Domingo Pérez Minik |
La perseverancia feliz o el peligro de extinción...
Estamos hechos de tradiciones, grandes y minúsculas, forjadas ni se sabe a veces por influencia de quién o de qué, y en muchas ocasiones, de nuevo cuño. La lectura dominical de la prensa es una de ellas, que se repite con una constancia admirable y que se repetirá, con toda probabilidad, hasta el final de mis días. Hay quienes la realizan en el bar, de preferencia gente perezosa que no madruga; yo siempre lo hago en casa, porque en ningún sitio me desayuno mejor, y la preparación es lo suficientemente breve como para no tornarse enojosa. Madrugar para comprar los diarios, compartiendo la calle con los intoxicados rezagados que ponen fin a una noche en la que juran y perjuran habérselo pasado "en grande", a pesar del lastimoso estado que ofrecen a la visión ajena, es el primer paso del rito, después le sigue el desayuno propiamente ingerido, que no dicho, y, finalmente, el gran despliegue de las ventanas al exterior. Lo primero, ver si hay películas susceptibles de ser grabadas o alguna transmisión deportiva capaz de generar alguna sombra de emoción. Después, extraer el suplemento de economía, despacharlo con la relativa presteza del ignaro y, finalmente, entrar en el diario con la morosidad de quien está dispuesto a consumir su buena hora u hora y media en esos reportajes que, los domingos, sustituyen al caudal noticiero.
Tengo la sensación de cumplir con un rito tan antiguo como la vieja misa dominical de la infancia, perdido voluntariamente a los 14 años, no sin la lucha familiar correspondiente, la primera de tantas otras que jalonaron la independencia individual y la creación de mi estado personal actual.
Es un rito muy común, lo sé, pero cada cual tiene sus propias estrategias de lectura. Hay quienes leen desde la TV hacia el principio, los hay que van directamente a los deportes o a Política (Nacional, España..., según las ópticas ideológicas), a las cotizaciones bursátiles o a Internacional o a la Cartelera o incluso al obituario... Yo soy muy tradicional: desde la primera página hasta la última, y ya llegará lo que haya, e ir cerrando el foco, desde Internacional hasta la TV, me parece un buen método. No soporto, por ejemplo, entrar directamente en Opinión...
Hubo un tiempo en que nuestros diarios españoles quisieron competir con los usamericanos, como el Boston Globe, el que leía en Boston, pero aquel mazacote de información de casi quilo y medio, era imbatible: había lectura para todo el día, ¡y aun para la semana! Aquí se optó por la revista dominical, el suplemento semanal en papel, la economía en sepia y poco más, y aun así ya me parece demasiado. Es cierto que El País tuvo una época en que primó la objetividad y la independencia, pero a partir de la irrupción de El Mundo, pronto todos se convirtieron en "prensa de partido", con el descrédito consiguiente. Y aún seguimos en él, sin levantar cabeceras...
Como leo en la misma mesa de desayuno, en la cocina, he de hacer malabarismos, a menudo, para mantener la verticalidad de las páginas y, con mi miopía, enfocar adecuadamente el texto. Todo lo doy por bien empleado porque me permite un comentario con mi conjunta, lo que alarga la sobremesa sus buenas dos horas.
Desde hace tiempo, sin embargo, vengo observando que los quioscos de prensa van desapareciendo del paisaje urbano. Suelen quedar aquellos que son de propiedad familiar, traspasados de padres a hijos, como si la prensa hubiera iniciado el camino que la llevará a la desaparición. De hecho, y como, por hacer un paralelismo, pasa con las farmacias, que parecen tiendas de cosméticos, muchos quioscos despliegan una oferta comercial que poco o nada tiene que ver con para lo que nacieron. Sería una pérdida solo comparable a la de la desaparición de las abejas.
Hoy había muchas historias, pero me he entretenido en la del ecologista alemán nacionalizado holandés cuyo cadáver ha sido hallado en el corazón abrupto de la Galicia profunda. Se abre una hermosa investigación criminal para descubrir al o a los culpables del asesinato. Ya veremos si se confirma la impericia de los asesinos aficionados y hay hilos en la escena del crimen (una ranchera incendiada) de los que tirar para detenerlos y llevarlos ante la justicia. Fago al fondo... se advierte.
