Confesión de una conversión…
Acogiéndome a la pluralidad de opiniones
que caracteriza a la magnífica revista digital que es Ataraxia, me
voy a tomar la libertad de teclear un artículo sobre nuestro bien amado líder
nacional, Don Pedro Sánchez Pérez-Castejón, a quien, con relativa frecuencia, se ha
denostado desde esas mismas páginas, aunque, eso sí, con encomiable sentido
del humor, esa cortesía que abre todas las puertas.
Imagino que al leer el título de estos
párrafos en loor del prócer algunos habrán imaginado lo que está lejos de ser.
En efecto, esa no es la caída célebre de un dictador, sino la de un fustigador
de quien cuenta la leyenda que cayó del corcel, herido por la revelación divina, y oyó su nombre en las altas esferas de la música celestial que lo reconvertía
en defensor de aquellos a quienes combatía: tal es el referente que ha de ser
tenido en cuenta para lo que sigue.
Quiero disculparme, en primer lugar, por
haber propalado, desde Gorjeolandia, alguna que otra indignación contra a quien
ahora veo como la encarnación de todas las bondades políticas que han llegado
al Poder, aunque por los habituales renglones torcidos del Señor, para hacernos
más libres, más felices, más, sanos, más seguros, más amables, más correctos,
más feministas, más ecológicos, más resilientes y más sumisos a sus logros
políticos, prestos a inscribirse con letras de oro en los anales de la Historia
Oficial de nuestro país, en el negociado pertinente del ministerio
correspondiente.
Me ha costado un tiempo, ¡cuatro años,
exactamente!, apearme de la inquina que, ¡incomprensiblemente!, me suscitaba un
político que con tanta finura psicológica como amor propio se ha descrito a sí
mismo, por mano ajena, en un volumen que no tengo empacho en declarar que puede
significar para nuestra juventud lo que significó el Libro Rojo de Mao
para la China o El hombre unidimensional, de Marcuse, para la
generación hippie. Bien lo señaló en sus páginas: que él era «algo más» que un
rostro guapo, y que teníamos que descubrir todas sus virtudes para darnos
cuenta del alcance histórico de su misión, actualmente en curso: desterrar el
fascismo de la ultraderecha de España y «arreglar» nuestra Economía, la macro y
la micro. Solo los declarados enemigos de la justicia social ponen, con esas
metáforas sólidamente avaladas por la mejor tradición de la oratoria hispana
que ÉL usa, «palos en las ruedas» a un proyecto que, insisto, solo los «resentidos»
por el éxito de sus decisiones discuten y combaten.
A Don Pedro Sánchez Pérez-Castejón, insigne
doctor en Economía por la universidad privada Camilo José Cela, una elección
con la que ha querido manifestar su respaldo a la pluralidad educativa española
—las malas lenguas defienden que en cualquier universidad pública no hubiera
pasado el riguroso filtro que se exige a tales trabajos—se le ha querido
desprestigiar por cualquier vía, y ello cuando, como auténtico Faro de
Occidente, ha tenido que gobernar con una pandemia, la erupción de un volcán,
una crisis económica y una guerra que amenaza con traernos lo peor, algo que
sus actuales socios de mayoría parlamentaria intentaron por otras vías en
tiempos tan lejanos que traerlos al presente no es sino un acto insano de
insidia política que se descalifica a sí misma. Sus indultos nos han traído a
Cataluña la «pax castellonensis», aunque aún no ha sido reconocida como se
merece. Supongo que dentro de veinticinco años habrá fastos que la conmemoren
como a ello se ha hecho acreedora. ¿Quién puede negar que en Cataluña vivimos en el mejor de los
mundos posibles? Bueno, sí, los agoreros y los insatisfechos, aquellos que van
perdiendo todo apoyo electoral y a quienes solo les queda el grito de la
agitación para dar señal de vida.
