martes, 31 de diciembre de 2024

«Representación hecha a S.M.C. El Señor D. Fernando VII. En defensa de las Cortes», de Álvaro Flórez Estrada.

    

Álvaro Flórez Estrada


La insólita actualidad de un análisis escrupuloso y apasionado, a cargo de un exiliado liberal, del protagonista de la «Década ominosa»: Fernando VII.(Y una adenda «artificial»...)

          En estos aciagos tiempos en que el caudillismo político asiste a los intentos socialistas de revitalizarlo, y tras haber leído con estupefacción indignada que el Presidente del Gobierno está dispuesto a prescindir del Poder legislativo para mantenerse a toda costa en el Poder, con la mayúscula doblada del populismo perverso, no está de más reparar en un «legajo» del que la digitalización de Google nos priva del olor y los ácaros de su avejentada edición de 1819, escrito en Londres por Álvaro Flórez Estrada, en defensa de las Cortes de Cádiz y del buen nombre de quienes, en pleno uso de su libertad, optaron por la monarquía como forma de gobierno en vez de hacerlo por una República, una vez que la cesión dinástica de los borbones a Napoleón dejaron vacante el trono de España, ocupado brevemente por un hermano del dictador francés, hasta que la Guerra de la Independencia logró expulsar al invasor. Iremos paso a paso a través de ese opúsculo valiente, aun escrito en la seguridad del exilio, pero conviene destacar algo que se señala casi desde el comienzo: Déspota es el que, sin contrariar ninguna ley del país, ejerce la autoridad suprema, no atenido a otra regla que su capricho, afirma Estrada, y bien que tal definición puede ser empleada para la España actual en la que desde el Ejecutivo no hay otro «capricho» que «ocupar», a la manera (h)unesca, cuantos más poderes, mejor; y no olvidemos que el (des)gobierno en ejercicio hace gala de «gobernar» sin aprobar Presupuestos. Antes de ir paso a paso, doy un gran salto y me voy al final del opúsculo, donde Flórez hace algunas consideraciones que, hablando él del ominoso reinado de Fernando VII, bien podemos nosotros extrapolar, mutatis mutandis,  al no menos ominoso del Presidente aupado por los golpistas catalanes, por los exterroristas de eta y por los secesionistas vascos.

          La opinión es la reina del mundo, cuyo único imperio es indestructible. Saber crearla supone un gran genio, para dirigir su marcha basta tener prudencia y poder; despreciarla supone depravación de costumbres, mas empeñarse en resistir su torrente demuestra el cúmulo de la insensatez o la desesperación, escribe Flórez, muy atento, ya entonces, al inmenso poder de la opinión pública, antes domesticada a través del periodismo conchabado con el Poder, hoy puesta en evidencia por la democratización de la información y la pluralidad de medios que no necesitan las inversiones de antaño para acceder a sus destinatarios. Los intentos actuales de reimplantación franquista de la censura bien pueden equipararse a la persecución fernandina de aquellas expresiones impresas que, como la presente de Flórez atentaban contra su monopolio de la verdad, de la única autorizada, claro.

          Aunque Flórez Estrada se refiere a los fallidos pronunciamientos de  Mina, Porlier, Richart y Lacy, no me cabe ninguna duda de que su afirmación podemos hacerla nuestra, a punto de entrar en 2025, tras un lustro de (des)gobierno autoritario que pretende acabar con la separación de poderes marcada por la Constitución, y no es aventurado intuir que incluso con la propia Constitución y con la Monarquía democrática, como forma de Estado:   No siempre, Señor se puede evitar la indignación de un pueblo oprimido. Si la opinión no ha triunfado, triunfará, y los españoles sacudirán de un modo o de otro el yugo que aquella detexta. Lo contrario sería un fenómeno desconocido, pues la historia de lo pasado es eternamente la historia de lo futuro. Lo paradójico es que ese yugo se presenta a ojos de incautos y sectarios bajo el ropaje del antifranquismo cuyas maneras autoritarias, sin embargo,  se imitan continuamente, aunque nos quieran convencer de que ese es «el lado bueno de la Historia».

