sábado, 26 de septiembre de 2020

Destino Nerja en tiempo de pandemia.

 


De la cueva a la hoz del Caminito del Rey o a las cabañas baje y a los palacios subí

         Salimos del arresto domiciliario, decretado por el lamentable gobierno de España, sin la euforia con la que su endeble presidente «decretó» la victoria sobre el coronavirus y lanzó a sus compatriotas a recorrer los caminos de España para disfrutar de su sol, de sus playas, de sus montañas, de su gastronomía, de sus tesoros artísticos…y una larga serie de relevantes cualidades turísticas que iban a hacer las delicias de tirios y troyanos, sus secuaces y sus detractores. Lo hicimos, por el contrario, con el realismo de la prudencia y la autoprotección escrupulosa que habría de regir nuestra comunicación con el mundo así que iniciáramos nuestro viaje turístico a un rincón de la provincia de Málaga.

         Con lo ahorrado durante los largos meses de confinamiento, mi Conjunta y yo creímos de justicia pro domo sua regalarnos una breve estancia de unos días en una playa con un entorno aún no visitado, pero de belleza acreditada, y en un establecimiento sin lujos asiáticos pero con toda la comodidad posible. Para esto último colaboró una magnífica oferta, con el 50% de descuento sobre el precio habitual, del Parador Nacional. ¡Y allá que nos fuimos!

         Amantes de recorrer nuestra red de carreteras, autovías y autopistas incluidas, a la moderada velocidad de cien quilómetros por hora, lo que permite con total comodidad la contemplación del paisaje y enfrascarse en aguerridos diálogos que exigen absoluta concentración en el uso de los argumentos, planeamos hacer noche ¡en Benidorm (vine i dorm…)!  En ese afán nuestro de ir sumando espacios de nuestra geografía a nuestro humilde y discretísimo historial viajero. Y a fuer de sincero, ¿hay algo más «exótico» que la ciudad rascaciélica del Mediterráneo?

A uno de sus alcaldes le oí hablar del «modelo de turismo vertical» que evitaba la degradación del paisaje al concentrarse, hacia lo alto, en menor extensión geográfica: Se non è vero… La llegada fue triunfal, porque la señora del gps —con quien suelo tener  mis más y mis menos en los viajes…— nos dejó ante la nada, pero confirmando que teníamos nuestro objetivo ante nuestras narices. Dos vueltas más y la decisión “de pedal” —desde el libro no escrito pero firmado por snchz me he prohibido la palabra «manual», salvo casos extremos—: bajarse del coche, caminar y preguntar: en un cuarto de hora dimos con el hotel. Lo primero, comer. Menú del día: cuatro platos, 15 euros. ¡Lo nunca visto en Barcelona! Y la higiene para prevenir el virus cumplida a rajatabla. El mirador de Benidorm permite una visión de ambas playas y sirve de punto de unión entre ellas para los paseantes de media tarde. Muy pocos extranjeros, pero húbolos. Cuando salimos a la mañana siguiente, había gente, a las 9, que hacía cola para coger sitio en una playa extensísima, pero con el acceso controlado.

         La llegada a Nerja, facilísima, nos permitió confirmar que todo el litoral, incluso desde la provincia de Granada, tiene un perfil montañoso que nos recordó, salvando las distancias, a nuestra querida Costa Brava. De hecho, incluso hicimos una excursión a una cala que bien nos podríamos haber ahorrado, porque un autobús lanzadera hacía el recorrido levantando un polvo por el camino de tierra que fue providencial que lleváramos las mascarillas. Entrar en un Parador Nacional tiene, siempre, algo de “entrada señorial”, de saberse en un espacio en el que reina la discreción, el silencio, la complicidad en el descanso, el respeto y el civismo. El de Nerja no fue la excepción, claro está. Todas las habitaciones están orientadas hacia la escarpada costa cuya contemplación es ya el primer regalo de los viajeros. Si además se dispone de un ascensor privado que te permite un cómodo acceso a la playa, la cosa va ascendiendo de «favorable» casi a «privilegio». Como el sol es enemigo serio donde los haya, los baños de mar y de sol nos dividen: tras el paseo de rigor por la orilla y el chapuzón sin medusas, yo ya busco sombra donde seguir leyendo, en este caso los amenísimos Retratos Contemporáneos de RAMÓN, como a él le gustaba que se le conociese, el Ramón por antonomasia mayúscula.

         Nerja es un pueblo hermoso, con un mirador discreto y volcado en el turismo: todos sus comercios tienen esa orientación, al menos en las calles próximas al centro del mismo. No tiene paseo marítimo porque todos son calas que se abren en una fachada  de acantilados de mediana altura En turismo, una gentil funcionaria que no discrimina edades, nos respondió, cuando le preguntamos que se podía visitar en la localidad y los alrededores, que si ya habíamos ido a visitar «la barca de Chanquete»… Me abstuve, claro está, educación obliga, de preguntarle si «ya» se había muerto… Eso sí, como el producto típico de la zona es la miel de melaza, no hay restaurante en el que no te sirvan la tempura de berenjena con dicha miel, de la que el Parador regala un frasco a sus huéspedes, por cierto. El mismo establecimiento que un día nos sorprendió, al retirarnos a nuestra habitación, con una bandeja de frutas frescas variadas que no solo nos entró por los ojos, doy fe…

         Las tardes dedicadas a la actividad turística de ritmo lento, nada de Si hoy es martes, esto es Bélgica… incluyen cinco destinos de indudable interés: Frigiliana; la magnífica Cueva de Nerja, Málaga, Almuñecar y El caminito del Rey. Nos sobró y bastó. Para el último, además, solo encontramos entradas para el día de regreso, por lo que hubimos de madrugar lo nuestro para llegar a tiempo a la salida y luego iniciar el regreso a media tarde, lo que nos hizo pernoctar en Valencia, porque no encontramos abierto ningún hotel de carretera desde Granada a Valencia. 


