lunes, 25 de abril de 2016
Quincuagésimo aniversario del debut de Plácido Domingo en el Liceo: Simon Boccanegra.
Una representación excepcional: Plácido Domingo y Davinia Rodríguez en Simon Boccanegra, de Verdi.
Ignoraba, hasta una semana antes, porque las entradas para el Liceo las sacamos en julio, que la representación de Simon Boccanegra del dia 23 de abril corría a cargo, en el rol principal, de Plácido Domingo, y que ese día era el primero de sus tres actuaciones previstas, así como el feliz quincuagésimo aniversario de su debut en el Liceo, razón por la que, al final de la ópera, se le rindió un doble homenaje, el institucional del coliseo y el entusiasmado del público, al que me sumé hasta quedarme afónico y con las manos tumefactas de la entrega con que rendía tributo a un cantante cuya voz, después de la de Pavarotti, me guió en los primeros tiempos de mi tardía pero sólida afición lírica. No podría haber imaginado más feliz representación. En ella, además, hacía su debut la joven soprano canaria Davinia Rodríguez, cuyas portentosas cualidades la elevarán al estrellato operístico a no mucho tardar.
Descubrí la ópera, como arte total, con El anillo del nibelungo, de Wagner, en 1982, ya talludito, aunque, con antelación, había coqueteado con ella e incluso había visto, en Boston, un año antes, un Rigoletto ¡nada menos que con quien siempre me ha parecido el cantante de ópera con la voz más hermosa: Luciano Pavarotti! Desde la contemplación durante cuatro sábados seguidos de la tetralogía wagneriana desde el festival de Bayreuth, vista, además, en una televisión "de campaña" minúscula, la pasión por ese arte total ha ido en aumento, y de ahí el esfuerzo económico por asistir a algunas representaciones cada año en el Liceo.
El mundo de la lírica es tan rico que resulta difícil, a quien abandona los prejuicios y se deja llevar por la música, el canto y la representación no hallar óperas que le emocionen del modo más intenso imaginable, ya sea la famosa Traviata de Verdi, ya La flauta mágica de Mozart, ya El barbero de Sevilla, de Rossini, ya Norma de Bellini, ya Turandot de Puccini, ya, ¡incluso!, Wozzek, de Berg u Orfeo y Eurídice, de Gluck, por no añadir títulos que harían de la lista un listín..., porque cuando a uno se le ha metido dentro el sabroso tóxico de la ópera, es difícil concebir la existencia sin acompañarse de sus innumerables y generosas bellezas.
En el Simon Boccanegra del pasado día 23 no solo el reparto fue de insólita altura, sino que la escenografía de Carl Fillion me pareció deslumbrante. La dirección de escena, a cargo del gran director que es José Luis Gómez, redondeó la producción notabilísima a la que tuve la fortuna de asistir.
Hay un divertidísimo cuento de Cortázar, Las ménades, en el que se describe el extremo de la pasión melómana, y aunque en él se dice que los aniversarios son las grandes puertas de la estupidez, y presumí que los adictos del Maestro no eran capaces de contener su emoción, he de reconocer que en la sesión de Simon Boccanegra se desmintió la primera afirmación y se confirmó la segunda. No era ya el tributo que el aniversario merecía, sino el premio a una calidad tan incuestionable como la de Plácido Domingo. Hay cantantes con mejor técnica, sin duda, pero la calidez del timbre de ciertas voces líricas llega a imponerse sobre ella, al menos en mi apreciación de ellas. Por otro lado, ninguna voz menos "natural", por ejemplo que la de los contratenores que reproducen la voz de los antiguos castrati, y ahí está la excepcional de Philippe Jaroussky, por ejemplo, capaz de conmover como nadie.
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Me temo que en esta reencarnación en pleno siglo XX no está, entre mis innumerables dones y dotes, la música. No he tenido ni los dones de Fígaro ni el fútbol para disfrutar ni como actor ni como espectador. No diré que para mí la música sea solo ruido, pero casi. Raramente me ha encandilado la música. Solo hay una excepción: mi descubrimiento de The Beatles en 1971. Recién llegado el hombre a la luna, no sé cómo llegó hasta mí una cassette recopilatoria del conjunto de Liverpool. Beatles Oldies se llamaba. Fue algo iniciativo. No he vuelto a sentir pasión por la música como en aquel momento. Incluso intenté aprender a tocar la guitarra para desesperación y aburrimiento de mi maestro que pugnaba por hacerme toca el Romance anónimo y Blue Moon. Así que Simon Boccanegra me queda algo lejos. Ni me lo imagino. Una vez fui al Palau al gallinero y me quedé dormido durante el concierto. Una mano amable me tocó el hombro cuando se acabó el concierto que creo que era memorable pues me había costado un riñón la entrada. Esa mano amable me despertó y me trajo de nuevo a este lado. El aplauso había sido clamoroso según sentí en mi dimensión de imágenes archivadas en la semiinconsciencia. Sí que me gusta el jazz, eso suelo decir, y que he escuchado centenares de veces a Miles Davis y su disco mítico Kind of blue, pero no es una prueba de sensibilidad musical. Más bien pertenezco como Unamuno a los insensibles musicales, y eso es un problema porque la carencia del sentido musical afecta igualemente a las palabras que se enredan igualmente en un concierto rítmico. O carente de él como es mi caso. No sé mucho de lo que ha representado Pavarotti o Plácido Domingo o Josep Carreras. He oído hablar de Maria Callas. Creo que tengo un disco suyo en el coche y cuando me vienen momentos de exaltación me la pongo. No sé por qué. Así que no puedo evaluar tu melomanía, salvo para saber que eres un temperamento exquisito y cultivado, a pesar de haber salido de aquellas estepas africanas en que naciste. Debe ser una cuestión genética. Mi padre carecía de sentido del ritmo. He de añadir que un año en que quería seducir a una mujer me puse a intentar bailar sevillanas para jolgorio de la concurrencia. Y ya no digamos cuando en Salou me metí en una colla sardanera con todo mi entusiasmo para bailar lo que creía que era algo sencillo y abierto. Sentí toda la catalanidad caer sobre mi alma de diletante bailarín y tuve que salirme del círculo allí formado. Ozú. Aplaudo toda tu disposición lírica que admiro profundamente. Los que vivís en el Eixample sí que sabéis. Nosotros aquí por Cornellà nos hemos quedado con las rumbas estoperas y ni aun así.
ResponderEliminarPor Plácido Domingo y toda esa exaltación lírica.
Las rumbas estoperas las llevamos también nosotros en el coche, y acompañan de lo lindo, y te protegen de una cabezadita, que, según y qué partitura clásica sea, puedes acabar echándola para siempre jamás...
EliminarPues aunque solo fuera por compensación, como es mi caso, deberías de ser un melómano... Que es lo que me pasa a mi con la pintura, soy tan negado para el dibujo que Van der Weyden, pongamos por caso el último que he citado, me parece algo así como lo más parecido a la creación del mundo que se recoge en la Biblia...
No sé si podría vivir sin leer o sin sociedad en la que escrutar como un obseso, pero sin música me sería imposible... Y cuando no suena ajena, me la invento yo, silbando o con letra, porque para la canción sí que soy repentista, algo que me resulta imposible para la poesía, salvo ripios de primero de básica.