Una ciudad
bimilenaria, ceñida al Ebro, o el multiculturalismo de antaño renovado hogaño
sin el viejo esplendor.
Si la calle principal
está dedicada a Cervantes, y ni se les ha pasado por la imaginación cambiarle
el nombre, ello quiere decir que estamos en “territorio amigo”. El Parador,
donde nos alojamos, es una antigua fortaleza árabe construida ya sobre una
fortificación romana, el castillo de la Suda, que significa pozo. Llegamos
tarde y comemos en el Parador, aunque escueza el precio. Yo me echo entre pecho
y espalda un potaje de garbanzos, espinacas y bacalao que quita el aliento, y
de segundo una lubina al horno, con patatas a la “panadera” que quitado ya el
aliento, te hace el vacío…
Un paseo de contacto y nos sale al paso el Museo de Tortosa,
instalado en el edificio modernista del antiguo matadero, lo que parece, a
primera e intensa vista, increíble, a juzgar por la belleza civil y monumental
del edificio, obra de Pau Monguió, como nos explicó el guía de la catedral en
la mañana del sábado, un arquitecto que también lo fue de la casa Greco,
modernista, situada frente a la Catedral.
Entramos en la oficina de turismo que
está abierta y un guía al que cuesta entender lo suyo el cerrado acento tortosí, en parte por alguna pereza
enunciativa y acaso también por cierta timidez de carácter, nos marca el único recorrido
turístico posible en la ciudad. Seguimos caminando y llegamos a un parque donde
se exponen los gigantes y cabezudos de cuya historia no nos enteraremos sino al
día siguiente cuando el magnífico guía de la catedral nos cuente la leyenda de la cucafera en
que se inspiraron, aunque una de las cabezudas parece haber inspirado el
disparate de la Grossa, la lotería independentista catalana.
Atravesamos el
parque González y nos acercamos a la orilla del río, junto al que pasear
ensancha el espíritu. El antiguo puente del ferrocarril, lleno de rojo
colorido, se recorta sobre el río manso, y poco acaudalado, y es, ahora, el
inicio de una vía verde para caminantes y ciclistas, por la que al día
siguiente nos proponemos pasear un rato. Llama la atención el hecho de que, al
margen de la cubanyera gigante
instalada en la rotonda de entrada a la ciudad, supongo que por el
ayuntamiento, gobernado por la extinta CiU, bajo tolerancia de DRC y con un 40%
de abstención, en el largo paseo por la ciudad no he contabilizado sino dos cubanyeres en los balcones, y una de
ella bastante “xacrosa”, la verdad. De igual manera, es muy notable la
presencia de inmigrantes en la ciudad, tanto árabes como subsaharianos, aunque
estos en menor medida. La vocación agrícola de la comarca así debe de justificarlo,
me imagino. Lo curioso es, como pasa en
otras ciudades, que la inmigración ocupa el centro de la ciudad donde tantos
edificios en mal estado sobreviven a la piqueta que, en zonas aledañas al
castillo entró, sin embargo, a saco. Por la noche, en el Parador, después de
cenar un poco de fruta y una cuajada, leo en La Vanguardia -que compro de tanto en tanto y exclusivamente por el
crucigrama de Fortuny, y por leer la “prensa del régimen”-, que el alcalde de
Tortosa, ¡vaya por Maquiavelo, qué coincidencia!, ha mediado entre Gobierno, estibadores,
pedecat y el sursum corda para que se aprobara el decreto-ley sobre la reforma
del sector de la estiba, por imperativo legal de la UE, aunque en las
bambalinas se sospecha un acuerdo para no acusar a CDC en el llamado “cas Palau”,
algo así como volver a la vieja política del “peix al cove”. Postre, algo
insípido, del día, es el deseo de mi Conjunta de echarle un vistazo en la
televisión, como remate de la visita a la Cataluña profunda, que se revela
bastante más cosmopolita y pluricultural que el monolitismo supremacista de los
defensores de la Catalunya is different,
a la película 8 apellidos catalanes,
y, aunque engolfado yo en las Elegías de Propercio, y ella en pacífico sueño al
cabo de nada, no deja de llenarme de vergüenza ajena un bodrio que hace
“aigües” por los cuatro costados y gracia por ninguno. Habíamos dejado pendiente la visita de la
catedral y, camino de ella, reparamos en los Reales Colegios, nos acercamos y
volvemos a encontrarnos con el amable guía de la Oficina de Turismo, quien,
gentilmente, nos cobra un euro por entrar a visitar el patio del Real Colegio
dedicado por los reyes a la integración de moriscos y judíos, un edificio construido
por el mismo arquitecto del palacio de Carlos V de la Alhambra de Granada, Pedro Machuca -nos
dijo el guía de Turismo, aunque no he encontrado ninguna referencia a ello en
internet- y que constituye, con la universidad de los dominicos construida a su
lado, el mejor conjunto renacentista de arquitectura civil en Cataluña. El
patio, con representación en bajorrelieve de los reyes de la Corona de Aragón y
con unos graciosos perfiles moriscos bajo ellos, bien merecía una visita que,
por la hora de la mañana, hicimos solos.
