Bartolomé
José Gallardo o el afán polemista del XVIII prefigurando el enconado
enfrentamiento cainita entre las dos Españas, en aquellos tiempos de Fernando
VII, bajo las etiquetas de “liberales” y “absolutistas”.
Mi aventura galdosiana es de tal naturaleza -meterme para el cuerpo y el espíritu, seguidos, todos
los volúmenes de los Episodios nacionales-,
que cuando al paso me surge alguna lectura de esas que enseguida te imantan por
lo que prometen, tengo que tomar una decisión sobre cuyos efectos digresores nunca he podido calcular fielmente cómo acabarían afectándome. La lectura de diccionarios
es, con todo, una inveterada afición , no sé si sana, la verdad, a estas alturas
de mi vida, pero persevero en ella porque difícilmente puede un lector tener mayor
sensación de estar descubriendo algo “nuevo” que cuando se sumerge en las
entradas, golfos de aguas tranquilas, de ese mar vivo de las palabras.
Es el
caso de este diccionario de Bartolomé José Gallardo y Blanco (Campanario,
Badajoz, 13 de agosto de 1776 – Alcoy, Alicante, 14 de septiembre de 1852), un
librepensador que hubo de sufrir en sus carnes la nefasta manía de pensar y de
intentar comunicar a sus conciudadanos la primacía de la razón sobre la
superstición y de la libertad sobre el absolutismo. Estamos en el primer tercio
del siglo XIX, pero este volumen, combativo como ya denuncia el propio título,
aún arrastra ecos de las polémicas que atravesaron la segunda mitad del XVIII,
cuando de todo, por todo y para todo se publicaban libelos, panfletos y
tratados que, sin embargo, se movían en dos espacios muy definidos: la
tradición y el progreso, enunciados
quizás demasiado someramente, pero que, andando el tiempo, irían revistiéndose de
disfraces más reconocibles, como los que en la época de los autores, Gallardo y,
al parecer, un canónigo llamado Ayala, estuvieron de moda: absolutistas y liberales
(o constitucionalistas, de la Pepa). De hecho, Gallardo fue denunciado, llevado
a la cárcel en el Castillo de Santa
Catalina, y la edición fue retirada de la circulación. El autor del Diccionario
razonado manual, contra quien escribe Gallardo, el canónigo Ayala, se escondía tras dos pseudónimos: Antonio Freire Castrillón y
Pastor Pérez, declarados opositores “a las ideas liberales” desde la portada de
su panfleto absolutista. Pasados unos meses, sin embargo, se revisó el caso y Gallardo salió absuelto.
Como réplica al libro del tal clérigo Ayala, Gallardo escoge el método
de seleccionar unas cuantas entradas de su obra y, tras combatirlas con
saña, reescribir él lo que desde su punto de vista ha de entenderse por cada
uno de esos conceptos que acotan el terreno de lo que han de ser los constantes
enfrentamientos civiles que van a vivirse en España desde la llegada de Fernando
VII y su enemiga declarada a la Constitución que le arrebataba nada menos que el concepto de la soberanía nacional, que pasaba de estar representado por el rey a ser
representada por todo el pueblo español. Que el enfrentamiento es y será
encarnizado, queda claro en el tono de la réplica de Gallardo: sea cual
fuere la causa, del efecto no hay dudar : la guerra tronó. Días ha ya que mi
corazón presagió y leal me lo pronosticaba : siempre me temí que, desplumados
los aguiluchos de Pirene , tendríamos por lo menos que ponernos careta, cuando
no andar a tiros, contra la negra banda de los Cuervos que había de pugnar por
sacar los ojos a los que ven claro , para tener el orbe a media luz ó dejarle a
buenas noches. La lucha de la luz y las tinieblas había de renacer : lucha
terrible y porfiada que apenas deja tal cual respiro a las naciones, y que
empezó con el mundo y con él acabará. La radicalidad de las posturas es tal
que, de hecho, lo que está en juego es, nada más ni nada menos, que la
mismísima libertad de expresión, un derecho pleno del que, entre pitos y
flautas, no hemos disfrutado, en toda la extensión del concepto, hasta la
Constitución del 78: El diccionarista y
sus agavillados no quieren que pensemos ; sino que , digámoslo así, seamos como
antes pensados por ellos : ellos quisieran continuar en el alto señorío que se
habían arrogado del pensamiento , expidiendo de su mano las licencias de
pensar, negándose a reconocérselas a los
que no fueren ángeles de su coro.
