sábado, 1 de febrero de 2014

¿Quién teme a la tema feroz...?




El temor a la tema, a todas, de todos...

            Mucho me temo que la expresión patriotismo hiperbólico sea una redundancia insufrible y, como toda hipérbole, según la antigua estilística griega, algo imposible. Pero sobre lo que hoy quiero extenderme, con moderación, es sobre lo mucho que hemos de sufrir todos aquellos de quienes se cuelga un soberbio pesado, por adicto a una tema alrededor de la cual gira su vida en órbita milimétrica y aburridísima durante la que no cesa de abrumarnos hasta la desesperación, si no nos los quitamos antes de encima, con educación pero con  determinación. 
             Lo primero que llamará la atención a los también sufridos lectores de este cuaderno de civitalista urbano es que la palabra tema sea empleada aquí en femenino, pero tal es la naturaleza gramatical de la tema, opuesta, gracias a esa hiperbolización, al tema masculino, del que fue abanderado Miquel Roca en su época de diputado en el Congreso, como representante de lo que, entonces, se llamaba Minoría Catalana, denominación imposible hoy en día, porque todo lo catalán, sea lo que sea, sólo acepta lo mayoritario, sólo se nos presenta a l'engrós...
            Las personas pesadas y monotemáticas son una maldición social de la que no siempre podemos librarnos, so pena que decidamos convertirnos en Robinsones ciudadanos que de ninguna de las maneras buscan un Viernes, ni, menos aún, un hombre que sea Jueves. Sufrir a los pesados de marras es castigo que debería figurar en el Inferno de Dante, porque nada es tan cruel como la repetición ad náuseam de un delirio o de una monomanía: ya puede ser el Barça, ya la secesión, ya la insufrible madre, ya el odiado jefe, ya los méritos no reconocidos, ya la novela que va a cambiar el rumbo de la historia literaria, ya el éxito que tiene nuestra web o nuestro perfil o nuestra cuenta de Twitter o nuestro blog, ya las recurrentes batallitas de la puta mili, ya las gloriosas Cataluña o España, ya la Maripili de turno que no nos hace ni caso o el Jacinto sin tornillos del que en buena hora llegara una a casa y hubiera desaparecido como se lleva el agua caliente los restos de chocolate en la taza…
Antes, aún había algún y alguna filotemáticos que cometían el error de abrirnos la puerta: “Me parece que te estoy aburriendo, ¿verdad?”, glorioso momento que, sin embargo, solo aparecía tras haber ensayado las mil maneras de sentarnos en una silla, desencajar las mandíbulas bostezantes o dejar caer los párpados a nada seductora, sino abducida, cámara lenta…; pero de un tiempo a esta parte, porque todos aprenden de los errores menos el NH Mas, sólo oímos espeluznantes giros de llave que nos atan al potro del tormento: “Pues aún no sabes lo mejor, escucha…”, momento en el que la cámara se aleja de nosotros ascendiendo y abriendo el campo hasta ofrecernos a la contemplación ajena en el desolador final de La tormenta perfecta: flotando sobre olas de cincuenta metros con un ridículo salvavidas que no evitará que acaben engulléndonos.
  –Pues no haber nacido con cara de oreja, hombro y pañuelo, hombre.
Suelen defenderse sumisamente los esclavos de su ama tema, insinuando que han sido objeto de una provocación intolerable. 
Lo peor de los banderizos de la tema es que siempre te pillan por sorpresa la primera vez, porque les va en ello, en el no delatarse, la vida: rara vez, aunque hay calladas... excepciones, suplician dos veces a la misma víctima. 

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