La insólita actualidad de un análisis escrupuloso y apasionado, a cargo de un exiliado liberal, del protagonista de la «Década ominosa»: Fernando VII.(Y una adenda «artificial»...)
En estos
aciagos tiempos en que el caudillismo político asiste a los intentos
socialistas de revitalizarlo, y tras haber leído con estupefacción indignada
que el Presidente del Gobierno está dispuesto a prescindir del Poder
legislativo para mantenerse a toda costa en el Poder, con la mayúscula doblada
del populismo perverso, no está de más reparar en un «legajo» del que la
digitalización de Google nos priva del olor y los ácaros de su avejentada
edición de 1819, escrito en Londres por Álvaro Flórez Estrada, en defensa de las Cortes de
Cádiz y del buen nombre de quienes, en pleno uso de su libertad, optaron por la
monarquía como forma de gobierno en vez de hacerlo por una República, una vez
que la cesión dinástica de los borbones a Napoleón dejaron vacante el trono de
España, ocupado brevemente por un hermano del dictador francés, hasta que la
Guerra de la Independencia logró expulsar al invasor. Iremos paso a paso a
través de ese opúsculo valiente, aun escrito en la seguridad del exilio, pero
conviene destacar algo que se señala casi desde el comienzo: Déspota es el
que, sin contrariar ninguna ley del país, ejerce la autoridad suprema, no
atenido a otra regla que su capricho, afirma Estrada, y bien que tal
definición puede ser empleada para la España actual en la que desde el
Ejecutivo no hay otro «capricho» que «ocupar», a la manera (h)unesca, cuantos
más poderes, mejor; y no olvidemos que el (des)gobierno en ejercicio hace gala
de «gobernar» sin aprobar Presupuestos. Antes de ir paso a paso, doy un gran
salto y me voy al final del opúsculo, donde Flórez hace algunas consideraciones
que, hablando él del ominoso reinado de Fernando VII, bien podemos nosotros
extrapolar, mutatis mutandis, al no
menos ominoso del Presidente aupado por los golpistas catalanes, por los exterroristas
de eta y por los secesionistas vascos.
La opinión
es la reina del mundo, cuyo único imperio es indestructible. Saber crearla
supone un gran genio, para dirigir su marcha basta tener prudencia y poder;
despreciarla supone depravación de costumbres, mas empeñarse en resistir su
torrente demuestra el cúmulo de la insensatez o la desesperación, escribe
Flórez, muy atento, ya entonces, al inmenso poder de la opinión pública, antes
domesticada a través del periodismo conchabado con el Poder, hoy puesta en
evidencia por la democratización de la información y la pluralidad de medios
que no necesitan las inversiones de antaño para acceder a sus destinatarios.
Los intentos actuales de reimplantación franquista de la censura bien pueden
equipararse a la persecución fernandina de aquellas expresiones impresas que,
como la presente de Flórez atentaban contra su monopolio de la verdad, de la
única autorizada, claro.
Aunque Flórez
Estrada se refiere a los fallidos pronunciamientos de Mina, Porlier, Richart y Lacy, no me cabe
ninguna duda de que su afirmación podemos hacerla nuestra, a punto de entrar en
2025, tras un lustro de (des)gobierno autoritario que pretende acabar con la
separación de poderes marcada por la Constitución, y no es aventurado intuir
que incluso con la propia Constitución y con la Monarquía democrática, como
forma de Estado: No siempre, Señor se puede evitar la
indignación de un pueblo oprimido. Si la opinión no ha triunfado, triunfará, y
los españoles sacudirán de un modo o de otro el yugo que aquella detexta. Lo
contrario sería un fenómeno desconocido, pues la historia de lo pasado es
eternamente la historia de lo futuro. Lo paradójico es que ese yugo se
presenta a ojos de incautos y sectarios bajo el ropaje del antifranquismo cuyas
maneras autoritarias, sin embargo, se imitan
continuamente, aunque nos quieran convencer de que ese es «el lado bueno de la
Historia».
Y ahora sí,
procedamos con el orden expositivo del autor, quien hace un ordenado repaso de
cómo se ha llegado al ominoso poder absoluto de un rey más preocupado por
aniquilar la «oposición» que por procurar el bienestar de sus súbditos, y el
que tenga ojos para leer, que lea…diacrónicamente, porque se ve que hay objetivos
políticos que nunca cambian… Flórez defiende a todos los represaliados por El
Ominoso y alega que no se debería poder condenar a quienes incluso eligieron a
Fernando VII como Rey de España, pudiendo, legítimamente, haber tomado otro
derrotero constitucional. Los diputados doceañistas, reunidos en la Isla de
León, declararon a Fernando VII «Rey de las Españas»: Ellos, sin que se les
pudiera censurar de faltar a ley alguna divina o humana, se hallaban en
absoluta liberta de constituirse en una República o de nombrar un Rey,
tomado de una nueva dinastía, mas precisado por lo tanto a someterse a
la futura Institución, pues no tendría otros privilegios que reclamar, que los
que esta le concediese. Recordemos que, tras el Motín de Aranjuez, Carlos
IV abdicó en su hijo, Fernando VII, pero tras el «secuestro» en Bayona de
ambos, el hijo renunció al trono en favor del padre, quien cedió los derechos
dinásticos a Napoleón para que su
hermano mayor José Bonaparte fuera el nuevo rey de España.