Por eso desde el comentario al mismísimo
título de la obra que elige como objeto de su crítica, y como primera entrada
del mismo, Gallardo dispara, como se dice popularmente, con bala: DICCIONARIO
RAZONADO, “manual para inteligencia de ciertos escritores que
por equivocación han nacido en
España"— Así se titula el célebre Diccionario, objeto de nuestras
lucubraciones. Manual le llama su autor , como quien dice ligero , portátil; o
también, que anda de mano en mano , aunque sea como cuenta D. Quijote que andaba
el Avellaneda en manos de los diablos. “Para inteligencia de ciertos
escritores." Ya: para que lo entiendan los tales escritores, según aquella
clausula oficial: se lo comunico a V. para su inteligencia, etc., etc. ¿ No es
así? También puede ser por pasiva, estirando algo el sentido. Lo que me parece
que va fuera de él es eso de escritores que por equivocación han nacido en
España." Si el Diccionario está
escrito para que le entiendan o sean entendidos solos los escritores que por
equivocación han nacido en España: así como nuestro Montalván hizo un libro que
intituló Para-todos , nuestro diccionarista podría rotular el suyo Para-ninguno
; porque para nadie está escrito. Nadie se elige el nacer: y donde la elección
falta , no cabe equivocación. El hombre no nace donde quiere, sino donde su
señora madre le quiere ó le puede parir. Si el nacer estuviera en nuestro
arbitrio, pocos nacerían en Guinea , menos nacerían segundones , y casi todos
naceríamos mayorazgos. Lo razonado se me quedaba en el tintero. Este tal
diccionario se dice razonado ( racionalmente razonando ) por la razón de la
sinrazón que a la razón se hace en él a cada renglón, sin razón , ton ni son. Si se lee adecuadamente el texto, descubriremos en él uno de esos conceptos
que, andando el tiempo iría transformándose hasta acabar, en la época de la
dictadura franquista, convirtiéndose en el de la antiespaña y los antiespañoles,
reverdecido hoy, para mayor vergüenza suya, en el actual de los anticatalanes y anticataluña de los secesionistas totalitarios que no parecen haber
aprendido nada de la Historia.
Siguiendo
la política establecida por Lope de Vega sobre cómo había de hablársele al
pueblo, Gallardo defiende su expresión llana para ser entendido por todos: De un modo se ha de hablar al Preste-Juan, Y
de otro al monaguillo y sacristán; yo he procurado no perder nunca de vista los
sujetos a quienes enderezo la plática. Es preciso hablar a cada uno en su
lengua ; y porque gastar fililíes y primores de estilo con ciertas gentes
vendría a ser lo mismo que a la burra las arracadas , alguna muy rara vez he
bajado de mi ordinario tenor, allanándome a su modo de frasear con sus mismas
palabras y propios idiotismos. Todo este sacrificio he tenido que hacer en obsequio
de la claridad y del mayor aprovechamiento : agradézcanmelo mis discretos
lectores , y perdónenmelo ( si pueden ) los de oído melindroso : hablamos para,
que nos entiendan; al tonto es menester hablarle en tonto , al sordo o teniente
palabras recias, y.. . al buen entendedor pocas palabras.
El método, ya
digo, consistía en recordar las definiciones de Ayala, las cuales no tardaba en
criticar ni desde la propia reproducción de las mismas: CONSTITUCIÓN. Según los filósofos es cierto centón ó
taracea de párrafos de Condillac ( y ¿por qué de Condillac nominátim y
exclusivamente? ) cosidos con hilo gordo." (El diccionarista no ha podido
menos de descubrir la hilaza. ) Tan seguros estamos ( añade ) de que no será de
su gusto la que forme el augusto Congreso. Ahí el concepto congreso
“augusto” deja bien a las claras dónde radica la soberanía nacional.
Veamos
otro de esos conceptos políticos propios no solo de aquella época, sino de
todas, y que, como conceptos que han pasado de generación en generación, siempre
necesitan una crítica generacional: ALTA POLÍTICA. Sinónimo de lo que Bonaparte llama ma politique á moi. En España , desde el tiempo de nuestro
político monarca Felipe II , siempre se ha llamado razón de estado , aun en las
cosas que no son de razón ni de estado , sino conveniencia propia. No debiera
ser sino la suprema ley del bien de la república ( lo que los romanos liberales
llamaban salus populi ) : pero en
boca de ciertos políticos, la alta política no es más que un comodín para
saltar por lo más alto de la razón y la justicia, llevando las leyes do quieran
reyes.
