viernes, 8 de noviembre de 2013

La irrealidad literaria catalana


Un realismo, el de la literatura catalana, sin apenas realidad...

                               Soy lector. Lo confieso. Casi avergonzado. No uso móvil. Lo confieso también. Casi con orgullo. Y esa afición lectora se vierte sobre cualquier tipo de escritura. E incluso hago lo mismo que solía hacer Cervantes: leo hasta los papeles que me encuentro caídos por la calle. Ahora también libros, no sólo papeles, porque la práctica del crossbooking siembra las calles de libros que, dicho sea de paso, son ilegibles la mayoría de ellos. Es una moda que invita a aliviar la biblioteca particular, más que a enriquecerla, sobre todo si, teniendo la afición a la lectura y la colección de lo que se lee, los volúmenes amenazan con tapizar todas las paredes de la vivienda. También soy aficionado a la lectura de los prospectos de los medicamentos, un género con poco público, pero quiero creer que selecto. Lean, por ejemplo, el del Roacután, y tras haberlo hecho llegarán a la conclusión  de que las novelas de terror de Stephen King son más inocentes que el Pulgarcito...
                      Leo en catalán, como lo hago en castellano y, de tanto en tanto, en inglés, para que no se me oxide definitivamente. Y quiero constatar hoy la inexistencia de la corriente realista en la literatura catalana, ya entendamos el realismo como mímesis ya como interpretación (y uso estos conceptos con la laxitud que permite un espacio como este observatorio), como síntoma, sin duda, de una negación de la realidad que se traslada al mundo político nacionalista y al mundo subjetivo de cada catalán, siempre dentro de la subespecie secesionista. Cualquiera que haya leído una novela catalana ambientada en una ciudad importante de Cataluña, pero también en otras más pequeñas e incluso hasta en algún minúsculo pueblo, habrá advertido que a lo largo y ancho de sus muchas o pocas páginas es no solo raro, sino imposible, hallar una palabra en castellano, y menos aún un diálogo o alguna expresión coloquial en castellano, y menos aún la presencia de un personaje que tenga el castellano como lengua habitual de comunicación. Me recuerda, a su modo, a aquellas primeras salidas de los reporteros de Aló3 a ciudades como Hospitalet y Santa Coloma, donde empleaban más tiempo en encontrar a quien les contara lo que sucedía o les diera su opinión, en catalán, que propiamente a la tarea informativa: del orden de 3 horas para encontrar al catalanoparlante idóneo -que las cribas ya comenzaron mucho antes de las multas por los rótulos-, y de 45 segundos para recoger la información o la opinión. 
                    Para una novela cuya acción trascurre en Barcelona, digamos que tiene un mérito indiscutible conseguir deformar la realidad hasta el punto de que la verdadera realidad de la ciudad no aparezca en ella. Y no lo digo solo por el castellano, es obvio, porque Barcelona es un mosaico lingüístico en el que resulta harto difícil vivir exclusivamente en catalán. Quizás por eso chirriaba tan exageradamente una versión catalana de aquel podrido bodrio propagandístico de Woody Allen que fue Vicky, Cristina, Barcelona -una auténtica woodyfarra, como la calificó con enorme acierto Salvador Moreno peralta, en el que la protagonista, si no recuerdo mal, viene a Barcelona a "estudiar la identidad catalana" -en el guión original venía, como el 90% de los americanos jóvenes, a estudiar español. 
                    Esta molesta inclinación hacia la deformación de la realidad puede explicar, sin duda, el decantamiento del catalanismo político hacia la fantasía, los cantos de sirena y las quimeras. 
                    No soy escritor, eso es evidente, pero si me propusiera serlo -quién sabe, a lo mejor acabo animándome, a juzgar por ese hueco "realista" que deja la novela catalana-, está claro que en mi primera novela cada cual saldría hablando como lo hace habitualmente o como lo hacen los personajes entre sí de forma habitual. No me extraña que tengamos un conflicto freudiano tan grande entre la realidad y el deseo en esta tierra.

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