domingo, 5 de junio de 2022

La caída…

 

Confesión de una conversión…

Acogiéndome a la pluralidad de opiniones que caracteriza a la magnífica revista digital que es Ataraxia, me voy a tomar la libertad de teclear un artículo sobre nuestro bien amado líder nacional, Don Pedro Sánchez Pérez-Castejón, a quien, con relativa frecuencia, se ha denostado desde esas mismas páginas, aunque, eso sí, con encomiable sentido del humor, esa cortesía que abre todas las puertas.

Imagino que al leer el título de estos párrafos en loor del prócer algunos habrán imaginado lo que está lejos de ser. En efecto, esa no es la caída célebre de un dictador, sino la de un fustigador de quien cuenta la leyenda que cayó del corcel, herido por la revelación divina y oyó su nombre en las altas esferas de la música celestial que lo reconvertía en defensor de aquellos a quienes combatía: tal es el referente que ha de ser tenido en cuenta para lo que sigue.

Quiero disculparme, en primer lugar, por haber propalado, desde Gorjeolandia, alguna que otra indignación contra a quien ahora veo como la encarnación de todas las bondades políticas que han llegado al Poder, aunque por los habituales renglones torcidos del Señor, para hacernos más libres, más felices, más, sanos, más seguros, más amables, más correcto, más feministas, más ecológicos, más resilientes y más sumisos a sus logros políticos, prestos a inscribirse con letras de oro en los anales de la Historia Oficial de nuestro país, en el negociado pertinente del ministerio correspondiente.

Me ha costado un tiempo, ¡cuatro años, exactamente!, apearme de la inquina que, ¡incomprensiblemente!, me suscitaba un político que con tanta finura psicológica como amor propio se ha descrito a sí mismo, por mano ajena, en un volumen que no tengo empacho en declarar que puede significar para nuestra juventud lo que significó el Libro Rojo de Mao para la China o El hombre unidimensional, de Marcuse, para la generación hippie. Bien lo señaló en sus páginas: que él era «algo más» que un rostro guapo, y que teníamos que descubrir todas sus virtudes para darnos cuenta del alcance histórico de su misión, actualmente en curso: desterrar el fascismo de la ultraderecha de España y «arreglar» nuestra Economía, la macro y la micro. Solo los declarados enemigos de la justicia social ponen, con esas metáforas sólidamente avaladas por la mejor tradición de la oratoria hispana que ÉL usa, «palos en las ruedas» a un proyecto que, insisto, solo los «resentidos» por el éxito de sus decisiones discuten y combaten.

A Don Pedro Sánchez Pérez-Castejón, insigne doctor en Economía por la universidad privada Camilo José Cela, una elección con la que ha querido manifestar su respaldo a la pluralidad educativa española —las malas lenguas defienden que en cualquier universidad pública no hubiera pasado el riguroso filtro que se exige a tales trabajos—se le ha querido desprestigiar por cualquier vía, y ello cuando, como auténtico Faro de Occidente, ha tenido que gobernar con una pandemia, la erupción de un volcán, una crisis económica y una guerra que amenaza con traernos lo peor, algo que sus actuales socios de mayoría parlamentaria intentaron por otras vías en tiempos tan lejanos que traerlos al presente no es sino un acto insano de insidia política que se descalifica a sí misma. Sus indultos nos han traído a Cataluña la «pax castellonensis», aunque aún no ha sido reconocida como se merece. Supongo que dentro de veinticinco años habrá fastos que la conmemoren como a ello se ha hecho acreedora. ¿Quién puede negar que en Cataluña vivimos en el mejor de los mundos posibles? Bueno, sí, los agoreros y los insatisfechos, aquellos que van perdiendo todo apoyo electoral y a quienes solo les queda el grito de la agitación para dar señal de vida.

