martes, 16 de mayo de 2017

Un debate de bate y tente tieso...


Un  retrato cruel de la vulgaridad política o la falsación del axioma clásico: "es lo que hay".

Ayer seguí, cuaderno en mano, el debate de los tres aspirantes a ser aupados por los militantes al cargo de Secretario o Secretaria General del PsoE. Se ha de agradecer que la moderadora quedara eclipsada, a lo que contribuyó, además de su buen hacer profesional, que, a pesar de las pullas, los tres debatientes rehuyeran, salvo escasísimas excepciones, el cuerpo a cuerpo, conscientes de que la imagen de contienda callejera que podrían dar redundaría en el desprestigio del partido al que los tres quieren representar como máxima autoridad electa. Un debate es, en principio, una confrontación de ideas, de proyectos, de una visión de la realidad y de sus problemas y de las soluciones que se ofrecen para resolverlos. Nadie puede ignorar que un debate tiene varios contextos y que deriva en una u otra dirección en función de cuál de ellos privilegien los oradores. Sumemos a ello el carácter inequívoco de acto electoralista, que era la razón de ser de la celebración del mismo, y tendremos una visión de la complejidad  del acontecimiento que, sin embargo, ha defraudado las expectativas legítimas de quienes buscábamos en él una explicación razonada de por qué cada uno de los tres "merece" el voto de los militantes socialistas. No me perderé en la digresión de si han de ser solo los militantes quienes elijan al Secretario General, sin la posibilidad de que los "votantes" puedan, con ciertas condiciones, participar también, porque ese debate de si el Partido es de los militantes o de estos y los votantes ni siquiera se planteó ayer en el debate. Tampoco quiero hacer un resumen de las posiciones de los tres candidatos, que hoy están en la prensa o en la grabación del debate que seguro que se encuentra en internet. Lo que pretendo, como viejo seguidor de debates políticos de todo tipo -maratonianas sesiones parlamentarias incluidas-  desde que se instauró la democracia en España, es acercarme a una visión sin prejuicios de las tres intervenciones. Empezaré por decir que me sorprendió la tranquilidad elocutiva de Susana Díaz, cuya versión mitinera siempre me ha parecido degradante y muy lejos de la altura política que se ha de exigir a quien pretende convertirse nada menos que en la primera presidenta de Gobierno de España. Como suele decirse, ganó en la distancia corta, e incluso exhibió un capacidad de crítica despiadada que "tocó" al candidato Sánchez, quien adoptó una estrategia "a la defensiva" y victimista -esto último quizás se le ha contagiado de sus buenas relaciones con las fuerzas nacionalistas- más centrada en la reivindicación de su figura como Secretario General que en la comunicación de las razones por las que se le debería volver a elegir. Díaz llevó el enfrentamiento a un terreno personal que no estaba contraindicado en el debate, porque, como pudo advertirse, ideológicamente -si es que el concepto de idea cabe ser usado para caracterizar sus propuestas sin que se resiente la propiedad lingüistica  en este caso- estaban muy cerca los tres, tanto que son imperceptibles las diferencias de matiz que pudiera haber entre ellos; se trataba, en consecuencia, de marcar las diferencias "personales" a la hora de gestionar el partido. La única diferencia "real", evaluable objetivamente, que apareció en el debate fue la promesa solemne de Díaz de dimitir, si no superaba los resultados electorales de Sánchez, y marcharse a su casa. Ninguno de los otros dos la secundó, curiosamente. También hubo otra diferencia, esta de tipo organizativo, entre los tres candidatos, porque entre el concepto asambleario del PsoE que defendió Sánchez y el concepto tradicional representativo de Díaz, y también de López, hay algo más que un abismo, hay lo que señalaron Díaz y López: convertir el PsoE en un Podemos bis, algo, a todas luces, incongruente, y por ahí flaqueo mucho Sánchez. La otra gran pulla del debate, sobre la que se habla poco, nada en la SER, por ejemplo, y nada en la crónica del debate de Anabel Díaz, en El País, fue la arbitrariedad de Sánchez en la elaboración de las listas y en el abuso de autoridad que supuso la disolución de la ejecutiva de Tomás Gómez. Susana Díaz, con gran habilidad dialéctica, cifró en un nombre: Irene Lozano, antigua diputada de UPyD, quien se significó por haber despreciado pública y notoriamente al PsoE, y a quien Sánchez, obviando la labor de tantas y tantas mujeres socialistas con acreditada solvencia política, escogió para los primeros puestos de la lista de Madrid. El debate era un debate intrapartidario, y quienes viven la vida interna de los partidos saben, perfectamente,  el valor que tiene la denuncia que hizo Díaz de ese comportamiento frívolo de Sánchez en la elaboración de las listas, premiando la política de escaparate por encima de la lógica interna del partido.Por esa vía comenzó el declive político, por cierto de Felipe González, cuando "fichó" a un juez estrella, Garzón, cuyas ambiciones iban bastante más allá de para lo que González lo había fichado. Si añadimos el recuerdo grotesco de la urna tras la cortina para la votación del Comité Federal que acabó votando contra las tesis del Secretario General, lo que provocó su dimisión, el