jueves, 3 de diciembre de 2015

El rito electoral cuatrienal (si todo va bien).


                                   
José Ramón Sánchez


La campiña (sic) electoral o la suspensión del principio de realidad.


Llega ese momento esperado por las fuerzas políticas y temido por la ciudadanía: ¡La campiña electoral! Y no hay errata, ni puede haberla, porque se nos invita a ir de merienda, no tanto al reino de Alicia, donde hay más conflictos de los que parece, cuanto al de Jauja, un tópico de las utopías bienintencionadas con que nos regalan quienes hacen de la evasión de la realidad un arte, un métier, un oficio, un cometido, un truco de ilusionismo barato y populachero del que hasta el más cándido de los espectadores señala su imperfección manifiesta y su simplicísima invención. Los españoles estamos curados de espantos, después de tantos viajes como hemos hecho a la campiña electoral, esa excursión que nos deja en el hermoso prado de la felicidad terrena, a medio camino entre el Tigris y el Éufrates, o poco menos, pero sin huríes, de momento. Van cambiando los medios y los espacios de las alocuciones, así como las estrategias persuasivas; pero en esa gran feria de vanidades y medio verdades que son las visitas a la campiña electoral es difícil que nos dejemos engatusar, si es que no asistimos ya venc/didos de antemano a la interesada excursión. Los tiempos del caciquismo están lejos, pero ciertos tics para movilizar a las masas aún siguen teniendo predicamento, como los secesionistas catalanes se han encargado de demostrarnos fehacientemente durante tres temporadas apogeísticas, a las que es difícil que una cuarta les tome el relevo, pero nunca se sabe. Las tradiciones se van renovando y serán pocos, la noche electoral en la campiña, los que se dediquen a pegar carteles en las sufridas paredes de nuestras ciudades y pueblos, al margen de ese que será retransmitido por las televisiones. Habrá un convocante inicio de fiesta y ya se empezará, desde el minuto 1, a levantar el decorado de cartón piedra catalínico de la España que, como dijo aquel, cada vez más aquel, no conocerá, después de su paso por el gobierno, el de quien gane y llegue a gobernar (o el del que pierda y llegue a gobernar),  ni la madre que la parió. No es lo de los cojos andarán, los ciegos verán y los hepáticos tendrán un hígado trasplantado en cosa de días, pero no muy lejos andarán las cosas. El merchandising tradicional de los globos, las gorras, las camisetas, los mecheros, etc., será sustituido, me imagino, por los lápices de memoria con el anagrama del partido, con el riesgo consiguiente de que en él se almacenen todas las promesas después incumplidas que oiremos en la verde campiña de la feraz esperanza. En términos clásicos, hablamos de un locus amoenus, pero la presencia speakercorneriana de un inflamacorazones (cualquier soplapollas de los muchos que rodean a los líderes máximos) romperá el hechizo clásico para endilgarnos una retahíla de bienaventuranzas y milagros que aborchornarían a cualquier aficionado a Mesías, menos al Nada Honorable Mas, presto a prodigar mandamientos y a recibir mandatos que exprimir hasta desfigurarlos. La campiña electoral se parece mucho a los pósters naífos de la primera elección del PSOE, los dibujados por José Ramón Sánchez, pero en cada territorio adquiere un matiz distinto, con el sustrato fuertemente pueblerino de las muchas romerías en las que "todo es posible".Vuelven a invitarnos a visitarla, aunque mucho me temo que buena parte del espacio campiñero será virtual, como ya se advierte en Gorjeolandia, por ejemplo, donde ejércitos de clones partidistas acaparan el espacio sonoro con mentiras de tomo y lomo, confiando en que el bosque de gorjeos falaces nos oculten el sólido tronco hiperradial e hiperramificado de la corrupción de cada cual. No entra dentro ni de lo imaginable ni de lo previsible que la campiña electoral acabe convertida en el Jardín de las Delicias, pero que vamos a ver muchos monstruos y monstruosidades de toda naturaleza no nos cabe la menor duda, ¡ni tanto así!

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