Entre la devoción, la mitomanía y el cabaret poético:
Gil de Biedma se parte por tres -yo, tú, él-, en un desnudo integral coreografiado
por Joan Ollé.
Después de pasar, sin
éxito, por Amposta para despedirnos de Tortosa con un arroz como la zona manda,
y encontrárnosla en animado y masificado siglo XIX, seguimos camino para evitar colas en la
autopista y llegar a tiempo para el espectáculo de Joan Ollé sobre la vida y la
obra de Jaime Gil de Biedma, una suerte de homenaje en el que se quiere pasar
revista a la obra humana y literaria del poeta desde sus propios poemas, sus declaraciones
y sus Diarios, el último de los cuales se ha publicado recientemente. El “montaje”
o la “propuesta escénica” -conceptos que sustituyen el anticuado de “obra
teatral”, un género al que, desde el propio mundo teatral, parecen empeñarse en
sentenciar a muerte- es simple y no tan efectiva como hubiera sido mejor para
el espectáculo, aunque tiene una estructura que será del agrado de cuanto profesorado de literatura vaya a verla, porque se ajusta, como un guante, a esos espectáculos de consumo estudiantil sobre lecturas obligatorias para el bachillerato que han llegado a crear incluso un circuito teatral propio. Este espectáculo, desde esa perspectiva, sería todo un lujo. Hay una suerte de estética cutre, de pobreza de golfería, que,
casando bien con algunas facetas humanas del biografiado, no cubren la total
complejidad de su persona. Los textos están bien seleccionados, pero la
innovación: tres actores encarnando al mismo personaje, sin que ninguno de ellos
se adjudique, en principio, a una etapa biográfica, a pesar de las dispares
edades de los tres, funciona en ciertos momentos y en otros se revela un
obstáculo para el objetivo perseguido: que el público empatice con el poeta y
comparta con él su aventura biográfica. Ahí las diferencias de nivel entre unos
y otros intérpretes crean cierta disonancia, cierta falta de homogeneidad que
afecta a la creación del clímax que se pretende. La exigencia de la impostación
elocutiva le quita intimidad a la representación, sobre todo en el impetuoso,
aunque escrupuloso Iván Benet; y solo en la voz de Mario Gas se recupera, para
desgracia el público mayor que sordea, el tono de confidencia íntima que
debería de haber sido la norma en toda la representación. El uso de la
filmación, la grabación de voz y el añadido de dos canciones, una de Paco
Ibáñez, bien adaptada a su voz por Judit Farrés, aunque se echaba de menos la
poderosa voz grave del vasco, sobre un texto de José Agustín Goytisolo, al que
le dedicó un álbum realmente imprescindible, y otra de Joan Manuel Serrat,
contribuyeron, en algunos momentos, a convertir la escena en una suerte de “cabaret
poético” por el que, sin embargo, no se insistió lo que acaso se debería de
haber insistido, porque manifestaron no poca gracia los intérpretes en esos
momentos y mostraban un lado frívolo del poeta que también existió. Cada cual, supongo, si lector del poeta, esperaría
los poemas que lleva grabados en la memoria. Pensé, durante la representación,
que el De vita beata sería el broche
de oro de la representación pero no fue
así, y se escogió un apagamiento naturalista en un entorno hospitalario que,
francamente, constituyó un anticlímax excesivo. Nada nuevo se aportó, sobre la
vida o la obra del autor; ningún poema poco conocido se destacó como olvidada pieza
significativa; y se magnificó, a mi entender, la posición política del poeta y
su significación ante la represión franquista con un tono excesivamente
triunfalista. En conjunto, y a pesar de un movimiento en escena que no siempre
respondía a una concepción dramático clara, sino a la necesidad de “mover” a
los intérpretes para huir del estatismo parlante, la obra consigue cierta
agilidad cinematográfica que permite pasar de unos textos a otros, de unas
etapas vitales a otras, con cierto ritmo, sin demorarse ni apresurarse en
exceso. Leyendo la nómina del equipo técnico, me ha llamado la atención la
presencia en él de un “asesor de dicción en lengua castellana”, tarea para la
que, naturalmente…, se ha escogido a un licenciado en Filología Catalana ,
profesor en la URV. Choca, ¿o no? En fin, supongo que el asesoramiento de un
castellanoparlante de soca-rel acaso
se hubiera visto como una “intromisión” imperdonable… En todo caso, los tres
intérpretes en ningún momento desmerecen fonéticamente del castellano un si es
no es aguardentoso de Jaime Gil de Biedma, aunque la impetuosa claridad
elocutiva de Ivan Benet marcaba una distancia excesiva con el recuerdo que
guardamos del poeta, de su voz y de su recitación. Había algo en la representación
de propuesta televisiva, porque en todo momento tuve la impresión de estar
viendo una entrega de aquella magnífica L’illa
del tresor que Ollé hacía mano a mano con Joan Barril en una televisión
catalana que no se si hoy estaría dispuesta a permitírselo.
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