jueves, 16 de octubre de 2025

«¡Prohibido fijar carteles!», un capítulo aleccionador de Walter Benjamin, perteneciente a su libro «Dirección única».

 


                                                                        


                                       APOSTILLAS A LA TÉCNICA DEL ESCRITOR EN TRECE TESIS.

 1. Quien se proponga escribir una obra de gran envergadura, que se dé buena vida y, al terminar su tarea diaria, se conceda todo aquello que no perjudique la prosecución de la misma.

            La vieja ley de las recompensas para estimular la productividad. Lo importante es discriminar lo que no es perjudicial para la continuación de la labor.

2. Habla de lo ya realizado, si quieres, pero en el curso de tu trabajo no leas ningún pasaje a nadie. Cada satisfacción que así te proporciones amenguará tu ritmo. Siguiendo este régimen, el deseo cada vez mayor de comunicación acabará siendo un estímulo para concluirlo.

            Gran reto para un autor, evitar hablar de lo que está creando, porque, a veces, la emoción pura de la satisfacción por algún pasaje muy logrado nos impele a darlo a conocer. Resistirse es más difícil que acertar a escribirlo, sin duda.

    3. Mientras estés trabajando, intenta sustraerte a la medianía de la cotidianidad. Una quietud a medias, acompañada de ruidos triviales, degrada. En cambio, el acompañamiento de un estudio musical o de un murmullo de voces puede resultar tan significativo para el trabajo como el perceptible silencio de la noche. Si este agudiza el oído interior, aquel se convierte en la piedra de toque de una dicción cuya plenitud sepulta en sí misma hasta los ruidos excéntricos.

            Dudo mucho de que quien esté «sepultado» en su trabajo sea capaz de discriminar si hay algún sonido que lo distraiga. Otra cosa es que los ruidos del vivir cotidiano nos interrumpan. En ese caso es conveniente protegerse con alguna pieza de música clásica. El quid está en no dejarse arrastrar por la melodía o los arreglos de esa composición, sino ir paulatinamente dejando de escucharla hasta seguir concentrado en lo que se escribe sin percatarnos de que dicha música suena junto a nosotros.    

4. Evita comprar cualquier tipo de útiles. Aferrarse pedantemente a ciertos papeles, plumas, tintas, es provechoso. No el lujo, pero sí la abundancia de estos materiales es imprescindible.

            Reconozco que me es imposible ponerme a escribir si no he doblado mis folios, haciendo cuadernillos de cuatro hojas y si no dispongo de mi pluma habitual para tan sagrado acto. Durante mucho tiempo fue la Parker45. Ahora es otra Parker y una Lamy, si bien no es infrecuente que la exigencia de lo narrado me obligue a cambiar la herramienta. Y casos ha habido en los que he optado por la pluma de palo o el lápiz... La fidelidad a ciertas marcas y hábitos es una señal de nuestro compromiso con la tarea artística.

    5. No dejes pasar de incógnito ningún pensamiento, y lleva tu cuaderno de notas con el mismo rigor con que las autoridades llevan el registro de extranjeros.

            ¿Quién puede considerarse escritor si no lleva permanentemente encima un útil de escribir y una libreta minúscula donde tomar notas justo cuando la inspiración nos visita? Mi costumbre es abrir unos cuadernillos, a los que pomposamente llamo Sala de máquinas, donde voy apuntando, al hilo del desarrollo de la historia, cuantas intuiciones creo que pueden mejorar el texto.

   6. Que tu pluma sea reacia a la inspiración; así la atraerá hacia ella con la fuerza del imán. Cuanto más cautela pongas al anotar una ocurrencia, más madura y plenamente se te entregará. La palabra conquista el pensamiento, pero la escritura lo domina.

           Esperar la inspiración equivale, en la mayoría de los casos, a no salir de un impasse que nos lleva a la derrota.  Las «ocurrencias» exigen rumiación y detenida elaboración, del mismo modo que a cualquier frase escrita le ha de costar lo suyo pasar el filtro de la exigencia que todo autor que se precie debe usar. Las ideas felices que nos rondan por la cabeza, solo son estimables cuando pasan de las musas al papel, y Benjamin sugiere, con excelente criterio, que no aceleremos esa transición.

     7. Nunca dejes de escribir porque ya no se te ocurra nada. Es un imperativo del honor literario interrumpirse solamente cuando haya que respetar algún plazo (una cena. Una cita) o la obra esté ya concluida...

            A este respecto, Benjamin está muy de acuerdo con el consejo que le leí a Hemingway una vez y que he cumplido a rajatabla: el escritor jamás se puede permitir dejar de escribir hasta que sepa exactamente cómo va a continuar. Entonces, pueden hasta pasar meses o años, que cuando reemprenda la escritura, esta fluirá como si la hubiera suspendido unas horas antes.

      8. Ocupa las intermitencias de la inspiración pasando en limpio lo escrito. Al hacerlo se despertará la intuición.

            No sé los demás, pero yo solo suelo seguir este consejo en caso de gran atasco. Si todo fluye como debe, pasar el manuscrito a limpio en el ordenador es, para mí, una fase más de las correcciones de lo escrito, y no la última, que será siempre la de la lectura de las galeradas.

       9. Nulla die sine línea —pero sí semanas.

            Aunque la frase se refiere al pintor Apeles, y la escribió Plinio el Viejo, los literatos la hemos hecho nuestra con singular habilidad, porque la línea de texto no es a lo que se refiere la línea de la cita, está claro. Relativiza Benjamin la exigencia de ponerse obligaciones como la de la cita, pero el escritor siempre escribe, aunque no trace ningún signo sobre el papel. Solo hace falta recordar que Juan de la Cruz creó y memorizó su Cántico Espiritual, y fue su primer afán, tras escapar de la prisión que hubiera acabado con sus días, que le tomaran al dictado tan altísima composición.

     10. Nunca des por concluida una obra que no te haya retenido alguna vez desde el atardecer hasta el despuntar del día siguiente.

            Trasnochar porque nos alborotan la mente pasajes de una obra, la insatisfacción ante ciertos recursos o la perplejidad ante el camino a seguir es algo muy propio de los artistas. La terapia gestaltica habla de gestalts (o asuntos) no resueltas como causa evidente del insomnio. Puedo dar fe.

     11.  No escribas la conclusión de la obra en tu cuarto de trabajo habitual. En él no encontrarías valor para hacerlo.

            La mentalidad de scholar de Benjamin, y su apego al lugar de trabajo, con el que establece una relación emocional muy profunda, le lleva a sugerir esa prohibición. Yo disiento, aun teniendo la misma alma de estudioso, porque ningún lugar mejor que el propio estudio para culminar una aventura que ha transcurrido toda o casi toda ella en él. Al César...

       12. Fases de la composición: idea-estilo-escritura. El sentido de fijar un texto pasándolo a limpio es que la atención ya solo se centra en la caligrafía. La idea mata la inspiración, el estilo encadena la idea, la escritura remunera al estilo.

            Particularmente, me cuesta seguir un planteamiento tan analítico, porque, acaso en mi inconsciencia creativa de baja estofa, dese la idea hasta el estilo todo se resuelve en ese momento mágico de la escritura, cuando la pluma discurre sobre el papel como si nosotros, los creadores, estuviéramos ausentes.

      13.  La obra es la mascarilla funeraria de la concepción.

            ¡Excelente aforismo del género de la paradoja! Vista así, no hay obra que esté a la altura del poder genesíaco de la concepción, y sé de buena fuente que esa convicción ha apartado a muchos autores de intentar materializar algunas que hubieran merecido los honores de la impresión...

 

 

 

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