martes, 2 de mayo de 2017

La cubanyera de mi vecino


Del tiempo y sus símbolos...

Va para dos años que uno de mis vecinos del edificio de enfrente, sobre la calle S., colgó con un entusiasmo sin límites una bandera estelada que lucía con la arrogancia propia del dueño. Sus vivos colores alegraban un balcón hasta entonces tirando a siniestro y casposo, sin plantas ni casi vida doméstica que sugiriera que en esa casa la higiene es un valor reputado. Cada mañana, al airear mi dormitorio mis ojos chocaban con la bandera del secesionismo catalán que ha arrasado con la bandera institucional propia de las franjas rojigualdas sin adherencias cubanas, que ese es el origen de la estrella, azul para los carcas conservadores, roja para los carcas pseudoprogresistas: la lucha de Cuba contra el imperialismo español, con resultados tan deprimentes, a largo plazo, que mejor nos ahorramos la crónica de la derrota eterna. El caso es que durante todo este tiempo, además de estudiar con calma los signos distintivos que nos separan a mi vecino y a mí, morfológicos, claro está, porque no he cruzado con él ni una palabra, para entender la predicada supremacía nacional catalana frente a mi evidente charneguismo, de lo que he levantado acta minuciosa es del deterioro constante e irreparable del símbolo atado a los barrotes de hierro oxidado del balcón. Como si fuera una alegoría, el paño de origen chino (los bazares orientales han hecho su agosto vendiendo a los nativos cualquier cacharro con la cubanyera -pongámosle ya su verdadero nombre-, desde fundas para móviles hasta zapatillas de dormir, balones -sin reglamento-, tazas para el zumo de tomate -sin pan-, boinas, camisetas -sin algodón-, bragas, bufandas, mecheros..., cualquier baratija como las que Colón usó para engatusar a aquellos sufridos indianos que no intuyeron la que se les venía encima...) ha ido destiñéndose progresivamente hacia un triste sepia fotográfico, o mejor, hacia una pátina sucísima, que lo ha envejecido como si todos los ideales que representa hubieran caído al fondo del olvido y la bandera fuera, realmente, una bandera de las guerras -perdidas- de nuestros antepasados... La cuerda tensa que la mantenía tersa también se ha aflojado y ahora, como un viejo cargado de años, la cubanyera se ha llenado de arrugas que incluso ocultan la estrella que hace casi dos años orientaba la entusiasta navegación hacia el nuevo estado independiente de la Comunidad Europea y alineable con Andorra, Kosovo y Kirguizistán, entre otras grandes naciones y principados. Hoy  he sentido como una herida incicatrizable el paso del tiempo. Hoy he asistido a la muerte por decrepitud de un estado antes de que nazca. En el fondo, la vida es puro romanticismo: todos acabamos siendo ruinas...

4 comentarios:

  1. me has dejado pensando sin poder opinar
    gracias por compartir tu sentimiento Abrazos desde el mar

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    1. Acaso eso es lo que yo debería hacer: dejar de opinar y ponerme a pensar... Gracias por la iluminación indirecta.

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  2. Surgen de mi memoria, a raíz de esta lectura, dos sentencias de El Roto:

    "Las banderas están hechas con la misma tela que los sudarios"
    "Todas las banderas significan lo mismo: ¡peligro!",

    y una estrofa de la celebre canción La mala reputación, de Georges Brassens.

    "En el mundo pues
    no hay mayor pecado
    que el de no seguir
    al abanderado".

    Saludos.

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    1. Andrés Rábago es, sin quizás, el aforista vivo más lúcido de este país. Y sí, esa canción de Brassens la cantaban con anarcoentusiasmo jóvenes que ahora, entre maduros y macados, no dan un paso sin ondear la bandera que toque, aquella que hayan escogido para consolarse de sí mismos y agredir a quienes pasan de ellas. Gracias por la visita.

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