Confieso paladinamente que me costó, al
principio, empatizar con una persona tan dedicada en cuerpo y alma al bien de
los demás, porque la abnegación y el desvelo que ha manifestado para con los
males de sus compatriotas merecen no tanto una biografía política cuanto una
hagiografía, a tenor de la santidad laica que trasminan sus decisiones, ¡y ahí
están los palmeros, que no me dejarán mentir! Pero el nuestro es un país de
envidiosos y rencorosos donde los haya, como nadie ignora. ¡Cómo no fui capaz
de congeniar con su finísimo sentido del humor!, por ejemplo. ¡Cómo me
arrepiento de mi obcecación contra un político que ha venido a devolverle a esa
dedicación las mayúsculas con que se escribirá eternamente su nombre! Sus dotes
de «seductor» están harto más que acreditadas, ¡y cómo duele eso en este país
en el que tanto se envidia el palmito ajeno! No es lo mismo pasearse con un
ritmo musical al caminar casi obamaniano, que hacerlo con los sincopados
ochenta quilos de un metro setenta, que debe de ser, imagino, la media nacional.
Fotografías hay, inequívocas, en las que mujeres de todos los colores políticos
y de todas las clases sociales, muestran su rendida admiración a quien casi
estoy seguro que podemos calificar ya como «el mejor presidente de nuestra
democracia», un título, hasta ahora, poco disputado, pero que, desde ahora,
tendrá un ocupante indiscutible.
Desprestigiar es una ocupación nacional
que alimenta a quienes respiran por la herida de su insignificancia, a quienes
son incapaces de ver las virtudes ajenas, reconocerlas y, como ahora mismo hago
yo, ensalzarlas. Solo hay que pensar en las auténticas campañas de desprestigio
que sufre continuamente Don Pedro Sánchez Pérez-Castejón, por cualquier motivo, sea
por un traspié geográfico, «Ahora voy a Huesca, luego iré a Aragón»; sea por un
neologismo en inglés, «amortiguate», perfectamente inteligible para el
hablante de cualquier lengua, por otro lado; sea por un lapsus que quien está
acostumbrado a trabajar con innúmeros datos cada día puede, ¡y aun debe…!,
cometer: «19 de cada 10 jóvenes no se han emancipado»…
La tesis que defiendo, así pues, en esta retractación de mi enemiga hacia un
personaje político que, bien reflexionado, ¡no nos merecemos!, es que, a pesar
de haberme explayado en sentido contrario con mi parcialmente errónea teoría del
Todovalismo, bien se echa de ver que no todo vale para criticar a alguien como
Don Pedro Sánchez Pérez-Castejón, un gobernante providencial como pocos y más eficaz
que todos sus predecesores en la lucha por conseguir la igualdad, la fraternidad
y la libertad de todos los españoles. ¿A quién no ha beneficiado? ¿Por quién no
se ha desvelado? ¡Cómo no vamos a loar a un político que, literalmente, se ha
convertido en un nefelibata con el único objetivo de estar en el acto allá
donde se le necesita, sea un volcán, una inundación, una plaga de topillos o
una defensa del sano ocio que atrae inversiones? Insisto: no-nos-lo-merecemos… Y
con mayor razón lo sabremos cuando, como pronostican sesgadas encuestas sin
apenas medios, frente a las amplísimas del ilustre señor Tezanos, director del
CIS, para nuestra desgracia, haya de desalojar la Moncloa «De los sos ojos
tan fuertemientre llorando…», porque la tarea de redención de España es
infinita y una legislatura es un lapso que solo a sus detractores se les hace
eterno y a sus admiradores, entre los que a partir de este artículo me cuento,
un nanosegundo.
P.S. Me hago cargo de la perplejidad de mis compañeros de
redacción, pero Ataraxia es reconocida, frente a los media
tradicionales, por la auténtica libertad de expresión de quienes participamos
en ella. Imagino que más de uno pensará que he rizado el rizo de la ironía.
Allá cada cual con sus pensamientos. El mío, expresado queda, es consagrar mi
vida a la defensa del débil frente a los poderosos, y ahora intuyo que los
vientos electorales van en esta dirección…, lo cual me aleja del oportunismo y
me acerca a la verdad y a la memoria histórica: esto no es un panfleto
adulador, sino un ejercicio de hiperdulía, como políticamente se merece quien
ha hecho del feminismo la necesidad básica de nuestra vida diaria. Amén.
Escribe usted muy bien, D. Juan, me he divertido mucho, muchas gracias
ResponderEliminar¡No sabe cuánto me alegra leérselo!
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarNo recuerdo por qué borré el comentario que te escribí hace dos años, seguro que fue porque me equivoqué de entrada - conociéndome, seguro que fue por eso- como no te lo escribí entonces, por lo que fuera, lo hago ahora... AMÉN !!
ResponderEliminarUn beso graaande JUAN y gracias siempre todo y taaanto!!!