Ángel y Anna, hermanos. |
Lo escrito hace cuatro años no ha perdido vigencia. Hoy podría haber vuelto a escribir sobre lo que no nos pasa, porque se ha detenido sobre nosotros como la vieja espada mítica, y hubiera escrito exactamente lo mismo. Nada hemos adelantado, pero hemos retrocedido siglos hacia el tribalismo feroz.
Es incómodo vivir en una región como Cataluña donde, aun teniendo como lengua habitual la hablada por más del 60% de los ciudadanos, te consideran, los poseedores del poder autonómico, "una anomalía histórica", un "error", que pretenden enmendar con la privación de algunos de tus derechos, el ninguneo y el recuerdo constante de esa anomalía para que no se te ocurra ni abrir la boca ante la corrupción nacionalista y su voluntad de secesión del reino de España. El poder que han ido acumulando los nacionalistas a lo largo del eterno mandato de Jordi Pujol se debe, por una parte, a las continuas cesiones del gobierno central para poder asegurarse el ejercicio del poder -cuya más excelsa manifestación fue la intimidad catalanoparlante del ignorante presidente de FAES, el del bodorrio de la hija y el del castellano atejanado- y, por otra, a que los nacionalistas del PSC apostaron por que CiU hicciera las políticas "nacionalizadoras, catalanizadoras" que ellos, con su base social, no podían llevar a cabo. Ahí esta la LEC, Ley de Educación Catalana, propuesta por el submarino de CiU, Ernest Maragall, un consejero de educación prácticamente analfabeto -cosas del "fet diferencial catalá-, y servida en bandeja a CiU, quien la hizo suya enseguida a través de otra consejera de educación analfabeta en castellano. Sentirse continuamente señalado como un obstáculo para la consecución final de ese ideal secesionista no es cómodo. Con todo, más peligroso era en el País Vasco que tu rostro apareciera tras una diana para que ETA se te llevara por delante... Las últimas elecciones han venido a aliviar un poco esa sensación, porque han permitido a un partido como Ciutadans representar a un cuarto de millón de votantes que se oponen radicalmente al ejercicio estalinista de reescritura histórica en el que está empeñado el "frente nacionalista", un frente disparatado en el que conviven xenófobos, racistas, marxistas, neoliberales y los desorientados del PSC, que se meten los pobres donde pueden, aunque ni sepan, ya, dónde se meten. La convivencia catalana, nunca del todo el oasis del que todos se enorgullecían, ha sufrido un duro golpe con las propuestas políticas de secesión llevadas a las últimas elecciones. Considero que nos hemos roto por la mitad y que va a ser muy difícil suturar esta herida provocada por los delirios nacionalistas. Se ha establecido una "lucha de propietarios" que nadie sabe cómo va a acabar. Los nacionalistas pretenden desahuciar a quienes constituimos la "anomalía histórica" para poder "limpiar" la propiedad y construir sobre ella el estado más corrupto del mundo, a juzgar por cómo llueven las piedras del 3% que, lanzadas hace algunos años, comienzan ahora a caer sobre tejados de vidrio. Esta lucha obliga a los contendientes a marcar su perfil, y ello es lo que acabará deteriorando una convivencia que puede convertirse, en palabras de un escritor desconocido pero más que notable, en conmorencia.
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