De la juventud, la experiencia y la política
La construcción de una persona es un proceso a largo
plazo en el que se van consolidando su carácter, su pensamiento y sus
sentimientos a través de las experiencias y los conocimientos a las que se
enfrenta y a los que accede, si aquellas y estos no son, en realidad, una y la
misma cosa. En los tiempos modernos se han reducido notablemente las franjas
vitales: hablamos, comúnmente, de primera, segunda y tercera edad: niño, adulto
y anciano, si bien hacemos subdivisiones en ellas, y las ampliamos a infancia,
adolescencia, juventud, madurez, vejez y ancianidad. Esta ampliación es la que
coincide con Isidoro de Sevilla, quien reconoce hasta seis edades en sus Etimologías –obra de más que amena
lectura-, cuyas delimitaciones temporales, sin embargo, nos provocan una
sonrisa y algún agradecimiento: de 0 a 7 años: infancia; de 7 a 14 años: niñez;
de 14 a 28 años: pubertad; de 28 a 50 años: juventud; de 50 a 70 años: madurez y
de 70 en adelante: senectud. Que con 28 años se considere que una persona vive
en la “pubertad”, dada la edad media a la que se van los hijos de casa, sobre
los 30-35, tiene su gracia; del mismo modo que sobre todo millones de mujeres,
y principalmente las actrices de cine, no dudarían en agradecer de todo corazón
que la juventud se extienda hasta los 50…Viene todo esto a cuento de los
acelerados cambios sociales que está sufriendo nuestra percepción de las edades
y nuestra valoración de las mismas. Si en las tribus primitivas el umbral de la
madurez son los doce años, a partir de los cuales los niños ya pueden acceder,
mediante las pruebas iniciáticas, a la condición de guerreros, en nuestra
sociedad actual es perfectamente normal que, como he dicho antes, no llegue la
emancipación, de la mayoría de los jóvenes, hasta los 35 años. Emanciparse de
la autoridad de los padres y tener una vida propia, lo que antes llamábamos ganarse la vida… es, prácticamente, un
concepto en serio peligro de extinción: hoy en día se supone que ha de ser el
estado/dios el que me proporcione una vida digna: una casa, un trabajo con un
salario suficiente, una seguridad social única en el mundo, unas pensiones
astrofísicas, etc., y que prácticamente, por la gracia de ser español uno tenga
derecho a todo…, sin que haya uno de poner apenas nada de su parte, lo que me
recuerda el aforismo de Santiago Rusiñol: cuando
un hombre pide justicia es que quiere que le den la razón. Emanciparse,
pues, permitía a las personas enfrentarse a los grandes retos de la existencia
y forjar, en esa lucha cotidiana, su personalidad, sus ideas, su sensibilidad y
la vivencia profunda de las emociones. La teoría aristotélica de la tabula rasa
aún tiene vigencia, si se considera el carácter acumulador como construimos
nuestras vidas, y a nadie le parece que una persona esté “completa”, sin haber
tenido que atravesar ese camino temporal de la experiencia y el conocimiento:
El saber gasta tiempo. El silencio con
que sube el árbol les desespera del fruto, escribió Polo de Medina. El
ocaso de las estrellas deportivas que no digieren el paso de la fama universal
a la vida alejada de sus triunfos es prueba inequívoca de que “no estaban
preparados”, solemos decir, para ese trance, porque les faltan “experiencias”,
“vivencias”, que les completen como personas. Zeus condujo a los hombres al
saber, estableciendo como ley el aprender
sufriendo, escribió Esquilo. Y el valor formativo, a todos los niveles, de
la superación de las dificultades nos sigue pareciendo algo así como la piedra
de toque de una personalidad madura. Jardiel Poncela, tan agudo siempre, nos
dejó dicho en sus Máximas mínimas que la
juventud es un defecto que se corrige con el tiempo. Estamos, sin embargo,
en un momento histórico en que las edades ya no se caracterizan por las
virtudes o carencias de cada una, sino por el nicho de negocio que se forma en
torno a ellas, potenciándolas como realidades aisladas que no formaran parte de
un proceso. Esta perversa concepción estática de las edades tiende a alargar
los estadios temporales hasta más allá de lo verosímil, y andamos en un tris de
volver a caer en aquellos tópicos barrocos del viejo niño o de la anciana niña
que tanto movieron a risa a nuestros antepasados. La infantilización general
que ha sufrido la sociedad en los últimos 30 años es, sin duda, la responsable
de una realidad política que, como mínimo, impone respeto, si no asusta: que
jóvenes de veintipocos años lideren movimientos políticos para organizar la
vida de sus semejantes y hablen poco menos que ex cathedra sobre lo divino y lo humano, desde tan cortísima
experiencia de la vida choca tanto, al menos, como aquellos tópicos barrocos.
