martes, 22 de octubre de 2019

Crónicas de Robinson desde Laputa... IV


Donde solo hubo ilusiones antaño, ya no hay votantes hogaño...

Me dije a mí mismo, en uno de esos soliloquios incansables a los que me aficioné en la soledad de mi isla, que hablaría del fatigoso sistema de escaleras, interiores y exteriores que suplen, de algún modo, aquí, lo que en otros mundos son calles planas que permiten pasear sin un doloroso agravio a las rodillas y un sincopado ritmo de la respiración. Estoy tan fatigado, sin embargo, que habré de reservar la digresión para otro momento, porque, ¡aunque parezca inconcebible!, en Torilandia vuelven a ir a las urnas tras haber consumido muchos meses el ganador de las anteriores, en su calurosa primavera, su agobiante verano y su tibio otoño, sin mover ni un dedo para conseguir llegar a un acuerdo con las innumerables fuerzas que han obtenido representación parlamentaria.  ¡Y ello aun disponiendo de un socio preferente!, que ya se ha visto que no "preferido", a juzgar por el resultado final: una pelea parlamentaria en la que se cruzaron humillantes acusaciones de mentir, ningunear, sabotear, etc., esto es, lo que los pocos espectadores que siguen esas aburridas sesiones, diseñadas, parece, para hacerle perder al ciudadano la estimación por la oratoria y el razonamiento, a juzgar por la escasísima destreza en el uso del idioma común que exhiben todos los representantes políticos sin excepción, han entendido perfectamente como una decisión fríamente calculada para ir a una inexistente -en su sistema democrático- "segunda vuelta" electoral en la que acercarse o a la mayoría absoluta o a un resultado apabullante que rinda a los contrarios en su esfuerzo por "condicionar" la confección del futuro gobierno.
 La gama que va de la vergüenza al ridículo y lo impresentable es, sin embargo, muy variada, y podrían clasificarse todos esos representantes políticos en algún que otro lugar por debajo del listón que mide la aptitud mínima para esos menesteres. No tuve yo ni oportunidad ni deseo de seguir esa vida política en la Inglaterra donde nací, de genio tan vivo para estas cosas, tan apasionada, ¡quizás más que para el propio desempeño amoroso!, aunque desde mi privilegiado observatorio he tenido a bien, tanto tiempo después, de observar unas sesiones disparatadas que han llevado incluso a la caída de la PM y a la elección de un payaso insufrible de Oxford como su sucesor, ya veremos hasta cuándo. 
Se me han unido algunos observadores laputanos que, aficionados a la política, ¡muchísimo más que yo, que no soy sino un auténtico diletante, en este campo de verdaderos amateurs!, suelen enseñarme a mirar debidamente las intrincadas vueltas y revueltas de las estrategias políticas que suponen el todo de ese arte, bastante más que las declaraciones programáticas o los estatutos de cada partido en cuestión. La política, por decirlo abruptamente, no tiene principios, es decir, orígenes... Es la realidad más "palpitante", diríamos en lenguaje de cazador que sofoca el pálpito de su propio corazón, cuando emboscado para cazar una alimaña, y, por ende, sin pasado, que podamos concebir. El inimitable arte de la improvisación. Si añadimos que cualquier mínimo o gran suceso exige de esos protagonistas de muy distinta calaña una apostilla inmediata, descubrimos que ni siquiera el futuro, salvo que se difiera la respuesta ad las famosas calendas graecas, forma parte de ese modo de vivir peligroso, banal y, cuando se detenta u ostenta el poder, tan satisfactorio.
Muy pero que muy erosionadas andan las maneras corteses como deberían tratarse los adversarios en ese hemiciclo donde la realidad se desfigura en cada sesión hasta salir en andrajos la pobre a la calle, desfigurada, irreconocible, lastimosa, y aun hasta herida de muerte, presta a desaparecer camuflada tras un simulacro que todos aceptan como válido, a fuer de posibilistas y porque, de otro modo, no saldrían de ese edificio, como no salían de su encierro los personajes de El ángel exterminador. En Laputa, permítaseme esta digresión, no es el menor de los inventos avanzados a su tiempo el del cinematógrafo, que fue redescubierto bastantes años después en París. La perfección del mismo me permite, ahora, andado el tiempo, reproducir películas que han reunido, en esta isla maravillosa, acaso la más interesante filmoteca que nadie haya podido imaginar. En el resto de Lagado no comparten esta afición, pero aquí los cinéfilos abundan tanto como los politólogos. ¡Menuda sorpresa la mía, el día en que conocí el invento! Hasta me ataron  a la silla, por sorpresa, para evitar que saliera corriendo, horrorizado, ante la violenta impresión que le iba a deparar a mis sentidos la artística experiencia. Aguanté con los clásicos nervios de acero con los que la resolución de los problemas de la supervivencia en mi isla me habían caracterizado, pero no niego que el séptimo arte me pareció obra más divina que diabólica, y que la biblia de sus obras cimeras dejaba chica la de la religión que tanto consuelo me deparó en su momento y tanto me consoló y sirvió de refugio cuando estaba abandonado de la civilización.