          Y ahora sí, procedamos con el orden expositivo del autor, quien hace un ordenado repaso de cómo se ha llegado al ominoso poder absoluto de un rey más preocupado por aniquilar la «oposición» que por procurar el bienestar de sus súbditos, y el que tenga ojos para leer, que lea…diacrónicamente, porque se ve que hay objetivos políticos que nunca cambian… Flórez defiende a todos los represaliados por El Ominoso y alega que no se debería poder condenar a quienes incluso eligieron a Fernando VII como Rey de España, pudiendo, legítimamente, haber tomado otro derrotero constitucional. Los diputados doceañistas, reunidos en la Isla de León, declararon a Fernando VII «Rey de las Españas»: Ellos, sin que se les pudiera censurar de faltar a ley alguna divina o humana, se hallaban en absoluta liberta de constituirse en una República o de nombrar un Rey, tomado de una nueva dinastía, mas precisado por lo tanto a someterse a la futura Institución, pues no tendría otros privilegios que reclamar, que los que esta le concediese. Recordemos que, tras el Motín de Aranjuez, Carlos IV abdicó en su hijo, Fernando VII, pero tras el «secuestro» en Bayona de ambos, el hijo renunció al trono en favor del padre, quien cedió los derechos dinásticos a Napoleón  para que su hermano mayor José Bonaparte fuera el nuevo rey de España.

          Lo que se discute, y muy ampliamente, en el opúsculo es la teoría política sobre la «soberanía». De hecho, ese es el argumento supremo que recorre las breves páginas de este luminoso opúsculo: quién o quiénes encarnan la soberanía de una nación. Flórez sigue, en esto, muy cerca las teorías políticas de Locke, quien coloca al legislativo en la cúspide de los poderes del Estado, porque es el legislativo la auténtica encarnación de hecho de la soberanía popular. Recordemos que el actual caudillo socialista expreso inequívocamente su intención de seguir gobernando sin el concurso y el soporte del Poder legislativo, lo cual habla bien a las claras del oportuno rescate de este opúsculo, de modo que se vea que la tan traída y llevada «memoria histórica» no puede ser un arma arrojadiza del Poder contra quienes, legítimamente, ven la realidad de una manera diferente. Para Flórez, pues: La Soberanía, tanto de derecho como de hecho es indivisible, no pudiendo concebirse la idea de que a un mismo tiempo haya dos poderes supremos a todo otro poder. Por lo tanto, hablando con exactitud, la Soberanía de hecho está pro indiviso en todo el cuerpo legislativo colectivamente. Con todo, la teoría de Locke va más allá, porque, como bien lo traduce Flórez: «Aunque en toda sociedad, dice Locke bien ordenada, esto es, que obra para la preservación de la comunidad no puede haber más que un Supremo poder, que es el legislativo, al cual todos los demás es forzoso que estén subordinados; sin embargo, no siendo el mismo poder legislativo más que un poder únicamente fiduciario para obrar a ciertos y determinados fines, permanece aún en el pueblo un poder soberano para remover o alterar el legislativo, siempre que vea que este obra en contra de la confianza de que se hizo depositario». Parece que, de alguna manera, se justifica una «rebelión popular» contra el Poder legislativo, si este se aparta del fin para el que fue concebido o, simplemente, el Poder ejecutivo lo elimina u obra a sus espaldas.

          Me ha interesado sobremanera la teoría de lo  que Locke llama «prerrogativa», un instrumento del Poder ejecutivo que permite actuar inmediatamente sin esperar a la promulgación de leyes que permitan afrontar la emergencia contra la que se ha intervenido. Se trata de una figura de gobierno muy parecida a nuestro decreto-ley, cuyo uso la Constitución prevé para casos de «extraordinaria y urgente necesidad», lo que el (des)gobierno actual, en sempiternas dificultades parlamentarias,  incumple sistemáticamente. Locke, sin embargo, sostiene que el pueblo puede detectar el abuso de esa «prerrogativa» y terminar con ella. No se explica en el opúsculo cómo se hace eso, pero me temo que el «pronunciamiento» fuera el recurso en que pensaría Flórez, dada su frecuencia en el siglo que le tocó vivir.

