domingo, 29 de octubre de 2017
Terror nocturno.
Ese mosquito de finales de octubre...
En perfecta situación especular del mes de mayo, siempre hay una noche a finales de octubre en que irrumpe en nuestro dormitorio ese mosquito cuyo zumbido, después de escapar ileso del manotazo con que me azoto el pabellón auditivo, dejándome sordo por unos minutos..., logra ponerme el cabello de punta, hacerme levantar de la cama para iniciar la dificilísima caza de animal salvaje y astuto donde los haya, y desplegar unas estrategias que no siempre dan el resultado apetecible. Lo primero que pruebo, siempre, es meterme en el cuarto de baño, entornar la puerta, aunque mi Conjunta está tan despierta como yo, y llevarme el libro de cabecera o el de los crucigramas de Fortuny para sentarme en la taza, desnudo -aún agreden los calores con su silenciosa y pegajosa lengua húmeda-, y esperar que ese temible zumbido irrumpa en el sencillo palacio de azulejos. Algunas veces funciona el reclamo, momento en el que cierro la puerta y solos los dos, en apenas dos metros cuadrados, sé que lo tengo acorralado y que mi visión de halcón sin plumaje acabará estampándolo contra el espejo, la ventana o el techo de la ducha. El otro día, sin embargo, hizo caso omiso del reclamo y, confiado en que hubiera tomado las de Villadiego para irse al salón, volví a meterme en la cama, cubierto como un amortajado. "¡Esta aquí!", susurró mi Conjunta y lo vi, en efecto, después de encender la lamparilla de mi mesa, sobre su frente, pero el miedo a que mi golpe consiguiera dormirla con un K.O. indeseado impidió que saldara cuentas con el intruso. Salté de nuevo de la cama y, ahora sí, tuve que encender las luces del techo y las de las dos mesillas: un quirófano, parecía la habitación con ese exceso de luz totalmente inusual, pero era lo que necesitaba para, ¡en veinte metros cuadrados -dormitorio y estudio-!, perseguir al más experto camaleón imaginable, el rey del trampantojo... Toalla en mano, retorcida y tensa para descargar el latigazo, voy recorriendo milímetro a milímetro todas las superficies posibles, y pido siempre al señor mosquito en el bufido que intuyo es capaz de descifrar que no se pose sobre alguno de los retratos de la cómoda, ¡veintitrés!, lo que me llevaría a provocar un sonoro estropicio descomunal. Me muevo también milímetro a milímetro porque, a veces, incluso el muy osado se ha atrevido a posarse sobre uno de mis hombros, el cogote o un muslo..., pero no, ¡ay!, esa noche fatídica de mi pesadilla. Ignoro qué ciencia infusogenética adquieren los mosquitos para eludir tan habilidosamente el acecho de un depredador humano que solo busca defenderse y poder dormir. En otras ocasiones, en verano, que vuelan con algo más de ahogo, por el pesado calor, me lo llevo tras de mí como Hamelín hasta el salón, donde me instalo en el sillón orejero, iluminándome con el brazo articulado de la lámpara, lo que proyecta un cono de luz sobre mi desnudez que ayuda lo suyo a que el mosquito "pique" e incluso llegue a posarse sobre las páginas del libro con el que me acompaño el insomnio correspondiente. Lo que no hago nunca es cerrar el libro de golpe, por no dejar huellas de mi mosquitocidio sobre las líneas de ni me imagino qué trama podría ser la salpicada, porque ese mosquito siempre anda con el depósito de sangre lleno.... Ese mosquito, sin embargo, estaba en nuestra habitación, escondido, esperando que depusiera mi actitud cazadora y volviera a acostarme, a oscuras, para reiniciar su sanguinario cometido. Mi Conjunta fue capaz de volver a troncarse, aun a pesar de la luz, y acaso por la hora, las 4'30 -la hora más peligrosa del mundo, según Sarah Kane para la inestabilidad psicológica- , mientras yo perseveraba en ese ojeo, y me río yo del de los amantes de las aves, del que esperaba la sólida prueba de un cadáver y unas gotas de sangre, antes de convertirme en rama de ese dulce tronco... Finalmente, hallélo majestuosamente posado junto al hilo de la lamparilla, muy cerca, sin embargo del frasco con la ocre arena del Sáhara que me regaló mi fraternal amigo J.C., y ahí me entraron todos los temores, porque errar el golpe y dar sin querer en el frasco iba a provocar una lluvia de arena que se me representó como una escena imposible de sufrir. Había, pues, de adelgazar la toalla al máximo, retorciéndola hasta llegar al cordoncillo, y ser capaz de ejecutar ese latigazo certero con la precisión del puntillero que odia hacer sufrir al toro en el descabello. Me acerqué con el sigilo con el que ese mismo mosquito suele hacerlo amparado en la oscuridad total y, tras tensar el arma, ¡zas!, visto y no visto, cayó fulminado el horrísono bicho terrible, aunque hasta que no rescaté del parqué el cadáver de la bestia feroz y lo arrojé, victorioso, a la papelera, no me restituí al lecho conyugal...
P.S. ¿A que se agradece olvidarse aunque sea por unos minutos del miserable esperpento del secesionismo? De nada.
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Lo has conseguido bien eso, alejarme unos minutos del secesionismo que es como el mosquito de las 4.30, incansable, zumbón, noctariego y temible porque siempre está pensando cómo picar a las víctimas inocentes de los españoles. Es inasequible al desaliento, urdiendo siempre tretas y artimañas truculentas. Nada le para. No sé si existe en democracia la toalla para cazar a tal bicho que no cesa. Creo que no. Debería hacerse un referéndum en España sobre la independencia de Cataluña y no creo que me equivoque demasiado que saldría que sí en el resto de España menos en Cataluña que saldría que no por poco, pero saldría que no.
ResponderEliminarFuera de consideraciones peregrinas, he de alabar este relato construido de la nada como todo buen relato. Alcanza tonos épico-burlescos que me han hecho gozar de la lectura. Y es que en literatura como en fotografía no es necesario nada extraordinario para urdir una obra digna. Un simple mosquito en la madrugada es suficiente para levantar el relato y hacernos vibrar a los lectores.
En casa lo solucionamos con el spray de Bloom que tenemos en la cómoda. De todas maneras a mí no me pican, no sé por qué.
Supongo que la sangre aragonesa les debe de asustar un poco... La tetuaní, sin embargo, oye, ¡un imán! Me alegro de que te lo hayas pasado bien. Me doy por pagado en mi desvelo. Y sí, en tiempos de inestabilidad personal y social, textos así son lo único que tengo a mi alcance... A mí me da la espina que es posible que salga una mayoría constitucionalista. ¡Cómo va a aprobar, alegremente, el grueso del cuerpo social catalán un suicidio colectivo como el que se está produciendo! Ya falta poco para salir de dudas.
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