sábado, 11 de octubre de 2014

Retorno al pasado asfixiante... La Barcelona carlista.



                   Buena parte de mis amigos barceloneses no lo son propiamente de nacimiento, sino que vinieron a esta feria de las vanidades en remotos pueblines de veguerías. Barcelona, así pues, vista desde las comarcas, sobre todo desde las lejanas -yo viví en Berga un año-, era, hace mucho tiempo, como Berlín para los bavarianos: una babel y el reino del anonimato, el lugar por excelencia "donde pasar desapercibido", frente a la notoriedad del terruño, donde se ejerce, y ahora con el Movimiento Nacional eso se ha multiplicado hasta la indecencia, un férreo control social del individuo, quien, como agua de mayo necesita escaparse de tanto en tanto a la babel barcelonina para sentirse "libre", sin la coerción a todos los niveles: sexual, ideológico, religioso, cultural, económico, etc., con que la vida "local" presiona a quienes no les queda más remedio que vivir sometidos  a ese control que puede llegar a desquiciar a quien se sienta antes individuo que masa. 
                  El Movimiento Nacional que padecemos, como buen movimiento de masas a imagen y semejanza de los muchos que ha habido y que habrá en el mundo, aspiran a la uniformidad ideológica, religiosa y cultural. Cualquier opositor a los credos respectivos es un "sospechoso de desafección" cuya tibieza se irá midiendo hasta que llegue a cierto punto a partir del cual se convertirá directamente en un "traidor" a la causa, en un anticatalán como los antiespañoles que catalogó, algunos con ficha policial -parecida a la de esa encuesta domiciliaria de la ANC-, el Movimiento Nacional que les sirve de modelo.
                  Alguno de ellos, que ha regresado, por circunstancias de la vida, al lugar de nacimiento, y no comulga con la reductio ad absurdum que significa la ideología que nutre el Movimiento Nacional, donde no cabe la discrepancia y mucho menos la crítica, empieza a notar una falta de oxígeno en la atmósfera que no sabe si tendrá carácter letal para su supervviencia como individuo orgulloso de haberse hecho a sí mismo mediante lo mejor de los demás. Donde solo se respira efervescencia patriótica, ¿cómo puede sobrevivir el acostumbrado a respirar la libertad de la gran urbe? 
                 Algún amigo, residente en Madrid, que había comenzado a notar esa asfixia en el Madrid del PP y que estaba dispuesto a instalarse en Barcelona, por el bien de su libertad personal, ha desechado ya la idea y concentra sus esfuerzos en la posibilidad de que Madrid deje de ser la capital del PP para ser la capital de todos los madrileños.
                 Vienen estas reflexiones a cuento de un artículo aparecido en El Pais sobre hacia dónde se "despeñaba" Barcelona como ciudad, porque lleva todas las de perder al "localizarse" a imagen y semejanza de los núcleos ruralistas que dominan el todopoderoso Movimiento Nacional del que ser excluido puede provocar la desgracia de no pocos pobres de espíritu. A día de hoy, para un barcelonés como yo, la realidad de su ciudad es la de un espacio proyectado hacia el turismo masivo y con muy poco que ofrecer al ciudadano, sobre todo si reside en un barrio del extrarradio. Sí, el ayuntamiento se gasta el oro y el moro en las fiestas patronales, ayuda con generosidad al hermano mayor dilapidador, la Generalitat, y destina poco o nada a las necesidades de los "desamparados", acaso porque estos se expresen en lenguas incomprensibles para las autoridades, acaso porque les sale el ordenancismo neoliberal y recurren al que cada cual se espabile como pueda.
                   Uno, que vive en el cogollito de la ciudad, por donde las grupos turísticos imponen su ley, se siente marginado en su ciudad, relegado a la condición de figurante para que los turistas no se quejen de que el decorado es demasiado artificial que no hay extras que cumplan su papel a la perfección, como en el Show de Truman. Y en ello estamos. Mientras,  Ada Colau -a la que las lenguas viperinas le han sacado ya lo de Anda Colocá...-  prepara su revolucion en la sombra con la inestimable colaboración del ejército de los 15.000 firmantes que la respaldan. Los barceloneses, por nuestra parte, seguimos perplejos, dubitativos, escépticos...Con todo, entre vivir en Castellfollit de la Roca y vivir en Barcelona, sigue sin haber color, a pesar de la belleza de la primera y del descuido en que el ayuntamiento tiene a la segunda, cada vez más sucia, desgreñá y gritona/vomitona... Del centro mundial del diseño a la Barcelona de olla y sacristía hay más que un trecho: hay un Movimiento Nacional por medio...      

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