Lo que se
discute, y muy ampliamente, en el opúsculo es la teoría política sobre la «soberanía».
De hecho, ese es el argumento supremo que recorre las breves páginas de este
luminoso opúsculo: quién o quiénes encarnan la soberanía de una nación. Flórez
sigue, en esto, muy cerca las teorías políticas de Locke, quien coloca al
legislativo en la cúspide de los poderes del Estado, porque es el legislativo la
auténtica encarnación de hecho de la soberanía popular. Recordemos que el
actual caudillo socialista expreso inequívocamente su intención de seguir gobernando
sin el concurso y el soporte del Poder legislativo, lo cual habla bien a las
claras del oportuno rescate de este opúsculo, de modo que se vea que la tan
traída y llevada «memoria histórica» no puede ser un arma arrojadiza del Poder
contra quienes, legítimamente, ven la realidad de una manera diferente. Para
Flórez, pues: La Soberanía, tanto de derecho como de hecho es indivisible,
no pudiendo concebirse la idea de que a un mismo tiempo haya dos poderes
supremos a todo otro poder. Por lo tanto, hablando con exactitud, la Soberanía
de hecho está pro indiviso en todo el cuerpo legislativo colectivamente.
Con todo, la teoría de Locke va más allá, porque, como bien lo traduce Flórez: «Aunque
en toda sociedad, dice Locke bien ordenada, esto es, que obra para la
preservación de la comunidad no puede haber más que un Supremo poder, que es el
legislativo, al cual todos los demás es forzoso que estén subordinados; sin
embargo, no siendo el mismo poder legislativo más que un poder únicamente
fiduciario para obrar a ciertos y determinados fines, permanece aún en el
pueblo un poder soberano para remover o alterar el legislativo, siempre que vea
que este obra en contra de la confianza de que se hizo depositario». Parece
que, de alguna manera, se justifica una «rebelión popular» contra el Poder
legislativo, si este se aparta del fin para el que fue concebido o, simplemente,
el Poder ejecutivo lo elimina u obra a sus espaldas.
Me ha
interesado sobremanera la teoría de lo
que Locke llama «prerrogativa», un instrumento del Poder ejecutivo que
permite actuar inmediatamente sin esperar a la promulgación de leyes que
permitan afrontar la emergencia contra la que se ha intervenido. Se trata de
una figura de gobierno muy parecida a nuestro decreto-ley, cuyo uso la
Constitución prevé para casos de «extraordinaria y urgente necesidad», lo que
el (des)gobierno actual, en sempiternas dificultades parlamentarias, incumple sistemáticamente. Locke, sin embargo,
sostiene que el pueblo puede detectar el abuso de esa «prerrogativa» y terminar
con ella. No se explica en el opúsculo cómo se hace eso, pero me temo que el «pronunciamiento»
fuera el recurso en que pensaría Flórez, dada su frecuencia en el siglo que le
tocó vivir.
Con todo, es fundamental,
a mi juicio, tener siempre presente el apunte gnoseológico que permite entender
tantas cosas en el ámbito de la política y en muchos otros: Las palabras,
consideradas como meros sonidos, careciendo naturalmente de toda significación,
no pueden tener bondad ni malignidad alguna, moral ni política. Esta
circunstancia no la reciben, sino después que el uso les ha dado una
significación para comunicarse los hombres sus ideas, y hacer por su medio un
recíproco cambio de pensamientos. Mas cuando por la mala inteligencia de una
palabra, por su inexacta aplicación, o por la dificultad de explicar con ella
una idea complexa, no se expresa ni entiende su verdadera significación, el
resultado viene a ser el mismo que si careciera de ella. ¡Todo un proceso
de secesión de un región española, Cataluña, hemos visto que se construía sobre
la mala inteligencia, que dice Flórez, de conceptos que se han retorcido
para explicar lo inexplicable o justificar lo injustificable! Y con la
inequívoca intención de crear un poder absoluto no muy distinto del que ataca
Flórez Estrada en la figura del «Muy Ominoso» Fernando VII.