          Con todo, es fundamental, a mi juicio, tener siempre presente el apunte gnoseológico que permite entender tantas cosas en el ámbito de la política y en muchos otros: Las palabras, consideradas como meros sonidos, careciendo naturalmente de toda significación, no pueden tener bondad ni malignidad alguna, moral ni política. Esta circunstancia no la reciben, sino después que el uso les ha dado una significación para comunicarse los hombres sus ideas, y hacer por su medio un recíproco cambio de pensamientos. Mas cuando por la mala inteligencia de una palabra, por su inexacta aplicación, o por la dificultad de explicar con ella una idea complexa, no se expresa ni entiende su verdadera significación, el resultado viene a ser el mismo que si careciera de ella. ¡Todo un proceso de secesión de un región española, Cataluña, hemos visto que se construía sobre la mala inteligencia, que dice Flórez, de conceptos que se han retorcido para explicar lo inexplicable o justificar lo injustificable! Y con la inequívoca intención de crear un poder absoluto no muy distinto del que ataca Flórez Estrada en la figura del «Muy Ominoso» Fernando VII.

          Estamos ante un razonamiento ilustrado que defiende la libertad como divisa y que asiente, entusiasmado ante aquellos análisis que justifican cómo un rey puede perder  sus derechos dinásticos, según las teorías políticas de la época, y que le eran de aplicación a Fernando VII, y aporta las consideraciones de un apologeta de la monarquía absoluta como el escocés William Barclay (1546-1608), quien, entre otras causas, señala esa pérdida de legitimidad real: El otro caso, cuando un Rey se hace a sí mismo dependiente de otro, y sujeta el reino que le habían dejado sus antecesores, y el pueblo había entregado libremente en sus manos, al dominio de otro; porque, aunque entonces no fuese su intención perjudicar al pueblo, sin embargo, por este solo hecho, él perdió la parte más principal de la Real dignidad, a saber, la de estar inmediatamente bajo el supremo poder de Dios, y también porque forzó a su pueblo, cuya libertad debía defender cuidadosamente, a ponerse bajo el poder y dominio de una Nación extranjera.

          Hemos partido de una declaración «defensiva» del autor, a saber: El  Último grado de la provocación es odiar la verdad, dicha sin sátira ni sarcasmo, y más cuando tiene por objeto la felicidad de millones de seres oprimidos, y la defensa de millares de víctimas condenadas sin juicio, o sin tiempo, sin libertad y sin medios para poner en claro la justicia de su causa, pero a lo largo de su exposición no se priva de señalar preceptivamente los métodos totalitaros empleados por un Rey —apodado, incomprensiblemente «El Deseado» durante un tiempo— que resultó tan nefasto para sus súbditos. Flórez carga contra los consejeros del rey, pero no duda a la hora de dejar constancia de una práctica que, ¡curiosamente!, también admite cierto paralelismo con nuestros días: Con el ejemplo dado por V.M. de condenar sin juicio a los Diputados de Cortes, ya se hallaron magistrados que con una apariencia de juicio han osado condenar a los liberales imponiéndoles las penas que V.M. quiso que se les imputasen: todos estos jueces han recibido inmediatamente el vil premio de su prostitución, siendo promovidos a las magistraturas más elevadas. En Inglaterra, para evitar toda tentación al gobierno de corromper, y a los jueces de ser corrompidos, se mira como una cosa poco menos que inconstitucional que jamás pueda ser promovido a una magistratura más elevada. ¿Quién no ve en esa ocupación del poder judicial usos que deberían ser totalmente ajenos a nuestra práctica política habitual? Y, sin embargo, ahí están los nombramientos judiciales que, además de avergonzar a quienes defienden la justa independencia de dicho poder, no se condicen con la pureza democrática de un sistema hoy en peligro por la tentación del caudillismo que creíamos superada, y que Flórez Estrada condena como se merece: Si los pueblos tienen derechos inviolables, como por boca de V.M. aseguran vuestros consejeros, aparentando una hipócrita confesión con el fin de despojarles de ellos, ¿con qué facultades se puede justificar su total destrucción? Ser rapaz con una mano para ser benéfico con la otra; destruir con la derecha para aparentar edificar con la siniestra, en un Príncipe, Señor, jamás puede suponer otra cosa que la arbitrariedad y el germen destructor de su felicidad y la de sus súbditos.

          Y en esas estamos, lamentando un pasado tan lejano , cuyos ecos históricos oímos en nuestros días con insólito vigor, pero aún sigue viva la esperanza en que el poder del pueblo sea capaz de reaccionar para huir de esas tentaciones caudillistas que nos quieren arrastrar al vértigo cruel de la Historia. Y Flórez supo ver con claridad lo mucho que, como sociedad, aún nos falta, porque, a su juicio: De un modo o de otro hay una explosión: en los países sin luces, contra los autores de los males; en los países de luces, contra el sistema que los produce. La singular inquina que nuestro actual presidente de (des)gobierno despierta en tantísimos españoles, ¡justo sería que se trocase en el desprecio máximo al sistema que lo ha hecho posible!