Frigiliana es una réplica costera de los pueblos blancos de las Alpujarras granadinas, donde tanto disfrutamos hace algunos años, y tiene la singularidad de que, recorriéndolo, ilustran al viajero sobre la guerra. La Cueva de Nerja es singular y bellísima, y se suma a la larga lista de cuevas que hemos visitado en nuestra vida. Me cabe el honor, además, de haber podido visitar la de Altamira hace ahora cincuenta años, cuando aún ni se pensaba en restringir el acceso. Para nosotros las cuevas son un auténtico imán. Hay algo de viaje a la semilla carpenteriano en esta afición tan arraigada, lo mismo que  la de las visitas a las ruinas, como aquella visita que hicimos a Los Millares, allá por el 82, en Almería, para la que tuvimos que ir a pedir la llave con la que abrir la valla que las protegía. Sí, es curioso, viajar, para nosotros, tiene mucho que ver con retroceder… Almuñecar tiene un castillo desde el que se contempla su fachada marítima y un dédalo de callejuelas medievales por las que da gusto perderse en un medineo de media tarde sin el sol inclemente martirizando los cuerpos. Málaga es una ciudad luminosa, bien abierta al mar infinito y llena de vida. Mi afición a los platos propios del lugar me llevaron a la porra antequerana que me suspendió en éxtasis gastronómico. Tiene Málaga algo de recóndita, y un mercado municipal que es una maravilla. 
La Alcazaba ajardinada, aunque muy rehecha, tiene rincones de sabor alhámbrico. 
Y el museo Picasso no está a la altura del prestigio del pintor malagueño; pero con el azote de 38 grados en el exterior, cualquier refugio artístico que dome el aire es siempre una bendición. Nos costó un buen rodeo descubrir el Café de Chinitas, pero en la plaza singular a la que se abren sus puertas nos plantamos para hacer las fotos de rigor, antes de que la salvaje piqueta, si el tiempo y la autoridad no lo impide, acabe con el palacio emblemático del cante jondo, de ecos lorquianos.

         Y, finalmente, la estrella del viaje, o poco menos, El caminito del Rey, que abre su hoz del Guadalhorce a unos 70 quilómetros de Málaga: una travesía a pie de unos tres quilómetros que se recorren, con explicaciones del guía, el nuestro era tan competente como simpático, en unas tres horas. A pesar del calor, se ha de llevar un casco de obra que, en caso de caída, desde esas alturas, me temo yo que protegerá entre poco y nada, pero «favorece» mucho para las fotos… El espectáculo paisajístico es digno de verse y la variedad de flora y fauna del camino enriquece la visita.

Escalofría pensar que por esa plataforma, cosida al borde del precipicio, caminaran, sin mayor protección, los obreros que construían la central hidroeléctrica, aguas arriba. Y pavor el hecho de representarse a los descerebrados que la recorrían ¡en bicicleta”, cuando se consideraba que era el camino más peligroso de Europa, si no del mundo… Como habíamos de regresar para BCN, optamos por subir a la autovía  que va a Granada por el interior, en vez de por la costa, lo que nos llevó, durante 30 quilómetros interminables, por una carretera desierta camino de Antequera, una de esas que en las películas usamericanas dan pie a encuentros de película de terror, como en La matanza de Texas…arbustos, piedras, sequedad y oteros desarbolados. Por desgracia, no teníamos ya  tiempo para visitar Antequera, pero se quedó para un próximo viaje, que lo habrá. Después de dormir en Valencia, en un hotel a las afueras, al estilo de los Fórmula franceses; en un barrio en el que a la mañana siguiente no encontramos ni una mísera cafetería, por lo que tuvimos que seguir camino hasta el área de servicio de Sagunto, nos pusimos a cien mi Conjunta y yo y nos cosimos al carril derecho de la autopista hasta llegar a casita, el mejor parador que conocemos. Nunca, como después de lo del arresto domiciliario, que tanta «ebriedad de poder» le deparó al presidente más mediocre que hemos tenido en la España democrática, después de Aznar, habíamos percibido la profunda y benéfica sensación de liberación que supone el «cambiar de aires», el «desplazarse» por amor a la carretera y a los caballos… de vapor.

 













2 comentarios:

  1. Hermosa crónica por paisajes que he recorrido en mis viajes antes de ser padre en los años noventa.

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    1. ¡Lo que debe de haber cambiado todo esto desde entonces! La gruta, eso sí, se conserva igual...

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