lunes, 10 de diciembre de 2018

La comarca de las cinco villas. La escapada.



Tres días y dos noches por espacios y poblaciones  privilegiados.

Tener un amigo que ha nacido en Uncastillo  -la lucha de sus habitantes es que no lo escriba nadie separado…- es siempre un motivo sobrado para visitar la villa y, puestos a darse una regalía para el cuerpo y el alma, albergarse en el Parador de Sos del Rey Católico, villa que recibe la adscripción por haber nacido en ella uno de los creadores de España tal y como la conocemos, aunque, al parecer, nació allí accidentalmente, pues su madre iba a alumbrarlo en Uncastillo. El privilegio turístico de esta, sin embargo,  incluso desde Sos lo reconocen, y animan al visitante ocasional de la Comarca a no perderse la belleza especial de un pueblo medieval y una judería muy digna de verse con la documentada explicación de la guía. Viajar, como nos sucedió, por paisajes por donde nunca antes han girado las ruedas del coche, es ya una recompensa notable para los modestos descubridores de realidades cercanas. El desvío hacia Egea de los Caballeros nos metió de hoz y coz en un escenario plácido y próximo a las bellísimas Bárdenas reales, rescatadas por los ecologistas al uso de campo de tiro del Ejército del Aire. Egea tiene algunos monumentos de interés, pero como la oficina de turismo cerró una hora antes de lo que indicaba el horario, nos quedamos sin información y sin la posibilidad de acceder a ellos. Por fuera es un pueblo grande, con ínfulas, aunque edificios notables como la antigua Casa de la Música hablan bien a las claras de un noble pasado. Estar desinformados nos llevo a acortar la estancia y seguir hacia Sos, para comer en el Parador, cuya reputación gastronómica es algo así como la señal de identidad del grupo de Paradores -en cuya dirección el presidente snchz ha enchufado a un próximo, por cierto, que en algo se ha de notar que ha cambiado el gobierno de dedo adjudicador de sinecuras…-. Y así lo hicimos, pero unas exquisitas migas de antología se me atravesaron por su contundencia, excesiva para un casi minusválido gástrico como yo… Nada que un par de horas de habitación tranquila y buena lectura no pudieran remediar. La visita al pueblo, construido todo él sobre roca,
bajo una lluvia de la que era fácil defenderse, dada la estrechez de sus calles y el insólito gentío que en fines de semana inunda la población, nos descubrió una ciudad en mucho parecida a Albarracín, también con su judería y sus iglesias y hasta una simpática escultura de José Luis Berlanga, de traje y con los pies descalzos y desnudos, en recuerdo del rodaje, en aquella población, de esa aproximación en clave de comedia a la Guerra Civil que fue La vaquilla, uno de los últimos destellos de su contrastado genio creador.
Entre Sos y Uncastillo nos desvió la recepcionista del Parador por una carretera comarcal que nos llevaba directamente a Uncastillo y en la que no nos cruzamos, en los cuarenta minutos de recorrido, con  ningún otro coche. Esa es otra de las grandes experiencias del turismo por las carreteras secundarias, atravesar el espacio por donde, desde tiempos remotos han viajado las personas a lomos de bestias o en toscas carretas. Con tantas curvas ceñidas a los lomos de las suaves colinas, la velocidad permite controladas distracciones para apreciar bosques, cultivos, montañas y un horizonte lleno de esplendor.  Tan temprano un domingo, e ignorantes de lo que la villa era, aparcamos al borde de la carretera y nos adentramos, sin otra guía que la percepción despierta de la belleza, por la distribución circular de la villa en torno al castillo, al que subimos y del que bajamos para concertar una visita guiada con vuelta, después de comer, de nuevo a los restos del castillo, lugares en los que siempre los estudiosos del medievalismo literario y del Romanticismo nos movemos como Pero por su casa. El guía supo darnos razón del linaje de nuestro amigo, el hijo de la hija del panadero, y en el restaurante de la villa nos confirmaron su nobleza y bondad natrales: “muy majo, el Paco, muy majo”. El guía, harto simpático y documentado, nos llevo como al ganado por las calles de la villa, ¡Vaaamos, vaaamos!, y apenas nos quedó rincón del que no nos explicara sus singularidades.
Dos visitas guiadas hicimos, y ambas muy diferentes. El paseo por la judería con la visita a los restos de la antigua sinagoga mayor y con un trozo de calle oculto a los ojos del visitante que llevaba al río para tener agua con que trabajar en los obradores, tenía algo de especial emotividad, dado el infortunio que hubieran de padecer habitantes que, de la noche a la mañana, hubieran de empacar sus cosas y poner rumbo al exilio forzado.  De la Iglesia que nos enseñó el dicharachero y socarrón guía que nos amenizó la visita, y más allá del órgano barroco, me impresiono la pila bautismal del siglo VIII. 
Acabamos la jornada en Sádaba, con la única intención, dada la hora, de visitar un castillo mucho mejor conservado que los de Sos y Uncastillo, con su nevero extramuros que, a mí particularmente, me llamó más la atención que el propio castillo, cuya guía lo mostraba con un enfoque didáctico que nos hizo pensar en las visitas obligatorias de los viajes escolares, ¡nuestro pasado laboral!
Viajar con la calma de quien no tiene objetivos que cumplir nos permitió encarar el largo viaje hacia la catedral románica de Jaca, con una disposición paisajística encomiable. Adentrarse por la esquina noroeste de la provincia de Zaragoza para llegar poco menos que a la confluencia de ella con Huesca y con Navarra, nos hizo dar una vuelta por el norte de las Cinco Villas que nos cercó a bosques en pleno cambio de hoja y a una autovía guadianesca de la que entrábamos y salíamos cada pocos quilómetro, únicamente para deleitarnos con nuevas muestras de la belleza paisajística que atesora España, para quien sepa apreciarla. Jaca, ciudad de deportes de nieve, nos gustó, no solo por la catedral, de cuya visita guiada , por el hecho de llegar cinco minutos tarde, no pudimos beneficiarnos: al no haber nadie a la hora prevista, la cancelaron. Con un tríptico nos informamos de lo que pudimos y apreciamos una suerte de catedral fortaleza de hermosa sencillez y  un entrada lateral llena del encanto de siglos cumpliendo la función de resguardo de los elementos. Tanto en Sos  como en Uncastillo, la queja fundamental era el despoblamiento de ambos pueblos, el escaso futuro que les aguardaba y la imposibilidad de revertir ese destino. El turismo por sí solo no es, para combatir esa situación, industria suficiente. Con todo, tanto uno como otro, suelen recibir, sobre todo en la campaña de verano, visitas diarias para asegurar la supervivencia de ambos. En un tramo del recorrido, al pasar por lo que llamaríamos el centro de la ida social de la villa, distinguí un puesto de diarios en el que pude adquirir El País del domingo, una lectura que nos entretendría las últimas horas del día antes de acostarnos y, al día siguiente, seguir camino hacia Jaca. Es sorprendente la capacidad de distensión que permite una escapada de apenas dos días y medio, desestresantes y llenos de vivencias históricas, artísticas, arquitectónicas y paisajisticas de enorme nivel, y que mejor se aprecian cuando se va a los sitios con el espíritu abierto a la sorpresa, sin albergar ninguna expectativa que, como suele pasar cuando se llevan, acaban siendo defraudadas por la realidad. Aún recuerdo la emoción de haber descubierto in situ la estricta objetividad del diminutivo de la Plaza del Torico, en Teruel. ¡Nunca se me despintará mi admiración por tan sabio rasgo de sentido del humor municipal y ciudadano! Me he apalabrado conmigo mismo que la próxima visita a esa bendecida comarca habrá de serlo a las Bárdenas Reales, mochila a la espalda y sendero por delante, pero no en verano, está claro…


