El insólito repertorio de accidentes domésticos que nos tejen los lares, los manes, las larvas y los penates...
No tiene nada
que ver con la edad ni con determinadas carencias espaciales o dificultades
para la motricidad fina: los accidentes domésticos, de infinito repertorio, no
dejan ileso a nadie ni nadie escapa a la acción diabólica de los geniecillos
del lugar, sean lares, manes, larvas o penates, pues no son pocos los demonios
que se empeñan en divertirse a nuestra costa, diariamente, en lo que se suele
concebir como un espacio seguro y libre de todo riesgo: nuestro hogar, y lo
llamamos así, y aun le añadimos el garcilasiano «dulce», a pesar de que el
origen de «hogar» está en el fuego, uno de los principales enemigos de la
incolumidad personal, se manifieste con llama o como simple fuente de calor. Y
así, de golpe, acabamos de entrar en la cocina, lugar donde se multiplican
hasta el infinito las posibilidades de sufrir los pequeños accidentes que, en
no pocas ocasiones, se convierten en «serios» desafíos incluso a nuestra vida,
como ocurre si una persona de avanzada edad —eufemismo de «viejo con
dificultades motrices»— se cae en el interior del cuarto de baño, otro de los lugares
endiablados en los que padecer la agresión de esos diablillos que hacen de
nuestro sufrimiento su venenoso placer adictivo: diríase que de nuestros ayes y
gritos desgarradores, amén de las lágrimas que concurren si el accidente es agudo,
se nutren con tanto provecho como complacencia.
No hay, en todo
hogar, lugar ni rincón donde no anide la posibilidad de una agresión que nos
martirice con una sutileza mandarina. Déjese un manojo de cubiertos en el
receptáculo donde se secan, al lado de la fregadera, y nótese, de repente, en
función de la energía depositada en el acto, cómo el diente de un tenedor entra
en la uña del fregador recordándole los hermosos versos del Cantar de Mío Cid…;
algo que suele ocurrir cuando adentra la mano para coger los mismos del cajón
de los cubiertos y a algún despistado miembro de la familia de dicho hogar se
le ha quedado uno orientado hacia la entrada de dicho cajón, en ve de hacia el
fondo oscuro del mismo… ¡Cuántas veces no nos han recorrido helados escalofríos el cuerpo al observar las puntas
de los cuchillos de cocina en el lavavajillas —por más que los fabricantes
recomiendan que no se laven en esos artilugios que tanto nos facilitan la vida doméstica—
e imaginar un tropiezo, de los habituales en toda casa, y la consiguiente caída
de espaldas sobre ellos, convirtiendo las nalgas en un dolorosísimo acerico…!
A veces, nuestra
laminada memoria inmediatísima favorece esos terribles encuentros, como cuando
al abrir la nevera cae un yogur de la inestable torre en que los apilamos para
ensanchar la cabida en las mismas y, con la puerta abierta del refrigerador,
nos agachamos para recoger los restos del desaguisado y subimos en línea reta y
contundente con el occipucio dispuesto a encontrarse en fúnebres nupcias con la
puerta abierta…, lo que, en el peor de los casos, nos hace aterrizar sobre los
restos del yogur extraviado para lamerlo del mismísimo suelo…, un número de
pista de circo que suele amenazar con serio dolor de vientre, del carcajeo que le provoca, a quien siempre da la
casualidad que se le ha olvidado algo, vicioso o no, en el abastecido
territorio de los fogones. No hablemos ya, por supuesto, de funestas manías, de nebuloso
origen desafiante, como la de acercar la palma tersa a la superficie del aceite
que se calienta para comprobar el adecuado grado de temperatura para la freidura…
De las manías dícense hijos, al parecer de los mitólogos, los manes, lares, larvas
y penates, porque, al cabo, juntándose unos con otros, tira más el mal y la
risa que propiamente la armonía y la paz, por lo que se cuadruplican los
riesgos y mengua en justa proporción la seguridad, la tranquilidad.
