La indecisión es mala consejera, como bien saben los pocos que lo saben, y la vaguedad, peor aún. Un aseado funcionario municipal con escasa visión ideológica y mínima capacidad hermenéutica ha dimitido de sus responsabilidades y se retira al segundo plano de donde acaso un mal consejo le animó a decidir salir. Fin del trayecto. ¿Y ahora qué?
A mi íntimo amigo Juan Poz le he pedido prestadas unas reflexiones que tuvo a bien enviarle a Miquel Iceta justo antes del duodécimo congreso del psC, por ver si "el hombre de la calle" era capaz de hacer oír su voz ante alguien con influencia para contribuir con una visión no endogámica a que el partido saliera del marasmo del que con Pere Navarro no ha logrado salir, como se acaba de demostrar. Mejor él, Juan Poz, que yo, para desgranar estas ideas sobre cuya actualidad, a pesar de haber sido formuladas en 2011, creo que hay pocas dudas. Si alguien tiene el humor de leérselas, ya me dirá lo que va de ayer a hoy:
Cataluña (Todo por la patria)
Mientras que a nivel nacional español el retruécano de “no
te preguntes qué puede hacer tu país por ti…” tiene un sentido evidente, que
enlazaría con la reflexión sobre los derechos vs. los deberes, en Cataluña,
donde es bandera de CiU –de ahí, quizás,
la mercadotécnica intención de kennedyficar a Mas, a quien no le falta, eso sí,
la estupenda “mandíbula de Yale” de la que hablaba Tom Wolfe (si bien su otro
yo es un referente fílmico: el demediado Lord Farquaad de Shrek)– es
imprescindible cambiar la óptica para poner la política al servicio de los
catalanes en vez de al de un concepto de patria secuestrado por la casposa
derecha nacionalista, la que aún cree en la autarquía franquista como método
para no “contaminarse” por los “agentes provocadores” del exterior, a juzgar
por las declaraciones miccionadoras del ínclito Carod o los ataques al vino de
rioja del peregrino consejero de campo y playa
del gobierno de “los mejores”. Algo está fuera de toda duda: el
socialismo catalán ha sido incapaz de inscribir en el imaginario popular una
Cataluña diferente de la creada por CiU y el soberanismo secesionista en
general. En vez de alimentarse para ello en el presente, tratando de perfilar
el retrato de la verdadera Cataluña a la que ha dicho reiteradas veces que
representa como nadie, ha mirado siempre hacia la idealización del pasado y ha
hecho de su proyecto justo lo contrario de lo que decía representar: ahí están,
por ejemplo, las vergonzosas políticas lingüísticas a remolque del ideario
soberanista, por ejemplo, entre otros ejemplos.. De todo ello se derivan no
pocas discordancias que han llevado a muchos electores desamparados por el
relato soberanista del país, encarnado por el PSC, a buscar cobijo “narrativo”
en la Cataluña española de Ciudadanos.
La
divinización del “país” y el abandono de los “paisanos” a quienes se les quiere
imponer a toda costa lo que los modernos denominan, siguiendo a Bajtin y
Ricoeur, el “relato” nacionalista, es una de las previsibles causas del
descenso de apoyo para el psC, que
ha abandonado casi por completo la defensa del carácter catalanoespañol del
PSC, tratando de reafirmar un relato que
ya tiene narradores que no se empachan a la hora de cubrir, con la estéril
arena de la demagogia, todos los campos de la realidad.
PSC-PSOE;
PSC-psoe; PSC; psC…
Si antes me refería a que ha faltado plasmar ideológicamente
la concepción de una Cataluña que sea espejo de su presente para poder
enfrentarse al relato soberanista del catalanismo, no menos urgente es aclarar
la propia identidad como partido, antes de poder tener credibilidad suficiente
ante la sociedad. Domina en el socialismo catalán el tactismo identitario sobre
todas las cosas: ahora me interesa refugiarme bajo el paraguas del PSOE, para
las generales, ahora me interesa destacar mi autonomía fundacional, para las
autonómicas. Para bien o para mal, ha de quedar muy claro el vínculo “familiar”
ideológico. No puede ser que ciertos planteamientos del psC los votantes los vean como
criptoconvergentes antes que como socialistas, porque de ahí deriva incluso la
terminología del “ala catalanista”, del partido, como si la otra ala fuera
“españolista”, casi propiamente cercana a los postulados del PP. Esta es una
confusión que los partidos nacionalistas explotan con sorprendentes beneficios,
pasando incluso por encima de las convicciones socialistas (o
pseudosocialistas) de quienes, puestos en el brete de escoger, anteponen como
Sobrequés o Mascarell, la posible gloria de la patria al bienestar de los ciudadanos.
