Improviografías prêt à rester.
(La praxis)
Pl. Goya (sin la
segunda lectura de los desastres), jueves (no el de
los milagros de Berlanga), 13 (no el de los
viernes aciagos ni el de los martes embarcados), a las 19’30h (sobre horas non est disputandum).
La tarde es desapacible,
pero de las calles que cruzan, nacen o mueren en la plaza Goya no dejan de
afluir gentes de toda laya, algunas de las cuales pasan por delante del banco
donde el improviógrafo, bien abrigado, aunque con modesto atavío, se ejercita
en su arte sintético, casi lacónico, contundente, poco dado a la paráfrasis y a
la amplificatio.
Para un observador atento, como yo creo serlo, es evidente que este artista callejero atisba
en cada una de las retrancas y trampas de su relato la reacción, en este caso,
de su audiencia singular, porque la vanidad anida en el más modesto de los
artistas como el cangrejo ermitaño en la caracola. Como intuyo que he de
limitarme a cumplir lo que en la lingüística llaman, con mucha pompa pavirreal,
la función fática, reduzco mis
contactos con el narrador a la mínima expresión: algún “ya, ya”, algún “sí, sí”,
algún atrevido “por supuesto”, y jamás de los jamases la extralimitación en que
caí, por inadvertencia, una sola vez: “¡qué me va usted a contar!”, que recibió
el breviógrafo (aquello ocurrió en la concurridísima Plaza de Cataluña) como la
más descarnada forma de agresividad, oída la cual puso fin a sus relatos, me miró
como se mira a una vomitona de sábado noche
el domingo mañana y se alejó con una
altivez propia del más exquisito de los artistas. Escarmentado, poco después tuve
la feliz ocurrencia de cambiar aquella petición de cese por el entusiasta: “¡pero
qué razón lleva usted!”, que es petición de seguir sentado e hilando breviografías,
como estas que oí ese jueves, 17:
Muchas prisas llevas
tú, infeliz, que no sabes que cuando llegues a casa te vas a encontrar al
maromo follando con una chorbita del quinto, porque estás en la higuera
siempre, y la cena por hacer, y tu Paquito en casa de tu madre, atontá, y
encima llamarás antes al timbre, porque él, pedazo de bragueta alegre, te ha amaestrado
para hacerlo, y llevas añós sin caer en por qué te tienes que anunciar para
entrar en tu casa…
Ahí lo tienes,
serio como un relojero ante las tripas de un Duward Aquastar, aquejado del
hígado y sin haber probado una gota de alcohol en su puta vida… La migraña lo
maltrata y el lumbago le tumba, y hasta los pantalones se le escurren caderas
abajo, porque se le agotan los agujeros del cinturón. Está más solo que la una
y cinco. Y tiene menos amigos que un muerto en la fosa común. Y quiere
desquitarse agarrando una cogorza para saber lo que es, el sueco aburrido éste…
Los niños, el
trabajo, la compra, la madre anciana, la suegra en casa, el dinero escaso, la responsabilidad
multiplicada, los callos que achuchan, el marido comodón y jeque, y ella que
llega la noche y él que poco menos que lo seduzcan, que se le insinúe con toda
la sexybilidad de la que sea capaz para que al Manolo se le levante y arme un
jaleíllo de andar por casa, estilo orangután, de o a 100 en diez segundos y de
cabeza a los ronquidos para acabar en la apnea del guerrero obeso…
No, me parece
que no ha sido una buena compra. ¿Cómo van a ser las inmobiliarias, a estas
alturas, una buena inversión? Ahora hay que buscar valores refugio, como Gas
Natural, con encefalograma entre plano y algún repunte. Y nunca punto.com, ya.
El tinglado se ha desmoronado. Ni tampoco deuda pública griega, ¡pero a quién
les has oído tú decir que es un buen negocio “a la larga”? Ni “a la larga” ni “a
la corta”, chalao. Y todo por no buscarte quien te lleve la cartera, miserable.
Claro que si tanto saben por qué no se han hecho de oro, eso está bien, ahí te
doy la razón, pero para hacerse de oro se necesita estar forrado ya, no te jode…
Et sic de caeteris…
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