Faraón, rey de Egipto: Con todas las
comodidades, el mejor espectáculo posible…Un museo en verano es un don
sobrenatural…
Es evidente que tras un
año de trabajo, el espíritu trashumante de nuestra especie, preservado por el cerebro
reptiliano, invita a coger carretera y manta y a alejarse cuanto más mejor del
epicentro de la cautividad, de la explotación o de la rutina. Que a ese buen
propósito se opongan los imponderables de las huelgas aéreas, que la realidad
difiera mucho de la reservado con antelación o de que la masificación nos provoque
náuseas y la necesidad imperiosa de huir de lo que fue nuestra huida no parece
que influya mucho a la hora de cumplir con el rito de la costosa felicidad a
plazo fijo. Enrique Tierno Galván, célebre autor de bandos municipales madrileños
en su época de alcalde, optaba por veranear el mes de agosto en Madrid, el único
en el que la ciudad adquiría unos tintes de humanidad que perdía en los once
restantes. No sé si ahora, con el incremento exponencial del turismo que tiene
la capital de España, haría y diría lo mismo, pero bien puede ser que sí, sobre
todo si, como buen intelectual, se levantase pronto y aprovechara las mejores
horas del día en esta época del año. Además del conocimiento de la propia
ciudad, que siempre postergamos, el turista en su hábitat habitual tiene a su
alcance un institución, los museos, que le permite emprender viajes sorprendentes,
llenos de sensibilidad, conocimiento y placer, dignos de la mejor aventura
turística que pueda imaginarse. Pongamos por caso, yendo bien lejos,
exposiciones al estilo de la de Sebastião Salgado, Génesis, que además coincidió en el tiempo con la película de Wim
Wenders, La sal de la Tierra, sobre
la vida y la obra del fotógrafo, lo cual supondría, en tiempo de vacaciones,
rizar el rizo de la sinergia positiva. Aunque parezca mentira, siempre hay
algún museo en la propia ciudad que nunca se ha visitado, sin que ello suceda
porque se hayan visitado otros muchas veces. Simplemente ocurre, y cualquiera
se lo puede demostrar. Como paso cada dos días por delante del Arqueológico, enfrente
del Mercat de les Flors, aún no se me ha ocurrido acercarme un día y conocerlo.
Este mes de agosto es el que mejor se presta, sobre todo si la exposición
estrella es “El sexo en la época romana”, lo que un día, al pasar por allí con
el coche me produjo cierto estupor, porque en la entrada había varios colegios
con críos de siete u ocho años… ¿No es
muy “temprana” semejante iniciación?, me dije. Concluí que verían otras
salas.
En el Caixafòrum están ofreciendo actualmente una exposición, Faraón, rey de Egipto, que supone un
viaje en efigie a dicha civilización de notable interés para los aficionados y
los profanos, porque todos los objetos expuestos tienen la virtud de abrirnos
al conocimiento detallista de aquella civilización aún no conocida el todo.
Como tengo por norma, no dirijo yo mi atención a los objetos, sino que dejo que
estos me la capturen, momento en el que me dejo llevar sumisamente hasta él y
lo contemplo girando con la cámara al hombro a su alrededor, si es posible,
para no dejar centímetro sin admiración.
Por deformación profesional, la
captura y el deseo de ser capturado coinciden cuando el objeto en cuestión es
una muestra de lengua escrita, sean jeroglíficos o sistemas alfabéticos, porque
entonces sí que mi pasmo se multiplica hasta casi el orgasmo caligráfico,
porque ni la gramática ni la sintaxis ni la semántica, ¡y menos si es una escritura
cuneiforme!, me permiten acceder a los relativos misterios allí sepultados. Conviene
recordar, para no disparar la fantasía romántica, que la escritura no nació
para mostrar el pálpito del corazón enamorado, sino para registrar batallas y
contratos…
La exposición, a media luz los dos…cientos, porque se trata de un
éxito de público, tiene la medida exacta del volumen de información asimilable
en una visita. Las piezas, de diferente valor, tienen todas ellas, sin embargo,
un mágico poder de evocación, a poco que la imaginativa del sujeto le funcione
y no haya sido erosionada por la pragmática. Es incómodo entrar al mismo tiempo
que ciertas personas con sensibilidad pareja a la de uno, porque, entonces, no
hay pieza que te capture donde no te encuentres a la misma persona a cada
momento, lo que convierte la visita casi en una suerte de competición
perceptiva estimativa. Con mi método,
sin embargo, que me permite avanzar y retroceder aleatoriamente, suelo dar
esquinazo a esos “pegotes” con quienes puedes acabar identificándote tanto que
son ellos quienes parecen indicarte a qué objeto te has de acercar, en vez de
esperar a que el propio objeto reclame tu atención.