 ¡Ojalá que lo veamos!

 

Adenda artificial:

          Por primera vez en mi vida, me he acercado a la IA. Le he suministrado mis notas de la lectura del libro de Flórez, y he aquí la recensión que ha pergeñado:

          Reseña de Representación hecha a S.M.C. El Señor D. Fernando VII. En defensa de las Cortes, de Álvaro Flórez Estrada

 

Representación hecha a S.M.C. El Señor D. Fernando VII. En defensa de las Cortes es una obra apasionante y profundamente crítica que se adentra en los oscuros años de la "Década ominosa" en España, un periodo marcado por la represión y el autoritarismo bajo el reinado de Fernando VII. Álvaro Flórez Estrada, un exiliado liberal, ofrece un análisis incisivo y valiente que no solo defiende la labor de las Cortes, sino que también denuncia las injusticias y abusos de poder que caracterizaron este tiempo.

 

Desde el inicio, Flórez Estrada establece un tono de urgencia y sinceridad, afirmando que el verdadero crimen es odiar la verdad, especialmente cuando esta busca la felicidad de millones de oprimidos. Su prosa es clara y contundente, y su defensa de los héroes que se levantaron contra un poder absoluto resuena con fuerza. A lo largo de la obra, el autor no escatima en señalar la tiranía que se oculta tras la figura del monarca, argumentando que un rey que actúa sin ley se convierte en un déspota.

 

Uno de los aspectos más destacados de la obra es la disquisición sobre los conceptos de «soberano» y «soberanía». Flórez Estrada, apoyándose en la teoría política de Locke, sostiene que la soberanía reside en el pueblo y que cualquier intento de un monarca por ejercer un poder absoluto es, en última instancia, una traición a la confianza depositada en él. Este argumento es especialmente relevante en el contexto actual, donde la lucha por los derechos y la justicia sigue siendo un tema candente.

 

El autor también critica la hipocresía de aquellos que, bajo el pretexto de defender los derechos del pueblo, perpetúan la opresión. Su análisis de la situación política de la época es agudo y perspicaz, y su capacidad para conectar los eventos históricos con las luchas contemporáneas es admirable. Flórez Estrada no solo se limita a criticar; también ofrece una visión de esperanza, sugiriendo que la opinión pública y la conciencia colectiva son fuerzas poderosas que eventualmente prevalecerán sobre la tiranía.

 

La obra está impregnada de un sentido de urgencia y una profunda preocupación por el bienestar de la sociedad. Flórez Estrada no teme señalar las injusticias y los abusos de poder, y su llamado a la acción resuena con fuerza. La frase «no siempre se puede evitar la indignación de un pueblo oprimido» encapsula su mensaje central: la lucha por la libertad y la justicia es inevitable.

 

En conclusión, Representación hecha a S.M.C. El Señor D. Fernando VII. En defensa de las Cortes es una obra fundamental que no solo ofrece una crítica incisiva del absolutismo, sino que también invita a la reflexión sobre la importancia de la justicia y la libertad en cualquier sociedad. La valentía de Flórez Estrada al abordar estos temas sigue siendo relevante hoy en día, y su obra es un recordatorio poderoso de que la lucha por los derechos humanos y la dignidad nunca debe cesar. Sin duda, es una lectura imprescindible para quienes buscan comprender la historia de España y las lecciones que aún podemos aplicar en el presente.

 

Con más calma le dedicaré un día una reflexión a esta «herramienta».

domingo, 22 de diciembre de 2024

«Se armó el Belén», o el inicio del adiós al franquismo en 1969.

 

Un visionado sociológico de una película infumable, pero premonitoria…

          Aunque suene extraño ver estos comentarios aquí, en vez de encontrárselos el intelector en El ojo cosmológico, ello se debe a que no me interesa hacer la crítica de esta mala película de Sáenz de Heredia por sus nulas cualidades cinematográficas, sino por lo que seguí como estudio sociológico de un material de primera mano para tratar de entender un momento dado de nuestra Historia: Madrid, 1969, a escasos seis años del óbito del dictador y a ocho de las elecciones democráticas que acabaron siendo «constituyentes», a pesar de las reticencias de los viejos poderes del estado franquista que se hicieron el haraquiri en las Cortes para poder allanar el camino a la denominada Transición del 78.

