martes, 24 de octubre de 2023

Crónicas de Robinson desde Torilandia (III)

 


Entre urnas o delincuencia…

 

          Ninguna reflexión sobre el tiempo, tan perfectamente clasificado allá en mi isla, me parece más adecuada que la suscitada por los acontecimientos que se suceden en esta extendida piel de toro bravo. ¡En mala hora mi anfitrión perverso y en prosa me sacó de Laputa y me trajo a esta Torilandia acelerada don no se vive, sino que se exhala, a juzgar por el vértigo con que se sucede todo, y de cualquier naturaleza! No me extraña que los antiguos medios de información se hayan reconvertido en medios de agitación y propaganda, porque los hechos se suceden unos a otros a tal velocidad que su mera enunciación es perderlo. Sí, está claro que abandonada aquel celo por conocer las circunstancias totales de cualquier hecho, de modo que asumiera su nombre total, en vez de convertirse en algo así como «dicen que…», «al parecer…», «se tiene por cierto…», «todas las fuentes indican…», nada de cuanto ocurre tiene ya el sello de la verdad objetiva que antes se alcanzaba con tan poco esfuerzo. Hoy, hasta un bombardeo de un hospital en Gaza, con 400 o 500 muertos es pieza de discusión durante semanas, incluso aunque se haya «probado» la intoxicación factual de que los grandes medios de información han sido cómplices irresponsables.

          Me cuesta revelarlo, porque diríase que un personaje literario como yo, que se ha visto en situaciones tan rocambolescas, no «casa» con este aserto: soy frecuentador de X, pero así es, aunque en un móvil prácticamente regalado, de segunda mano. En Madrir, actualmente, no te puedes mover sin llevar un chisme de estos en la mano, aunque me haya llevado mis buenos meses hacerme con los conocimientos imprescindibles para hacer las tareas más elementales. Mi anfitrión ya ha contactado conmigo y hemos mantenido alguna que otra jugosa charla sobre esas reflexiones temporales inexistentes y, sobre todo, acerca de la angustia que implica estar pendiente mañana tarde y noche de este aparatejo infernal que consume energías, batería y, guste o no, ¡que no!, las mil toneladas de paciencia con que yo salí de mi bendita isla, a la que ignoro si regresaré, porque naufragar no es lo mismo que buscar un naufragio…; del mismo modo que vivir no es buscar el suicidio, por más que se le asemeje.

          Me declaro derrotado ante la realidad. Mi indomable espíritu práctico que no ve objeto inútil ni maña que no pueda gobernarlo claudica ante la irrealidad política de esta Torilandia que más que cualquier otra nación de la vieja Europa requiere de un  meticuloso estudio para tratar de separar el grano de la paja, ¡si ello es factible! ¡Menuda algarabía en esta antigua tierra de árabes! ¡Menudo zoco de mercancías robadas! ¡Qué falta haría en este Templo de Mammón los buenos azotes de un Cristo indignado ante la profanación constante de las instituciones, los hábitos democráticos y, last, but not least, el atropello a la lengua común, más allá de particularidades regionales que, como mucho, solo lo complican todo aún más! ¡Si esta gente no se entiende en una, por universal que sea, cómo diantre van a entenderse en cuatro más los bables comarcales que han aparecido como setas de sequía, porque aquí solo llueve la saliva de la indignación que se escapa de las fauces, y poco más!, pero ella se basta para que crezcan las setas de la discordia filológica identitaria. No estaría de más que la madre naturaleza se convirtiera alguna vez en madrastra despechada y dejara ir una andanada de meneos suyos que les bajara los humos a los pedantones al paño, la seda el lino y aun el esparto, a ver si con la calma de los escombros y el fatalismo de lo irrecuperable se amainaran los ánimos levantiscos y pudiera, entonces, ser el Congreso la casa de la palabra que edifica. Mal lo tienen, cierto es.