Andan los criterios sobre la naturaleza de lo sucedido -que el pisaverde y currutaco Pedro Sánchez haya sido incapaz de formar gobierno- tan divididos que, como ya he avanzado, no no ponemos de acuerdo aquí sobre si, en el fondo, desde la misma noche poselectoral del 28 de abril, y dada la cortedad de su victoria, determinó ir a la repetición de elecciones, atendiendo a la parvedad de su cosecha de votos después de haberse mantenido un año de orientación electoral en el gobierno en el que dijo que solo permanecería "lo justo" para convocar enseguida nuevas elecciones. En cualquier caso, entre su inoperancia altiva y el férreo placaje de sus aliados y adversarios, todo acabará resolviéndose de aquí a pocas semanas.
Pero como la realidad no se puede estar quieta, como el diablo, que hasta con el rabo añasca, se ha interpuesto entre las urnas y el doctor Sánchez una suerte de terremoto político que hace imposible averiguar cuál puede ser el resultado de esa convocatoria: la sentencia a los toparcas de Cataluña, una hermosa región de Torilandia, por haber intentado dar un golpe contra el Estado mediante la abolición en su variado y plural territorio de la vigencia de la Constitución para instaurar una república de marcado carácter autoritario, identitario y ultraconservador va a tener una irrefragable importancia en el destino final de la convocatoria. Las penas de cárcel para los instigadores de la rebelión, considerada sedición de forma muy lenitiva por el tribunal, son, con todo, lo suficientemente importantes como para que la reacción de los secuaces de esos toparcas haya desbordado el orden normal de la vida cotidiana y se hayan producido algaradas y enfrentamientos tan violentos contra la policía como no se recordaban desde hacía más de cien años, en su famosa Semana Trágica, una repetición que, a pesar de su dureza, ha calcado la profecía de Marx vertida en su 18 Brumario: se ha repetido como farsa, a pesar, insisto, de lo "aparatoso" de la situación, porque mientras la Trágica fue un movimiento de legítima protesta contra los privilegios de los ricos; la republicana de hora es un movimiento de los ricos para deshacerse de sus responsabilidades solidarias con el resto de los ciudadanos de Torilandia. La hermosa ciudad de Barcelona, de la que alguno de los españoles cautivos a los que yo liberé en mi isla me había hablado, llenándosele la boca de tanta admiración como añoranza, ha sufrido los embates de esas hordas aniñadas pero salvajes, y no está claro que tanto las protestas como los daños obren en pro de la reelección del presidente de gobierno en funciones, quien, además, se ha permitido meter en el juego electoral la situación, con los resultados siempre negativos que tienen tales aprovechamientos de las desgracias.
Intentar saber qué ocurrirá en el futuro ha sido, siempre, una aspiración no solo de los gobernantes, sino de cualquier mortal, que pudiera avanzarse a los planes de la Providencia para sacar buena tajada de tan provechosa información. La forma más ridícula que han encontrado por esos predios peninsulares es la de la encuestas, una apuesta sin más valor ni científico ni supersticioso que la propia de los arúspices que sopesaban en las entrañas de los animales ofrecidos en sacrificio el umbrío mundo de lo por venir. El presidente en funciones tiene incluso un encuestador privilegiado, pagado por el Estado, para que le oriente en el difícil arte de avanzarse al tiempo que tendrá en la navegación, y que, como buen lacayo, suele ser más adulador que hábil escrutador. Con todo, ni esas malas artes adivinatorias les van a servir de nada en esta ocasión, a los políticos que vuelven a dirimir sus diferencias y sus acuerdos -porque entre ellos hasta los acuerdos los separan...- el próximo 10 de noviembre. Está por ver, sin embargo, cuántos de los maltratados votantes a los que tanto se recurre para que ejerzan de árbitros de tan pueriles disputas acudirán a depositar su voto en esas urnas. En efecto: Donde solo hubo ilusiones antaño, ya no hay votantes hogaño...
Tiempo al tiempo y voto a voto...

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