Aproximación
furtiva al cosmos de la cosmética…
Si en vez de a
leer libros y embarcarme en investigaciones filológicas de nula rentabilidad me
hubiera dedicado a hacer dinero, en nada lo hubiera invertido, en el supuesto
poco verosímil de haberlo conseguido, con mayor entusiasmo que en procurarle a
mi Conjunta un lavabo propio, de uso exclusivo, en nuestra habitación
compartida, porque es un hecho que es, esa suma de bodoir y cuarto de aseo
con tocador incluso, un espacio donde le gusta estar sola y no ser molestada
bajo ningún concepto.
Mientras en mi caso se trata de un espacio
exclusiva y rudamente utilitario, en el suyo se convierte en una suerte de
laboratorio donde los ingeniosos inventos de la cosmética hallan asiento y
destinataria entusiasta. Lubitsch captó algo de lo que ese espacio significa
para las mujeres cuando abrió su película Lo que piensan las mujeres con
ese excelente gag de las «proezas» aventureras del hombre que ha puesto el pie
en todos los rincones del mundo menos en uno donde jamás ha entrado y que nos
indica el rótulo que ocupa el plano: Ladies Lounge (Lavabo de Señoras).
Como la clase media-baja obliga a compartir espacios, incluso ese sagrado, y
como he acompañado de vez en cuando a mi Conjunta a las perfumerías, auténticos
templos de la sabiduría cosmética, alta expresión de la investigación científica
más avanzada, en todo comparables a los laboratorios farmacéuticos, no me son extraños
esos productos en los que en España se gastan casi siete mil millones de euros
al año, sí, han leído bien. Acaso para compensar, se trata de un sector
industrial que está a punto de superar al aceite de oliva en exportaciones…
Mi curiosidad, he de reconocerlo, lo tiene
todo de hermeneuta aficionado a los mensajes, simples o complejos, y de
lexicógrafo aficionado a la propiedad comunitaria más bella jamás imaginada:
las palabras. Desde el punto de vista del usuario de la cosmética me considero,
como señalo en el título, un auténtico miembro de la tribu de los Ñanga, esto
es, el ser más primitivo que pueda imaginarse, usuario exclusivo del agua y el
jabón elementales, salvo el detalle «exquisito» del uso del champú Klorane que,
como desarrollo a continuación, se ofrece al consumidor con el aval de qualité
que el uso del francés imprime al producto: Fortifiant &Stimulant
Shampooing á la Quinine et aux Vitamines B. Chute de cheveux- Cheveus fatigués. La cosmética, así pues, tiene un país originario, para el imaginario contemporáneo:
Francia. La cosmética no tiene edad, porque untos, ungüentos, pomadas, cremas,
aceites, potingues, afeites, tinturas y aun electuarios se remontan casi a la
aparición del homo sapiens sapiens sobre la faz de la Tierra, y ahí
están los egipcios para, más de tres mil años antes de Cristo, atestiguar la
continuidad de unas prácticas que, como el uso de las hierbas medicinales,
forman parte de la especie; pero desde que París se convirtió en el centro
mundial de la moda, el francés se ha convertido en la «lengua de la cosmética»,
que funciona como un marbete de garantía indiscutible sobre las bondades de los
productos, aunque, cada vez más, alterna el espacio con el inglés, si bien este
en segundo plano.
Lo primero que llama la atención al
profano en el santuario de la belleza de la mujer es la ingente cantidad de
empresas dedicadas al negocio de las promesas reconfortantes: ¡hasta veinte
marcas distintas! he clasificado en una breve aproximación a los potingues
básicos que figuran en todo tipo de recipientes que, fuera del armario de
mimbre donde ahora se almacenan, ocuparían con decoro un tocador con espejo de
tres cuerpos, similar al que ocupaba un espacio privilegiado en el dormitorio
de mis padres allá por mi ocho años y ante el que mi madre se sentaba como si lo
hiciera en el plano de una película usamericana. Cada una de esas empresas
tiene productos específicos para cada parte del cuerpo de la mujer, si bien es
el rostro, todo él, y destacadamente los ojos y los labios, los que se llevan
la palma de la atención estética.