Es indudable que el ritmo de maduración de las personas no es uniforme, pero no
lo es menos que tener una visión propia de la vida exige haber vivido un cúmulo
de experiencias, cada cual las suyas, de las que extraer un saber vivo, un
conocimiento enraizado en el tejido social, la razón vital de la que hablaba Ortega.. Si Longino decía que un
juicio literario es el resultado final de una larga experiencia, ¿habrá de ser
el juicio político algo que la requiera más corta, o que no la requiera en
absoluto? La figura del político, tan estrechamente ligada a la teoría
política, sobre todo desde Maquiavelo y desde Guicciardini, hasta el punto de
ser indiscernible dónde comienza una y dónde la otra, porque ambas se funden,
para ofrecernos la solidez de un proceso de formación; esa figura, digo, exige
unas habilidades específicas a las que difícilmente se accede sin la
experiencia vital en que se forjan. Si aprender a vivir es saber leer lo real en lo que se nos da escenificado, como escribió
Castillo del Pino en su libro de aforismos, no hay duda de que ese aprendizaje
no se adquiere de la noche a la mañana, porque entramos, con él, en el
resbaladizo terreno de la interpretación, y ahí todas las vivencias y
conocimientos son siempre pocos. Eso lo sabía muy bien Tagore, cuando concluyó:
leemos mal en el mundo y después decimos
que nos engaña. Me parece encomiable que la juventud haya vuelto a la
política y que la res publica vuelva a estar entre las preocupaciones de los
jóvenes, porque de ahí solo bienes para la sociedad pueden derivarse. Ahora
bien, cuando un aspirante nada menos que al puesto de secretario de IU, Alberto
Garzón, nos dice que su principal bagaje es la juventud; o que el líder de
Podemos en Barcelona, Bertomeu, apenas tenga 22 años no muy claros
ideológicamente, a juzgar por sus escasos hechos políticos, uno tiende a pensar
que, como dice un buen amigo mío, a los candidatos a ocupar puestos políticos
se les debería exigir haber cotizado a la seguridad social como trabajadores
por cuenta ajena o propia un número mínimo de años… Rafael Alberti escribió una
obra titulada El hombre deshabitado que
parece venir al pelo para describir, superficialmente, eso sí, y con algo de
humor, las biografías de unos jóvenes que, saltándose el meritoriaje, aspiran a
organizarnos la vida con una fe digna de una mejor causa: la de forjarse a sí
mismos. Shakespeare decía que los viejos desconfían de la juventud porque han
sido jóvenes, y me temo que ese es mi caso y, probablemente, el de cuantos
saben lo que supone la inacabable construcción de uno mismo. Paul Valery lo
definió a la percepción, y ciertamente no era joven cuando lo hizo…: La juventud concluye a partir del momento en
que lo que yo pienso se imprime en lo que yo hago, en tanto que lo que yo hago
se incrusta en lo que yo pienso. No pasemos, pues, de la gerontocracia sui
géneris española, porque, a diferencia de la antigua soviética, la nuestra la
hemos decretado alrededor de los 50, a la infantocracia o adolescencracia de
tanta fragilidad política y humana como se nos ofrece cada día a nuestra
consideración y nuestra vergüenza ajena. Quizá no estaría de más recordarles a
los jóvenes triunfadores políticos que se ufanan de su juventud como el divino
tesoro cuya fugacidad aún ni sospechan, metidos en la vorágine de su
entusiasmo, la sagaz observación del fundador de la Pepsi-Cola, Donald Kendall:
el único lugar donde el éxito viene antes que el trabajo es en el diccionario.
¿O son pagafantas de los votantes?
Pienso que todo aspirante a responsabilidad política en España debería haberse leído antes los Episodios Nacionales de Galdós. Creo que es una lectura complementaria a Juego de tronos que sería harto beneficiosa.
ResponderEliminarSin embargo, está claro que los hombres que han marcado nuestro mundo a partir de la tecnología lo han hecho desde la juventud. Ahí tienes a los creadores de Google, Facebook, Apple, Microsoft y otros muchos que idearon sus estrategias, aplicaciones y aparatos en plena juventud.
La bisoñez en política es, ciertamente, peligrosa y a los hechos nos remitimos. Los responsables de partidos como Podemos, IU, PSOE son una especie de adulescentes que carecen de bagaje intelectual y político. Sin embargo, Rajoy tampoco nos inspira demasiado y un hecho marcado es su generación. Es difícil entender el mundo actual para una persona de su generación. Un caso excepcional para mí es Obama, presidente que ha mostrado una gran madurez y estabilidad psicológica, además de elegancia, en su cargo. Lo terrible sería que lo sucediera un mayor como el disparatado Donald Trump cuyo CI es no demasiado elevado a diferencia de su violencia y esquematismo que son tremendamente altos.
La política es terreno extraño, porque no necesariamente una excelente formación garantiza un buen gobernante. El arte de organizar la vida en común y atender a la satisfacción de las necesidades colectivas no necesariamente está emparentado con la sabiduría o la formación académica exquisita, y son innumerables las pruebas de los fracasos de la intelectualidad en la política. El saber no estorba, desde luego, pero se requieren otras muchas condiciones de tipo personal que conecten con la ciudadanía que ha de ser gobernada para que una persona sea un buen político. Me viene siempre a la cabeza aquella película de la que aprendí tanto, El último Hurra, en la que se enfrentan dos aspirantes a la alcaldía, uno veterano, Spencer Tracy y un jovencito recién llegado de la mano de las "fuerzas vivas", Jeffrey Hunter. La generación de la Transición, de todos modos, era muy distinta de estos nuevos polítios profesionales desde la adolescencia, como las Pajín, Díaz, etc., cuyas carencias llaman tanto la atención como su habilidad para no haber cotizado ni un puñetero día a la Seguridad Social y, sin embargo, ir dando lecciones de todo tipo, éticas, económicas, ideológicas, sin el más mínimo rubor. Me cuesta, con todo, afear a quienes se dedican a la política que lo hagan, porque, al margen de las recompensas que tengan, es verdad que nos ahorran a muchos una dedicación que nos permite mantenernos a distancia de tanta mediocridad.
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