36 años después, y aún sigue vigente la respuesta a la que Pedro Sánchez no supo responder en el debate de candidatos del PSOE: "Pedro, ¿qué es una nación?"
EL PAÍS -
Opinión - 08-02-1984
El lenguaje sirve para muchas
cosas: para desvelar, conocer y analizar la realidad; para ocultarla y
confundirla; para excitar y exacerbar los sentimientos y las emociones, etcétera.
Estas diversas funciones del lenguaje se manifiestan ya en la elección de las
palabras.Si queremos analizar y entender, usaremos conceptos claros y precisos.
Es lo que hacemos en la ciencia, pero también en cualquier otro discurso
(político, periodístico...) lúcido e informativo. Si queremos manipular los
ánimos y agitar las pasiones, usaremos conceptos oscuros y ambiguos, cargados
de resonancias viscerales.. Dime las palabras que usas y yo te diré la
intención con que hablas.
Al
hablar de las realidades sociales con intención analítica, cognoscitiva e
informativa, podemos echar mano de naciones claras y precisas (o, al menos,
susceptibles de clarificación y precisión), como las nociones de territorio,
población o Estado.
El territorio es una parcela determinada de la superficie terrestre, algo
precisamente delimitable (por ejemplo, mediante un mapa), e incluso medible
(por ejemplo, en kilómetros cuadrados).
Los conceptos de territorio y población son paradigmáticamente claros, y se
usan en diversas ciencias naturales y sociales. El concepto de Estado es más
complejo, pero tampoco tanto. Se puede definir de varias maneras; por ejemplo,
como la institución que ejerce el monopolio de la violencia legal (y expide
pasaportes) en un territorio determinado. En todo caso, es fácil contar y hacer
la lista de todos los Estados del mundo (en un momento dado). Nadie sabría
hacer la lista de las naciones.
El
concepto de nacion, es un concepto confuso, oscuro y resbaladizo. ¿Qué diantres
es una nación? Muchas veces se utiliza la palabra nación como sinónimo de
Estado. Así, la organización que reúne a los diversos Estados del mundo no se
llama los Estados Unidos, sino las Naciones Unidas. Y muchos Estados (EE UU,
México, Brasil, etcétera) aplican el nombre de Estados a sus divisiones
regionales, reservando el de nación para sí mismos. Si nación
significa lo mismo que Estado, no hay problema semántico, pero los
nacionalistas en seguida nos ilustrarán al respecto. La nación de que ellos
hablan no tiene nada que ver con el Estado.
A veces la nación parece ser la religión. A raíz de la retirada inglesa de la
India, el Pakistán se desgajó como nación independiente, identificada con el
islam. Y sin ir tan lejos, muchos intelectuales de nuestro país han
identificado la nación española con la religión católica. En palabras de Manuel
García Morente, "entre la nación española y el catolicismo existe una
identidad profunda y esencial". Si nos tomásemos esto en serio, los
católicos polacos formarían parte de la nación española.
La
nación se identifica a veces con la lengua. Es quizá la concepción predominante
entre los catalanistas. En ese caso, la mitad o más de la población de Cataluña
no participaría de la nación catalana. Por otro lado, los mexicanos, los
puertorriqueños o los argentinos de la Patagonia formarían parte de la nación
española. Otras veces la nación se identifica con la raza. Quizá es así como
Hitler concebía la gran nación alemana, o como algunos conciben la nación
surafricana. El nacionalismo vasco fue en sus orígenes una especie de
nacionalcatolicismo racista.
La
nación fue inventada por los románticos, a los que molestaba la complejidad
étnica y cultural de la población real existente, y que soñaban con una entidad
misteriosa, al mismo tiempo abstracta (una especie de población ideal
inexistente, étnica y culturalmente homogénea) y personal, dotada de atributos
(como carácter, lengua, religión, etcétera) personales. Este tipo de
conceptualización (la personificación de abstracciones) es típico del pensamiento
arcaico. Michelet decía que "Francia es una persona". Todavía en
1980, Sadat, a la vez que recomendaba tolerancia con los cristianos coptos,
añadía que "no se puede olvidar que Egipto es una nación musulmana".
Y los catalanistas repiten hasta la saciedad que el catalán es la lengua propia
de Cataluña.
Decir
que la nación tiene lengua, raza, religión o carácter es tan absurdo como decir
que tiene grupo sanguíneo o dolor de muelas. Sólo los individuos concretos
tienen tales atributos. La confusa jerga nacionalista comete el error
categorial de atribuir predicados fuera de su ámbito de aplicación. Decir que
el número 7 es azul no es verdadero ni falso. Simplemente, carece de sentido.
Decir que el irlandés es la lengua propia de Irlanda carece de sentido. Lo que
sí tiene sentido (y es revelador) es informar de que el 2% de la población
irlandesa habla irlandés, mientras que el 98% habla en inglés. Pero hablar de
la población basándose en estadísticas es algo frío, científico, incapaz de
inflamar los ánimos románticos de los nacionalistas. Por eso prefieren las
proclamaciones confusas, pero solemnes, sobre los presuntos atributos
esenciales de la presunta nación.
Ninguna
ciencia aceptaría un concepto tan opaco como el de nación, pero todas las
religiones han usado conceptos de este tipo, como las nociones arcaicas de los
dioses, capaces también de provocar románticos y místicos efluvios e iras (y
guerras) santas. Toynbee dice que el nacionalismo constituye el 90% de lo que
queda de religión en nuestro tiempo. En cualquier caso, la similitud entre
religiones y nacionalismos salta a la vista.
Las
naciones, como los dioses, ni se ven ni se entienden. En las naciones, como en
los dioses, se cree. Para el creyente, son evidentes; para el agnóstico, meras
palabras. El nacionalismo merece el mismo respeto que todas las religiones,
pero no más ni menos. Hay que evitar que sea perseguido y hay que evitar que
persiga. Y sobre todo, hay que propugnar una manera más precisa, objetiva y
desapasionada de enfocar la realidad social.
Jesús
Mosterín es catedrático de Filosofía en la Universidad de Barcelona
Muy fino y bien hilvanado artículo sobre ese concepto resbaladizo de nación que tanto gusta a los independentistas catalanes. En todo caso, ellos mencionan cuando quieren aludir a la fuerza de Cataluña a que somos siete millones y medio, pero eso es mentira, mienten. Solo utilizan esa cifra como propaganda. Para ellos la nación son ellos, los que piensan como ellos, los que sienten como ellos, los que hablan como ellos, los que creen las mismas soflamas que ellos, los que son como ellos y siguen al mismo equipo. El resto, como bien expresan, son colonos, botiflers, traidores, tibios, fachas, españoles... gente a la que desprecian y que, si pudieran, eliminarían de alguna forma.
ResponderEliminarEso sí, su nacionalismo se inspira en los más sagrados valores humanistas. Siempre he visto con asombro que detrás de un xenófobo nacionalista uno encuentra al más increíble valedor de los derechos humanos, al más solidario de todas las causas justas del mundo, al más colaborador con ONGs, al de más altos valores humanistas, al más pacifista, al más antirracista, al más animalista, al máximo valedor de Rosa Parks, y Nelson Mandela y Gandhi. Esta disintonía entre la propia ideología -supremacista, racista, excluyente- y las convicciones ideológicas es algo muy propio del nacionalismo catalán.
ResponderEliminarEsa "disintonía", Jose, es, acaso, su mayor aberración; el colmo de la hipocresía. Han logrado provocar la náusea en todos cuantos no comulgamos con sus pervesriones, delirios y paranoias.
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