viernes, 25 de octubre de 2013

El desquite de las camarógrafos aficionados




Vigilantes y vigilados


Cuando comenzaron a aparecer las primeras cámaras policiales en las calles de nuestras ciudades, pueblos, comercios, sucursales bancarias, edificios de la Administración, instituciones académicas, etc., muchos pusieron el grito en el cielo contra esa práctica controladora que limitaba tan poderosamente el derecho constitucional a la privacidad e incluso a la libertad individual. Los amantes de las cámaras, la policía sobre todo, se las prometían muy felices, porque daban un paso gigantesco en el cumplimiento de su sueño (el mismo que el de Obama) de tener controlados a todos, sean potencialmente peligrosos o no, para prevenir males ulteriores que, como se ha demostrado, en modo alguno se evitan antes de que sucedan. El homicidio del empresario que vivía en el Raval, golpeado inmisericordemente por un “escamot mossulà”, ha puesto de manifiesto que en la era de las cámaras telefónicas el vigilante se convierte en vigilado y el uso de la cámara se vuelve un ojo acusador que reduce considerablemente el margen de impunidad con que hasta el presente han solido comportarse las fuerzas y cuerpos de seguridad, sean estatales o autonómicas. Quien más quien menos, en estos tiempos cibernéticos, va provisto del tercer ojo periodístico, y lo usan. Ahí tenemos a esos gorilillas uniformados que mientras aporreaban al acorralado empresario se pensaban que la noche los amparaba, que actuaba como un manto que los volvía invisibles Tal grado de ingenuidad ya debería haber bastado para destituirles por incompetentes, al margen de cómo acabe el proceso judicial contra ellos. Esperemos, en todo caso, que el gobierno “enemigo” del PP no venga en su auxilio y los indulte, como hizo con los torturadores convictos, y no confesos porque en este país sostener paladinamente la propia responsabilidad ha pasado a mejor vida desde hace mucho tiempo. No hay más que ver cualquier inicio de proceso judicial para comprobar que los acusados se comportan exactamente como lo que son: niños con cuerpo de adulto: “yo no he hecho nada, señora jueza”, “yo soy inocente”, “le juro por mi madre que no sé de qué me habla…”, etc.

Por otro lado, es sorprendente, en nuestros días, ese afán intervencionista para controlar desde la Gran Hermandad la vida y milagros de los ciudadanos, porque son estos quienes le ahorran a la policía buena parte de su labor con la ingente cantidad de información pública y sobre todo privada que cuelgan sobre ellos mismos en la red de redes. Son esos mismos ciudadanos que se quejan de la falta de libertad que suponen esas cámaras vigilantes o los barridos en busca de mensajes incriminatorios quienes, paradójicamente, se autosecuestran en un zulo de escasísimos centímetros cuadrados de pantalla durante la mayor parte de la jornada, aunque ello no les impida caminar a ciegas con incierta suerte sobre su seguridad física. Vivimos tiempos paradójicos, desde luego. Mientras, sin embargo, los vigilantes vigilados se enfrentarán a su torpeza, su ingenuidad, su amateurismo y su nula moralidad pública y privada.

2 comentarios:

  1. Todos vigilan a todos. Este es el mundo en que vivimos en el que hay centenares de millones de terminales capaces de grabar imágenes, unas en circuitos de seguridad y otros en manos de los ciudadanos normales dispuestos a grabar cualquier imagen en cualquier lugar. Hace cuarenta años, por decir una cifra arbitraria, eran raros los ciudadanos que tenían cámaras fotográficas y desde luego no había cámaras de seguridad en la calles, en la instituciones, etc. La pregunta del millón es que si ahora nos sentimos más seguros que hace cuarenta años, y la respuesta es que no. Las cámaras son un intento de reflejar cualquier hecho que tenga la menor relevancia social y humana. Las imágenes de cualquier evento están llenas de móviles en acción fotografiando cualquier individuo que tenga alguna importancia. Es el sino de nuestro tiempo y del que cabe extraer importantes enseñanzas que no caben en este escrito, pero el autor del mismo siente alguna nostalgia de un tiempo menos fotografíado. ¿Las fotografías de este tiempo nos ayudarán a entenderlo mejor? Tengo mis dudas.

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  2. Planteaba el tema en términos de defensa propia. Tú me vigilas; ojo, que yo te vigilo. Por lo demás, el aumento del narcisismo barato que ha propiciado el uso masivo de la cámara ha devastado el paisaje humano. La otra cara de la moneda es el descubrimiento de tantos buenos creadores cuyas obras constituyen auténticas maravillas, como las tuyas propias o las de Luis Valdesueiro. La fotografía es un arte ambiguo. Quizás por ello mismo sea tan de nuestro tiempo, poco dado a las firmezas y a los principios.

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