lunes, 14 de febrero de 2022

Leo Strauss o el arte de leer: un breve apunte sobre el rigor hermenéutico.

Los arduos caminos de la comprensión de los otros salvaguardando el respeto a la verdad: los fundamentos del trabajo intelectual serio, riguroso, objetivo.

Comprender las palabras de otro hombre, vivo o muerto, puede significar dos cosas diferentes, que por el momento llamaremos «interpretación» y «explicación». Entendemos por «interpretación» el intento de verificar qué dijo el hablante y cómo comprendía en realidad lo que dijo, sin tener en cuenta si expresó esa comprensión de manera explícita o no. Entendemos por «explicación» el intento de verificar las implicaciones de sus enunciados de las cuales no tenía conciencia. Por consiguiente, advertir que una declaración determinada es una ironía o una mentira corresponde a su interpretación, mientras que advertir que una declaración dada se basa en un error o es la expresión inconsciente de un deseo, un interés, un prejuicio o una situación histórica corresponde a su explicación. Es obvio que la interpretación debe preceder a la explicación. Si esta no se basa en una interpretación adecuada, no será la explicación del enunciado que se debe explicar, sino una ficción de la imaginación del historiador. Es también obvio que, dentro de la interpretación, la comprensión del significado explícito de un enunciado debe preceder a la comprensión de lo que el autor sabía pero no dijo explícitamente: no podemos advertir o, en todo caso, no podemos probar que un enunciado es una mentira antes de haber entendido el enunciado en sí mismo.
         La comprensión cierta, demostrable, de las palabras o los pensamientos de otro hombre se basa, forzosamente, en una interpretación exacta de sus declaraciones explícitas. Sin embargo, «exactitud» significa cosas diferentes en diferentes casos. Algunas veces, la interpretación exacta requiere sopesar con cuidado cada palabra usada por el hablante, mas esa cuidadosa consideración sería un procedimiento muy inexacto en el caso de una observación casual de un pensador o un hablante poco riguroso. Por lo tanto, a fin de saber qué grado o tipo de exactitud se requiere para la comprensión de un escrito dado debemos, ante todo, conocer los hábitos de escritura del autor. No obstante, puesto que esos hábitos solo llegan a conocerse de verdad a través de la comprensión de la obra del autor, parecería que al principio no podemos hacer otra cosa que guiarnos por nuestras ideas preconcebidas sobre su carácter. El procedimiento sería más sencillo si hubiera un modo de verificar la manera de escribir de un autor antes de interpretar sus obras. Es opinión generalizada que las personas escriben como leen. Por norma, los escritores cuidadosos son lectores cuidadosos, y viceversa. Un escritor cuidadoso desea que se lo lea con cuidado. Solo puede saber qué significa ser leído con cuidado por haber hecho él mismo lecturas cuidadosas. La lectura precede a la escritura. Leemos antes de escribir. Aprendemos a escribir mediante la lectura. Un hombre aprende a escribir bien al leer bien buenos libros y al leer con sumo cuidado libros escritos con sumo cuidado. Por consiguiente, podemos adquirir cierto conocimiento previo de los hábitos de escritura de un autor si estudiamos sus hábitos de lectura. La tarea se simplifica si el autor en cuestión se refiere en forma explícita a la manera correcta de leer libros en general o de leer un libro en particular que ha estudiado con mucha atención. Spinoza dedicó un capítulo de su tratado a la cuestión de cómo leer la Biblia, que él había leído y releído con sumo cuidado. Para decidir cómo leer a Spinoza, deberíamos echar una mirada a sus reglas para leer la Biblia.
         «La historia de la Biblia», tal cono Spinoza la concibe, consiste en tres partes: a) conocimiento exhaustivo del lenguaje de la Biblia; b) compilación y ordenamiento lúcido de los enunciados de cada libro bíblico respecto de cada tema significativo, y c) conocimiento de la vida de todos los autores bíblicos, de sus caracteres, su estructura mental e intereses; conocimiento de la ocasión y el tiempo de la composición de cada libro, de sus destinatarios, de su suerte, etc.

La formulación que hace Spinoza de su principio hermenéutico («todo el conocimiento de la Biblia debe deducirse exclusivamente de la propia Biblia») no expresa con exactitud lo que de hecho exige.

Así, la interpretación de la Biblia no consiste en entender a los autores bíblicos exactamente como ellos se entendían a sí mismos, sino en entenderlos mejor de lo que ellos mismos se entendían. Podemos decir que la formulación espinoziana de su principio hermenéutico no es más que una expresión exagerada y por lo tanto inexacta del punto de vista siguiente: el único significado de cualquier pasaje bíblico es su significado literal, salvo que razones derivadas del uso indudable del lenguaje bíblico exijan la comprensión metafórica del pasaje.

Según nuestro principio, las primeras preguntas que deben dirigirse a un libro serían de esta índole: ¿Cuál es su tema, es decir, cómo lo designó o entendió el autor? ¿Cuál es su intención al ocuparse de ese tema? ¿Qué preguntas plantea a su respecto, o de qué aspecto del tema se ocupa exclusiva o primordialmente?


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