Sin querer ser exhaustivo, quiero recordar
algunas expresiones depuradas de la religión de la belleza que profesan todas las
mujeres salvo las que, por razones ideológicas, se excluyen y optan por el noble
look de la caverna, hijas fieles de la madre naturaleza sin contaminación
ninguna de lo artificial, de esa impostura que, en el fondo, son cualesquiera
afeites. Lo propio es entrar en una perfumería y oír de labios de las
vendedoras experimentadas, auténticas sacerdotisas de dicha religión, el elogio
del producto y la descripción pormenorizada de lo que las expresiones francesas
más ocultan que explicitan para quienes desconocen el idioma, aunque ciertas
raíces léxicas son totalmente paneuropeas y nos dan a entender lo mucho bueno
que esas bendiciones pueden hacer por ellas. Los propios nombres de los
productos conforman ya un catálogo de «distinciones» maravillosamente
exquisitas: Visible Difference; Perfectly Clean; Hydra Beauty
MicroSérum; Biocils Yeux Sensibles; Prodigy Powercell Foundation;
Haute Exigence Nuit; Phyto- blush éclat; Lotion Tonique
Perfectrice; Crème Jeunesse des Mains; Discipline; Douix
Polissant…
Está claro que acceder a esos frascos
diseñados como estuches de joyas y pellizcar la crema milagrosa para acercarla
a las inevitables y encantadoras patas de gallo —que a mí siempre me han
parecido un bello adorno pícaro de la mirada—, con la esperanza de que ese
ungüento obre el deseado e improbable milagro de regenerar/recomponer/restaurar
la tersura perdida es todo un ritual al que en muy contadas ocasiones he tenido
acceso, porque sé que en esos momentos mágicos de la obra *resurrectora…
mi presencia no es en absoluto deseada, y menos si, con esa impertinente
curiosidad mía por todo, me intereso inquisitivamente sobre la utilidad,
composición y dosificación de los productos miríficos… Hay momentos de
privacidad que conviene respetar tan escrupulosamente como la confidencialidad
del correo o la inviolabilidad del domicilio —a pesar de las excusas de mal
juez de Marlasca para no respetarla con su policía—, porque garantizan la paz
del amancebamiento.
Esos productos milagrosos tienen, bajo su
nombre, expresiones que para los profanos son indistinguibles de los aditivos,
colorantes y conservantes de las etiquetas de los alimentos, o al menos casi
tan indescifrables como estos, pero se ve que para las usuarias cualificadas
obran como garantías de bellezas que solo esperan —y ahí algunos, no este menda
leyenda…, no acaban de entender lo que se espera de ellos cuando se sale del bodoir
de la restauración: la admiración incondicional— el reconocimiento del galán de
quien esperan que aprecien la composición y el artificio que acentúa, ¡sobre
todo!, la naturalidad en su más prístina presentación… A los ñangas pata negra poco han de decirles Foam cleanser; purifyng mask;
¡esta maravilla del Hydratant Repulpant Intense!; o la delicada Douce
Gelée demaquillant yeux…; o la impactante Crème d´sedaltérante Peaux
normales à Sèches, que parece digna de un menú Michelin; o la mentirosilla Crème
aérienne multi.protective Réparation des signes visibles de l’âge; o la que
casi se lleva la palma de las promesas datilares: Maquillage subtil e
lumineux, sculpte le visage, donne éclat et bonne mine…
Del mismo modo que en la nutrición han
florecido en los últimos tiempos alimentos prodigiosos que nos prometen poco
menos que una longevidad próxima a la inmortalidad, como la quinoa, la semilla
de chía, las bayas de goji, el kale (esto es, la berza común, vendida con valor
léxico añadido…), en la cosmética se van descubriendo ingredientes cuyos
beneficios en términos de belleza al alcance de cualquiera son evidentes. Así,
las Native Vegetal Cells; el Life Plankton Elixir; el Argan Oil Elixir; el Keratine
Thermique, Ceramide 1000; los Minerales
del Mar Muerto; el Acide Hyaluronique + Edelweiss; o la prometedora Masque baume nourrissant au Beurre de
Manfue Sauvage que compite, directamente, al parecer, con la Masque
Eclat Express Nettoyant à l’Argile Rouge; el Lipsomal Serum Antioxidant,
etc., sin que falten las vitaminas B y C, casi de rigor, por supuesto.
Como buen gañán reconozco que, puesto en
el brete de tener que buscar una apariencia que me desmintiera y me afirmara
como el imposible galán…, iba a decir del celuloide, pero la realidad me obliga
a decir «con celulitis»…, que nunca seré, sería capaz de aplicarme todas
esas mixturas maravillosas una detrás de
otra, del mismo modo que le digo a mi hermano médico que, cuando alcance la
edad de mi madre, quiero que me den todas las pastillas que ella se toma, para
garantizarme llegar a centenario…
Y hasta aquí esta mirada furtiva a un
dominio en el que he entrado guiado por la curiosidad y salgo con una confesión:
usé, en verano, para unas vesículas que me salieron cerca de los ojos, por el
sudor, sin duda, el agua micellar y un tónico astringente tras el lavado del
rostro con un jabón Roc Pro-Cleanse que,
si bien no me las eliminaron, me refrescaron de lo lindo…
En mi último viaje a Bulgaria traje, sin saber que era algo in un frasco de aceite de argan que encantó a mi mujer. Tenemos dos baños y uno es compartido por tres mujeres, la mía, mi hija pequeña y la abuela, así que es un sancta sanctorum. Yo me apaño con el otro en que solo hay pasta dentífrica y papel higiénico. Estos días hablo de austeridad a mi hija mayor y no hay mayor que la que dedicamos a la cosmética los varones. Abajo el patriarcado.
ResponderEliminarBueno, bueno, desde aquel invento de la "metrosexualidad", encarnado en el estupendo actor del Nespresso, what else?, la cosmética masculina ha dado un salto de gigante, aunque aún estemos a muchos años luz del repertorio femenino, por supuesto... Yo sí, yo sigo en la caverna, pero mi Conjunta me dice siempre que tengo una piel muy bonita... Será que me la pule el sudor al correr, porque no le encuentro otra explicación...
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