Al lado de los Reales Colegios, en una iglesia, ya secularizada, hallamos uno de esos tesoros que no sé si se valora como se debe, me refiero al archivo municipal, un hermosísimo mueble en madera labrada y policromada que parece diseñado para una película sobre el Renacimiento dirigida por Visconti. Quienes hemos sido funcionarios de la Administración, concretamente de Hacienda, estamos en disposición de apreciar como nadie el valor de una obra de arte "funcional" como la que tenemos el privilegio de contemplar. Retiramos con cuidado unas sillas dispuestas para un acto que se celebrará en breve y luego las retornamos a su sitio, de tal modo que la fotografía haga justicia a la belleza de un archivo como no creo haber visto otro igual en mi vida y que, por sí mismo, ya justificaría la visita al recinto.
El guía nos dijo que a las 11 se
realizaba una visita guiada a la Catedral y el barrio antiguo que merecía mucho
la pena. Y no se equivocó. La hicimos en compañía de un grupo de Castellón
curiosamente dividido: las mujeres se apuntaron a la visita guiada, los
hombres, salvo dos, prefirieron sentarse en una terraza… Y empezamos una visita
llena de explicaciones que el guía iba desgranando con afición y sutil sentido
del humor, quizás animado por el hecho de que, al menos uno, mi menda
escribenda, tomara notas casi compulsivamente de sus explicaciones prolijas.
Muchas, e interesantes, fueron las revelaciones hechas a lo largo de una visita
que recomiendo fervientemente a quienes quieran descubrir parte de la historia
bimilenaria de Tortosa, antigüedad de la que se ufanaba orgulloso el guía, como
si hubiera contribuido poderosamente a ella. Lo importante es que Tortosa fue
una ciudad de frontera, un puerto fluvial importantísimo que generó enormes
riquezas y que tenía uno de los obispados más deseados de España, que se
extendía hasta Valencia. Ramón Berenguer IV la reconquistó a los árabes
mediante la estrategia del asedio, que duró seis meses, hasta la capitulación
de los moradores. Tengamos en cuenta que la plaza fuerte de Tortosa se
distingue por ser la edificación defensiva con más quilómetros de muralla de
España, doce, de los cuales aún se pueden visitar no pocos tramos en la parte
de atrás del castillo y un tramo que se adentraba hacia el Ebro en los Jardines
del Príncipe, que visitamos al día siguiente, el domingo. Mucho tuvieron que
ver los judíos, como mediadores para lograr la capitulación de los árabes, pues
se inclinaron hacia los cristianos, de lo que sacaron como botín la asignación
de un barrio de la ciudad del que hoy no queda más rastro que la estrechez de
algunas calles.
Las piedras, traídas de Flix, para la construcción de la
catedral incluían también la muy enorme de seis toneladas sobre la que se
esculpió la muy hermosa “clau de volta” que cerraba el crucero del altar mayor,
una obra tan espectacular como debió de ser la colocación de la misma, tras lo
cual ya se consagró al culto esa parte de la catedral. Lo más singular, sin
embargo, de la catedral de Tortosa, majestuosa por dentro, es que haya
permanecido inacabada, porque, por razones defensivas, los cañones situados por
encima en el castillo, cualquier edificación de las torres hubiera sido un
obstáculo para la línea de tiro. Así pues, a medias por la falta de fondos, a
medias por las exigencias defensivas, la planta de la catedral no está rematada
en su fachada por las dos torres diseñadas, con la estatua del Ángel Custodio
entre ellas, auténtico patrón de la ciudad, del mismo modo que la Virgen de la
Cinta es la patrona. En el interior de la catedral, en el que hay otra capilla
que parece otra catedral a escala, nuestras compañeras de visita descubren, en
una de las pinturas murales, a un conocido: el párroco de su iglesia que sirvió
de modelo, un tan don Salvador, que ejerció, antes de venir a Tortosa, en
Alquerías del Niño perdido, un pueblo segregado del de Villarreal tras una
larga lucha judicial por su independencia, iniciada en 1929 y acabada en 1985.
