Un visionado sociológico de una película infumable, pero premonitoria…
Aunque suene
extraño ver estos comentarios aquí, en vez de encontrárselos el intelector en El
ojo cosmológico, ello se debe a que no me interesa hacer la crítica de esta
mala película de Sáenz de Heredia por sus nulas cualidades cinematográficas,
sino por lo que seguí como estudio sociológico de un material de primera mano
para tratar de entender un momento dado de nuestra Historia: Madrid, 1969, a
escasos seis años del óbito del dictador y a ocho de las elecciones
democráticas que acabaron siendo «constituyentes», a pesar de las reticencias
de los viejos poderes del estado franquista que se hicieron el haraquiri en las
Cortes para poder allanar el camino a la denominada Transición del 78.
La pillé
empezada, pero su interés social lo vi claro desde los primeros compases de la
película, cuando el bonachón y anticuado viejo cura de barrio de toda la vida
es enviado a una iglesia para estudiar las maneras como los nuevos curas
posconciliares, los del clériman, la música joven en los ritos y la apertura,
¡incluso al baile!, como señala el viejo pastor, tienden sus redes para captar
feligreses o, en la parte más avanzada del clero, sindicalistas y militantes de
partidos políticos, lo que evitó, por cierto, la denuncia del famoso Concordato
con la Santa Sede, tan oneroso para la Hacienda del país.
Ni corto ni
perezoso, trata de hacer lo mismo en su parroquia y malvende bienes que podrían
ser catalogados como arte sacro protegido por una redecoración moderna
intragable. Como sigue sin pescar fieles, y bajo la amenaza del obispado de «jubilarlo»,
se le ocurre la idea de ir a ver a un cura que presentaba el espacio religioso
de RTVE, un remedo de aquel célebre «cura de la tele», Jesús Urteaga, para que fueran
las cámaras a retransmitir el belén viviente que iba a organizar en su
parroquia.
La película
muestra la juventud pop de la época, con
sus melenas, pantalones campana y sus canciones de sonido anglosajón, y
una asociación izquierdista de barrio dominada por un matón con pinta soviética
que actúa por la vía de los hechos consumados contra los «revisionistas». La
caracterización entre obrera y mafiosa del activista izquierdista es impagable,
así como las reacciones «colaboracionistas»
de los viejos luchadores que, por la edad, debieron de haber vivido/padecido la
Guerra Civil. Toda la farsa parece una imitación de las películas que tanto
éxito tuvieron sobre el párroco italiano don Camilo y el alcalde comunista de
su pueblo, el honorable don Peppone. Aquí el protagonista es Paco Martínez
Soria, con sus habituales gesticulaciones y retrancas, solo aptas para
incondicionales, entre los que, obviamente, no me encuentro, aunque reconozco
que sacó adelante con bastante gracia La tía de Carlos, de Luis María Delgado,
que también pillé empezada, como esta. Mi Conjunta se pasmaba de que me interesara
por esa peli casposa, pero hay en ella signos premonitorios del final del
franquismo y de un inminente «tiempo nuevo» que merecen atención. El barrio con
escasos servicios y el edificio de La Paz, como obra faraónica del Régimen,
presiden un espacio en el que todo se ventila en el terreno de los viejos
prejuicios y la búsqueda de nuevos planteamientos. Dos frases destacan, en lo
que vi: «Yo no le prohíbo nada», que dice de su mujer el médico izquierdista. Y,
hacia el final, cuando el cura le dice que pretende «atraerlo» a la iglesia, él
responde: «Yo seguiré teniendo mis ideas. La libertad por encima de todo», que
suenan, ciertamente, a un tiempo nuevo o, al menos, distinto de lo que fue la
larga noche de la dictadura, ahora «hipermaquillada con tintes aún más sombríos»
por los partidarios de la memoria histórica sectaria para usarla como
artillería electoral. El plutócrata de rigor, en este caso, el dueño de una
fábrica de lejía, en cuyos locales amplios se escenifica el belén viviente que
acaba como el reosario de la aurora, eso sí, retransmitido por la RTVE, como
noticia, en ausencia del equipo que la iba a retransmitir como celebración
religiosa, añade ciertos golpes cómicos con su empeño de que salga publicidad
de la lejía en la retransmisión, que es el anzuelo con el que el cura consigue
que media barriada se quiera apuntar para participar en el belén viviente.
Que la trama
adquiere unos tintes sentimentaloides es inevitable, y forma parte del género
en nuestro país, pero la galería de personajes en ambos «bandos» de la
realidad, y el modo como la juventud parece vivir ajena a ambos —a ese respecto
es algo más que significativo que la Virgen, cuando se dirige a san José, lo
llame Andrés…— es muy indicativo, más allá del pobre gag, de lo que se está cociendo…
La película
daba para una larga sobremesa sobre esos años vividos, pero nos esperaba Sin
amor, con Tracy y Hepburn… Lo que sí descubrimos fue que, por aquellos años,
mis 16 y sus 14, ni ella ni yo nos habíamos tropezado con nadie que hiciera una
defensa acérrima ni de Franco ni de su Régimen, pero, ¡qué íbamos a saber
nosotros de nuestra propia historia,
tanto tiempo antes de que se escribiera desde el Poder La historia oficial…!
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