domingo, 7 de junio de 2015

Los pactos de andar por casa...

                                                         

La micropolítica del ciudadano; la macropolítica de los partidos...

El observador atento de la vida ciudadana no detecta que la vida cotidiana se haya visto sobresaltada por el omnipresente asunto de los pactos a los que las distintas fuerzas políticas han de llegar para gobernar. Hay, por lo tanto, dos espacios claramente divorciados, el de la opinión, con sus infinitas plataformas mediáticas,  y el de la calle, donde todos, más o menos, nos afanamos en asuntos que caen del orden privado de los acontecimientos, aunque tengan tanta importancia como la reserva de las futuras vacaciones, los nervios que pasa toda la familia con la selectividad de las criaturas en edad de merecer un mejor destino o el precio inasequible de las cerezas del Jerte, casi a 7€ el quilo, lo que, como es mi caso, me obliga a pedirlas por unidades no por cuartos, libras, medios y menos aún por el inconcebible quilito de años ha. He oído, eso sí, y más aún leído, que parece acercarse poco menos que el apocalipsis con la entrada en los consistorios de los activistas antisistema, por más que sus candidaturas no sean, ni de lejos, en algunos lugares, las más votadas o lo suficientemente votadas como para tener un respaldo popular que las legitime. Se ha puesto de moda lo de los "pactos de perdedores", sin reparar en que nuestro sistema electoral no le da el poder a quien más votos individualmente ha obtenido, sino a quien consigue articular una mayoría. Otra cosa es que se nos venda la moto de los pactos contra natura o "dificilísimos de explicar", un asunto, en efecto, no menor y cuyas consecuencias inmediatas podremos ver en los inminentes comicios generales que se anuncian, dicen, para noviembre o finales de octubre.  Aquí es donde se produce el gran divorcio entre el sentido de las elecciones municipales y los análisis de las fuerzas políticas, casi todos ellos en clave nacional. La tendencia a la fidelidad en las municipales suele premiar ciertas prácticas cercanas a los ciudadanos; de ahí que abordar pactos que "violenten" ciertos resultados electorales, pueden acabar pasando onerosa factura a los "oficiantes" del rito siniestro. Otra cosa es que el nuevo ejercicio del poder logre atraer los votos de quienes ahora se muestran reticentes, pero la heterogeneidad de las plataformas opositoras más parecen augurar futuras discrepancias que unanimidades claustrales: al fin y al cabo, el poder es el pegamento político más fuerte que se conoce.
      En Barcelona, el seráfico movimiento BeC (Barcelona en Común), que no ha recibido sino un exiguo 15% del censo electoral de la ciudad y un 25% de los votos realmente depositados se ha estrenado con dos declaraciones que han  comenzado a levantar poderosas sospechas entre sus votantes mayoritarios: 1) son un fidelísimo aliado del proceso secesionista nacionalcatalanista para construir un Estado propio y 2) se negarán a acatar y obedecer las leyes que ellos consideren injustas. Recuerdo la chifla que se hizo acerca del carísimo iphone con que Colau se hizo un biselfie con el Gran Wyoming en un acto electoral en Nou Barris, pobladísimo barrio barcelonés cuya composición demográfica poco o nada hace pensar que hayan votado a doña Ada Colau para crear un Estado propio que convierta en extranjeros a todos los familiares de quienes asistieron a aquel mitin; y menos aún, dada la proverbial rectitud del pueblo llano, a que, en función de nuestro exclusivo criterio individual, nos neguemos a obedecer tal o cual ley de nuestro sistema jurídico. Si a todo ello añadimos la necesidad urgente de tener que pactar con quienes han llevado a la ruina política a quienes han pactado con ellos, DRC, y con un partido destrozado electoralmente, como el psC, nos atrevemos a pensar, desde a pie de calle, que nos esperan tiempos moviditos en nuestra política municipal. Esperemos que no sea para mal. Perdón, para peor.

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