          La pillé empezada, pero su interés social lo vi claro desde los primeros compases de la película, cuando el bonachón y anticuado viejo cura de barrio de toda la vida es enviado a una iglesia para estudiar las maneras como los nuevos curas posconciliares, los del clériman, la música joven en los ritos y la apertura, ¡incluso al baile!, como señala el viejo pastor, tienden sus redes para captar feligreses o, en la parte más avanzada del clero, sindicalistas y militantes de partidos políticos, lo que evitó, por cierto, la denuncia del famoso Concordato con la Santa Sede, tan oneroso para la Hacienda del país.

          Ni corto ni perezoso, trata de hacer lo mismo en su parroquia y malvende bienes que podrían ser catalogados como arte sacro protegido por una redecoración moderna intragable. Como sigue sin pescar fieles, y bajo la amenaza del obispado de «jubilarlo», se le ocurre la idea de ir a ver a un cura que presentaba el espacio religioso de RTVE, un remedo de aquel célebre «cura de la tele», Jesús Urteaga, para que fueran las cámaras a retransmitir el belén viviente que iba a organizar en su parroquia.

          La película muestra la juventud pop de la época, con  sus melenas, pantalones campana y sus canciones de sonido anglosajón, y una asociación izquierdista de barrio dominada por un matón con pinta soviética que actúa por la vía de los hechos consumados contra los «revisionistas». La caracterización entre obrera y mafiosa del activista izquierdista es impagable,  así como las reacciones «colaboracionistas» de los viejos luchadores que, por la edad, debieron de haber vivido/padecido la Guerra Civil. Toda la farsa parece una imitación de las películas que tanto éxito tuvieron sobre el párroco italiano don Camilo y el alcalde comunista de su pueblo, el honorable don Peppone. Aquí el protagonista es Paco Martínez Soria, con sus habituales gesticulaciones y retrancas, solo aptas para incondicionales, entre los que, obviamente, no me encuentro, aunque reconozco que sacó adelante con bastante gracia La tía de Carlos, de Luis María Delgado, que también pillé empezada, como esta. Mi Conjunta se pasmaba de que me interesara por esa peli casposa, pero hay en ella signos premonitorios del final del franquismo y de un inminente «tiempo nuevo» que merecen atención. El barrio con escasos servicios y el edificio de La Paz, como obra faraónica del Régimen, presiden un espacio en el que todo se ventila en el terreno de los viejos prejuicios y la búsqueda de nuevos planteamientos. Dos frases destacan, en lo que vi: «Yo no le prohíbo nada», que dice de su mujer el médico izquierdista. Y, hacia el final, cuando el cura le dice que pretende «atraerlo» a la iglesia, él responde: «Yo seguiré teniendo mis ideas. La libertad por encima de todo», que suenan, ciertamente, a un tiempo nuevo o, al menos, distinto de lo que fue la larga noche de la dictadura, ahora «hipermaquillada con tintes aún más sombríos» por los partidarios de la memoria histórica sectaria para usarla como artillería electoral. El plutócrata de rigor, en este caso, el dueño de una fábrica de lejía, en cuyos locales amplios se escenifica el belén viviente que acaba como el reosario de la aurora, eso sí, retransmitido por la RTVE, como noticia, en ausencia del equipo que la iba a retransmitir como celebración religiosa, añade ciertos golpes cómicos con su empeño de que salga publicidad de la lejía en la retransmisión, que es el anzuelo con el que el cura consigue que media barriada se quiera apuntar para participar en el belén viviente.

          Que la trama adquiere unos tintes sentimentaloides es inevitable, y forma parte del género en nuestro país, pero la galería de personajes en ambos «bandos» de la realidad, y el modo como la juventud parece vivir ajena a ambos —a ese respecto es algo más que significativo que la Virgen, cuando se dirige a san José, lo llame Andrés…— es muy indicativo, más allá del pobre gag, de lo que se está cociendo…

          La película daba para una larga sobremesa sobre esos años vividos, pero nos esperaba Sin amor, con Tracy y Hepburn… Lo que sí descubrimos fue que, por aquellos años, mis 16 y sus 14, ni ella ni yo nos habíamos tropezado con nadie que hiciera una defensa acérrima ni de Franco ni de su Régimen, pero, ¡qué íbamos a saber nosotros de  nuestra propia historia, tanto tiempo antes de que se escribiera desde el Poder La historia oficial…!

