viernes, 26 de agosto de 2016

El manifiesto de los 2310 revisitado



Una radiografía del prusés secesionista con 33 años de antelación.

[Rescato para esta Provincia un artículo, como otros anteriores, que aparecieron en Crónica Global, pero que no había colgado aquí. Aprovecho la relectura de aquellos artículos para devolver a su patria chica cuantos me parecen aún dignos de interés. Dado el debate sobre el manifiesto koiné y el último "incidente" rufianesco  en la universidad catalana de verano, me parece hasta necesaria la relectura de este artículo.]

Dígase cuanto antes: Los 2310 firmantes del manifiesto al que históricamente se le suelen restar los 10 firmantes iniciales, no se sabe si por aquello bíblico de que los últimos serán los primeros, fueron unos visionarios con quienes la sociedad catalana tiene contraída una deuda de gratitud que quizás un grupo como C’s o como UPyD, si llega a entrar en el Parlamento autonómico, debería intentar saldar públicamente le escueza a quien le escueza, porque desde tan lejos como el 25 de enero de 1981 nos avisaron con lucidez de la deriva totalitaria del nacionalismo catalán que, como una Salomé d’envelat, se ha ido despojando de los siete velos de su hipocresía táctica hasta ofrecernos el desnudo monstruoso del Estado propio en el que institucionalizar la corrupción como instrumento de dominación del autárquico Movimiento Nacional. A la edad vista del Mesías (el fetén), resulta esclarecedor leer este conjunto de juicios políticos, sociológicos y culturales, también educativos, que retratan, desde tan lejos, nuestro degradado presente. Leamos con atención, porque, ya entonces, no daban puntada sin hilo los "abajo firmantes" a los que les cayó encima toda la demagogia del Movimiento Nacional cuyas vergüenzas son el pan nuestro informativo de cada día, pan de algarrobas de posguerra, además: la tendencia actual hacia la intransigencia y el enfrentamiento entre comunidades, lo que puede provocar, de no corregirse, es un proceso irreversible en el que la democracia y la paz social se vean gravemente amenazadas. A pesar de que aquellos firmantes nos parezcan adivinos, no lo eran, porque fanatismos pederásticos como los de la ANC o Unum Cultural ya existían entonces, aunque sin el respaldo suficiente para enseñar su cara más agresiva y parafascista. No hay, en efecto, ninguna razón democrática que justifique el manifiesto propósito de convertir el catalán en la única lengua oficial de Cataluña. A día de hoy, en que ningún ayuntamiento, salvo en época de elecciones, utiliza el castellano, bien puede decirse que tampoco exageraban, ¿no? El destierro, es decir, la muerte civil oficial del castellano es un hecho, sin que ningún gobierno central haya creído que le concernía evitarlo, porque el chanchulleo con los votos de Minoría Catalana era el pasaporte para gobernar en el país, presumiendo, además, de la catalanidad en la intimidad. El principio de cooficialidad, pensamos, es jurídicamente muy claro y no supone ninguna lesión del derecho a la oficialidad del catalán, derecho que todos nosotros defendemos hoy igual que hemos defendido en otro tiempo, y acaso con más voluntad que muchos de los personajes públicos que ahora alardean de catalanistas. ¿Dónde queda hoy un principio tal, consagrado en la Constitución y en el Estatuto de Autonomía? Como si en la China de Mao estuviéramos, la Revolución cultural catalanizadora arrasó con la posibilidad de una autonomía escrupulosamente bilingüe a nivel oficial, y de aquellas lluvias de propaganda adoctrinadora nos movemos en los lodos de hoy. Resulta en este sentido sorprendente la idea, de claras connotaciones racistas, que altos cargos de la Generalidad repiten últimamente para justificar el intento de sustitución del castellano por el catalán como lengua escolar de los hijos de los emigrantes. Se dice sin reparo que esto no supone ningún atropello, porque los emigrantes 'no tienen cultura' y ganan mucho sus hijos pudiendo acceder a alguna. El menosprecio constante de la lengua materna de la mayoría de la población y de su cultura en esa lengua han ido alcanzando cotas tan delirantes que, por ser parte de mi experiencia directa, quiero resumir en la firme nesciencia de una joven licenciada en filología catalana cuando se la interpeló sobre la existencia de la cultura catalana en lengua española, como el caso de Juan Marsé. "¿Marsé? –dijo, y le ahorro al lector la descripción de sus aires de suficiencia– Eso es subcultura". ¿Es una respuesta así un caso de xenofobia o connotaciones racistas? Para mí es evidente que sí. ¿En virtud de qué principio puede negarse a los hijos de los emigrantes de cualquier lugar de España el acceso directo a esa lengua y a ese patrimonio cultural? ¿Acaso en nombre del mismo despotismo que pretendió borrar de esta misma tierra una lengua y una cultura milenarias? La historia prueba que esto fracasa. En efecto, repetir la historia como bufonada no ha sido el mejor camino para acabar 'de una vez por todas' con una lengua y una cultura tan catalanas como la que se manifesta en catalán, les guste o no a los unitodos: una lengua, un pueblo, un estado, un partido, un líder..., y cuya vitalidad –recuérdese a quiénes querían ver en la feria de Frankfurt...