, modelo en sus ratos libres y con una tendencia al escaqueo tan escandalosa que, de no ser por el ayudante, ¡un héroe abrochado al deber!, es probable que hubiéramos acabado teniendo nuestros más y menos. Es una situación extraña, ciertamente, la de ser cliente cuando te has dado un palizón de órdago a la grande para que todo fuera lo más rápido posible y cuando tu nivel adquisitivo al lado de esos felices autónomos pudientes apenas sobrepasa el sesquimileurismo. ¡Tentado estuve, por el “movimiento de enseres”, de pedirle una rebaja en el precio, la verdad! Hoy, recuperado el blanco inmaculado de las paredes, contemplado el ventanal como si habitara en un cottage y habiendo recobrado el parquet su color original, además de tener bien ordenadita toda la biblioteca, donde antes campaba a sus anchas la anarquía, bien puede decirse que ningún otro círculo dantesco tiene semejante final, a pesar de los pesares.
“Ya puestos…” es una trampa argumental en la que fui cazado por mi generosidad malentendida, por mi altruismo trasnochado y por un amor sólidamente construido. “Ya puestos…” comenzó siendo un “toca pintar” y acabó convirtiéndose en el parquet acuchillado y en el cambio de seis metros de ventanal del salón que da al patio interior del Ensanche: de la ajada carpintería de aluminio casi pre-industrial a un ventanal de resina con cuarterones estilo inglés, más un acabado con vidrios de seguridad y puerta y ventana con anclajes para disuadir a los émulos de Cary Grant en la película más francesa de Alfred Hitchcock, una estructura rematada por dos arcos irregulares, a medio camino entre el medio punto y el carpanel que se tuvieron que rectificar con la obra correspondiente para que encajara la estructura en los huecos respectivos. La lectura será un bien espiritual impagable, pero mover, como hemos hecho estos días, más de 5000 volúmenes de los estantes a las cajas y de estas a unas habitaciones y de estas a otros antes de devolverlos a sus librerías para proceder a vaciar las siguientes y vuelta a empezar, ha supuesto una paliza corporal de una naturaleza tan demoledora que ¡en mala hora, he llegado a pensar, me dio por aficionarme a la lectura! Uno de los pintores, lector especializado en la Primera Guerra Mundial y en ajedrez me confesaba: “¡Y yo que creí, con mis casi 200 volúmenes, que tenía una señora biblioteca! El patatús le dio cuando hube de reconocer por amor a la verdad, que no a la vanidad, bien lo sabe Hermes, que el 90% de ellos habían sido leídos… “Aunque no se note…”, me apresuré a decirle, para desembarazarlo, no fuera a ser que se nos acomplejara y diera las manos demasiado aligeradas de pintura, por esos supersticiosos respetos del no molestar que inspiran los ambientes donde se cultiva la dedicación intelectual. Le aseguré que, como lucrativa, más lo era su profesión pintora que la nuestra profesoral, y cuando tocaba pasar las noches de claro en claro vaciando habitaciones para que los señoritos pintores entraran al día siguiente en ellas sin tropezar con nada que les impidiera pasar el rodillo o el pincel no se me iba de la cabeza que si lo suyo estaba más que bien pagado, nuestro esforzado trabajo de estibadores no había dinero en el mundo que lo pagara… “Mira, nena, me has pillado en esta porque es la última, que si no…”, argumentaba, incontestablemente, porque dentro de veinte años, cuando toque de nuevo, ya con 84, no muevo yo ni el Montaigne intocable de mi mesita de noche… Lamento decir que he comulgado con todos los tópicos: “a la casa le viene bien una limpieza total y moverlo todo y llegar a todos los rincones y limpiar todos los libros, ¡uno por uno!, ¡y ordenar el trastero!, y, en resumida cuenta, hacer limpieza “a fondo”; pero no es menos cierto que, además de la experiencia de vivir de camping en el propio dormitorio, porque a la cocina se accede a través del salón acuchillado, esas noches de movida y de abarrotar las habitaciones libres como cuando cargábamos el coche para las vacaciones con la prole diminuta y llevábamos la baca como los marroquíes que atraviesan la península en julio y agosto, nos suponía derrumbarnos en el colchón, cada