La lírica cerril, y ubetense, de la épica secesionista
catalana…, con Chandos al fondo.
Si para Heidegger el poeta es el mago de la tribu el depositario de las palabras esenciales, los políticos secesionistas, con el paráclito Mas a la cabeza –y Mascarell a los pies– han asumido un rol poético –del griego poieo: ‘hacer’– mediante el cual quieren convertirse en auténticos chamanes de la tribu catalana, a la que le ofrecen no sólo las depuradas, las prístinas palabras de la tribu, sino también la única interpretación posible de dichas palabras sanadoras y el vínculo que, a través de ellas, los liga a su esencia atemporal y al cuerpo místico del catalanismo.
Ante los oídos atónitos de los infieles –los de los
fieles están cerrados y sellados con el lacre de la adhesión inquebrantable–,
los popes/poetas secesionistas desgranan sus conceptos taumatúrgicos como una
letanía miraculosa que exalta ardores cocidos con el veneno banderizo del viejo
carlismo en el ara de la excelsitud patriótica: Secesión. Derecho a decidir.
Nuevo estado. Estructuras de Estado. Hacienda propia. Sociedad civil. Legalidad
democrática. Consulta. Somos y seremos. El gobierno de los mejores. Cataluña,
potencia económica. Espolio. Independencia. Milenarismo. Viejo país de Europa.
Proceso. Nación. Países catalanes. Resistencia al invasor. Indignación.
Referendo. Instituciones. Lengua. Cultura. Democracia. Unidad. Propuesta
cívica. Lo nuestro. Choque. Esclavitud. Genocidio. Honestidad. Vecindad.
Ejemplaridad. Proceso constituyente. España nos roba. Recursos. Nosotros.
Tradición. Declaración unilateral de independencia. Desafección et sic de caeteris.
El delirio
poético que los guía avanza sin otro objetivo que pretender rehacer la realidad
a su antojo, recrearla, a fuerza, como es lógico, de negar la realidad en la
que viven, la única, sin embargo, que tienen, pero de la que quieren salir con
la nítida determinación de quienes se creen revestidos con el poder divino. Llegará
el día en que la impostura se deshará como la niebla matutina de comienzos de
otoño en la plana de Vic, cuando sale el sol que apenas calienta, pero que sí
ilumina. Dejo de lado el carácter religioso, profundamente religioso,
pseudocristiano y católico –el expansionismo es consustancial al nacionalismo–
del Movimiento Nacional, aunque está uno tentado de irse por esa digresión como
los dirigentes secesionistas se van por las ramas ante la tajante negativa
internacional a reconocerlos como estado en el concierto de las naciones.
Prefiero atenerme a lo prometido en el título: explicar en qué consiste la
famosa maldición de lord Chandos.
El 22 de agosto de 1603, lord Chandos, retirado
a sus posesiones, escribió al filósofo Francis Bacon, en contestación a una
misiva de éste reclamándole que restableciese el trato social con quienes
ansiaban oír de él y leer sus sobras, una carta en la que le confesaba el mal
profundo e irreversible que lo aquejaba. Desde el inicio, ¡Quién es el hombre para hacer planes!, reconoce el agudo
diagnóstico del filósofo al recordarle la conclusión de su carta: Concluye
usted con el aforismo de Hipócrates Qui
gravi morbo correpti dolores non sentiunt, iis mens aeggrotat (Quienes no
sienten que una grave enfermedad les aqueja, están mentalmente enfermos). ¿Cuál
es el mal de Lord Chandos? Él, poeta genuino, lo dice con toda claridad: Mi caso es, en resumen, el siguiente: he
perdido por completo la capacidad de pensar o hablar coherentemente sobre
ninguna cosa.(…) Sentía un incomprensible malestar a la hora de pronunciar
siquiera las palabras "espíritu", "alma", o
"cuerpo". En mi fuero interno me resultaba imposible emitir un juicio
sobre los asuntos de la corte, los acontecimientos del parlamento o lo que
usted quiera. Y no por escrúpulos de ningún género, pues usted conoce mi
franqueza rayana en la imprudencia, sino más bien porque las palabras
abstractas, de las que conforme a la naturaleza, se tiene que servir la lengua
para manifestar cualquier opinión, se me desintegraban en la boca como setas
mohosas.
Lord Chandos, pues, se ha instalado en un estado de descreimiento
absoluto respecto de los conceptos vehiculados por el lenguaje. Éste se le ha
vuelto, en su conjunto, y especialmente en el de los usos abstractos del mismo,
una suerte de capullo sin crisálida, un envoltorio del vacío: Las palabras
aisladas flotaban alrededor de mí; cuajaban en ojos que me miraban fijamente y
de los que no puedo apartar la vista: son remolinos a los que me da vértigo
asomarme, que giran sin cesar y a través de los cuales se llega al vacío. […] Pensé en guiarme por los textos de Séneca y Cicerón. Esperaba curarme con esa
armonía de conceptos limitados y ordenados. Pero no podía llegar hasta ellos.
