Los arduos caminos de la comprensión de los otros salvaguardando el respeto a la verdad: los fundamentos del trabajo intelectual serio, riguroso, objetivo.
Comprender las palabras de
otro hombre, vivo o muerto, puede significar dos cosas diferentes, que por el
momento llamaremos «interpretación» y «explicación». Entendemos por
«interpretación» el intento de verificar qué dijo el hablante y cómo comprendía
en realidad lo que dijo, sin tener en cuenta si expresó esa comprensión de
manera explícita o no. Entendemos por «explicación» el intento de verificar las
implicaciones de sus enunciados de las cuales no tenía conciencia. Por
consiguiente, advertir que una declaración determinada es una ironía o una
mentira corresponde a su interpretación, mientras que advertir que una
declaración dada se basa en un error o es la expresión inconsciente de un
deseo, un interés, un prejuicio o una situación histórica corresponde a su
explicación. Es obvio que la interpretación debe preceder a la explicación. Si
esta no se basa en una interpretación adecuada, no será la explicación del
enunciado que se debe explicar, sino una ficción de la imaginación del
historiador. Es también obvio que, dentro de la interpretación, la comprensión
del significado explícito de un enunciado debe preceder a la comprensión de lo
que el autor sabía pero no dijo explícitamente: no podemos advertir o, en todo
caso, no podemos probar que un enunciado es una mentira antes de haber
entendido el enunciado en sí mismo.
La comprensión cierta,
demostrable, de las palabras o los pensamientos de otro hombre se basa,
forzosamente, en una interpretación exacta de sus declaraciones explícitas. Sin
embargo, «exactitud» significa cosas diferentes en diferentes casos. Algunas
veces, la interpretación exacta requiere sopesar con cuidado cada palabra usada
por el hablante, mas esa cuidadosa consideración sería un procedimiento muy
inexacto en el caso de una observación casual de un pensador o un hablante poco
riguroso. Por lo tanto, a fin de saber qué grado o tipo de exactitud se
requiere para la comprensión de un escrito dado debemos, ante todo, conocer los
hábitos de escritura del autor. No obstante, puesto que esos hábitos solo
llegan a conocerse de verdad a través de la comprensión de la obra del autor,
parecería que al principio no podemos hacer otra cosa que guiarnos por nuestras
ideas preconcebidas sobre su carácter. El procedimiento sería más sencillo si
hubiera un modo de verificar la manera de escribir de un autor antes de
interpretar sus obras. Es opinión generalizada que las personas escriben como
leen. Por norma, los escritores cuidadosos son lectores cuidadosos, y
viceversa. Un escritor cuidadoso desea que se lo lea con cuidado. Solo puede
saber qué significa ser leído con cuidado por haber hecho él mismo lecturas
cuidadosas. La lectura precede a la escritura. Leemos
antes de escribir. Aprendemos a escribir mediante la lectura. Un hombre aprende a escribir bien al leer bien buenos
libros y al leer con sumo cuidado libros escritos con sumo cuidado. Por
consiguiente, podemos adquirir cierto conocimiento previo de los hábitos de
escritura de un autor si estudiamos sus hábitos de lectura. La tarea se simplifica
si el autor en cuestión se refiere en forma explícita a la manera correcta de
leer libros en general o de leer un libro en particular que ha estudiado con
mucha atención. Spinoza dedicó un capítulo de su tratado a la cuestión de cómo
leer la Biblia, que él había leído y releído con sumo cuidado. Para decidir
cómo leer a Spinoza, deberíamos echar una mirada a sus reglas para leer la
Biblia.
«La historia de la Biblia», tal
cono Spinoza la concibe, consiste en tres partes: a) conocimiento exhaustivo del
lenguaje de la Biblia; b) compilación y ordenamiento lúcido de los enunciados
de cada libro bíblico respecto de cada tema significativo, y c) conocimiento de
la vida de todos los autores bíblicos, de sus caracteres, su estructura mental
e intereses; conocimiento de la ocasión y el tiempo de la composición de cada
libro, de sus destinatarios, de su suerte, etc.
La formulación que hace Spinoza de su principio hermenéutico
(«todo el conocimiento de la Biblia debe deducirse exclusivamente de la propia
Biblia») no expresa con exactitud lo que de hecho exige.
Así, la interpretación de la Biblia no consiste en entender a
los autores bíblicos exactamente como ellos se entendían a sí mismos, sino en
entenderlos mejor de lo que ellos mismos se entendían. Podemos decir que la
formulación espinoziana de su principio hermenéutico no es más que una
expresión exagerada y por lo tanto inexacta del punto de vista siguiente: el
único significado de cualquier pasaje bíblico es su significado literal, salvo
que razones derivadas del uso indudable del lenguaje bíblico exijan la
comprensión metafórica del pasaje.
Según nuestro principio, las primeras preguntas que deben
dirigirse a un libro serían de esta índole: ¿Cuál es su tema, es decir, cómo lo
designó o entendió el autor? ¿Cuál es su intención al ocuparse de ese tema?
¿Qué preguntas plantea a su respecto, o de qué aspecto del tema se ocupa
exclusiva o primordialmente?
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