– no tiene visos de decaer. A 33 años vista de este diagnóstico lúcido, ha crecido el número de ploramiques que lamenta día sí y al otro también la asnotombe (por aquello de la pegatina nacional) de la desaparición del catalán y de la cultura en catalán, y constatan, los agoreros, que cada año desciende el número de catalanes que lo tienen como lengua materna. Y aun a pesar de esa cómoda lucha (con el poder político y el mediático de su parte) seguimos igual o peor de como estábamos hace 33 años. Se ve que no se equivocaban, los firmantes, con tan taxativo juicio histórico. Se evidencia cierta falta de honestidad para afrontar las verdaderas causas lingüísticas, culturales y políticas que puedan impedir el desarrollo de la cultura catalana en este intento de culpabilizar a los castellanohablantes de la situación por la que atraviesa la lengua catalana. Hubo un tiempo de atrición en el que incluso Carod Rovira se lamentaba de haber ofendido al dios de la realidad y reconocía que haber convertido el catalán en la lengua de poder le había hecho mucho daño y había mermado su capacidad de extensión e intensión. El mediocre y nepotista político ya ni se acuerda de aquellas declaraciones, ahora que cree que tiene a su alcance nada menos que un estado hecho y derecho con el que excluir de la ciudadanía a los no catalanoparlantes o a los bilingües que nos resistamos a la deriva parafascista del Movimiento Nacional. El derecho a recibir la enseñanza en la lengua materna castellana ya empieza hoy a no ser respetado y a ser públicamente contestado, como si no fuera este derecho el mismo que se ha esgrimido durante años para pedir, con toda justicia, una enseñanza en catalán para los catalanoparlantes. La patética figura de Aïna Moll contradiciéndose y renegando de su defensa ferotge de la enseñanza en la lengua materna para los catalanoparlantes, según las exigencias de la UNESCO, y reconociendo, cuando se impuso la inmersión (un sistema educativo soviético que debería haber suscitado un mayor rechazo en el gobierno central en su momento, lo cual nos hubiera ahorrado no poco fracaso escolar...) que eso de la enseñanza en lengua materna eran garambainas trasnochadas, lo dice todo para el buen “recordador”. Se intenta defender la enseñanza exclusivamente en catalán con el argumento falaz de que, en caso de que se respetara también la enseñanza en castellano, se fomentaría la existencia de dos comunidades enfrentadas. Falaz es el argumento porque el proyecto de una enseñanza sólo en catalán puede ser acusado -y con mayor razón- de provocar esos enfrentamientos que se dice querer evitar. Con este tipo de falacias hemos dado (en el Quijote no se dice “topado”, que conste...), tan recias como los muros de la iglesia contra la que dio D. Quijote. Desde entonces, y a pesar de que los sistemas educativos del País Vasco o de Valencia anulaban la falacia de los fanáticos catalanistas, seguimos soportando antiargumentos como éste. Se va acabando, sin embargo, el tiempo de su vigencia, como lo demuestra el despertar de quienes ejercen sus derechos. Pocos, de momento, pero todo es empezar... La lengua se ha convertido en un excelente instrumento para desviar legítimas reivindicaciones sociales que la burguesía catalana no quiere o no puede satisfacer. Y sin embargo, ahí tenemos a los sindicatos, que se autodenominan de clase, del bracete con Unum Cultural y la ANC dispuestos a perpetrar su traición a los trabajadores y a darles, en vez de un buen convenio, un boletín de suscripción a Unum Cultural. Es que no hay nada como que te exploten en la lengua de los patronos, ¡dónde va a parar! No es menos criticable el acoso propagandístico creado en torno a la necesidad de hablar catalán si se quiere «ser catalán» o simplemente vivir en Cataluña. En este punto sí que hay que reconocer que cedieron a la tentación andaluza de la hipérbole, porque si lo de entonces era “acoso propagandístico”, ¿cómo bautizarían a lo de nuestros días: campañas goebbelsianas? Ya hemos visto el eco mediático que ha suscitado en la prensa del Movimiento la caída del Santo Padre de la catalanidad moderna, atrapado con las manos en la masa, o mejor dicho, en la morterada... Mientras no se reconozca políticamente la realidad social, cultural y lingüísticamente plural de Cataluña y no se legisle pensando en respetar escrupulosamente esta diversidad, difícilmente se podrá intentar la construcción de ninguna identidad colectiva. Cataluña, como España, ha de reconocer su diversidad si quiere organizar democráticamente la convivencia. Es preciso defender una concepción pluralista y democrática, no totalitaria, de la sociedad catalana, sobre la base de la libertad y el respeto mutuo y en la que se pueda ser catalán, vivir enraizado y amar a Cataluña, hablando castellano. Esta conclusión la podrían firmar ahora mismo, con la cabeza bien alta, tanto C’s como Societat Civil Catalana. Lo que aquellos firmantes no intuyeron es que 33 años después de su certero análisis surgiera un impulso de contestación tan potente al Movimiento Nacional que fuera capaz de plantarle cara y abortar su deriva totalitaria. En eso estamos. También gracias a ellos que trazaron un mapa tan exacto como fiable de la verdadera realidad catalana.