noche, como se espatarran los caballos de los picadores a los que los veterinarios se ven incapaces de coserles el vientre para evitar que se “desorganicen” en un abrir de patas y postrer cerrar de ojos. Día hubo en que coincidieron, una mañana, los instaladores del ventanal, el zocalero que remataba el trabajo del acuchillador y los pintores que nos instalaban, ¡los cuatro en el mismo espacio!, una pared insonorizadora para ahorrarnos la presencia glugluante del baño de la vecina ¡a todas horas!, y ello a pesar de tenerla antigua “tapizada” con una librería que ocupa los cuatro metros de pared que son frontera acústica más que permeable y líquida… con ella. Hoy, una semana después de la movidita, lo que más me sorprende es haber pasado la dura prueba sin haber perdido los nervios en ninguna ocasión, aunque motivos para ello húbolos, sin duda. Como que a aquella escena de camarote célebre se sumara, además de las tres ramas laborales presentes, la de la señora de la limpieza haciendo la cocina “a fondo” después de haber hecho lo mismo con un baño mientras el otro estaba ocupado por los pintores, con la consiguiente necesidad, si se hubiera presentado, perentoria como suele ella hacerlo, de bajar a un bar con el desconsiderado “apretón” a cuestas… No sucedió tal cosa afortunadamente, y pasamos la dura prueba con total control de los esfínteres… Sí, claro, luego queda todo “como nuevo, pero el renovado viejo esfuerzo exigido a una máquina corporal que dejó atrás hace tiempo la conciliación de “energía” y “briosa” deja, a su vez, secuelas que exigen serias reparaciones. De momento, ahorrarnos el estrés de unas vacaciones al uso, porque es cierto, he de reconocerlo, que la epifanía del orden permite reinstalarte en el propio domicilio como si se estuviera haciendo un intercambio en otro país. Todo se ve con otros ojos, y hasta entre los viejos libros se descubren sorpresas de todo tipo; desde una foto entrañable usada como punto de libro hasta dos billetes de cincuenta euros guardados en la única caja fuerte que ningún caco abriría… Lo peor, con todo, lo insufrible, ha sido la anárquica flexibilidad horaria de quienes parece que establezcan como naturaleza propia del autónomo tener las jornadas de trabajo más reducidas posibles, con la consiguiente desesperación de quienes aspiran, legítimamente, a quedarse a solas, como bien casados, en su propia casa… Que den las 10 a.m. y que aún no haya aparecido nadie: “Oiga, es que nosotros venimos desayunados…” Que a las 13’30 se suspenda toda acción para ir a comer y, después de haber vuelto a las 14’30, acabarlo todo a las 16’30, porque ‘no van a dejar’, lo que toque, ‘a medias…’ Cuando Dante describió su infierno es evidente que descuidó incluir el círculo décimo de las reformas domésticas, ese mudancing indoor que es el más terrible deporte jamás inventado. Dejo de lado que, encima, le toque a uno, por dejarse llevar por las recomendaciones de las amistades, un pintor cantamañanas que sea adicto al móvil, modelo en sus ratos libres y con una tendencia al escaqueo tan escandalosa que, de no ser por el ayudante, ¡un héroe abrochado al deber!, es probable que hubiéramos acabado teniendo nuestros más y menos. Es una situación extraña, ciertamente, la de ser cliente cuando te has dado un palizón de órdago a la grande para que todo fuera lo más rápido posible y cuando tu nivel adquisitivo al lado de esos felices autónomos pudientes apenas sobrepasa el sesquimileurismo. ¡Tentado estuve, por el “movimiento de enseres”, de pedirle una rebaja en el precio, la verdad! Hoy, recuperado el blanco inmaculado de las paredes, contemplado el ventanal como si habitara en un cottage y habiendo recobrado el parquet su color original, además de tener bien ordenadita toda la biblioteca, donde antes campaba a sus anchas la anarquía, bien puede decirse que ningún otro círculo dantesco tiene semejante final, a pesar de los pesares.
Por aquí tenemos un dicho:"Si estás de obras o estás loco o te sobra el dinero".
ResponderEliminarLas obras que me han vuelto loco han acabado con el poco dinero que me quedaba...
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