APOSTILLAS A LA TÉCNICA DEL ESCRITOR EN TRECE TESIS.
1. Quien se proponga
escribir una obra de gran envergadura, que se dé buena vida y, al terminar su
tarea diaria, se conceda todo aquello que no perjudique la prosecución de la
misma.
La vieja
ley de las recompensas para estimular la productividad. Lo importante es
discriminar lo que no es perjudicial para la continuación de la labor.
2. Habla de lo ya realizado, si quieres, pero en el curso de
tu trabajo no leas ningún pasaje a nadie. Cada satisfacción que así te
proporciones amenguará tu ritmo. Siguiendo este régimen, el deseo cada vez
mayor de comunicación acabará siendo un estímulo para concluirlo.
Gran
reto para un autor, evitar hablar de lo que está creando, porque, a veces, la
emoción pura de la satisfacción por algún pasaje muy logrado nos impele a darlo
a conocer. Resistirse es más difícil que acertar a escribirlo, sin duda.
3. Mientras estés
trabajando, intenta sustraerte a la medianía de la cotidianidad. Una quietud a
medias, acompañada de ruidos triviales, degrada. En cambio, el acompañamiento
de un estudio musical o de un murmullo de voces puede resultar tan
significativo para el trabajo como el perceptible silencio de la noche. Si este
agudiza el oído interior, aquel se convierte en la piedra de toque de una
dicción cuya plenitud sepulta en sí misma hasta los ruidos excéntricos.
Dudo
mucho de que quien esté «sepultado» en su trabajo sea capaz de discriminar si
hay algún sonido que lo distraiga. Otra cosa es que los ruidos del vivir
cotidiano nos interrumpan. En ese caso es conveniente protegerse con alguna
pieza de música clásica. El quid está en no dejarse arrastrar por la melodía o
los arreglos de esa composición, sino ir paulatinamente dejando de escucharla
hasta seguir concentrado en lo que se escribe sin percatarnos de que dicha
música suena junto a nosotros.
4. Evita comprar cualquier tipo de útiles. Aferrarse
pedantemente a ciertos papeles, plumas, tintas, es provechoso. No el lujo, pero
sí la abundancia de estos materiales es imprescindible.
Reconozco que me es imposible ponerme a escribir si no he doblado mis
folios, haciendo cuadernillos de cuatro hojas y si no dispongo de mi pluma
habitual para tan sagrado acto. Durante mucho tiempo fue la Parker45. Ahora es
otra Parker y una Lamy, si bien no es infrecuente que la exigencia de lo
narrado me obligue a cambiar la herramienta. Y casos ha habido en los que he
optado por la pluma de palo o el lápiz... La fidelidad a ciertas marcas y
hábitos es una señal de nuestro compromiso con la tarea artística.
5. No dejes pasar
de incógnito ningún pensamiento, y lleva tu cuaderno de notas con el mismo
rigor con que las autoridades llevan el registro de extranjeros.
¿Quién
puede considerarse escritor si no lleva permanentemente encima un útil de
escribir y una libreta minúscula donde tomar notas justo cuando la inspiración
nos visita? Mi costumbre es abrir unos cuadernillos, a los que pomposamente
llamo Sala de máquinas, donde voy apuntando, al hilo del desarrollo de la
historia, cuantas intuiciones creo que pueden mejorar el texto.
6. Que tu pluma sea
reacia a la inspiración; así la atraerá hacia ella con la fuerza del imán.
Cuanto más cautela pongas al anotar una ocurrencia, más madura y plenamente se
te entregará. La palabra conquista el pensamiento, pero la escritura lo domina.
Esperar la inspiración equivale, en la mayoría de los casos, a no salir
de un impasse que nos lleva a la derrota.
Las «ocurrencias» exigen rumiación y detenida elaboración, del mismo
modo que a cualquier frase escrita le ha de costar lo suyo pasar el filtro de
la exigencia que todo autor que se precie debe usar. Las ideas felices que nos
rondan por la cabeza, solo son estimables cuando pasan de las musas al papel, y
Benjamin sugiere, con excelente criterio, que no aceleremos esa transición.
7. Nunca dejes de
escribir porque ya no se te ocurra nada. Es un imperativo del honor literario
interrumpirse solamente cuando haya que respetar algún plazo (una cena. Una
cita) o la obra esté ya concluida...
A este
respecto, Benjamin está muy de acuerdo con el consejo que le leí a Hemingway
una vez y que he cumplido a rajatabla: el escritor jamás se puede permitir
dejar de escribir hasta que sepa exactamente cómo va a continuar. Entonces,
pueden hasta pasar meses o años, que cuando reemprenda la escritura, esta
fluirá como si la hubiera suspendido unas horas antes.
8. Ocupa las
intermitencias de la inspiración pasando en limpio lo escrito. Al hacerlo se
despertará la intuición.
No sé
los demás, pero yo solo suelo seguir este consejo en caso de gran atasco. Si
todo fluye como debe, pasar el manuscrito a limpio en el ordenador es, para mí,
una fase más de las correcciones de lo escrito, y no la última, que será
siempre la de la lectura de las galeradas.
9. Nulla die
sine línea —pero sí semanas.
Aunque
la frase se refiere al pintor Apeles, y la escribió Plinio el Viejo, los
literatos la hemos hecho nuestra con singular habilidad, porque la línea de
texto no es a lo que se refiere la línea de la cita, está claro. Relativiza
Benjamin la exigencia de ponerse obligaciones como la de la cita, pero el
escritor siempre escribe, aunque no trace ningún signo sobre el papel. Solo
hace falta recordar que Juan de la Cruz creó y memorizó su Cántico Espiritual,
y fue su primer afán, tras escapar de la prisión que hubiera acabado con sus
días, que le tomaran al dictado tan altísima composición.
10. Nunca des por
concluida una obra que no te haya retenido alguna vez desde el atardecer hasta
el despuntar del día siguiente.
Trasnochar
porque nos alborotan la mente pasajes de una obra, la insatisfacción ante
ciertos recursos o la perplejidad ante el camino a seguir es algo muy propio de
los artistas. La terapia gestaltica habla de gestalts (o asuntos) no
resueltas como causa evidente del insomnio. Puedo dar fe.
11. No escribas la conclusión de la obra en tu
cuarto de trabajo habitual. En él no encontrarías valor para hacerlo.
La
mentalidad de scholar de Benjamin, y su apego al lugar de trabajo, con
el que establece una relación emocional muy profunda, le lleva a sugerir esa
prohibición. Yo disiento, aun teniendo la misma alma de estudioso, porque
ningún lugar mejor que el propio estudio para culminar una aventura que ha
transcurrido toda o casi toda ella en él. Al César...
12. Fases de la
composición: idea-estilo-escritura. El sentido de fijar un texto pasándolo a
limpio es que la atención ya solo se centra en la caligrafía. La idea mata la
inspiración, el estilo encadena la idea, la escritura remunera al estilo.
Particularmente,
me cuesta seguir un planteamiento tan analítico, porque, acaso en mi
inconsciencia creativa de baja estofa, dese la idea hasta el estilo todo se
resuelve en ese momento mágico de la escritura, cuando la pluma discurre sobre
el papel como si nosotros, los creadores, estuviéramos ausentes.
13. La obra es la mascarilla funeraria de la
concepción.
¡Excelente aforismo del género de la paradoja! Vista así, no hay obra
que esté a la altura del poder genesíaco de la concepción, y sé de buena fuente
que esa convicción ha apartado a muchos autores de intentar materializar
algunas que hubieran merecido los honores de la impresión...
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