Todas fotografían al mossén con indudable alegría. La imagen de la titular de
la Seo se fabricó en Barcelona, en plata y se duda de si se la representa
embarazada o no. Se trata de una capilla que vimos casi de milagro, porque se
esperaba a la Consejera portavoz del Gobierno de la Generalidad y a punto
estuvimos de tener que dejarlo para otra ocasión, por esa primacía de los
cargos políticos a quienes se les abren todas las puertas después de desalojar
al “pueblo” de adonde ellos vayan… De salida, volvimos a pasar por la escalera
principal de la fachada y, alzando la cabeza, ¡en mala hora!, tropezó la vista
indiscreta con los refajos y adiposidades interiores de la mendaz Consejera
demagógica, para horror contemplativo donde los haya. A punto estuve de
recordarle, con horrísona voz destemplada, y maquillada, una cita de Unamuno, ni venceréis ni convenceréis, pero opté
por el piadoso silencio, del que me arrepentí en cuanto, hecha la fotografía de
rigor, el grupo del Régimen se adentró en la Catedral. Al fin y al cabo,
manifesté el respeto por sus ideas que ellos no tienen a quienes discrepan de
su delirio totalitario, aunque mi consuelo sea que, de persistir en él, lo
purgarán donde otros delitos, de diferente naturaleza, se purgan: en la cárcel.
Un paseo después de comer, el “menjar blanc”, una variante del arroz con leche,
nos dejó buen sabor de boca, nos lleva a descubrir una excelente librería, la
Viladrich e incluso a poder comprar la prensa del día que acompaño, esta vez,
de un semanario de la tierra L’Ebre,
porque siempre me gusta leer la prensa local de allá donde voy. Se trata, por
lo general, de un periodismo “apegado al terreno” que no desperdicia el espacio
para embutir noticias breves que lo convierten en lo más parecido a aquellos
antiguos “Diarios de avisos” de los tiempos heroicos de la aparición de los
primeros periódicos. Es tal la mezcla de noticias, que resulta difícil
distinguir entre lo fundamental y lo anecdótico. Entre las disputas en torno al
monumento franquista del río, cuya demolición o traslado evitó el pueblo en un
referéndum, y el posible ascenso a “Primera” del equipo local, lo que en
páginas interiores uno identifica con la antigua Cuarta División , hoy Primera
Regional. Del paseo por la ciudad rescatamos algunos edificios notables y uno,
de inspiración egipcia, que nos llama poderosamente la atención.
Se trata de la
antigua Clínica Sabaté, obra del maestro de obras Josep Maria Vaquer y
construida desde 1914 hasta 1916, aunque algunos la atribuyen a Francesc
Escudé, quien no llegó a acabar la carrera de arquitecto. La mañana del domingo
la dedicamos a darnos un paseo por los Jardines del Príncipe, así llamados por
los que inauguró, su rehabilitación, el entonces príncipe Felipe, acompañado,
como reza la placa, por un Molt Honorable
Jordi Pujol cuyo título habría de sufrir una rectificación urgente, o sea, un
reset que actualice la dimensión histórica del expresidente. Volvemos a
encontrarnos en la recepción con el guía “único” y ubicuo, al parecer, de
Turismo, con quien cruzamos una sonrisa casi ya de camaradería, aunque nos
cobra los tres eurazos de rigor para una visita que propiamente no los vale,
pero, bueno, tampoco alegamos la condición de jubilados para reducir el precio
a dos, que conste. Los jardines pertenecían al antiguo balneario de Porcar, que
tuvo teatro y casino en el siglo XIX y fue lugar de descanso de las élites de
toda España. El lugar alberga un museo de esculturas al aire libre del autor
abulense Santiago de Santiago sobre las que cualquier juicio estético
levantaría polémica. Como son muchas, digamos el piadoso “hay de todo” y, como
está dedicada, la exposición, a la aventura del ser humano, destaquemos la
primera escultura que he visto de un parto, con motivo de la protesta del autor
contra la bomba de Hiroshima.
Acabada la visita, volvimos, no deprisa y
corriendo, pero sí con cierta celeridad, porque teníamos entradas para ir a ver
el espectáculo de Joan Ollé sobre Jaime Gil de Biedma en el Teatre Lliure de
Gràcia. Pero de esto hablaré otro día. Fuimos a Tortosa sin saber nada y
volvimos habiendo pasado dos días excelentes en los que si algo destaca, con
mucho, de todo lo demás, ello sería la excelente explicación histórica del guía
de la catedral. Reiteramos nuestra complacencia y agradecimiento. La ciudad,
con todo, ceñida al Ebro y tan reducida, no es extraño que genere una cierta
asfixia, si se atiende a la perspectiva de vivir en ella permanentemente, dada,
además, la relativamente pobre vida cultural e incluso, y en mi caso particular
es algo decisivo, la ausencia de salas de cine. Sí es ciudad, sin embargo,
donde pasar una breve temporada con un fin determinado, pongamos una investigación
histórica, sociológica o artística, porque el ritmo slow motion de la vida
ciudadana lo permite, y, ¡por supuesto, y muy recomendado!, un fin de semana en
el que “descubrirla”. Su punto de romanticismo lo puso el escaso caudal del río y la suave ondulación de las algas como si fueran los cabellos de Ofelia:
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