          Por paradojas históricas, quienes trajeron la Segunda República con unas municipales y han apostado por una vuelta al guerracivilismo, han perdido en toda España unas elecciones municipales que han estado a punto de dar al traste con todo, pero el gobierno convocó elecciones generales para probar suerte «por elevación» en unas elecciones generales al Congreso y al Senado. Quienes gobiernan las han perdido, pero pretenden convertirse en ganadores mediante la extrañísima vía del pacto con grupos de la Cámara que programáticamente son contrarios a la democracia española y solo aspiran a convertirse en países independientes, ellos dicen que en el seno de Europa; la realidad, que en el seno del abismo de la irrelevancia universal, siquiera sea durante un larguísimo periodo de tiempo, más allá del que se sucede en la pantallita de nuestros artilugios. Y así están las cosas. A la espera de que un delincuente huido de la Justicia decida si gobierna el actual inquilino de la Moncloa, un narcisista relamido y bien corto de entendederas o los torilandeseses han de pasar de nuevo por otra convocatoria electoral, que, visto desde los tradicionales usos democráticos de mi país de origen, sería lo más «natural», ¡si es que en Política hay algo de lo que se pueda decir           que es propiamente «natural», dados los embelecos, artimañas, embolismos, mixtificaciones, engaños y demás trapacerías que hacen de ella el arte supremo del engaño, pero sin el ingenio y la agudeza sobre las que escribió Baltasar Gracián con tanta perspicacia.

          De ciertas zonas de Madrid se suele decir que son «el hervidero de la Villa», a juzgar por las muchas relaciones clandestinas que tratan de pasar desapercibidas para los sabuesos chihuahuas del periodismo actual, y confieso que me hubiera gustado conocer alguno de ellos para «tomarle el pulso» a la vida conspiradora que hace de la política una mala novela de intriga. Aquí, para bien o para mal, que es el mal en ambos casos, «está todo el pescado vendido», que es expresión a la que, por mis largos años en la isla, soy muy afecto: todos van a perder, ahora o pronto, en un futuro más inmediato del que todos los que se las prometen felices se piensan, ateniéndonos a las infinitas posibilidades de crear conflictos políticos que están en manos de quienes dominan una de las dos Cámaras del sistema político español. Otra cosa es que a la mayoría impulsada por la delincuencia política se le ocurra alguna ley para eliminar el Senado, ¡que todo pudiera suceder!, una vez que están a punto de saltarse todas las previsiones constitucionales para hacer caber una ley de amnistía que, implícitamente, está prohibida por la Constitución, que sí prohíbe los indultos generales, de los que la hipotética amnistía es prima hermana.

          Lo que no acabo de entender es cómo en esta ciudad tan maravillosa, el pálido reflejo de la verdadera vida que es la preocupación por el poder político, sea capaz de consumir tanta vida y energía de sus habitantes, aunque es posible, dados los usuales niveles de abstención en las votaciones, que la mía sea una impresión engañosa. Cuesta creer, ciertamente, que en esas abarrotadas barras y mesas de los bares todo el mundo hable de política en vez de acerca de otras cuestiones que tantas pasiones mueven, como la fenomenología, el idealismo trascendental, los enigmas matemáticos o las cartas astrales, amén de las últimas novedades editoriales o el estreno de la última película de Santiago Segura, un joven la mar de simpático a quien conocí un día en un bar de Malasaña, después de haber rodado él un programa científico sobre la gastronomía o algo parecido…

          Sigue llamándome la atención, aunque no es raro en la Historia que no pocos gobernantes conciten el odio popular, que el actual presidente de Torilandia sea capaz de atraer como un poderoso imán atildadísimo las iras de las gentes sencillas y aun de las complicadas, porque en eso se ponen todos de acuerdo. He oído referentes de muy diversa naturaleza, y desde los que retroceden al gran Felón de felones, Fernando VII, no pocos hay que lo comparan con el recentísimo Ánsar de las Azores, o algo así, e incluso quienes lo asimilan al autócrata republicano que ganó una guerra y se instaló en el poder tres décadas largas. Hay, como se ve, para todos los gustos.Torilandia es una nación a la que sus gobernantes les duran poco en la estimación —¡pero hay que ver lo que ganan una vez fallecidos…!—, y no porque sus estándares de pulcritud democrática, honestidad o moralidad pública sean altísimos, sino porque los me gusta y no me gusta han democratizado hasta extremos inverosímiles el halago y el denuesto.

          ¡Nos vemos!, que es despedida universal. See you later!

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