Confieso paladinamente que me costó, al principio, empatizar con una persona tan dedicada en cuerpo y alma al bien de los demás, porque la abnegación y el desvelo que ha manifestado para con los males de sus compatriotas merecen no tanto una biografía política como una hagiografía, a tenor de la santidad laica que trasminan sus decisiones, ¡y ahí están los palmeros, que no me dejarán mentir! Pero el nuestro es un país de envidiosos y rencorosos donde los haya, como nadie ignora. ¡Cómo no fui capaz de congeniar con su finísimo sentido del humor!, por ejemplo. ¡Cómo me arrepiento de mi obcecación contra un político que ha venido a devolverle a esa dedicación las mayúsculas con que se escribirá eternamente su nombre! Sus dotes de «seductor» están harto más que acreditadas, ¡y cómo duele eso en este país en el que tanto se envidia el palmito ajeno! No es lo mismo pasearse con un ritmo musical al caminar casi obamaniano, que hacerlo con los sincopados ochenta quilos de un metro setenta, que debe de ser, imagino, la media nacional. Fotografías hay, inequívocas, en las que mujeres de todos los colores políticos y de todas las clases sociales, muestran su rendida admiración a quien casi estoy seguro que podemos calificar ya como «el mejor presidente de nuestra democracia», un título, hasta ahora, poco disputado, pero que, desde ahora, tendrá un ocupante indiscutible.

Desprestigiar es una ocupación nacional que alimenta a quienes respiran por la herida de su insignificancia, a quienes son incapaces de ver las virtudes ajenas, reconocerlas y, como ahora mismo hago yo, ensalzarlas. Solo hay que pensar en las auténticas campañas de desprestigio que sufre continuamente Don Pedro Sánchez Pérez-Castejón, por cualquier motivo, sea por un traspié geográfico, «Ahora voy a Huesca, luego iré a Aragón»; sea por un neologismo en inglés, «amortiguate», perfectamente inteligible para el hablante de cualquier lengua, por otro lado; sea por un lapsus que quien está acostumbrado a trabajar con innúmeros datos cada día puede, ¡y aun debe…!, cometer: «19 de cada 10 jóvenes no se han emancipado»…

La tesis que defiendo, así pues, en esta retractación de mi enemiga hacia un personaje político que, bien reflexionado, ¡no nos merecemos!, es que, a pesar de haberme explayado en sentido contrario con mi parcialmente errónea teoría del Todovalismo, bien se echa de ver que no todo vale para criticar a alguien como Don Pedro Sánchez Pérez-Castejón, un gobernante providencial como pocos y más eficaz que todos sus predecesores en la lucha por conseguir la igualdad, la fraternidad y la libertad de todos los españoles. ¿A quién no ha beneficiado? ¿Por quién no se ha desvelado? ¡Cómo no vamos a loar a un político que, literalmente, se ha convertido en un nefelibata con el único objetivo de estar en el acto allá donde se le necesita, sea un volcán, una inundación, una plaga de topillos o una defensa del sano ocio que atrae inversiones? Insisto: no-nos-lo-merecemos… Y con mayor razón lo sabremos cuando, como pronostican sesgadas encuestas sin apenas medios, frente a las amplísimas del ilustre señor Tezanos, director del CIS, para nuestra desgracia, haya de desalojar la Moncloa «De los sos ojos tan fuertemientre llorando…», porque la tarea de redención de España es infinita y una legislatura es un lapso que solo a sus detractores se les hace eterno y a sus admiradores, entre los que a partir de este artículo me cuento, un nanosegundo.

 

P.S. Me hago cargo de la perplejidad de mis compañeros de redacción, pero Ataraxia es reconocida, frente a los media tradicionales, por la auténtica libertad de expresión de quienes participamos en ella. Imagino que más de uno pensará que he rizado el rizo de la ironía. Allá cada cual con sus pensamientos. El mío, expresado queda, es consagrar mi vida a la defensa del débil frente a los poderosos, y ahora intuyo que los vientos electorales van en esta dirección…, lo cual me aleja del oportunismo y me acerca a la verdad y a la memoria histórica: esto no es un panfleto adulador, sino un ejercicio de hiperdulía, como políticamente se merece quien ha hecho del feminismo la necesidad básica de nuestra vida diaria. Amén.

 

 

3 comentarios:

  1. Escribe usted muy bien, D. Juan, me he divertido mucho, muchas gracias

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