retrato que trazó Díaz de Sánchez por fuerza habrá hecho reflexionar a muchos de los votantes que no han avalado a nadie, que ascienden, al parecer, a 70.000. Sería gracioso que esa masa "indecisa" se decantara por el fiel de la balanza que acabó representando Patxi López, fiel al modelo de Javier Fernández, cuya franqueza y claridad de exposición imitó con notable provecho. López quiso representar al socialista "de toda la vida" -y en eso luchaba contra Díaz, y con alguna ventaja, porque Díaz recurrió al hilo histórico de los barones, mientras que López a los militantes de base de las casas del pueblo- con un espíritu confraternizador que, me imagino, habrá llegado nítidamente a sus destinatarios, porque también nos llegó a los espectadores sin derecho a voto, pero no imparciales. Me llamó la atención que de los tres candidatos el único que sacó información gráfica para corroborar sus posiciones fue Sánchez, mientras que los otros dos confiaron plenamente en el poder de sus razones dichas, sin apoyo visual de ningún tipo. Como las propuestas sociales eran todas de una vaguedad tan descorazonadora como descalificadora, enseguida se advirtió que todo el juego dialéctico se reduciría a una cuestión meritocrática. Y ahí es donde el debate se hundió estrepitosamente, porque la falta de pudor a la hora de destacar los méritos propios y de ningunear los ajenos provoca siempre en cualquier espectador la sensación de las luchas de corral, de vuelo tan corto. Sánchez cometió el error de "anexionarse" a López y dar por hecha una unión "natural" que enfrentaría al PsoE de izquierdas, ellos, con el PsoE de la derecha, ella. Fue un error de mucho bulto y es elocuente para afinar el juicio político que merece un candidato bien intencionado que se ha ido escorando hacia una posición esencialista que, como bien definió mi querido Juan Poz, "pretende convencer a sus votantes de que son la vida que no llevan". Si a eso le añadimos el sesgo victimista de quien no supo "leer" los resultados electorales de dos elecciones consecutivas y estaba dispuesto a que se celebraran las terceras, con la consiguiente pasokización del PsoE, lo que el comité Federal, con oportuno sentido de la realidad, impidió, la imagen resultante de Sánchez en el debate se completa, y no a su favor.  No sé si el alarmismo de López sobre la posible fractura del PsoE tiene suficiente base real para que los votantes del PsoE lo tengan en cuenta antes de emitir su voto, pero quedó claro, esa fue una de las grandes virtudes del debate, que este no giraba en torno a las dos opciones maniqueas de Sánchez: El PsoE de la abstención a Rajoy o el PsoE del "no es no" al mismo Rajoy -maniqueísmo que desmontó Díaz con su apelación a las contundentes derrotas contra el peor PP, lastrado por la corrupción-, sino a la supervivencia del antiguo PSOE, hoy en declive y en viaje a ninguna parte, si no son capaces de encontrar su lugar en estos tiempos políticos de la volatilidad, el capricho, la indignación y la incongruencia. Me extrañó que no hubiera ninguna referencia ni análisis a y de las recientes elecciones francesas, de las que tanto podemos aprender, y sobre las que las posiciones de los candidatos tanto nos hubieran ilustrado sobre su propio pensamiento. De hecho, la "fraternidad" que repitió Díaz hasta cuatro veces, fue lo único "francés" que apareció en el debate. La guinda del debate la puso López, quien, con esa campechanía de imitación "asturiana", detuvo el flujo del mismo con una pregunta incisiva sobre si Sánchez sabía lo que era una nación, y allí fue el buenote de Pedro a caerse con todo el equipo de su superficialidad, de su trivialidad y de su inconsistencia política. La trampa era evidente, y no supo esquivarla. Hoy es trending topic -se dice así, ¿no?- en Twitter y otras plataformas. Quiso desquitarse cuando reprochó a López que no hubiera dimitido como él, cuando la Gestora cambió el no por la abstencion, pero ni en esa oportunidad le salieron bien las cosas, porque López, perro viejo y bregado, le dio una lección de lo que es el comportamiento democrático que permite la existencia misma de los partidos, poniendo de relieve las veleidades egoístas de a quien se acusa de estar casado políticamente con el yo, mi, me, conmigo. Recordemos que la pulla contra la Susana Díaz preferida por la derecha, también se volvió en su contra, cuando esta le recordó que acaso el PP se sienta mucho más cómodo con quien pierde ante ellos elección tras elección. En fin, como se advierte, emplearon todos el bate en el guiñol del debate y, al final, quienes hemos salido perdiendo somos los votantes no militantes, a quienes muchas razones en el futuro se nos habrán de dar para poder volver a confiar en que el PSOE sea una alternativa real al gobierno del PP. De momento, y a pesar de que ninguno de los candidatos estuvo a la altura de lo que debe esperarse de un futuro,o futura, Secretario General del PsoE, me inclino a sugerir que el voto oculto de esos 70.000 militantes expectantes debería ir a Patxi López para que, como quería Platón en El político, tejiera una red de alianzas que permitiera recomponer el partido y, guiados por el principio de realidad, no pierdan de vista los problemas, algunos dramáticos, de sus conciudadanos. Ya veremos.

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