jueves, 25 de mayo de 2017

Parar en Tortosa: un descubrimiento.


Una ciudad bimilenaria, ceñida al Ebro, o el multiculturalismo de antaño renovado hogaño sin el viejo esplendor.

Si la calle principal está dedicada a Cervantes, y ni se les ha pasado por la imaginación cambiarle el nombre, ello quiere decir que estamos en “territorio amigo”. El Parador, donde nos alojamos, es una antigua fortaleza árabe construida ya sobre una fortificación romana, el castillo de la Suda, que significa pozo. Llegamos tarde y comemos en el Parador, aunque escueza el precio. Yo me echo entre pecho y espalda un potaje de garbanzos, espinacas y bacalao que quita el aliento, y de segundo una lubina al horno, con patatas a la “panadera” que quitado ya el aliento, te hace el vacío…

Un paseo de contacto y nos sale al paso el Museo de Tortosa, instalado en el edificio modernista del antiguo matadero, lo que parece, a primera e intensa vista, increíble, a juzgar por la belleza civil y monumental del edificio, obra de Pau Monguió, como nos explicó el guía de la catedral en la mañana del sábado, un arquitecto que también lo fue de la casa Greco, modernista, situada frente a la Catedral.
Entramos en la oficina de turismo que está abierta y un guía al que cuesta entender lo suyo el cerrado acento tortosí, en parte por alguna pereza enunciativa y acaso también por cierta timidez de carácter, nos marca el único recorrido turístico posible en la ciudad. Seguimos caminando y llegamos a un parque donde se exponen los gigantes y cabezudos de cuya historia no nos enteraremos sino al día siguiente cuando el magnífico guía de la catedral nos cuente la leyenda de la cucafera en que se inspiraron, aunque una de las cabezudas parece haber inspirado el disparate de la Grossa, la lotería independentista catalana.
Atravesamos el parque González y nos acercamos a la orilla del río, junto al que pasear ensancha el espíritu. El antiguo puente del ferrocarril, lleno de rojo colorido, se recorta sobre el río manso, y poco acaudalado, y es, ahora, el inicio de una vía verde para caminantes y ciclistas, por la que al día siguiente nos proponemos pasear un rato. Llama la atención el hecho de que, al margen de la cubanyera gigante instalada en la rotonda de entrada a la ciudad, supongo que por el ayuntamiento, gobernado por la extinta CiU, bajo tolerancia de DRC y con un 40% de abstención, en el largo paseo por la ciudad no he contabilizado sino dos cubanyeres en los balcones, y una de ella bastante “xacrosa”, la verdad. De igual manera, es muy notable la presencia de inmigrantes en la ciudad, tanto árabes como subsaharianos, aunque estos en menor medida. La vocación agrícola de la comarca así debe de justificarlo, me imagino.  Lo curioso es, como pasa en otras ciudades, que la inmigración ocupa el centro de la ciudad donde tantos edificios en mal estado sobreviven a la piqueta que, en zonas aledañas al castillo entró, sin embargo, a saco. Por la noche, en el Parador, después de cenar un poco de fruta y una cuajada, leo en La Vanguardia -que compro de tanto en tanto y exclusivamente por el crucigrama de Fortuny, y por leer la “prensa del régimen”-, que el alcalde de Tortosa, ¡vaya por Maquiavelo, qué coincidencia!, ha mediado entre Gobierno, estibadores, pedecat y el sursum corda para que se aprobara el decreto-ley sobre la reforma del sector de la estiba, por imperativo legal de la UE, aunque en las bambalinas se sospecha un acuerdo para no acusar a CDC en el llamado “cas Palau”, algo así como volver a la vieja política del “peix al cove”. Postre, algo insípido, del día, es el deseo de mi Conjunta de echarle un vistazo en la televisión, como remate de la visita a la Cataluña profunda, que se revela bastante más cosmopolita y pluricultural que el monolitismo supremacista de los defensores de la Catalunya is different, a la película 8 apellidos catalanes, y, aunque engolfado yo en las Elegías de Propercio, y ella en pacífico sueño al cabo de nada, no deja de llenarme de vergüenza ajena un bodrio que hace “aigües” por los cuatro costados y gracia por ninguno.  Habíamos dejado pendiente la visita de la catedral y, camino de ella, reparamos en los Reales Colegios, nos acercamos y volvemos a encontrarnos con el amable guía de la Oficina de Turismo, quien, gentilmente, nos cobra un euro por entrar a visitar el patio del Real Colegio dedicado por los reyes a la integración de moriscos y judíos, un edificio construido por el mismo arquitecto del palacio de Carlos V de la Alhambra de Granada, Pedro Machuca -nos dijo el guía de Turismo, aunque no he encontrado ninguna referencia a ello en internet- y que constituye, con la universidad de los dominicos construida a su lado, el mejor conjunto renacentista de arquitectura civil en Cataluña. El patio, con representación en bajorrelieve de los reyes de la Corona de Aragón y con unos graciosos perfiles moriscos bajo ellos, bien merecía una visita que, por la hora de la mañana, hicimos solos.