La posibilidad de hacer
fotografías sin flash anima mucho la visita, aunque piezas hay cuya visita ha
de esperar a que se saque la foto de rigor del grupo o se cometan los selfies impíos. Los vídeos -¡qué
exposición puede montarse hoy que no tenga sus dos o tres vídeos donde
descansar unos minutos!- ilustrativos constituyen un aliciente de primer orden
para la visita turística, en este caso a Egipto, porque en todas las variedades
de planos: panorámico, medio, corto, primer y hasta primerísimo , y con todos
los enfoques: picado, contrapicado, etc., vemos con nitidez y sin los agobios
propios del calor y la masificación, ciudades, oasis, pirámides, el transcurso
del Nilo…, en fin, todo aquello que exige un anodino esfuerzo cuyo pálido
retrato en una cena de amigos suele ser, por lo común, insoportable. Quienes
viajan no necesariamente tienen, además, los dones de la narración y la
descripción. A ese respecto, conviene recordar que Salgari jamás salió de
Italia y que el viaje más largo que hizo en barco fue hasta Brindisi. Como soy
consciente de mis propias limitaciones narrativas y descriptivas, por nada del
mundo me atrevería a entrar en la descripción de los numerosos objetos que se
exponen a la curiosidad del espectador y lector, porque en estas exposiciones
es donde tienen más sentido que nunca los paneles explicativos, verdaderas síntesis
históricas que siempre perecen en el peligro: pecan por defecto. Más allá del
interés estético que la civilización egipcia ha tenido siempre, no deja de ser
curioso que queramos ir a ver una exposición dedicada a reyes absolutos con
poder sobre las vidas y las haciendas de sus súbditos; déspotas en cuya época
la mujer era mera fuerza de trabajo y solaz del descanso; y los niños, mano de
obra gratuita. Impertinente como es mi magín, me preguntaba si en el 6018 se
organizarán exposiciones sobre los máximos dirigentes de la URSS; sobre la dinastía
Castro en Cuba e incluso sobre el mismísimo Franco, dictador tan longevo… Está
claro que va un mundo de una Pirámide a El valle de los caídos, pero los
visitantes de una exposición en un museo solemos ser curiosos y siempre estamos
dispuestos a dejarnos sorprender por la perspectiva con que el comisario de la
exposición lo enfoca. Lo exótico tiene público. Y doy fe de que esta exposición
está siendo un éxito.
Soy visitante asiduo del Caixafòrum y, tras la visita a la exposición correspondiente, saco mi iPad y el teclado y escribo mis impresiones sobre ella de un modo radicalmente subjetivo, como has hecho en tu crónica faraónica. Además se está fresquito en este verano inclemente y africano. Reconozco que el tema egipcio nunca ha logrado implicarme demasiado aunque he visto museos con importantes fondos como el de Torino o el Hermitage. El mundo egipcio, por desconocimiento, seguro, me resulta muy alejado de mis intereses y no logro aproximarme a su sentido de la vida y del mundo, así que no es fácil que vaya a esta exposición que reseñas, pero aguardaba como agua de mayo tu siguiente entrada de Provincia mayor por el solaz que me suponen tus comentarios sobre el devenir de la vida cotidiana en una perspectiva de cierta alergia a los viajes y la delectación en tu vida cercana, de barrio y ciudadana. MI padre decía que le repugnaba viajar y que él veía todo el mundo sin moverse de la butaca del cine al que iba todos los días. Yo no le vi viajar en toda su vida, salvo para ir a un apartamento que tenía en Salou.
ResponderEliminar¡Hombre, de Zaragoza a Salou es casi como la odisea de Troya a Ítaca! Tú bien sabes que en los viajes lo importante no es la distancia sino la transformación que sufre el sujeto, y a veces hay transformaciones de no poco calado emocional o ideológico que no nos supone sino desplazarnos cinco paradas de metro...
EliminarRecuerdo esos viajes de Zaragoza a Salou en el coche de las viudas, un Gordini. Pasar el puerto de Fraga era una odisea difícil de imaginar hoy día, y cuando llegaba a tierras catalanas paraba a comerse una butifarra en algún pueblo cercano a Valls. En el entoldado había algún anuncio que recuerdo de la Caja del Panadés, entidad ya desaparecida para mi solaz y satisfacción. Luego en Salou, aquello era tierra española por la cantidad de zaragozanos que había y que han ido cambiando su destino porque les llaman pumas (putos maños) hacia otras localidades de Castellón como Alcocebre o Peñíscola. La Costa Dorada era entonces un espacio menos británico y sí maño. Fueron veraneos de mi pubertad y adolescencia en que Ocaña ganaba el tour a Eddy Merks y el Apolo XI llegaba a la luna en 1969.
EliminarPero qué superlibro de memorias te empeñas en no querer escribir, mamonazo! Llevo un día entero sin dejar de reír con lo de los "pumas".... En fin, ya no sé cómo convencerte... Tendrás que llegar por ti mismo a la conclusión a la que yo ya he llegado hace muchos años...
Eliminar