Encumbrados en la humildad del sendero lacustre; enamorados de un valle único…
Abandonar la
gran ciudad —por mucho que su alcaldesa *populérrima (esto es, lo peor del populismo…)
la haya degradado, Barcelona aún puede ser considerada una gran ciudad— y
dirigirse a la Val d’Aran para hacer alguna excursión en el enclave
protegido del Parc Nacional d’Aigüestoertes, aunque sea en el breve
espacio de dos días, supone un desahogo, una desconexión de las rutinas y una
liberación de las servidumbres habituales que debería estar prescrito por la
Seguridad Social para ahorrarse muchas bajas y mejorar la salud mental y física
de los asegurados.
No me parecía
que se necesitaran tres horas de viaje para llegar, porque en modo alguno
equiparaba e desplazamiento al de acercarse a Zaragoza, pero las carreteras
nacionales no desdobladas en autovías tienen eso, y más si son frecuentadas por
camiones, que tanto ralentizan la marcha. El verano, además, ¡en este país tan
turístico!, parece ser el momento en que los conservadores de las carreteras
deciden hacer las reparaciones de rigor, con el consiguiente y mayúsculo cabreo
de los sufridos usuarios.
He de reconocer que, como buen ermitaño dedicado a la filología y la creación literaria que soy, me cuesta horrores ser arrancado de mis rutinas; pero cuando ello sucede, tengo, a veces, la suerte inmensa de acercarme a lugares o parajes que me arrebatan por su belleza o por su interés histórico, monumental, artístico o antropológico. En este caso mi objetivo era conocer algo del Parc Nacional d’Aigüestortes, porque un conocimiento extenso solo lo depara una vacación de, como mínimo, un mes, pel cap baix y «estar» en La val d’Aran. Que la experiencia haya sido breve no le ha restado ni un ápice de interés y belleza al recorrido que hicimos por el Circ Lacustre de Colomers, solos, en un paraje a unos 2400 metros de altura.
Apenas nos cruzamos con un grupo de turistas, acompañado por un guía local, y esa fue, aparte de la nuestra, la única presencia humana en ese Circo. El día amaneció lluvioso y eso supongo que amilanó a los exploradores; no así a nosotros, que nos encasquetamos los chubasqueros y nos dispusimos a pasar por lo que nos cayera. Al final, salvo la ascensión hasta la presa, no cayó lo que se esperaba y apareció un sol potente que nos acompañó casi todo el camino de cabras, porque, a esas alturas, los senderos no son para pasear, sino para triscar. Miráramos hacia donde miráramos, no había punto cardinal en el que no se nos quedara prendada la vista durante un buen rato. Como, a pesar de nuestro destino, no íbamos bien calzados, aunque sí con el bar a cuestas para el refrigerio pertinente, no nos detuvimos en exceso en ningún paraje, y fuimos sumando lagos pequeños y hermosos a nuestro ábaco de maravillas pirenaicas. Cuesta ver un peligro en esas alturas y entregados a tanta belleza, pero no ignorábamos que hacia las 16’00 h comenzaría a descargar una tormenta anunciada en los nubarrones oscuros que viajaban hacia nuestra ubicación.
Dada la altura, nos sorprendió la
vegetación y nos divirtió la escasa fauna con que compartimos camino: mariposas
que hubieran hecho las delicias de Nabokov y una hermosa libélula azul que me
acompañó un buen trecho, como heraldo de nuestro victorioso caminar circular.
De los corpulentos moscardones, pocos, mejor no acordarse. Quizás el lago con
una pequeña isla en su interior resuma a la perfección la hermosura del paraje.
En la memoria tenía L’estany de Sant Maurici como referencia, pero las
rutas que nos facilitaron en el Parador de Arties, situado en un pueblo que
merece ser visitado, aunque la incompatibilidad horaria nos privó de contemplar
el interior del templo, algo que sí hicimos, para nuestro placer, en Bossòst,
nos acabó llevando a esa ruta de lagos que intuimos de muy buen ver sin
equivocarnos nada. Incluso el desplazamiento en taxi desde donde se ha de
aparcar obligatoriamente hasta desde donde se inicia la ascensión al Circo, tuvo
su encanto, y nos recordó, por los baches del camino y la excelente suspensión
del vehículo a la travesía por el Coto de Doñana, que hicimos años atrás.