Estamos ante
un razonamiento ilustrado que defiende la libertad como divisa y que asiente,
entusiasmado ante aquellos análisis que justifican cómo un rey puede
perder sus derechos dinásticos, según
las teorías políticas de la época, y que le eran de aplicación a Fernando VII,
y aporta las consideraciones de un apologeta de la monarquía absoluta como el
escocés William Barclay (1546-1608), quien, entre otras causas, señala esa pérdida
de legitimidad real: El otro caso, cuando un Rey se hace a sí mismo
dependiente de otro, y sujeta el reino que le habían dejado sus antecesores, y
el pueblo había entregado libremente en sus manos, al dominio de otro; porque,
aunque entonces no fuese su intención perjudicar al pueblo, sin embargo, por
este solo hecho, él perdió la parte más principal de la Real dignidad, a saber,
la de estar inmediatamente bajo el supremo poder de Dios, y también porque
forzó a su pueblo, cuya libertad debía defender cuidadosamente, a ponerse bajo
el poder y dominio de una Nación extranjera.
Hemos partido
de una declaración «defensiva» del autor, a saber: El Último grado de la provocación es odiar la
verdad, dicha sin sátira ni sarcasmo, y más cuando tiene por objeto la
felicidad de millones de seres oprimidos, y la defensa de millares de víctimas
condenadas sin juicio, o sin tiempo, sin libertad y sin medios para poner en
claro la justicia de su causa, pero a lo largo de su exposición no se priva
de señalar preceptivamente los métodos totalitaros empleados por un Rey —apodado,
incomprensiblemente «El Deseado» durante un tiempo— que resultó tan nefasto
para sus súbditos. Flórez carga contra los consejeros del rey, pero no duda a
la hora de dejar constancia de una práctica que, ¡curiosamente!, también admite
cierto paralelismo con nuestros días: Con el ejemplo dado por V.M. de
condenar sin juicio a los Diputados de Cortes, ya se hallaron magistrados que
con una apariencia de juicio han osado condenar a los liberales imponiéndoles
las penas que V.M. quiso que se les imputasen: todos estos jueces han recibido
inmediatamente el vil premio de su prostitución, siendo promovidos a las
magistraturas más elevadas. En Inglaterra, para evitar toda tentación al
gobierno de corromper, y a los jueces de ser corrompidos, se mira como una cosa
poco menos que inconstitucional que jamás pueda ser promovido a una
magistratura más elevada. ¿Quién no ve en esa ocupación del poder judicial
usos que deberían ser totalmente ajenos a nuestra práctica política habitual?
Y, sin embargo, ahí están los nombramientos judiciales que, además de
avergonzar a quienes defienden la justa independencia de dicho poder, no se
condicen con la pureza democrática de un sistema hoy en peligro por la
tentación del caudillismo que creíamos superada, y que Flórez Estrada condena
como se merece: Si los pueblos tienen derechos inviolables, como por boca de
V.M. aseguran vuestros consejeros, aparentando una hipócrita confesión con el
fin de despojarles de ellos, ¿con qué facultades se puede justificar su total
destrucción? Ser rapaz con una mano para ser benéfico con la otra; destruir con
la derecha para aparentar edificar con la siniestra, en un Príncipe, Señor,
jamás puede suponer otra cosa que la arbitrariedad y el germen destructor de su
felicidad y la de sus súbditos.
Y en esas estamos,
lamentando un pasado tan lejano , cuyos ecos históricos oímos en nuestros días
con insólito vigor, pero aún sigue viva la esperanza en que el poder del pueblo
sea capaz de reaccionar para huir de esas tentaciones caudillistas que nos quieren
arrastrar al vértigo cruel de la Historia. Y Flórez supo ver con claridad lo
mucho que, como sociedad, aún nos falta, porque, a su juicio: De un modo o
de otro hay una explosión: en los países sin luces, contra los autores de los
males; en los países de luces, contra el sistema que los produce. La
singular inquina que nuestro actual presidente de (des)gobierno despierta en
tantísimos españoles, ¡justo sería que se trocase en el desprecio máximo al
sistema que lo ha hecho posible!
¡Ojalá que lo veamos!
Adenda artificial:
Por primera
vez en mi vida, me he acercado a la IA. Le he suministrado mis notas de la
lectura del libro de Flórez, y he aquí la recensión que ha pergeñado:
Reseña de Representación hecha a S.M.C. El Señor D.
Fernando VII. En defensa de las Cortes, de Álvaro Flórez Estrada
Representación hecha a S.M.C. El
Señor D. Fernando VII. En defensa de las Cortes es una obra apasionante y
profundamente crítica que se adentra en los oscuros años de la "Década
ominosa" en España, un periodo marcado por la represión y el autoritarismo
bajo el reinado de Fernando VII. Álvaro Flórez Estrada, un exiliado liberal,
ofrece un análisis incisivo y valiente que no solo defiende la labor de las
Cortes, sino que también denuncia las injusticias y abusos de poder que
caracterizaron este tiempo.