Al lado de los Reales Colegios, en una iglesia, ya secularizada, hallamos uno de esos tesoros que no sé si se valora como se debe, me refiero al archivo municipal, un hermosísimo mueble en madera labrada y policromada que parece diseñado para una película sobre el Renacimiento dirigida por Visconti. Quienes hemos sido funcionarios de la Administración, concretamente de Hacienda, estamos en disposición de apreciar como nadie el valor de una obra de arte "funcional" como la que tenemos el privilegio de contemplar. Retiramos con cuidado unas sillas dispuestas para un acto que se celebrará en breve y luego las retornamos a su sitio, de tal modo que la fotografía haga justicia a la belleza de un archivo como no creo haber visto otro igual en mi vida y que, por sí mismo, ya justificaría la visita al recinto.
El guía nos dijo que a las 11 se realizaba una visita guiada a la Catedral y el barrio antiguo que merecía mucho la pena. Y no se equivocó. La hicimos en compañía de un grupo de Castellón curiosamente dividido: las mujeres se apuntaron a la visita guiada, los hombres, salvo dos, prefirieron sentarse en una terraza… Y empezamos una visita llena de explicaciones que el guía iba desgranando con afición y sutil sentido del humor, quizás animado por el hecho de que, al menos uno, mi menda escribenda, tomara notas casi compulsivamente de sus explicaciones prolijas. Muchas, e interesantes, fueron las revelaciones hechas a lo largo de una visita que recomiendo fervientemente a quienes quieran descubrir parte de la historia bimilenaria de Tortosa, antigüedad de la que se ufanaba orgulloso el guía, como si hubiera contribuido poderosamente a ella. Lo importante es que Tortosa fue una ciudad de frontera, un puerto fluvial importantísimo que generó enormes riquezas y que tenía uno de los obispados más deseados de España, que se extendía hasta Valencia. Ramón Berenguer IV la reconquistó a los árabes mediante la estrategia del asedio, que duró seis meses, hasta la capitulación de los moradores. Tengamos en cuenta que la plaza fuerte de Tortosa se distingue por ser la edificación defensiva con más quilómetros de muralla de España, doce, de los cuales aún se pueden visitar no pocos tramos en la parte de atrás del castillo y un tramo que se adentraba hacia el Ebro en los Jardines del Príncipe, que visitamos al día siguiente, el domingo. Mucho tuvieron que ver los judíos, como mediadores para lograr la capitulación de los árabes, pues se inclinaron hacia los cristianos, de lo que sacaron como botín la asignación de un barrio de la ciudad del que hoy no queda más rastro que la estrechez de algunas calles.
Las piedras, traídas de Flix, para la construcción de la catedral incluían también la muy enorme de seis toneladas sobre la que se esculpió la muy hermosa “clau de volta” que cerraba el crucero del altar mayor, una obra tan espectacular como debió de ser la colocación de la misma, tras lo cual ya se consagró al culto esa parte de la catedral. Lo más singular, sin embargo, de la catedral de Tortosa, majestuosa por dentro, es que haya permanecido inacabada, porque, por razones defensivas, los cañones situados por encima en el castillo, cualquier edificación de las torres hubiera sido un obstáculo para la línea de tiro. Así pues, a medias por la falta de fondos, a medias por las exigencias defensivas, la planta de la catedral no está rematada en su fachada por las dos torres diseñadas, con la estatua del Ángel Custodio entre ellas, auténtico patrón de la ciudad, del mismo modo que la Virgen de la Cinta es la patrona. En el interior de la catedral, en el que hay otra capilla que parece otra catedral a escala, nuestras compañeras de visita descubren, en una de las pinturas murales, a un conocido: el párroco de su iglesia que sirvió de modelo, un tan don Salvador, que ejerció, antes de venir a Tortosa, en Alquerías del Niño perdido, un pueblo segregado del de Villarreal tras una larga lucha judicial por su independencia, iniciada en 1929 y acabada en 1985. Todas fotografían al mossén con indudable alegría. La imagen de la titular de la Seo se fabricó en Barcelona, en plata y se duda de si se la representa embarazada o no. Se trata de una capilla que vimos casi de milagro, porque se esperaba a la Consejera portavoz del Gobierno de la Generalidad y a punto estuvimos de tener que dejarlo para otra ocasión, por esa primacía de los cargos políticos a quienes se les