Caminar con rodillas de cartílagos deshilachados y meniscos mordidos no es, desde luego, lo más recomendable, pero he de confesar que no me di cuenta de ello hasta que la mayor hazaña de la visita me lo pareció subir al taxi para volver… Como la hora de comer se nos echó encima, lo hicimos en los Banhs de Tredòs, a plena satisfacción de los tres comensales que nos rehicimos de ciertas penalidades con la excelente cocina del lugar. La ducha fría y unos buenos estiramientos de columna en el Parador me devolvieron a la articulación del paso y los movimientos básicos, de ahí que pudiéramos desplazarnos a Bossóst. El valle, en pendiente hacia la frontera francesa es una suerte de santuario natural hiperconectado con el mundo, a juzgar por las construcciones, en su mayoría respetuosas con el medio, y no hay pueblo en el que no se pueda admirar una iglesia o unas construcciones de tipo tradicional adaptadas al clima extremo que allí se vive en invierno. El recepcionista insistió mucho en que la mejor época para visitar el Parque es en octubre, con el cambio de color de la hoja, porque en agosto no hay quien viva con el calorazo que se los come. Nuestros tres días de sol y lluvia nos han acompañado con unas temperaturas sobre los 18º que nos han permitido desquitarnos de la ola de calor que habíamos sufrido un par de semanas antes en Barcelona.
La impresión ha
sido tan indeleble que ya nos hemos conjurado para volver y rendir pleitesía a Sant
Maurici, amén de otras rutas por Artiga de Lin o Montgarri, pero
antes habremos de hacer un hueco para ir a conocer el tren cremallera que sube
hasta la Vall de Núria, donde aún no hemos estado, como perfectos ermitaños
que somos… De vuelta quisimos visitar el castillo de Benabarre, pero el lunes
sigue siendo día nefasto para el turismo en este país que tanto depende de él, paradójicamente…
¡Ni comer allí pudimos! En fin, cosas nuestras…
Magnifico peregrinar y buena narración, disfrutada tanto por este lector como los exploradores su ruta.
ResponderEliminarUna salida breve, pero un aluvión de oxígeno con unas temperaturas por las que ahora mismo, en este hades barcelonés, incluso pagaría...
EliminarHooola otra vez aquí abajo jaja a ver si me ves ; ) arriba quería comentarte en la entrada del viaje a Ibiza pero me equivoqué y la coloqué en la de tus hazañas deportivas ...
ResponderEliminarMe parado aquí porque justo este verano tb yo conocí esta preciosa y mágica tierra del Valle de Arán y para colmo de casualidades tb nos hospedamos en el coqueto parador de Aríes con sus habitaciones abuardilladas en un pueblo como de cuento ...como tú disfruté de la inmensidad maravillosamente mágica de Artiga de Lis... !! cómo podemos despotricar tanto de este país nuestro siendo un regalo vivir aquí !! ...por cierto, no te molestes en contestarme , es broma , además aquí ya te he leído q no iba tan desencaminada con la imagen q me había hecho de tu día a día ...eso sí, lo del deporte no me pegaba nada ...supongo q el menisco te lo hiciste cisco así
Bueno, un besito y me voy corriendo a currar , q hoy ya he jugado mucho por aquí ;)
El menisco, María, es consecuencia, creo yo, de la edad y de los 27 maratones que llevo hechos... Siempre es un placer contestar a quienes se pasean por mis rincones, porque los amigos siempre los inundan de luz y de alegría. Tenía yo cierta fijación con lo de la Vall de Aran y acerté de lleno. Y estoy contigo, tenemos una geografía física que vale cien mil veces más que nuestra geografia política... Un beso.
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