3 comentarios:

  1. Bienvenido a la España vacía a la que ha dado nombre preciso Sergio del Molino en uno de sus libros más conocidos. España está llena de pueblos históricos sea Aragón como es el caso, Castilla León o La Mancha, Extremadura, Galicia, León, pero apenas sobreviven porque están casi vacíos y sin ninguna posibilidad de ser reinvertida la dinámica que ha llevado a su abandono. El fenómeno no es solo español, Portugal aparece en sus regiones más interiores con el mismo problema. El Alentejo, región preciosa, está despoblada igual que Tras-os-Montes o las zonas más próximas a Galicia. Despoblación y envejecimiento creciente, huida de los jóvenes, natalidad bajísima, emigración son fenómenos que hacen que estas regiones y ciudades tan valiosas como las que nos describes. en tu espléndida crónica, estén en la UCI de la historia. El mismo Albarración que mencionas fuera del núcleo turístico que ha sido elegido como pueblo más bonito de España por los lectores de El País está en medio de un desierto. Los españoles y en especial los aragoneses hemos huido de nuestra tierra dejándola morir. En veinte años el panorama no sé cuál será pero es fácilmente imaginable. He leído que en Francia el fenómeno de los chalecos amarillos surge también como reinvindicación de las áreas más despobladas y abandonadas por la capital del Sena. Tu crónica habla de belleza, de historia, pero también de abandono, de soledad, de desestimación hacia rincones de nuestro país que tuvieron su lugar en la historia pero que ahora ya no dicen nada a los nuevos ciudadanos. Desafortunadamente no conozco Las Cinco Villas ni las Bardenas reales. Conozco buena parte de España pero no ese rincón de mi provincia natal. Triste de mí.

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    1. Es curioso, sí, que siendo de Zaragoza, esa comarca hermosísima no te haya llamado nunca la atención como para acercarte a visitarla. Cosas de lo próximo y lo lejano. Yo soy un viajero de "radio corto", ya lo sabes, y, a mi edad, incluso de acomodo confortable. Voy a la aventura de la percepción, no de la pernoctación, de ahí esa comodidad con la que mi conjunta y yo nos regalamos. Par dormir con el colchón en el suelo, ya tengo la casa de mi madre en Madrid, ¡nuestro camping urbano! A ls Bárdenas tengo ganas de ir desde hace mucho, porque muchos sitios me atraen por ciertos reportajes fotográficos que te entran por los ojos una sed de paisajes conlos que necesitas estar en contacto en forma de caminata o de visita., como la imprescindible al cañón de Añisclo, por ejemplo. Me alegro de haberte descubierto algo, a ti, viajero insigne...

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