miércoles, 11 de septiembre de 2013
De Haffner a Pérez.
Historia de un catalán
Sirva el título de homenaje a un libro que nunca leerán con simpatía los secesionistas catalanes: Historia de un alemán, de Sebastian Haffner, escrito por su autor al hilo de los acontecimientos históricos que llevaron a la sociedad alemana a un cul-de-sac nacionalista del que aún están saliendo con no pocas dficultades. Leer ese libro y hacer un cotejo con nuestra sociedad catalana es un ejercicio de obligado cumplimiento porque en él se explica, desde la vida cotidiana, que es donde yo tengo montado mi observatorio, cómo fue posible que la irracionalidad perversa del nacionalismo se apoderara de todo un pueblo, salvo excepciones honrosas, pero impotentes ante una realidad que derivó hacia el estado policíaco bastante antes de llegar Hitler al poder. Los mecanismo de la mentira repetida ad nauseam, de la exaltación patriótica acrítica, de la comunión con el ídolo nacional, de la supremacía de la condición de catalán-catalán, aunque haya escasos ejemplares, dado el mestizaje de nuestra sociedad, si bien no son pocos los que se adhieren a esa xenofobia de la que extraen una suerte de exultante autoexaltación soberbia que les hace creerse "de otra pasta", y, los más extremistas, "de otra raza", Rh incluido; todas las estrategias tradicionales, digo, de los rancios nacionalismos totalitarios y expansionistas que refleja Haffner en su libro pueden descubrirse, sin tener que rebuscar demasiado, en nuestra asfixiante sociedad dominada mediáticamente e institucionalmente por el discurso nacionalista, ahora ya incluso por la amenaza secesionista. Haffner reprochaba a sus compatriotas, sobre todo, la cobardía ante las pruebas manifiestas de irracionalidad del Movimiento Nacional que se había llevado por delante viejas virtudes alemanas de tolerancia y crítica y la servil sumisión a ideales que deformaban la realidad hasta, por un lado el esperpento, y, por otro, la acción criminal. Hace unos días pasaron por televisión, no Alò3, claro, una película, Napola, sobre las escuelas de élite del Movimiento Nacional nazi, dirigida por Dennnis Gansel, el director de La ola, un experimento fílmico sobre el origen del fascismo, y en ella se observaba a la perfección la perversión del nacionalismo, de todos los nacionalismos.
En toda la sucia bazofia de propaganda que se nos trata de inocular día tras día desde este segundo Movimiento Nacional que a algunos nos está tocando vivir, para nuestro mal, hay una petición de principio que quisiera rebatir: que con la creación de un estado catalán independiente nada cambiaría respecto de la situación actual en la relación con el resto de España, y menos aún entre los catalanes dentro del nuevo estado. No es posible que desde el uso de la razón -no de las pseudorazones que son la propaganda y las creencias ideológicas- pueda ofrecerse una tesis semejante. La historia de este catalán que esto escribe es más que contraria a aquella tesis. No hace ni tres días que en una cena con unos amigos con quienes antes hablábamos de todo, insisto, de todo, ni siquiera mencionamos, como un pacto tácito previo, ni la vía catalana ni la situación de la política catalana ni nada de nada: nos centramos en las enfermedades, la familia y algunos excelentes chistes sobre la Botella. Es evidente que algo ha cambiado poderosamente y que sobrevolaba el encuentro la más que seria posibilidad de que una amistad de 40 años pudiera deteriorarse dolorosamente, aunque el silencio sobre ciertas zonas de la realidad nuestra de cada día ya es en-sí, un deterioro evidente. Si extrapolamos, y es legítimo hacerlo, esa situación a la relación de esa futura Cataluña independiente con el resto de España, ¿en qué cabeza cabe que los analistas secesionistas nos hablen de una realidad económica que no se verá alterada ni un ápice, lo que implica unas cuentas públicas de las que, restada la solidaridad interterritorial actual, sólo se derivarían jaujas para los catalanes? Quienes hemos tenido la desgracia de vivir un Movimiento Nacional en nuestra juventud, nos hallamos ahora, a la puerta de la vejez, sufriendo otro. Se mire como se mire, vivir dos Movimientos Nacionales en una misma vida es una condena trágica sin que medie una culpa objetiva que pueda justificarla.
La historia de un catalán, inédita, es La historia de un alemán, édita, punto por punto. Y desde la vida cotidiana, no desde las mentiras de los historiadores.
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