2 comentarios:

  1. Llevaba poco tiempo en Cataluña cuando se publicó el documento a que te refieres y yo no era muy consciente de la situación lingüística. Recuerdo que era profesor en un colegio religioso en que acababa de introducirse el catalán como materia. La resistencia de los alumnos fue clara frente a ello. Me sorprendió que lo rechazarán. Era un colegio en el centro de BCN. En mis clases de lengua de COU se hacían debates una vez a la semana. Había auténtica fiebre por debatir. Ocupábamos toda la hora entre la exposición y el debate posterior. Era realmente apasionante por el momento en que se producía, recién salidos de una dictadura. Uno de los temas que se abordó en una de las clases fue la introducción del catalán en la enseñanza lo que evidenció un contraste entre los más nacionalistas y los que veían absurdo e innecesario que fuera la lengua en la universidad. Yo no tenía un criterio claro pero me sentía contento de dar salida a los puntos de vista de jóvenes en aquel momento tan intenso en que ETA asesinaba a cien personas anualmente, algo que pasaba sin demasiada repercusión en la vida cotidiana en Barcelona. Pocos días después del manifiesto tuvo lugar el 23F Lo recuerdo muy bien. Habíamos grabado en vídeo (algo muy novedoso en aquel momento) el debate sobre el catalán con una senyera presidiendo la mesa de los ponentes. Vinieron muy nerviosos los chicos que habían dado la charla a pedirme por favor que borrara el vídeo. Casi no hubo lugar porque rápidamente aquello se recondujo como bien recordarás y venció la Constitución frente a los golpistas. Ciertamente el tiempo en que se publicó el manifiesto fue decisivo en la reconducción del nacionalismo lingüístico en este país. Jordi Pujol se había hecho con la Generalitat en 1980 y así siguió durante veintitrés años. Empezaba a estar claro cuáles eran los propósitos de los nacionalistas algo que fueron desarrollando paulatinamente desde entonces hasta ahora. El gran artífice intelectual de todo ello sin duda fue Jordi Pujol. Frente a los que querían correr demasiado, él sabía la realidad de aquel momento y que haría falta una generación o dos para obtener su objetivo. En ello estamos. Pero debían quedar claras las líneas rojas y la principal era el monopolio de la lengua por los nacionalistas. Siempre he pensado que erré en venir a Barcelona en 1979. Desde luego mi vida hubiera sido otra. si hubiera ido a otro sitio a buscar trabajo. Da escalofríos pensarlo. Tenía la impresión de que Cataluña era un lugar abierto y cosmopolita, y en aquel momento lo era. Lo pienso unos días antes de esa manifestación de masas con infinidad de banderas y fervor patriótico. Estremece advertir cómo el fascismo crece y la gente no se da cuenta. Tarde o temprano estallará la violencia en esa fractura profunda que se está creando entre catalanes y los calificados como franquistas, es decir, los que disienten del proyecto totalitario que hay detrás. Y como políticos en Madrid tenemos a ese trío de imbéciles que protagonizan el juego (Rajoy, Sánchez, Iglesias).

    Desolador.

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    1. Con todo, lo consolador es que el castellano siga teniendo la fuerza que tiene, que las nuevas generaciones no hagan "suyo" el catalán impuesto e insoportable en las clases más aburridas del mundo; que la FEN catalanista no progrese, al cabo, sino donde el ecosistema no permite el pensamiento crítico, sino el sumiso que la pederastia ideológica de los secesionistas se encarga de imponer, es decir, una expresión del antiguo y faccioso carlismo rural que tan bien demoliera Larra. Como al final la libertad de espíritu acaba siempre triunfando, vendrán tiempos de arrepentimiento, de contrición y aun de atrición laica (sustituyendo a Dios por la Constitución que defiende los derechos individuales, los únicos posibles y plausibles) en esos jóvenes que hoy comulgan con auténticas ruedas de molino.

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