domingo, 26 de mayo de 2013
El macho lacrado.
La fuerza macha.
Antes, los periodistas -lejos de mí, con todo, asociarme a profesión tan desprestigiada, aunque algo haya de crónica en esta Provincia- solían hablar con los taxistas para pulsar la opinión del "hombre de la calle", según nos dejó escrito el "indignado" avant la lettre Haro Tecglen en memorable artículo en El País. Yo hablo con mi quiosquero. Hoy, sin embargo, en vez de comentar la atualidad, me ha contado una escena sobrecogedora que quiero trasladar íntegra como homenaje a su valentía. Abre el quiosco a las 5'30h de domingo. Mientras desplegaba su atractiva cola de pavo real de la información, ha comenzado a oír gritos de "¡No me pegues! ¡No me pegues! ¡No me pegues!" justo de al lado de su quiosco. Se ha asomado y ha contemplado la escena del pan nuestro de cada día: un hombre golpeaba violentamente a una mujer que, llorando, intentaba calmar con esas peticiones desgarradas a un machotón furibundo que la molía a palos. No lo ha dudado, ha llamado a la policía, lo primero, y a continuación ha cogido la barra de hierro con la que extiende el toldo para proteger su mercancía y se ha enfrentado al agresor: ¡"Mira, tío, o paras o te abro la cabeza!" A los cinco minutos se ha presentado la policía, que se ha hecho cargo del machorrante. Y hoy domingo nos iremos a dormir sin que la dramática lista de las víctimas de la brutalidad de los machos de la especie humana se haya incrementado, gracias a mi quiosquero. Es una lacra, sin duda, porque está impresa en el ADN de la nesciencia masculina con el lacre de la resina más pegajosa, y porque en ella se ha imprimido el sello de la violencia ciega -la hay también con buena vista, como la esgrimida por el quiosquero- que algunos machos están convencidos de que los "identifica", y que algunas mujeres, justo es reconocerlo, la contemplan como un virtud, hasta que sufren sus nada virtuosos efectos. En la construcción de "lo masculino" también tiene parte importante la mujer, y es necesario que contribuyan a derrotar el modelo agresivo de la masculinidad machorrante.
Soy hijo de maltratador, y nada nunca me parecerá más despreciable y miserable que la violencia contra la mujer.
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Yo también hablaba con mi quiosquero y todavía, ya trasladados de domicilio, tras doce años de lejanía, aun le envío una felicitación en navidad, a él y a su mujer. Los quiosqueros, los taxistas, los empleados en colmados son una fuente inapreciable de saber popular, de dignidad o de eco de noticias mediáticas de la COPE. Ignacio Aldecoa les hubiera prestado como novelista una gran atención. Es cierto que las grandes noticias proceden de otras fuentes, pero todo acaba en nuestro quiosquero, en nuestro dependiente que nos surte de embutidos, en el taxista que nos recoge. Es alentador que en este caso, el quiosquero sacara su barra de hierro y no se dejara amilanar por ese chulo maltratador de mujeres que evidenciaba su cobardía.
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