Una
iglesia insólita e inacabada de Gaudí en el corazón del Baix Llobregat.
Cuanto más
cerca tienes una obra de arte, a veces pasa el tiempo sin acordarte de ir a
visitarla. A Montserrat tardé más de cincuenta años en ir porque me echaba para
atrás el proverbio popular: No és ben casat qui no ha estat a Montserrat,
aunque, civilmente, sigo manteniendo mi soltería documental. En compañía de dos
buenos amigos, José Luis y Rosamari, hicimos, finalmente, una travesía largos
años pospuesta, por razones y por sinrazones: ir desde su casa en Cornellá
hasta el santuario en Santa Coloma de Cervelló caminando a través de esa fértil
comarca que es el Baix Llobregat. Aunque el recorrido no es en modo alguna una
sucesión de paisajes espectaculares, dada la mezcla de terrenos agrícolas,
industriales y poderosas vías de circulación de vehículos que atraviesan esos
parajes, la compañía de la amistad es siempre el más poderoso de los alicientes
y la mayor fuente de satisfacciones. Nada como la buena compañía y la mejor conversación
para hacer el camino. El pan y el agua ya lo tomaríamos después, porque habíamos
reservado mesa para comer en la fonda de la Colonia Güell, de la que la actual
cripta fue, en principio, diseñada como iglesia, del mismo modo que hay en ella
teatro, restaurante, escuela, ateneo y las casas correspondientes, algunas de
extraordinaria factura, lo que viene a constituir un minipueblo al servicio de
una explotación textil. Aunque Gaudí diseñó el conjunto, obra suya es solo la
cripta, que no llegó a acabarse como iglesia, porque a la muerte de Güell, sus
herederos desistieron, lamentablemente. Las edificaciones de la colonia fueron
obra de los ayudantes de Gaudí: Francesc Berenguer construyó la Cooperativa
(con Joan Rubió) y la Escuela (con su hijo Francesc Berenguer i Bellvehí). Joan
Rubió construyó diversas casas particulares, como Ca l'Ordal y Ca l'Espinal. Francesc Berenguer construyó
asimismo el Centro Cultural Sant Lluís y la Casa parroquial. Actualmente, todo
el conjunto es un Bien de interés cultural y Patrimonio histórico de España, y
es un auténtico placer pasearse por su reducido perímetro y disfrutar de esas
edificaciones mencionadas anteriormente, en las que domina el ladrillo y, fundamentalmente,
la imaginación, muy cercana a la modernista del maestro, quien dedicó unos esfuerzos
creativos a la futura iglesia que constituyeron como un banco de pruebas para
soluciones arquitectónicas y decorativas que luego plasmaría en la Sagrada
Familia.
La cripta, el monumento más destacado de la antigua colonia fabril, permite ver en esbozo las líneas generales de lo que hubiera sido una iglesia levantada con la voluntad de integrarse en el entorno natural, un pequeño montículo en la que destacaría de un modo que, de haberse construido, hubiera sido, sin duda, una obra tan visitada, o más, que la propia Sagrada Familia. Lo construido está tan lleno de detalles sorprendentes y de arquitecturas desafiantes que el visitante apenas tiene respiro. No es una bóveda, un pórtico, la forja de una ventana, esta o aquella cerámica o las magnificentes pilas del agua bendita, el altar, la escalera lateral o las columnas que parecen desafiar los principios elementales de la gravedad…
Es una obra artística, está claro, pero, al tiempo, una obra
espiritual que apela más a los sentidos que al diálogo íntimo: sorprendido y
conmovido, el fiel que en ella entra debe «sentir», imagino, su religión como
una bendición sensual: formas, colores, materiales…, todo invita a la comunión
de los sentidos con una religión sacrificial de cuyo fundamento trágico no hay
ni rastro en la belleza del espacio donde ni sé ya si se siguen celebrando
ritos religiosos, aunque quiero creer que sí, que la «función» primigenia del
lugar aún se mantiene.
Nosotros
éramos turistas locales, y yo un poco avergonzado por mi tardanza en venir a
disfrutar de tantísimos detalles que no se agotan en una sola visita, cierto,
porque no hay rincón en el que Gaudí no haya pensado son su singular imaginación
desbordante, y no es menos cierto que una visita no guiada dista mucho de tener
una experiencia completa, porque todo el lugar alberga un simbolismo al que el
arquitecto barcelonés era adicto. Algunos de ellos son evidentes, y forman
parte de una tradición cristiana que podemos reconocer quienes hemos sido
criados en su seno, pero no quiero ni saber lo perdidos que andarán quienes se
hayan deseducado ya en ciertas materias como la historia de las religiones, por
ejemplo. El pasmo es idéntico para todos, sin embargo, porque cuesta creer que
un ser tan aparentemente austero, humilde y religioso como Antonio Gaudí
tuviera dentro semejante estallido de voluptuosidad, porque de ella cabe hablar
cuando uno va pasando revista a los cientos de detalles que observa en un espacio
tan relativamente reducido.
Lo que está claro
es que la Cripta de Gaudí es un jardín fotográfico en el que cazar detalles en
cada dirección que uno gire la vista, siempre sorprendida por lo que ve. Y
afecta a todo: paredes, columnas, suelo, ventanas, mobiliario, pomos, rejas…
Añado una pequeña muestra de algunos de esos detalles que uno se lleva en la
cámara como si nadie más los hubiera visto, aunque todos acabamos fijándonos en
los mismos.
La visita a la
Colonia permite respirar un aire de tranquilidad excepcional, y, aunque la
Colonia sufrió el asalto de las milicias republicanas, el conjunto no tardó en
ser reconstruido y conservado como lo que es: la oportunidad única de
contemplar la feliz unión del esfuerzo empresarial y el mejor arte de la época.
Cataluña tuvo una industria textil que favoreció la creación de este tipo de
instalaciones, algo más elaboradas, arquitectónicamente, de la que vimos en Novecento,
de Bertolucci, por ejemplo, como las del curso superior del Llobregat: las
colonias Rosal, Vidal y Viladomiu, cuya visita aún tengo pendiente.
Y una pequeña muestra de esos edificios modernistas que han
dado notoriedad universal a la ciudad de Barcelona:
