viernes, 17 de agosto de 2018
Veraneo jubilar: La Sagrada Familia y Shomei Tomatsu...
El parque temático Eurogaudí: La Sagrada Familia, y Japón desde la posguerra a nuestros días a través de la mirada comprometida de Shomei Tomatsu.
Ha tenido que venir una amiga de nuestra hija que nunca había estado en Barcelona para que, venciendo todas las reticencias del mundo, sacáramos entradas para visitar La Sagrada Familia y adentrarnos en ese parque temático gaudiniano hecho de luces y de sombras por un igual. Es cierto, como dice la guía, que se trata de una catedral original: las estatuas están fuera y dentro, huérfano el interior de ellas, el espacio relativamente vacío ocupa el protagonismo absoluto. Se cerró la nave central y se aprovechó para que el Papa la consagrase oficialmente. Algo vi en televisión de aquella ceremonia y me dio la impresión de que habían construido una discoteca "a lo divino", del modo como se hacían versiones "a lo divino" de algunas obras en nuestro periodo clásico: el Garcilaso a lo divino, de Sebastián de Córdoba, por ejemplo, el própio Cántico espiritual de San Juan, que vuelve a lo divino el Cantar de los Cantares, o los Juegos de la Noche Buena en cien enigmas, de Alonso de Ledesma, entre otros.
Los juegos de colores que dotan de una policromía singular los laterales de la nave central, con sus colores simbolicos: verde esperanza y azules fríos para la fachada del Nacimiento; rojo pasión para la fachada de la Pasión, compiten con las luces de los templos modernos del culto al cuerpo y sus ritmos. Visité el templo al poco de instalarme en Barcelona, cuando solo la fachada del nacimiento y la cripta era cuanto se ofrecía al visitante, porque los fondos llegaban con cuentagotas y, tratándose de un templo expiatorio, las obras se acompasan al ritmo de las donaciones. Ahora, con las fortísimas entradas de la atracción turística en que se ha convertido el templo, diríase que protestante y ausente de toda traza de religiosidad católica, dada la severidad y austeridad de su interior, solo rotas por detalles de ornamentación propios de una mente visionaria. La entrada por la fachada del nacimiento permite establecer una conexión entre el canto a la naturaleza ubérrima y fecunda de esa fachada y la representación arbórea que sustituye las nervaduras de las columnas para formar las bóvedas de esta catedral neogótica, con su innegable toque flamígero que ofrece una coherencia entre el exterior y el interior. Con esa perspectiva, está claro que lo más conseguido del templo está en las alturas, como si Gaudí hubiera deseado que nos concentráramos en las alturas, en el espacio por excelencia de la divinidad. Hacia ella llevan las cuatro escaleras que, impracticables ese día de nuestra visita por la lluvia, se le ofrecen al visitante, sin embargo, como cuatro joyas arquitectónicas, si bien las que flanquean el altar tienen un diseño de casa señorial espectacular muy diferente de las del fondo de la nave, de perfil más utilitario. Los contrastes de todo tipo son el ADN de La Sagrada Familia. La interpretación antropológica de la erección del templo en honor de la Sagrada Familia ya la hizo Luis Goytisolo en Antagonía, y a él remito al lector para entender, cabalmente, la particularidad catalana del templo. Me limito a destacar, en lo visto, el abismo que hay entre unas y otras partes del templo, en los horrisonos plafones coloristas que representan a los cuatro evangelistas, el contraste entre el realismo de las figuras de la fachada del Nacimiento y el diseño manga, Mazinger zeta avant la lettre, de los "guerreros" de Subirachs, autor de una fachada de inequivoco mal gusto, aunque he de confesar que el Ece Homo tiene cierta grandeza y que la perspectiva en contrapicado desde la columna central consigue un efecto sorprendente. Hay mucha geometría variable en este templo, pero no siempre los efectos conseguidos redundan en el placer de la contemplación. Las protuberancias, al modo de escafandras, de las columnas, tienen un aire visionario "a lo Julio Verne" que contrasta poderosamente con la religiosidad de que Gaudi quería impregnar a su templo expiatorio. No digo que descontextualizadas del espacio religioso no tengan un cierto atractivo, pero en el interior del templo más parecen cosa de chafarrinón que de ingenio. He de reconocer que las puertas "vegetales" de Etsuro Sotoo, autor también de las cestas de frutas de los pináculos son un prodigio de lirismo vegetal en el que no faltan siquiera insectos habituales del follaje. Me han recordado sobremanera las de Cristina Iglesias para El Prado, aunque estas tienen una grandeza de la que carecen las del japonés, más modestas en su concepción y en su realización, frente al gigantismo de las de Iglesias, con sus 22 toneladas de peso. El éxito turístico de la Basílica es innegable, aunque dudo mucho de que parte de esos contrastes tan marcados en una obra que lo tiene todo de pastiche, dada la variedad de estilos que la conforman, se hayan debido a una decidida voluntad de atraer a esas masas. No sé si cuando esté acabada, dicen que dentro de ocho años, será un templo reconocido por su religiosidad, si será un templo visitado para el rezo y la liturgia, pero mucho me temo que esta gallina de los huevos de oro no va a dejar de ser explotada. Será estupendo, si ello fuera posible, pasear por el entorno del barrio y , sin muros ni grúas, poder pasar de una a otra plaza a través de la iglesia y, quien sea religioso, poder recogerse ante el austero altar y negociar con las alturas agradecimientos y perdones, y quien no lo sea, reconocer este o aquel detalle en el que siempre es capaz de hallar complacencia y tranquilidad de espíritu, como el de la luz del atardecer atravesando las vidrieras rojas y anaranjadas de la fachada de la Pasión. Reconozco que me ha interesado mucho la visita, a pesar del precio disparatado de la misma, y que, aun no pudiendo compararse ni de lejos con la Catedral de Toledo, de Burgos o de Santago de Compostela, tiene suficientes alicientes arquitectónicos como para recrearse en ellos una buena tarde. Nuestras jóvenes acompañantes se cansaron relativamente pronto de la visita, pero, con tiempo, hemos de volver, mi Conjunta y yo, para disfrutar de esas magnas escalera que nos están pidiendo: ¡súbeme!
La exposición de Shomei Tomatsu en la sala Mapfre, en la espectacular Casa Garriga i Nogués, en sí misma toda una atraccion digna de ser visitada, es una antológica de toda su obra en la que se repasan sus diferentes centros de interés a lo largo de su vida artística. Tomatsu es un fotógrafo muy apegado a la realidad, a las realidades, en realidad, y desde la dominación usamericana de la posguerra, que él refleja en la americanización incipiente que trajo la invasión y control de Japon por el ejército usamericano, hasta los devastadores efectos de la contaminación, pasando por las víctimas de los bombardeos atomicos de Nagasaki e Hiroshima, o la vida sexual en los barrios degradados, pocas cosas escaparon al ojo de su cámara.
Centrado en su propio país, también hay alguna muestra de su acercamiento a mundos hasta cierto punto exóticos, como el de Afganistán, por ejemplo. Tomatsu es un fotografo muy interesado por la persona, lo cual es de agradecer, al menos yo se lo agradezco infinitamente, porque las personas fotografiadas son un mundo lleno de matices que, por buenas y artísticamente irreprochables que puedan ser otras de objetos, paisajes, etc., no pueden competir con las primeras. Hay en Tomatsu, sin embargo, una vena cercana al surrealismo que se manifiesta en la captación de ángulos, detalles, composiciones, etc., que representan una singular novedad, como el monográfico dedicado al asfalto o a ciertos espacios naturales degradados, que caban adquiriendo una dimensión geométrica singular que recuerda, de lejos, las imágenes extraordinariamente hermosas del inicio de la película La isla mínima. A mí particularmente me ha interesado este fotografo por su capacidad, que tanto valoro, para percibir aquello que puede pasar desapercibido a lamayoría. Así, una foto como La senda del viento, una grieta en la pared resquebrajada que permite figurar la silueta de un gran escualo, puede compartir el espacio con la fotografia escalofriante de un superviviente de Nagasaki cuya piel quemada se asemeja enteramente a la corteza de un árbol, lo que crea en el espectador la sensación de que las metamorfosis no son propiamente literatura, sino vida palpitante[La foto encabeza esta entrada provinciana]. Senzi Yamaguchi, es la persona afectada. Y la fotografia, que deja en sombra su rostro, impidiendo el reconocimieno facial, sobrecoge y admira a partes iguales, el drama individual y la calidad artística de la captación de dicha realidad. Hay otras, de mujeres quemadas, que recuerdan la exposición de hace unos años de las mujeres indias quemadas por ácido como señal de venganza. La capacidad de percepción líria de Tomatsu se demuestra en la foto de una nube sobre un mar en plano inclinado, una nube cuya sombra se convierte en un fulgor, como si la nube rielara sobre el agua, como la luna. Tomatsu presta atención también a las manifestaciones populares de todo tipo, desde las protestas juveniles, tan impactantes por su marcialidad cuando las contemplaba en los telediarios de finales de los 60 y comienzos de los 70, como las prácticas tradicionales del teatro Kabuki u otras manifestaciones. A ese respecto, la foto de tres enmascarados con unas máscaras que representan muros es realmente impactante. Como se advierte, se trata de una exposición diacrónica que permite hacerse una idea clara de los núcleos de interés de un fotógrafo cuya depurada técnica consigue fotos, como las de la sexualidad casi clandestina en aquella sociedad japonesa tan timorata como tradicionalista, que impresionan contempladas a tanta distancia. Menor representación tienen las fotografías centradas en la arquitectura: casas, interiores, fábricas, almacenes, etc., pero las hay y son fotos que siempre se presentan desde ángulos casi insólitos y con un afán analítico y crítico muy notable.
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Fui hace cuatro años en el día de mi cumpleaños a ver el templo expiatorio de la Sagrada Familia y coincido en mis impresiones contigo. Hostilidad inicial ante el parque temático que supone y sorpresa en la visita por la inmensidad y claridad conceptual del interior del templo que merece la pena. No obstante mi sorpresa y admiración, el proyecto neogaudiniano me sigue resultando abominable en su realidad. Hará falta que venga un papa para que el templo adquiera algo de espiritualidad. No hay nada más ominoso que un templo convertido en enclave turístico masivo. Algo así pasa en la catedral de la Seo en Zaragoza. Me temo que cuando quiera ir a ver un Gaudí íntimo, iré a ver la Cripta Güell en la Colonia Güell que está a hora y tres cuartos de mi casa caminando. No sé si la has visto alguna vez. Si no, te invito a ir a verla entre semana y de paso pasear por la colonia que merece la pena pues todavía tiene vida. El aterrador ambiente turístico de la Sagrada Familia me produce alergia. El turismo -y yo soy turista frecuentemente- devalúa todo, cuando toca con sus dedos lo más hermoso del arte o de las ciudades.
ResponderEliminarEn cuanto a la exposición de la fundación MAPFRE, me lo apunto e iré la semana que viene porque me interesa la fotografía y la visión singular japonesa del mundo. ¿Has leído El elogio de la sombra de Junichiro Tanizaki? Son setenta páginas difícilmente olvidables.
Me apunto la lectura y la busco, gracias. Me parece difícil que la espiritualidad "como dios manda" acabe entrando en ese templo, la verdad, coincido contigo, y la disparidad de estilos es tan marcada que, aun reconociendo aciertos parciales, cuesta mucho declararse partidario estético de la totalidad. Lo que está clara es la visión nativa para los negocios, sin duda... Que -aunque se deba a la distancia- ese parque temático tenga dos millones de visitas más que la Alhambra me parece inexplicable, por ejemplo.
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