Desde el inicio, Flórez Estrada
establece un tono de urgencia y sinceridad, afirmando que el verdadero crimen
es odiar la verdad, especialmente cuando esta busca la felicidad de millones de
oprimidos. Su prosa es clara y contundente, y su defensa de los héroes que se
levantaron contra un poder absoluto resuena con fuerza. A lo largo de la obra,
el autor no escatima en señalar la tiranía que se oculta tras la figura del
monarca, argumentando que un rey que actúa sin ley se convierte en un déspota.
Uno de los aspectos más destacados de la
obra es la disquisición sobre los conceptos de «soberano» y «soberanía». Flórez
Estrada, apoyándose en la teoría política de Locke, sostiene que la soberanía
reside en el pueblo y que cualquier intento de un monarca por ejercer un poder
absoluto es, en última instancia, una traición a la confianza depositada en él.
Este argumento es especialmente relevante en el contexto actual, donde la lucha
por los derechos y la justicia sigue siendo un tema candente.
El autor también critica la hipocresía
de aquellos que, bajo el pretexto de defender los derechos del pueblo,
perpetúan la opresión. Su análisis de la situación política de la época es
agudo y perspicaz, y su capacidad para conectar los eventos históricos con las
luchas contemporáneas es admirable. Flórez Estrada no solo se limita a
criticar; también ofrece una visión de esperanza, sugiriendo que la opinión
pública y la conciencia colectiva son fuerzas poderosas que eventualmente
prevalecerán sobre la tiranía.
La obra está impregnada de un sentido de
urgencia y una profunda preocupación por el bienestar de la sociedad. Flórez
Estrada no teme señalar las injusticias y los abusos de poder, y su llamado a
la acción resuena con fuerza. La frase «no siempre se puede evitar la
indignación de un pueblo oprimido» encapsula su mensaje central: la lucha por
la libertad y la justicia es inevitable.
En conclusión, Representación hecha a
S.M.C. El Señor D. Fernando VII. En defensa de las Cortes es una obra
fundamental que no solo ofrece una crítica incisiva del absolutismo, sino que
también invita a la reflexión sobre la importancia de la justicia y la libertad
en cualquier sociedad. La valentía de Flórez Estrada al abordar estos temas
sigue siendo relevante hoy en día, y su obra es un recordatorio poderoso de que
la lucha por los derechos humanos y la dignidad nunca debe cesar. Sin duda, es
una lectura imprescindible para quienes buscan comprender la historia de España
y las lecciones que aún podemos aplicar en el presente.
Con más calma le dedicaré un día una
reflexión a esta «herramienta».
ResponderEliminarLei a Locke en su día, y no hace mucho leí el manual de educación de principes de Juan de Mariana. Sigo pensando que la virtud de la democracia es el cambio de gobernantes sin derramamiento de sangre, que es algo ciertamente sorprendente. El concepto de Soberanía es algo propio del pensamiento mágico, y no lo digo como crítica, necesitampos la mágia en nuestra vida como necesitamos la poesía, el problema de estos conceptos que apelan a poderes casi místicos es que son plastilina en manos de manipuladores. Fernando VII un rey extremadamente estúpido y malvado (cualidades que conviven frecuentemente, y aquí alcanzaron nuevas cimas) es quizá quien más huella ha dejado de nuestros reyes, de él aprendimos a no "desear" sin conocer, a desconfiar del poder y que siempre habrá quien ame las "caenas" a la libertad, sobre todo si la libertad es excusa para corruptelas e incompetencia. LA IA es una gran herramienta que merece muchos análisis, mucha prudencia en nuestros juicios y una actitud alerta y expectante.... no sé si me explico.
Perfectamente, Joaquín. Había pensado esperar a usarla cuando un argumento narrativo en que la IA ocupara un lugar protagonista se me ocurriera, pero, finalmente, quise iniciar el contacto con ella en algo tan superficial como los resúmenes. No he quedado descontento, pero lo que domina en ella es la cuadratura del orden algorítmico, que deja muy escaso margen a la invención, y menos aún al ingenio. Por otro lado, el de la soberanía, ya se advierte que hay mucho de especulación a falta de criterios unívocos. Del texto de Flórez se extrae una consecuencia poco democrática: una asonada popular tiene "derecho" a suspender el Congreso, aunque Flórez es de la época de ciertos ilustrados (Todo para el pueblo, pero sin el pueblo) y de los pronunciamientos...
ResponderEliminarEl pronunciamiento...la gran utopia revolucionaria liberal... qué grande es un país en que se confia que con "pronunciarse" en un cuartel la Nación (así, en mayúscula) se levantará al unísono sin derramamiento de sangre.
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