domingo, 22 de diciembre de 2024

«Se armó el Belén», o el inicio del adiós al franquismo en 1969.

 

Un visionado sociológico de una película infumable, pero premonitoria…

          Aunque suene extraño ver estos comentarios aquí, en vez de encontrárselos el intelector en El ojo cosmológico, ello se debe a que no me interesa hacer la crítica de esta mala película de Sáenz de Heredia por sus nulas cualidades cinematográficas, sino por lo que seguí como estudio sociológico de un material de primera mano para tratar de entender un momento dado de nuestra Historia: Madrid, 1969, a escasos seis años del óbito del dictador y a ocho de las elecciones democráticas que acabaron siendo «constituyentes», a pesar de las reticencias de los viejos poderes del estado franquista que se hicieron el haraquiri en las Cortes para poder allanar el camino a la denominada Transición del 78.

          La pillé empezada, pero su interés social lo vi claro desde los primeros compases de la película, cuando el bonachón y anticuado viejo cura de barrio de toda la vida es enviado a una iglesia para estudiar las maneras como los nuevos curas posconciliares, los del clériman, la música joven en los ritos y la apertura, ¡incluso al baile!, como señala el viejo pastor, tienden sus redes para captar feligreses o, en la parte más avanzada del clero, sindicalistas y militantes de partidos políticos, lo que evitó, por cierto, la denuncia del famoso Concordato con la Santa Sede, tan oneroso para la Hacienda del país.

          Ni corto ni perezoso, trata de hacer lo mismo en su parroquia y malvende bienes que podrían ser catalogados como arte sacro protegido por una redecoración moderna intragable. Como sigue sin pescar fieles, y bajo la amenaza del obispado de «jubilarlo», se le ocurre la idea de ir a ver a un cura que presentaba el espacio religioso de RTVE, un remedo de aquel célebre «cura de la tele», Jesús Urteaga, para que fueran las cámaras a retransmitir el belén viviente que iba a organizar en su parroquia.

          La película muestra la juventud pop de la época, con  sus melenas, pantalones campana y sus canciones de sonido anglosajón, y una asociación izquierdista de barrio dominada por un matón con pinta soviética que actúa por la vía de los hechos consumados contra los «revisionistas». La caracterización entre obrera y mafiosa del activista izquierdista es impagable,  así como las reacciones «colaboracionistas» de los viejos luchadores que, por la edad, debieron de haber vivido/padecido la Guerra Civil. Toda la farsa parece una imitación de las películas que tanto éxito tuvieron sobre el párroco italiano don Camilo y el alcalde comunista de su pueblo, el honorable don Peppone. Aquí el protagonista es Paco Martínez Soria, con sus habituales gesticulaciones y retrancas, solo aptas para incondicionales, entre los que, obviamente, no me encuentro, aunque reconozco que sacó adelante con bastante gracia La tía de Carlos, de Luis María Delgado, que también pillé empezada, como esta. Mi Conjunta se pasmaba de que me interesara por esa peli casposa, pero hay en ella signos premonitorios del final del franquismo y de un inminente «tiempo nuevo» que merecen atención. El barrio con escasos servicios y el edificio de La Paz, como obra faraónica del Régimen, presiden un espacio en el que todo se ventila en el terreno de los viejos prejuicios y la búsqueda de nuevos planteamientos. Dos frases destacan, en lo que vi: «Yo no le prohíbo nada», que dice de su mujer el médico izquierdista. Y, hacia el final, cuando el cura le dice que pretende «atraerlo» a la iglesia, él responde: «Yo seguiré teniendo mis ideas. La libertad por encima de todo», que suenan, ciertamente, a un tiempo nuevo o, al menos, distinto de lo que fue la larga noche de la dictadura, ahora «hipermaquillada con tintes aún más sombríos» por los partidarios de la memoria histórica sectaria para usarla como artillería electoral. El plutócrata de rigor, en este caso, el dueño de una fábrica de lejía, en cuyos locales amplios se escenifica el belén viviente que acaba como el reosario de la aurora, eso sí, retransmitido por la RTVE, como noticia, en ausencia del equipo que la iba a retransmitir como celebración religiosa, añade ciertos golpes cómicos con su empeño de que salga publicidad de la lejía en la retransmisión, que es el anzuelo con el que el cura consigue que media barriada se quiera apuntar para participar en el belén viviente.

          Que la trama adquiere unos tintes sentimentaloides es inevitable, y forma parte del género en nuestro país, pero la galería de personajes en ambos «bandos» de la realidad, y el modo como la juventud parece vivir ajena a ambos —a ese respecto es algo más que significativo que la Virgen, cuando se dirige a san José, lo llame Andrés…— es muy indicativo, más allá del pobre gag, de lo que se está cociendo…

          La película daba para una larga sobremesa sobre esos años vividos, pero nos esperaba Sin amor, con Tracy y Hepburn… Lo que sí descubrimos fue que, por aquellos años, mis 16 y sus 14, ni ella ni yo nos habíamos tropezado con nadie que hiciera una defensa acérrima ni de Franco ni de su Régimen, pero, ¡qué íbamos a saber nosotros de  nuestra propia historia, tanto tiempo antes de que se escribiera desde el Poder La historia oficial…!

 

 

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