 

 

viernes, 13 de diciembre de 2024

Paisajes de otoño en comarcas de Gerona.

  Santuario de la Mare de Déu del Far: La Selva y la niebla. 

          Visitar los paisajes de la comarca de La Selva  y Les Guilleries en un día festivo, el puente de la Constitución, tiene tanto de osadía  automovilística como de recompensa, una vez llegas a los bosques de hayedos y, después de atravesar las carreteras que le dejan su incívica cicatriz de asfalto en las laderas, remontas hasta lo alto de la peña cortada a pico sobre la que se alza el Santuario de la Mare de Déu del Far, desde donde se supone que íbamos a contemplar unas vistas privilegiadas del pantano de Susqueda, de la sierra de Les Guilleries, de Tavertet y del Montseny, que nos quedaron ocultas tras unas nieblas tan volanderas como espesas que crearon un mullido colchón nuboso entre el mirador del santuario y el lecho del valle al que la alta peña del santuario sirve de pared monumental.

           Coincidía nuestra visita familiar, en compañía de dos queridos amigos, entusiastas ambos de estos paisajes gerundenses que conocen desde chicos, pues ambos nacieron en Gerona, con el puente de la Constitución y, ajenos completamente a ciertos ritos del consumo, nos vimos de hoz y coz en un atasco de los coches que ocupaban la autovía hacia Espinelves, donde se celebra la famosa feria del abeto para adquirir el árbol de Navidad. La conversación inteligente, único patrimonio de los pasajeros del flamante Kia de media gama que estrenaban los amigos, nos permitió sobrevivir al atasco y acabar acercándonos, por sus quilómetros contados, a los paisajes de un cruce de comarcas, La Selva, Les Guilleries, La Garrotxa, que exhibía el repujado amortiguado de sus colores otoñales, una imbricación en testudo del marrón, el pardo, el ocre, el verde y el gris, todo ello con la humildad de los colores apagados, humildes, precursores del frío, de la hibernación y de las no muy lejanas primeras nieves de la temporada, lo que sucedió a los pocos días de haber regresado de aquella salida teñida de fantasmagoría y puro Romanticismo. Desde el mirador tuve la misma sensación que debió de sentir el protagonista del célebre cuadro de Caspar David Friedrich, El caminante sobre el mar de nubes: una fijación extraña, hipnótica, y la imperiosa necesidad de detener el fortísimo impulso de lanzarte al fementido lecho de nubes que invitaban a ser llevado como lleva un vilano el viento. El viento helado —la sensación de frío rondaba los 3º, bien por debajo de los seis o siete que indicaba el pronóstico meteorológico— conducía la niebla a una velocidad sorprendente, lo que modificaba de continuo el paisaje que podíamos ver, y así hubo momentos en que entrevimos parte del pantano, el lecho del valle y la soberbia caída de unos trescientos metros del precipicio cortado a pico sobre la cima en la que se edificó el santuario y hoy un amplio restaurante en el que habíamos reservado mesa, porque el turismo, bien o mal entendido, te obliga a la programación mínima.  Como somos, mi Conjunta y yo, de naturaleza hogareña, rara vez nos escapamos a visitas que deberíamos prodigar más, porque, por las pocas horas de luz de estos tiempos, dejamos para mejor ocasión la visita a enclaves de tan pregonada belleza e interés como Rupit,  Beget, Besalú o Castellfollit de la Roca, todos ellos muy dignos de detenida visita. La decepción paisajística de nuestros amigos contrastaba con mi entusiasmo romántico ante ese mar de nubes que iba creando nuevos paisajes a cada momento, como se puede comprobar en la galería de fotos que colgaré sin comentario ninguno, porque es el alma quien se abisma en los blancores húmedos y fríos de nieblas que oscilan entre la densidad del algodón y las deshilachadas nubes bajas que chocan contra las cimas de los oteros y las sierras y abren franjas de paisaje que contrastan con el blanco espeso de la niebla que, en vez de opacar el paisaje, abre la puerta a los paisajes interiores de quienes se abisman en su contemplación. Después de tantos calores inusuales como padecemos, el frío y la niebla son un bálsamo anímico y epidérmico que cualquiera celebra con un gozo paradójicamente ardiente…