viernes, 1 de abril de 2022

Celebración de Rosamerón, una nueva realidad de tomo y lomo (y enjundia).

 


Los amigos se reúnen; los amigos se convierten en editores; los amigos lo celebran con sus amigos: Bienhadada Rosamerón.

 

El día 30 de marzo, recién entrada la primavera, tres amigos que decidieron crear la editorial Rosamerón, quisieron, una vez aparecidos ya los cuatro primeros volúmenes de la misma, reunirse con sus amistades para celebrar el éxito de la empresa, haber salido a las aguas turbulentas del «mercado» bajo la admirable bandera de la lectura lenta y brindar por un futuro halagüeño.

Invitado por el paradigma de la cordialidad, Gregorio Luri, allá que fui, pensando que, conociendo solo a Gregorio, quien tenía comprensibles labores de anfitrión a las que atender, solo iba a disfrutar con los discursos de rigor, especialmente con el suyo. El inusual lugar de reunión, la Gran Bodega Salto, en el corazón del popular barrio de Poble Sec, la calle Blesa, y al que así se llama porque la industrialización temprana de Barcelona le robó el agua abundante que bajaba de Montjuïc, ya daba a entender que no se trataría de lo que popularmente se conoce como una «puesta de largo», un «estreno solemne» o un «acto académico».

Y así fue. Desde mi irrelevante condición de pulpo abstemio en el consabido  garaje (¡Qué sería de los de minoritaria condición si no se hubiera inventado el agua tónica, con su pertinente luquete de limón y los siempre cool cubitos de hielo!), nadaba, encantado, en el plácido oleaje de buenas vibraciones que se respiraba en el abarrotado local.  Tímido, demi natural, ni siquiera me atreví a elogiarle personalmente al diseñador  que tenía al lado el magnífico logo de la editorial.  Quede en estas líneas, donde me muevo con mayor soltura, la felicitación. Y llegaron los discursos, con los que me defiendo mejor que en imposibles conversaciones con, eso sí, amables y sonrientes desconocidos, todos ellos ataviados, como yo mismo, con el invisible y reconocible mandil del supremo interés por la cultura.



Francisco Martínez Soria, antiguo editor de Ariel, llamémosle, a lo Luc Besson,  «el profesional», entre los tres socios, nos adelantó el fundamento de  la nueva realidad editorial: ir al encuentro de nuestro presente, para, desde la inequívoca pluralidad del pensamiento,  poder, en estos tiempos de confusión y de devaluación de los conceptos, pasar acaso de la opinión a la convicción o al auténtico conocimiento, que no es poco… Gregorio, en su turno, explicando el poderoso aliento poético que hay en una empresa como la creación de una editorial, auténtica salida quijotesca donde las haya, nos recordó el sustrato homérico que intuíamos: «salimos de casa —dijo— para encontrar el camino de regreso a casa», y ni a mí, ni a todos los presentes, ni a quienes ya han comprado alguno de los volúmenes aparecidos, nos ha cabido ninguna duda de que, con Rosameron, volveremos más sabios, esto es, reconociéndonos, sin trampa ni cartón, en la mejor versión de nosotros mismos.

A continuación, ¡no se fuera a perder de vista que, al fin y al cabo, promocionar los libros de la editorial es un deber sacratísimo!, Francisco nos presentó al autor del último libro publicado por la editorial, Contra el diagnóstico, de Marcos Obregón, un análisis vivencial de la enfermedad mental y de sus repercusiones a partir del caso del propio autor. La valentía con la que Obregón, desde su evidente fragilidad emocional, nos habló del proceso de escritura y edición de su libro  me bastó, entre otras razones que no vienen al caso,  para decidir que no pasará de este fin de semana que «obre» en mis manos.

El contraste, ¡y que es la vida sin ellos!, con la intervención del poeta Josep Pedrals, devolvió el ánimo festivo a la reunión. La representación de Pedrals, porque la teatralidad de su actuación es un factor decisivo, en el ámbito de la poesía burlesca —¡cuánto de viejo juglar de plazas y ferias había en ella!— llenó el espacio de ilustraciones divertidísimas de la teoría gracianesca generosamente vertida en su  Agudeza y arte de ingenio. Ya en catalán, ya en castellano, Pedrals derrochó ingenio, sutileza y socarronería como para haber estado más de una hora larga escuchándolo, pero como hasta actos así tienen el tiempo tasado, un comprensiblemente acongojado cantante, Verdú —«¡Muy alto han dejado el listón…!»—, sumó sus acordes a la parlanchina cordialidad de los presentes, y antes de que él acabará de complacer a la audiencia hube yo de arrojar algo de la tinta que me sustenta y escabullirme hacia la salida para llegar al Consum antes de que cerraran y comprar esas pequeñas cosas que caen bajo el dominio de quien es jefe de intendencia de su casa.

Ante el frigorífico de los yogures, el pasillo del papel higiénico y y los viciosos anaqueles del chocolate, me seguía extrañando que a lo largo de la cordial reunión en ningún momento hubiera sido recordado mi venerado Juan Ramón, algo incomprensible, dado el nombre de la editorial, Rosamerón, cuando suya es la más breve y recordada poesía: ¡No le toques ya más, que así es la rosa!  

Dedicada principalmente al ensayo, el tan amplio cajón de non-fiction  en inglés, esperemos que, en un futuro no muy lejano, consolidado ya el proyecto,  se abra a otros géneros como el aforismo o la novela: audere est facere




 

 

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