Estamos hechos de tradiciones, grandes y minúsculas, forjadas ni se sabe a veces por influencia de quién o de qué, y en muchas ocasiones, de nuevo cuño. La lectura dominical de la prensa es una de ellas, que se repite con una constancia admirable y que se repetirá, con toda probabilidad, hasta el final de mis días. Hay quienes la realizan en el bar, de preferencia gente perezosa que no madruga; yo siempre lo hago en casa, porque en ningún sitio me desayuno mejor, y la preparación es lo suficientemente breve como para no tornarse enojosa. Madrugar para comprar los diarios, compartiendo la calle con los intoxicados rezagados que ponen fin a una noche en la que juran y perjuran habérselo pasado "en grande", a pesar del lastimoso estado que ofrecen a la visión ajena, es el primer paso del rito, después le sigue el desayuno propiamente ingerido, que no dicho, y, finalmente, el gran despliegue de las ventanas al exterior. Lo primero, ver si hay películas susceptibles de ser grabadas o alguna transmisión deportiva capaz de generar alguna sombra de emoción. Después, extraer el suplemento de economía, despacharlo con la relativa presteza del ignaro y, finalmente, entrar en el diario con la morosidad de quien está dispuesto a consumir su buena hora u hora y media en esos reportajes que, los domingos, sustituyen al caudal noticiero.
Tengo la sensación de cumplir con un rito tan antiguo como la vieja misa dominical de la infancia, perdido voluntariamente a los 14 años, no sin la lucha familiar correspondiente, la primera de tantas otras que jalonaron la independencia individual y la creación de mi estado personal actual.
Es un rito muy común, lo sé, pero cada cual tiene sus propias estrategias de lectura. Hay quienes leen desde la TV hacia el principio, los hay que van directamente a los deportes o a Política (Nacional, España..., según las ópticas ideológicas), a las cotizaciones bursátiles o a Internacional o a la Cartelera o incluso al obituario... Yo soy muy tradicional: desde la primera página hasta la última, y ya llegará lo que haya, e ir cerrando el foco, desde Internacional hasta la TV, me parece un buen método. No soporto, por ejemplo, entrar directamente en Opinión...
Hubo un tiempo en que nuestros diarios españoles quisieron competir con los usamericanos, como el Boston Globe, el que leía en Boston, pero aquel mazacote de información de casi quilo y medio, era imbatible: había lectura para todo el día, ¡y aun para la semana! Aquí se optó por la revista dominical, el suplemento semanal en papel, la economía en sepia y poco más, y aun así ya me parece demasiado. Es cierto que El País tuvo una época en que primó la objetividad y la independencia, pero a partir de la irrupción de El Mundo, pronto todos se convirtieron en "prensa de partido", con el descrédito consiguiente. Y aún seguimos en él, sin levantar cabeceras...
Como leo en la misma mesa de desayuno, en la cocina, he de hacer malabarismos, a menudo, para mantener la verticalidad de las páginas y, con mi miopía, enfocar adecuadamente el texto. Todo lo doy por bien empleado porque me permite un comentario con mi conjunta, lo que alarga la sobremesa sus buenas dos horas.
Desde hace tiempo, sin embargo, vengo observando que los quioscos de prensa van desapareciendo del paisaje urbano. Suelen quedar aquellos que son de propiedad familiar, traspasados de padres a hijos, como si la prensa hubiera iniciado el camino que la llevará a la desaparición. De hecho, y como, por hacer un paralelismo, pasa con las farmacias, que parecen tiendas de cosméticos, muchos quioscos despliegan una oferta comercial que poco o nada tiene que ver con para lo que nacieron. Sería una pérdida solo comparable a la de la desaparición de las abejas.
Hoy había muchas historias, pero me he entretenido en la del ecologista alemán nacionalizado holandés cuyo cadáver ha sido hallado en el corazón abrupto de la Galicia profunda. Se abre una hermosa investigación criminal para descubrir al o a los culpables del asesinato. Ya veremos si se confirma la impericia de los asesinos aficionados y hay hilos en la escena del crimen (una ranchera incendiada) de los que tirar para detenerlos y llevarlos ante la justicia. Fago al fondo... se advierte.
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