Comprendía esos conceptos: veía ascender ante mí su maravilloso juego con bolas
doradas. Podía moverme a su alrededor y ver cómo jugaban entre sí; pero sólo se
ocupaban de ellos mismos, y lo más profundo, lo personal de mi pensamiento, quedaba excluido de su corro. Entre ellos me invadió una sensación terrible de
soledad; me sentía como alguien que estuviese encerrado en un jardín lleno de
estatuas sin ojos; huí de nuevo al exterior.
De ahí, en consecuencia, la
resignación con que reconoce ante el creador del Novum Organum, sus antiguos
sueños, ya imposibles de cumplir, dado el abatimiento, el descreimiento
conceptual que le embarga y desde el que ve sus antiguos esfuerzos creativos
desde la desolación del presente: Yo también jugué con otros planes. Su
benévola carta también los resucita: Hinchados con una gota de mi sangre,
revolotean todos ante mí como mosquitos tristes junto a un muro sombrío sobre
el que ya no cae el sol luminoso de los días felices.
Es, por lo tanto, muy
probable que, enfrentados, cuando llegue el momento, a la dureza imperativa de
la realidad única y auténtica que compartimos todos, los ahora eufóricos
propietarios del discurso secesionista comiencen a ser aquejados por esta
maldición de Lord Chandos y comiencen a reconocer digos en donde dijeron
Diegos, porque llegará el día en que la impostura se deshará como la niebla
matutina de comienzos de otoño en la plana de Vic cuando sale el sol que apenas
calienta, pero que sí ilumina. Las luces, ahora apagadas en esos vocablos
altisonantes y arrojadizos, se encenderán para que, desolados, como Lord
Chandos, comprueben los antipoetas secesionistas, desazonados, que sólo han
agitado fantasmas sin entidad, ídolos efímeros que, como los mosquitos tristes
de Chandos, es posible que les hayan chupado la sangre del entendimiento a
cuantos fanáticos les han creído. En el fondo, poco profundo, la verdad, los
secesionistas son paradigma del deseo que expresó con tanta concisión como
ironía el malogrado regeneracionista Ángel Ganivet al hablar del ideal jurídico
de los hidalgones españoles: llevar en el
bolsillo una carta foral con un solo artículo: este español está autorizado
para hacer lo que le dé la gana.
*La carta de Lord Chandos fue escrita en 1902 por Hugo
von Hofmannstahl.
Hubo un tiempo, lejano, en que admiraba profundamente a los catalanes y a Cataluña. La realidad que ha mostrado y que está mostrando el prusés no brilla a gran altura. El otro día leí en una camiseta de un individuo que vi en el metro que decía algo así como que él no había elegido nacer en Cataluña, simplemente había tenido suerte. Me pareció paradigmático ese supremacismo identitario que revela una suerte de autoestima superlativa. Muchos se creen mejores, superiores, víctimas siempre de España. Así son los mitos y nada hay tan difícil o imposible que deshacer un mito o desmontar una consigna repetida hasta la saciedad como las que has recogido. Luego la realidad muestra que no todo brilla a la altura que ellos imaginan, que domina también la corrupción, que todo huele a calcetín usado. Espriu creo un paralelismo entre el pueblo catalán y el pueblo judío como pueblos elegidos. Esa creencia es viva pero yo no la comprendo. Yo lo veo de forma diferente al que llevaba la camiseta. Pienso que he tenido suerte en no haber nacido catalán, pero allá cada uno con sus mitos, sus creencias, sus aversiones y demás. Su suerte no me suscita la más mínima empatía. Es curioso haber vivido junto a ellos cuarenta años y que no sienta nada próximos sus sentimientos. Supongo que será problema mío.
ResponderEliminarSe ha extendido la idea de que los sentimientos no admiten crítica, que valen por el solo hecho de ser lo que son, manifestación espontánea del ánimo; pero después de vivir en sociedad tanto tiempo, no me cabe la más mínima duda de que hay sentimientos rastreros, deplorables, vergonzosos, miserables y aun hasta criminales. O sea, que si hace falta una crítica de la razón, con mayor razón hace falta una crítica de los sentimientos que revele la bajeza de la que son capaces. Los sentimientos terruñeros y nacionalistas en general son lo más propio de la horda primitiva de la que somos herederos, y lleva toda una vida de observación, estudio y reflexión apartarse de ellos lo suficiente para calibrar bien el lugar que han de ocupar en nuestros valores y lo poco o nada que valen frente a otros que superan esas estrechas fronteras.
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