Las opacas fuentes de los ingresos, el inviolable santuario del patrimonio...
Hablar de dinero, y más
concretamente del salario y del patrimonio es algo que va más allá de lo que
solemos entender por privacidad o propiedad privada: cae de lleno en el ámbito
de lo sólo equiparable a los "secretos de estado", esto es, a las
"cloacas del poder", de las que tan gráfica como maquiavélicamente
hablara F.G. en su día. Popularmente suele repatear que el Fisco haya de
saberlo todo y quienes pueden, como es público y notorio, se inventan mil
artimañas pseudolegales, por personas y/o empresas interpuestas, para volver
opaco lo que acaso debiera ser de dominio público. Ni siquiera entre los
autodenominados progresistas está bien visto eso de que se sepa "cuánto
gana" uno o cuál sea el patrimonio que ha ido acumulando. Nos cruzamos
unos con otros por la calle, vecinos, amigos, familiares y desconocidos, y si
supiéramos la verdad de esos ingresos nos llevaríamos un chasco tremebundo. Aún
recuerdo la estupefacción de un amigo que aprobó las oposiciones a profesor de
Secundaria y pasó de ganar 40.000 pesetas a 70.000 cuando se enteró de que la
tía de una amiga suya ganaba 75.000 ¡despachando billetes en el metro! Ya entonces el "misterio de los salarios
patrios" era para mí motivo de reflexión, sobre todo porque en la casa
familiar el "sobre" con el salario del padre, que se guardaba en el
armario de su dormitorio, junto a la pistola, por cierto…, jamás en una entidad bancaria, nunca llegaba
con sobrante a final de mes, y si había por medio alguna compra imprescindible,
de esas que antes eran "de primera necesidad" y que ahora parecen
"de último capricho" (los de tantos y tantas consumistas que llenan
su ocio con actividad tan deleznable), no había más remedio que pedir un
anticipo. En la era de la hiperinformación, de la glasnost, de la
transparencia, de las "nóminas de los políticos sobre la mesa", el
misterio del salario de los amigos y vecinos, y hasta de los familiares,
constituye un enigma que no lleva trazas de ser resuelto. Socialmente se
considera una impertinencia y una grave falta de educación hacer una pregunta
como: "¿Y tú cuánto ganas al mes?" Y si alguien se atreve a
formularla, no es extraño que se encuentre con un: "¿Y a ti qué te
importa?" que aborta la conversación de forma expeditiva, seca,
malencarada y definitiva. Hay personas para quienes la violencia de una
respuesta así les resulta imposible de ejercer y, delatándose con una sonrisa
conejil, se escabullen con un "mucho menos de lo que tú te imaginas",
que nos fuerza a multiplicar por 2 o por 3 lo imaginado.
Ignoro si en todos los países sucede
lo mismo, pero tengo la impresión -corroborada por años y años de reflexión y
conocimiento de datos al respecto- de que la anárquica estructura de sueldos o
ingresos de nuestro país refleja una realidad social en la que la formación apenas
cuenta para establecer expectativas razonables sobre lo que un trabajador puede
llegar a cobrar según sea su formación. De hecho, no deja de ser una de las
grandes ironías de nuestra organización social que un buen número de nuestros
investigadores, de cuyo trabajo depende en buena medida el desarrollo económico
del país, formen parte del ejército de mileuristas, si es que llegan. Todos
solemos ser muy reacios a confesar nuestros ingresos: nos parece un acto de
nudismo exhibicionista. Si cobramos poco, porque no queremos airear nuestras
miserias; si cobramos mucho, porque no queremos ofender a los que cobran menos
y están cerca de nosotros. Pero lo objetivo es que en ningún otro país como el
nuestro dista tanto lo que se cobra de lo que se merece cobrar en función de la
formación y de la dificultad intrínseca (tecnológica o intelectual) del trabajo
en sí. Por otro lado, y no es el menos importante, hemos de considerar el nivel
de las retribuciones en función de la responsabilidad que se asume. Un caso
paradigmático es el del presidente de gobierno cuyo sueldo, 82.978€ anuales, es
amplísimamente inferior a lo que gana el impresentable Torracista, jefe de bandoleros de la Particularidad: 146.926€, teniendo
en cuenta el muy diferente nivel de responsabilidad de cada uno de ellos. De
ese tenor podemos multiplicar los ejemplos y, según el caso Bárcenas, también
las corrupciones. Quienes viven del sueldo de funcionarios saben bien el escaso
valor que ha tenido siempre su sueldo,
en comparación con la "empresa privada", por más que ahora, en
tiempos de crisis, a todos les parecen "un lujo" esos sueldos
públicos. Ya nadie parece querer acordarse de cuando un encofrador, en los
buenos tiempos del ladrillazo, ganaba su hermoso millón de pesetas mensuales. Sí,
necesitamos una revolución copernicana en la estructura laboral de
retribuciones. La ley de la oferta y la demanda, tan importante, no puede pasar
por encima del mérito, de la formación, de la competencia y de la
responsabilidad. ¡Cuantísimo caudal humano no se ha llevado por delante la
ceguera de nuestros políticos! ¡Cuantísimos jóvenes, para quienes el estudio ha
sido, es y será una auténtica "bicha", acaso por influencia del medio
social en que viven, no son ahora ni-nis patéticos que acaso tendrán que ir
pasando de subvención en subvención hasta la jubilación final con una paga de
miseria. Casi casi es aquella chistosería del vivir de los padres hasta poder
vivir de los hijos, que se proclamaba como el ideal de la pigricia patria...
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