Si no hay silla
o esquina de un mueble con el que no se tropiece, cómo no va uno, si
trastabilla, a acabar apoyándose en la estantería de los cedés y provocar lo
más parecido a la cabalgata de las valquirias, o, en el caso de los anaqueles
de la librería, a un pandemonio de las nobles Letras que nos ilustran, provocando
la montonera de los autores, pisándose unos a otros los lomos, las cubiertas e
incluso las sagradas galerías interiores. ¡Quién no ha abierto la puerta del
cuarto de baño justo cuando otro inquilino del hogar, lleno de urgencias
evacuadoras, dirige su mano hacia el pomo con la esperanza del inminente asentamiento
liberador… O se ha levantado de la mesa, desplazando la silla hacia atrás, en el
mismísimo momento en que pasaba el servicial de turno con los platos camino de
la fregadera que se quedan, con estrépito de añafiles y panderetas, en el
umbral de la cocina…
Las diferentes
horas del día influyen lo suyo en el crecimiento o disminución de los riesgos,
aunque nadie está exento del súbito despertar juguetón de esos diosecillos y de
su malévola influencia, por supuesto. Por la noche somos más propensos a los
malos encuentros, a las encrucijadas y a los tropezones; por las mañanas, a las
torpezas de los cuerpos que arrastran aún cierta carencia adormidera, y a la
hora de la siesta, cualquier mal encuentro entra dentro de lo previsible,
incluso el de caernos de la cama en una siesta agitada de pesadillas
facilitadas por los torreznos, la fabada o el cocido…, si no nos levantamos
espantados por el rayo y corremos hacia la puerta de entrada, sudorosos, porque
nos percibimos envueltos en llamas…
El uso de los
cuchillos, al filetear los ajos y perfilarte las uñas y el hollejo de la yema
de la falangeta…; el de los enchufes: ¡esa
fraternal conexión electrizante entre el agua del fregadero y la puerta metálica
del lavavajillas, teniéndonos como puente, a imitación de las cutres, o de
culto, películas sobre el monstruo de Frankestein!; la prenda de ropa que se nos
escurre de la mano en los alambres del tendedero cuando corremos en auxilio de
la pinza que se nos ha caído por cerrarla en el aire en vez de en la tela, y
vemos la pieza de esta caer en majestuoso vuelo planeador hacia el fondo
tenebroso del patio de vecindad; el extremo de la sábana con que revestimos la
mano para tensarla bajo el colchón sin advertir que vamos a embestir con la uña
contra los remaches del cabezal; la bandeja del horno que limpiamos con alardes
de malabarista en la fregadera hasta que le damos la vuelta con tan escasa fortuna
que el chorro del grifo se dirige hacia nosotros para empaparnos y enfangar el
suelo…
No hay por donde
escaparse de la acción tremenda de los diablillos, que jamás aceptan el soborno
del culto ni la devoción. Vivimos expuestos a sus trapacerías y nos resignamos
con la humildad de quien sabe que ni Securitas Direct ni el seguro de hogar de
Santa Lucía, patrona de la buena vista, son capaces de prometernos la seguridad
en nuestro propio hogar…
Resignación, ¡y
decoración zen!
Hilarante y lúcido texto que convierte el hogar, y en especial la cocina, es un territorio inhóspito y peligroso lleno de vida interior amenazante.
ResponderEliminarUn pequeño desahogo en el mar de las tinieblas...
Eliminarun ahogo desahogo
ResponderEliminarTal que así, y sin contar la mala fortuna de hoy al vestirme y quedárseme atascado el pie en el chándal para dar con mis sufridos huesos contra el baúl de las sábanas... ¡Un no parar!
Eliminarjaja te estoy imaginando en modo momia todo vendado de arriba abajo después de sufrir todo tipo de percances en tu hogar de los horrores jajaja ciertamente, si uno se lo pone a pensar tienes razón, lo cierto es que tu entrada se encomendó a los hados del hogar griego o romano, en lugar de encomendarlo al ángel de la guarda, que en esto, el santoral cristiano tiene un nutrido grupo de expertos cuidadores, alados y sin alar que te ayudarán en lo sucesivo a evitar tantísimo sufrimiento y percance jajaja
ResponderEliminarMe ha encantado y mucho, muchísimo más verte aparecer por mi/tu casa... Mmmm qué ilusión me hizo verte allí, mil gracias y mil besos curativos y regenerantes ; )
Esto es un continuo desastre-tiempo, María. No hay día sin un tropiezo o algún despiste mayúsculo, como cerrar la cafetera y meterla en el frigorífico para hacer el café... Lo peor, con todo, son los pequeños golpes, fregando, barriendo, haciendo la cama, duchándote, sentarte y darte con la rodilla contra el soporte de hierro de la mesa... Cosas así. Un beso.
EliminarPerooo JUAN, aun sigues sufriendo desastres domésticos ?? Venga, cuéntanos como va tu convalecencia tras tanto infortunio; )
EliminarMuchos besos y buen finde!
Sobreviviendo, sin duda... La última ha sido levantarme una verruga vírica del dedo con la uña de otro de la otra mano y salirme un surtidor sanguíneo absolutamente inesperado... Creí que arrancaba excrecencia coriácea y ha resultado ser una espita... En fin, ¡un no parar! Gracias por el interés.
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