El temido género de las
despedidas públicas.
Hay dos
subgéneros de la oratoria, las despedidas a los difuntos o epicedios y las
despedidas por jubilación, que retan al ingenio y al corazón a partes iguales,
según el grado de relación o parentesco que se tenga con los homenajeados. Las
primeras, sobre todo, exigen una fortaleza y una presencia de ánimo que no
requieren las segundas, más festivas y de relativo menor compromiso. Una es el adiós
definitivo; la otra, un hasta luego y que te vaya bonito. A lo largo de la vida
solemos vernos en el compromiso, quienes somos aficionados a la escritura, de
dar un paso adelante y tratar de estar a la altura de las circunstancias. En
los momentos dolorosos cuesta mucho más, pero, según y cómo, en los momentos
festivos la exigencia se multiplica. Al fallecido no le llegan nuestras
palabras emocionadas; el homenajeado las bebe sorbo a sorbo con una conciencia
crítica que nos interpela hasta la raíz del ingenio.
Teníamos en
mi último Instituto un «profesor», residuo de aquel cuerpo de profesores
educados en la Academia Nacional de Mandos José Antonio, a los que, con la
llegada de la democracia, habían decretado «cuerpo a extinguir». Licenciado en
Derecho y amante del cine, se pasaba los días en la garita de la conserjería y,
como toda tarea, se encargaba de vigilar a los expulsados y, por la tarde, a
los castigados. La envidia de los demás, con 20 horas sobre las dos «cuerdas» vocales cada día, estaba más que justificada, pero, en ningún caso, la inquina
hecha cuestión personal y el menosprecio humano que sufría por parte de casi
todos. Como en mi modesta bonhomía son principios sacratísimos la cordialidad y
la cortesía, siempre, desde que nos conocimos, nos llevamos bien. Él era un
gigante de casi dos metros y voz de bajo profundo; yo, una tachuela vivaracha
de voz aflautada. Llegó el día, sin embargo, en que nuestro inquilino de la
garita decidió jubilarse y la Junta Directiva no encontraba a nadie que le
escribiera la despedida en nombre de sus casi compañeros, porque las distancias
de todos con él se medían en metros de espesor de nieve, aunque su política de
oídos aireados y bien comunicados, por uno le entraba y por el otro le salía,
cualquier malicia que le llegara, le permitían hacer su vida tranquila y cobrar
tan ricamente a final de mes; como no encontraban a nadie, se dirigieron a mí
para hacerle los «honores». Llegó el momento, en el banquete de las jubilaciones
y quedó para el final un adiós que, dada su afición, compartida conmigo, me
pareció «de justicia», aunque, una vez leído, ¡qué mal les sentó a algunos colegas
tan paleoizquierdistas como sin escrúpulos! Helo aquí, que viene saltando por
las montañas de los archivos olvidados…:
F***, te
felicitamos de corazón por la singular singladura 2012, una odisea del tiempo
que te llevará quién sabe si a los agrestes hielos de Los dientes del Diablo,
a las impetuosas aguas africanas de La reina de África o a las
bulliciosas calles del Nueva York donde quizás Travis Bickle (Are you talking to me? Are you really
talking to me?) te podría enseñar lo que esconde el glamour de La ciudad
que nunca duerme, por donde se pasea el Cowboy de medianoche, pero
también Ellos y Ellas (a pesar de que Brando desafine más que yo). Estoy
convencido de que te gustaría hacer el viaje en La diligencia, por
polvoriento que fuera el camino, dada la excelente compañía del reparto, pero
también estoy seguro de que te gustaría llegar como quien tú eres, El hombre
tranquilo que jamás se ha sentido, frente a los alumnos, Solo ante el
peligro ni ha perdido con ellos Los mejores años de nuestra vida.
Encargado de docilitar a los Rebeldes sin causa, siempre me ha parecido
que tu presencia le daba un cierto aire inglés a nuestra septuagenaria
institución, e incluso, con la reciente adquisición R*** del universo Nespresso,
me ha parecido, a veces, que destilaba la conserjería, un delicado aroma a Té
y simpatía. Desde la conserjería, donde tenías El nido de las águilas,
has visto una y otra vez, en los tempranos anocheceres invernales, La jungla
de asfalto en su más peculiar manifestación, incluso con el blanco y negro
lleno de sombras compactas y sorprendentes, y descarnados destellos luminosos.
En ese reducido espacio, junto al señor Á*** me parecisteis siempre Dos
hombres y un destino: velar por la integridad de nuestra venerable y
achacosa institución. Hasta es posible que desde esa especie de Puente sobre
el río Kwai que acabas de volar en mil pedazos liberadores, hayas sentido
un Vértigo desasosegante al contemplar, desde La ventana indiscreta
que da al parque, el ataque de Los pájaros contra las cotorras en esa
lucha descarnada que tienen por el escaso pan que les dejan y que resolvería
con total autoridad, como lo hace en los aeródromos, El halcón maltés o
el granadino halcón peregrino... Lo que te deseamos quienes te despedimos hoy
de tu vida laboral, ¡ese Oscuro objeto del deseo! para muchos de
nosotros…, es que no te veas jamás Atrapado en el tiempo de un solo día,
por mucho que se aprenda en él, sino que pases Una noche en la Ópera,
que pruebes La sopa de ganso, que nunca te comas Las uvas de la ira,
sino las indigestas de muchos Años Nuevos, que sientas la emoción de vivir Con
la muerte en los talones, que Adivines quién te viene a cenar, que
hagas Los viajes de Sullivan y que des La vuelta al mundo en ochenta
días… Los que nos quedamos te deseamos que nos recuerdes no como Lo que
el viento se llevó, sino como quienes te hemos conocido como el
imperturbable Atticus de Matar a un ruiseñor, un señor del derecho y el
adorable Fronkostin de El espíritu de la Colmena, alguien que, saliendo
de aquí, sabrá, más aún que estando dentro, ¡Qué bello es vivir!
Un brillante homenaje de un cinéfilo a otro que se cierra con la película de Frank Capra, ¡Qué bello es vivir!
ResponderEliminarPues algunas "compas" se quejaron de que me hubiera esmerado tanto con quien, a su sectario juicio, no "lo merecía"... Me parece que aquello tan antiguo de "tener humanidad" está en serio peligro de extinción...
ResponderEliminarDe verdad que un homenaje digno de un cinéfilo
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