Los amigos se reúnen; los amigos se convierten en editores; los amigos lo celebran con sus amigos: Bienhadada Rosamerón.
El día 30 de marzo, recién entrada la
primavera, tres amigos que decidieron crear la editorial Rosamerón, quisieron,
una vez aparecidos ya los cuatro primeros volúmenes de la misma, reunirse con
sus amistades para celebrar el éxito de la empresa, haber salido a las aguas turbulentas
del «mercado» bajo la admirable bandera de la lectura lenta y brindar por un
futuro halagüeño.
Invitado por el paradigma de la
cordialidad, Gregorio Luri, allá que fui, pensando que, conociendo solo a
Gregorio, quien tenía comprensibles labores de anfitrión a las que atender,
solo iba a disfrutar con los discursos de rigor, especialmente con el suyo. El inusual
lugar de reunión, la Gran Bodega Salto, en el corazón del popular barrio de Poble
Sec, la calle Blesa, y al que así se llama porque la industrialización temprana
de Barcelona le robó el agua abundante que bajaba de Montjuïc, ya daba a
entender que no se trataría de lo que popularmente se conoce como una «puesta
de largo», un «estreno solemne» o un «acto académico».
Y así fue. Desde mi irrelevante condición
de pulpo abstemio en el consabido garaje
(¡Qué sería de los de minoritaria condición si no se hubiera inventado el agua
tónica, con su pertinente luquete de limón y los siempre cool cubitos de
hielo!), nadaba, encantado, en el plácido oleaje de buenas vibraciones que se
respiraba en el abarrotado local. Tímido, demi natural, ni siquiera me atreví a elogiarle personalmente al diseñador que tenía al lado el magnífico logo de la editorial. Quede en estas líneas, donde me muevo con mayor soltura, la felicitación. Y llegaron los discursos, con los que me
defiendo mejor que en imposibles conversaciones con, eso sí, amables y
sonrientes desconocidos, todos ellos ataviados, como yo mismo, con el invisible
y reconocible mandil del supremo interés por la cultura.
Francisco Martínez Soria, antiguo editor
de Ariel, llamémosle, a lo Luc Besson, «el
profesional», entre los tres socios, nos adelantó el fundamento de la nueva realidad editorial: ir al encuentro
de nuestro presente, para, desde la inequívoca pluralidad del pensamiento, poder, en estos tiempos de confusión y de
devaluación de los conceptos, pasar acaso de la opinión a la convicción o al
auténtico conocimiento, que no es poco… Gregorio, en su turno, explicando el poderoso
aliento poético que hay en una empresa como la creación de una editorial,
auténtica salida quijotesca donde las haya, nos recordó el sustrato homérico
que intuíamos: «salimos de casa —dijo— para encontrar el camino de regreso a
casa», y ni a mí, ni a todos los presentes, ni a quienes ya han comprado alguno
de los volúmenes aparecidos, nos ha cabido ninguna duda de que, con Rosameron,
volveremos más sabios, esto es, reconociéndonos, sin trampa ni cartón, en la
mejor versión de nosotros mismos.
A continuación, ¡no se fuera a perder de
vista que, al fin y al cabo, promocionar los libros de la editorial es un deber
sacratísimo!, Francisco nos presentó al autor del último libro publicado por la
editorial, Contra el diagnóstico, de Marcos Obregón, un análisis
vivencial de la enfermedad mental y de sus repercusiones a partir del caso del
propio autor. La valentía con la que Obregón, desde su evidente fragilidad
emocional, nos habló del proceso de escritura y edición de su libro me bastó, entre otras razones que no vienen
al caso, para decidir que no pasará de
este fin de semana que «obre» en mis manos.
El contraste, ¡y que es la vida sin
ellos!, con la intervención del poeta Josep Pedrals, devolvió el ánimo festivo
a la reunión. La representación de Pedrals, porque la teatralidad de su actuación
es un factor decisivo, en el ámbito de la poesía burlesca —¡cuánto de viejo
juglar de plazas y ferias había en ella!— llenó el espacio de ilustraciones
divertidísimas de la teoría gracianesca generosamente vertida en su Agudeza y arte de ingenio. Ya en catalán,
ya en castellano, Pedrals derrochó ingenio, sutileza y socarronería como para
haber estado más de una hora larga escuchándolo, pero como hasta actos así
tienen el tiempo tasado, un comprensiblemente acongojado cantante, Verdú —«¡Muy
alto han dejado el listón…!»—, sumó sus acordes a la parlanchina cordialidad de
los presentes, y antes de que él acabará de complacer a la audiencia hube yo de
arrojar algo de la tinta que me sustenta y escabullirme hacia la salida para
llegar al Consum antes de que cerraran y comprar esas pequeñas cosas que caen
bajo el dominio de quien es jefe de intendencia de su casa.
Ante el frigorífico de los yogures, el pasillo
del papel higiénico y y los viciosos anaqueles del chocolate, me seguía
extrañando que a lo largo de la cordial reunión en ningún momento hubiera sido
recordado mi venerado Juan Ramón, algo incomprensible, dado el nombre de la
editorial, Rosamerón, cuando suya es la más breve y recordada poesía: ¡No le
toques ya más, que así es la rosa!
Dedicada principalmente al ensayo, el tan
amplio cajón de non-fiction en
inglés, esperemos que, en un futuro no muy lejano, consolidado ya el proyecto, se abra a otros géneros como el aforismo o la
novela: audere est facere…
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