Y ya puestos, acerquémonos a otro de esos conceptos que incluso hoy
en día, en que andamos a vueltas con la gente,
qué es la gente y quién la representa
mejor, son capitales: PUEBLO . Por pueblo no se entiende lo que dice el
vocabulero , porque... , porque no se entiende , ni se puede entender lo que
dice. Que me explique si no el más ladino qué entiende por este montón de
palabras: “Pueblo es la colección de figuras ó muñecones que traen los
titiriteros, según los filósofos.'' Hagamos de nuevo este artículo historiándole,
para que sea menos desabrido. Allá en los tiempos del rey que rabió, cuando diz
que los hombres no eran todos unos, sino que unos tenían la sangre roja y otros
tenían la sangre azul, unos parece que eran hijos de Dios y otros eran hijos
del Diablo; y en suma allá cuando había en el mundo Señores que se decían de
horca y cuchillo, y Reyes que eran señores de vidas y haciendas: en aquellos
tiempos , digo, por pueblo se entendía la villanesca , ó una grey ruin de
animales del campo que también se criaban en poblado, de los cuales otro
animal que por andar a caballo se llamaba caballero podía disponer , como
disponía de sus podencos. Pero modernamente ya, con esta negra filosofía, este
estudio de la naturaleza, esta monserga de los derechos del hombre , y este
juego de cubiletes de la división de poderes, se hace ver que villanos y
caballeros todos somos hechos de una misma masa; y en consecuencia se ha
variado la significación de la palabra Pueblo, fijándola en dos sentidos. En el
más alto y sublime es sinónimo de nación, y significa la reunión de individuos
de todas las clases del Estado. En este sentido decimos: el pueblo español es
de su natural bizarro, religioso y amante de su rey; y se dice también (con
perdón del señor Lardizábal) la soberanía del PUEBLO. Por pueblo en sentido más
humilde (pero nunca ruin; que en España no hay pueblo bajo) se entiende el
común de ciudadanos que , sin gozar de particulares distinciones, rentas ni
empleos, viven y tienen opción a los más altos destinos y condecoraciones con
que la patria remunera el mérito y la virtud. Este pueblo fue el que, el 19 de
marzo del inmortal año de 8, derrocó la estatua del bárbaro Nabuco que se había
colocado hasta en los templos del Señor. Este fue quien, EL DOS DE MAYO ,
desarmado , maldecido y abandonado por el débil gobierno de Madrid, se arrojó a
las huestes del pérfido Murat , lanzando el primer grito de la independencia
española: grito sublime que se oyó en los últimos términos de la monarquía, a
despecho del Consejo de Castilla, que mal aconsejado y peor aconsejante, se
empeñó en sufocarle con sus lánguidos gañidos. Pero la voz de la libertad
triunfó y triunfa; y el proverbio de que la voz del pueblo es voz del cielo, se
ve en España casi reducido a evangelio. ¡Gloria eterna al pueblo de Madrid y a
todos los pueblos de España!
Aunque yo solo lo recoja en parte, es
interesante todo la entrada dedicada al concepto “libertad”. Como nadie ignora,
la retórica dieciochesca, tan ampulosa, pero, en el campo de la sátira, tan atractiva,
como se habrá podido comprobar por lo que llevo destacado, suele tender al
exceso, de ahí que no quiera yo dejar sin
alientos a cuantos hayan decidido pasearse por esta Provincia, tan de puertas abiertas, siempre: LIBERTAD es el derecho que tiene toda criatura
racional de disponer de su persona y facultades conforme a razón y justicia.
Hay tres especies: natural, civil y política; o sease , libertad del hombre,
libertad del ciudadano, y libertad de la nación. Libertad natural es el derecho
que por naturaleza goza el hombre, para disponer de si a su albedrío. Libertad
civil es el derecho que afianza la sociedad a todo ciudadano para que pueda
hacer cuanto no sea contrario a las leyes establecidas. Y últimamente,
libertad política o nacional, es el derecho que tiene toda nación de obrar por
si misma sin dependencia de otra, ni sujeción servil a ningún tirano. — He
dicho. Y dicho todo lo anterior queda aquí para incitación de curiosos y
buceadores en el vasto piélago del pensamiento español que defendió, en los
momentos más difíciles, los valores que hoy nos garantiza la Constitución del 78,
heredera en línea directa de la Pepa, lo cual pueden hacer con absoluta
comodidad en la edición digitalizada por la Biblioteca Virtual de Andalucía, aquí.
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