abren todas las puertas después de desalojar al “pueblo” de adonde ellos vayan… De salida, volvimos a pasar por la escalera principal de la fachada y, alzando la cabeza, ¡en mala hora!, tropezó la vista indiscreta con los refajos y adiposidades interiores de la mendaz Consejera demagógica, para horror contemplativo donde los haya. A punto estuve de recordarle, con horrísona voz destemplada, y maquillada, una cita de Unamuno, ni venceréis ni convenceréis, pero opté por el piadoso silencio, del que me arrepentí en cuanto, hecha la fotografía de rigor, el grupo del Régimen se adentró en la Catedral. Al fin y al cabo, manifesté el respeto por sus ideas que ellos no tienen a quienes discrepan de su delirio totalitario, aunque mi consuelo sea que, de persistir en él, lo purgarán donde otros delitos, de diferente naturaleza, se purgan: en la cárcel. Un paseo después de comer, el “menjar blanc”, una variante del arroz con leche, nos dejó buen sabor de boca, nos lleva a descubrir una excelente librería, la Viladrich e incluso a poder comprar la prensa del día que acompaño, esta vez, de un semanario de la tierra L’Ebre, porque siempre me gusta leer la prensa local de allá donde voy. Se trata, por lo general, de un periodismo “apegado al terreno” que no desperdicia el espacio para embutir noticias breves que lo convierten en lo más parecido a aquellos antiguos “Diarios de avisos” de los tiempos heroicos de la aparición de los primeros periódicos. Es tal la mezcla de noticias, que resulta difícil distinguir entre lo fundamental y lo anecdótico. Entre las disputas en torno al monumento franquista del río, cuya demolición o traslado evitó el pueblo en un referéndum, y el posible ascenso a “Primera” del equipo local, lo que en páginas interiores uno identifica con la antigua Cuarta División , hoy Primera Regional. Del paseo por la ciudad rescatamos algunos edificios notables y uno, de inspiración egipcia, que nos llama poderosamente la atención.
Se trata de la antigua Clínica Sabaté, obra del maestro de obras Josep Maria Vaquer y construida desde 1914 hasta 1916, aunque algunos la atribuyen a Francesc Escudé, quien no llegó a acabar la carrera de arquitecto. La mañana del domingo la dedicamos a darnos un paseo por los Jardines del Príncipe, así llamados por los que inauguró, su rehabilitación, el entonces príncipe Felipe, acompañado, como reza la placa, por un Molt Honorable Jordi Pujol cuyo título habría de sufrir una rectificación urgente, o sea, un reset que actualice la dimensión histórica del expresidente. Volvemos a encontrarnos en la recepción con el guía “único” y ubicuo, al parecer, de Turismo, con quien cruzamos una sonrisa casi ya de camaradería, aunque nos cobra los tres eurazos de rigor para una visita que propiamente no los vale, pero, bueno, tampoco alegamos la condición de jubilados para reducir el precio a dos, que conste. Los jardines pertenecían al antiguo balneario de Porcar, que tuvo teatro y casino en el siglo XIX y fue lugar de descanso de las élites de toda España. El lugar alberga un museo de esculturas al aire libre del autor abulense Santiago de Santiago sobre las que cualquier juicio estético levantaría polémica. Como son muchas, digamos el piadoso “hay de todo” y, como está dedicada, la exposición, a la aventura del ser humano, destaquemos la primera escultura que he visto de un parto, con motivo de la protesta del autor contra la bomba de Hiroshima.
Acabada la visita, volvimos, no deprisa y corriendo, pero sí con cierta celeridad, porque teníamos entradas para ir a ver el espectáculo de Joan Ollé sobre Jaime Gil de Biedma en el Teatre Lliure de Gràcia. Pero de esto hablaré otro día. Fuimos a Tortosa sin saber nada y volvimos habiendo pasado dos días excelentes en los que si algo destaca, con mucho, de todo lo demás, ello sería la excelente explicación histórica del guía de la catedral. Reiteramos nuestra complacencia y agradecimiento. La ciudad, con todo, ceñida al Ebro y tan reducida, no es extraño que genere una cierta asfixia, si se atiende a la perspectiva de vivir en ella permanentemente, dada, además, la relativamente pobre vida cultural e incluso, y en mi caso particular es algo decisivo, la ausencia de salas de cine. Sí es ciudad, sin embargo, donde pasar una breve temporada con un fin determinado, pongamos una investigación histórica, sociológica o artística, porque el ritmo slow motion de la vida ciudadana lo permite, y, ¡por supuesto, y muy recomendado!, un fin de semana en el que “descubrirla”. Su punto de romanticismo lo puso el escaso caudal del río y la suave ondulación de las algas como si fueran los cabellos de Ofelia:






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