Teselas polícromas de un domingo municipal y espeso...
He de reconocer que Barcelona, desestelada, cambia mucho, y para bien. La ciudad se vuelve más habitable e incluso no saber de qué pie demagógico calza el vecino con quien nos cruzamos nos permite relajarnos e imaginar que tanto afán secesionista no es más que una lluvia de finales de verano, de esas que nos llenan de melancolía el corazón cuando nos despedimos del lugar de veraneo donde sepultamos tan buenos propósitos como llevamos al llegar.
Una pareja de jóvenes de 14 años en Montjuïc. No saben qué decirse. Están parados. "¿Adónde vamos?" "No sé, donde tú quieras, me es igual". "No, escoge tú, de verdad". Y vuelven a pasar legiones de ángeles. Son guapos, los dos. Él repeinado a la gomina, como un chulo de baja estofa. Ella, provocativa, sin llegar a putón verbenero. Es indudable que se gustan. Pero son dos almas intransitivas. No sale nada de ninguna de ellas hacia la otra. Ni palabras. Se aburren. Como las clásicas ostras. Aún no bostezan. En el fondo piensan que se lo estaríab pasando mejor con los y las colegas, en vez de forzar una unión de pareja a la que poco pueden aportar, además de que se gustan "a rabiar". Y ahí se acaba la cita. Y las comillas. Son expresión directa de la precipitación y la ignorancia. Aún no han empezado a vivir y quieren tener un pasado hecho y derecho. Recuerdo Dos en la carretera. El final, claro. Pero son dos críos.
Doy vueltas a l'Escorxador como meritorio fondista de vía estrecha. Me llega la música del escenario que hay ante la fuente de Montjuïc. Pasan bandadas de nenas impacientes y nerviosas, porque van a ver a sus ídolos musicales, que cantan en inglés desembotellado. Son casi todas esqueletos andantes, puros huesos que triunfarían en la fiesta de Todos los Santos en México (dígase Méjico). Los cantantes quieren oír el calor del público y se empeñan en que borregueen a voz en grito algunas respuestas que les estimulen. Tengo la sensación de que solo irán niñas al concierto. Me pregunto cuántas se estelaron más de una semana atrás.
El Ayuntamiento paga las fiestas de la Mercè. No ayuda como debería a las familias en riesgo de exclusión social -doy fe profesional-, pero ofrece todos los espectáculos "gratis" a sus saqueados vecinos. Mientras me estiro sobre la verja de la guarida de la grúa, infernal Hades donde los haya, me viene a la cabeza la soberbia del alcalde y sus deseos olímpicos invernales.
Regreso a la carrera por Diputación y continúo con la estadística de las banderas. Siempre me sale el mismo resultado: son una minoría.
Como en un restaurante francés. Los clientes hablan en castellano, alemán e inglés.
Leo el diario y hago punto de Cruz. ¿O fue ayer?
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