Si Larra escribía acerca de ¿Quién es el
público y dónde se encuentra?, el psC
bien podría preguntarse, con él, ¿quiénes son mis votantes y dónde se
encuentran? Una vez formulada la pregunta, bien pudiera darse el caso de que la
respuesta chocara frontalmente con ciertos planteamientos del partido y que ese
choque sea la explicación de los últimos resultados. Incluso en los tiempos en
que era votante fidelísimo del PSC-PSOE (y me da legitimidad para hablar desde
esa condición el haber soportado un diluvio en un acto electoral en el Parque
de la Ciudadela, con Raimon Obiols de candidato, sin moverme de mi asiento
hasta que se clausuró el acto, del que casi hube de salir a nado…) intuía ya
que la política del entonces PSC-PSOE era deliberadamente “perdedora”, que
perdían ex profeso para permitir que CiU fuera conformando la Cataluña que
ellos, si ganaran, con la base electoral que tenían, no podrían permitirse el
lujo de construir, porque habrían de acercarse a las necesidades de esas bases;
hoy, después de los dos tripartitos, ha quedado definitivamente claro que no
andaba yo errado, porque, instalado el partido en el poder, no han hecho sino
intentar pasar por la derecha nacionalista a los gobiernos de CiU para
asegurarse una larga vida en el disfrute del poder. El proceso se nos presenta
como lo propio de un delirio ideológico digno de estudiarse en manuales de
ciencia política. Anda el psC
revuelto y dividido en este asunto de “sacar pecho” identitario frente al PSOE,
pero lo cierto es que cuantos más pasos se han dado en la dirección de alejarse
del PSOE, más se ha alejado el psC de los electores y mayor ha sido su
decadencia electoral. Después del ridículo de un Montilla prosopopeyescamente
hipernacionalista para revestirse de una dignidad a la altura del cargo, sin
saber que son las personas las que dignifican los cargos, no al revés, la
necesidad urgente de hallar no sólo al electorado propio, sino también de
retenerlo, ha de llevar al psC a
valorar con mucho mimo todo lo que pueden perder, y, con ellos, la sociedad
catalana, en términos de pluralidad y de paz social.
La vida del partido.
Dado el alto nivel de mercantilización en el que se han
sumergido los partidos, “marca” incluida”, se ha de reconsiderar no sólo la
política de campañas informativas desde el Poder local, estatal o autonómico,
sino también la política publicitaria de las campañas electorales: el mejor
anuncio es un militante entregado que tenga voz y voto, permanentemente, en la
vida diaria del partido, desde cerca, no como mero peón caminero y fuerza de
trabajo electoral barata. Al tiempo que la vida de agrupación languidece, el
abstencionismo crece. Fomentar la participación política supone captar a los
simpatizantes y darles “cancha” en el sentido de garantizarles que podrán ser
oídos respetuosamente en los órganos de actividad del partido, desde las
agrupaciones de barrio hasta donde ellos, con sus propuestas y razonamientos
sean capaces de llegar (a tal efecto no cabe desdeñar el 70% de abstención que
se produjo entre la militancia que estaba llamada a participar en las primarias
a la alcaldía, porque es una señal que ha de saber leerse, para sacar las
conclusiones adecuadas). En este país nuestro de tertulia política de bar, sin compromiso, debería un
partido político ser capaz de ofrecer un cauce que mengüe esa falta de inquietud. Se trata de reunir a
personas en principio afines por sensibilidad social para compartir después,
llegado el caso, otros compromisos. En el paraíso del individualismo, lograr
que el compromiso se racionalice sería un gran avance. No se necesitan
militantes “a lo madre de Calcuta”, superabnegados, hipermotivados, porque ese
mismo entusiasmo acaba descalificándolos socialmente por exceso de parcialidad;
sino militantes que se encarguen de labores a su alcance, compatibles con sus
proyectos individuales de vida, y, sobre todo, que puedan cumplirlas con plena
eficacia. Para que un partido sea una herramienta viva ha de mantener un debate
constante, del mismo modo que ha de preservar consensos básicos inviolables. Lo
antiguo son los personalismos de las baronías, que exhalan un tufillo a
oligarquía caciquil que mata.
El botijo y el pañuelo anudado en la cabeza.
La hipérbole de Guerra en el primer gobierno de Felipe
González daba a entender con toda claridad la ética socialista: la austeridad
como forma de vida. La virtud del ejemplo también ha de llevar a identificar a
quienes defienden una ideología como la socialista. No es posible que se acabe
abonando el tópico del “todos los políticos son iguales”, porque ello redunda
en el alejamiento del que ya hemos hablado. Recientemente, hemos tenido la
ocasión de contemplar la boda del señor
Collboni como un espectáculo mediático que ha “chirriado” a muchos votantes
socialistas que no creen que sus representantes hayan de moverse en esos mundos
de la alienación programada como pez en el agua. Es difícil escaparse de la
circunstancia individual de cada cual, pero parece evidente que la
identificación social de un “socialista” ha de ser inequívoca. Los electores
han de estar convencidos de que un Millet es imposible entre sus militantes,
por más que luego la realidad pueda desmentirlo, pero lo que no puede ocurrir
es que caigan los socialistas dentro del “ya se sabe: todos son iguales”,
porque ese es el fundamento de la desafección.
El partido ha de atarearse en la desmitificación del triunfo social
basado en la banalidad y la explotación de las “bajas” pasiones; distinguir
entre “fama” o “famoseo” y reputación; destacar los valores sólidos del trabajo
bien hecho frente a la chapucería; reivindicar, en consecuencia, la tradición
ilustrada que ha permitido el desarrollo de tantas ciencias y disciplinas con
un nivel de exigencia que veda el paso a quienes no los cumplan. Es decir,
frente al ideal del contertulio, que
sabe de todo y por ende de nada, el del investigador que “domina” determinada
parcela del conocimiento, y lo hace gracias a un trabajo hercúleo. Por otro
lado, el partido ha de aplicarse en la modificación, siquiera sea
conceptualmente, de la jerarquía del éxito social, y no establecerla en función
de la ganancia económica, sino de la dimensión social positiva, de modo que
puedan congeniarse los intereses individuales y los sociales. Un bróker es,
desde este punto de vista, justo lo contrario de un emprendedor a cualquier
nivel que se plantee la iniciativa, siempre y cuando parte de ella revierta en
el bienestar social.
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