Entre
urnas o delincuencia…
Ninguna reflexión
sobre el tiempo, tan perfectamente clasificado allá en mi isla, me parece más
adecuada que la suscitada por los acontecimientos que se suceden en esta
extendida piel de toro bravo. ¡En mala hora mi anfitrión perverso y en prosa me
sacó de Laputa y me trajo a esta Torilandia acelerada don no se vive, sino que
se exhala, a juzgar por el vértigo con que se sucede todo, y de cualquier
naturaleza! No me extraña que los antiguos medios de información se hayan reconvertido
en medios de agitación y propaganda, porque los hechos se suceden unos a otros
a tal velocidad que su mera enunciación es perderlo. Sí, está claro que abandonada
aquel celo por conocer las circunstancias totales de cualquier hecho, de modo
que asumiera su nombre total, en vez de convertirse en algo así como «dicen que…»,
«al parecer…», «se tiene por cierto…», «todas las fuentes indican…», nada de
cuanto ocurre tiene ya el sello de la verdad objetiva que antes se alcanzaba
con tan poco esfuerzo. Hoy, hasta un bombardeo de un hospital en Gaza, con 400
o 500 muertos es pieza de discusión durante semanas, incluso aunque se haya «probado»
la intoxicación factual de que los grandes medios de información han sido
cómplices irresponsables.
Me cuesta revelarlo,
porque diríase que un personaje literario como yo, que se ha visto en situaciones
tan rocambolescas, no «casa» con este aserto: soy frecuentador de X, pero así es, aunque en un móvil prácticamente regalado,
de segunda mano. En Madrir, actualmente, no te puedes mover sin llevar un
chisme de estos en la mano, aunque me haya llevado mis buenos meses hacerme con
los conocimientos imprescindibles para hacer las tareas más elementales. Mi anfitrión
ya ha contactado conmigo y hemos mantenido alguna que otra jugosa charla sobre
esas reflexiones temporales inexistentes y, sobre todo, acerca de la angustia
que implica estar pendiente mañana tarde y noche de este aparatejo infernal que
consume energías, batería y, guste o no, ¡que no!, las mil toneladas de
paciencia con que yo salí de mi bendita isla, a la que ignoro si regresaré,
porque naufragar no es lo mismo que buscar un naufragio…; del mismo modo que
vivir no es buscar el suicidio, por más que se le asemeje.
Me declaro derrotado ante la realidad. Mi indomable
espíritu práctico que no ve objeto inútil ni maña que no pueda gobernarlo
claudica ante la irrealidad política de esta Torilandia que más que cualquier
otra nación de la vieja Europa requiere de un
meticuloso estudio para tratar de separar el grano de la paja, ¡si ello
es factible! ¡Menuda algarabía en esta antigua tierra de árabes! ¡Menudo zoco
de mercancías robadas! ¡Qué falta haría en este Templo de Mammón los buenos
azotes de un Cristo indignado ante la profanación constante de las
instituciones, los hábitos democráticos y, last, but not least, el atropello a
la lengua común, más allá de particularidades regionales que, como mucho, solo
lo complican todo aún más! ¡Si esta gente no se entiende en una, por universal
que sea, cómo diantre van a entenderse en cuatro más los bables comarcales que
han aparecido como setas de sequía, porque aquí solo llueve la saliva de la
indignación que se escapa de las fauces, y poco más!, pero ella se basta para
que crezcan las setas de la discordia filológica identitaria. No estaría de más
que la madre naturaleza se convirtiera alguna vez en madrastra despechada y
dejara ir una andanada de meneos suyos que les bajara los humos a los
pedantones al paño, la seda el lino y aun el esparto, a ver si con la calma de
los escombros y el fatalismo de lo irrecuperable se amainaran los ánimos
levantiscos y pudiera, entonces, ser el Congreso la casa de la palabra que
edifica. Mal lo tienen, cierto es.
Por paradojas históricas, quienes trajeron la Segunda
República con unas municipales y han apostado por una vuelta al
guerracivilismo, han perdido en toda España unas elecciones municipales que han
estado a punto de dar al traste con todo, pero el gobierno convocó elecciones
generales para probar suerte «por elevación» en unas elecciones generales al
Congreso y al Senado. Quienes gobiernan las han perdido, pero pretenden
convertirse en ganadores mediante la extrañísima vía del pacto con grupos de la
Cámara que programáticamente son contrarios a la democracia española y solo
aspiran a convertirse en países independientes, ellos dicen que en el seno de Europa;
la realidad, que en el seno del abismo de la irrelevancia universal, siquiera
sea durante un larguísimo periodo de tiempo, más allá del que se sucede en la
pantallita de nuestros artilugios. Y así están las cosas. A la espera de que un
delincuente huido de la Justicia decida si gobierna el actual inquilino de la Moncloa,
un narcisista relamido y bien corto de entendederas o los torilandeseses han de
pasar de nuevo por otra convocatoria electoral, que, visto desde los
tradicionales usos democráticos de mi país de origen, sería lo más «natural»,
¡si es que en Política hay algo de lo que se pueda decir que es propiamente «natural», dados
los embelecos, artimañas, embolismos, mixtificaciones, engaños y demás
trapacerías que hacen de ella el arte supremo del engaño, pero sin el ingenio y
la agudeza sobre las que escribió Baltasar Gracián con tanta perspicacia.
De ciertas zonas de Madrid se suele decir que son «el
hervidero de la Villa», a juzgar por las muchas relaciones clandestinas que
tratan de pasar desapercibidas para los sabuesos chihuahuas del periodismo
actual, y confieso que me hubiera gustado conocer alguno de ellos para «tomarle
el pulso» a la vida conspiradora que hace de la política una mala novela de intriga.
Aquí, para bien o para mal, que es el mal en ambos casos, «está todo el pescado
vendido», que es expresión a la que, por mis largos años en la isla, soy muy
afecto: todos van a perder, ahora o pronto, en un futuro más inmediato del que
todos los que se las prometen felices se piensan, ateniéndonos a las infinitas
posibilidades de crear conflictos políticos que están en manos de quienes
dominan una de las dos Cámaras del sistema político español. Otra cosa es que a
la mayoría impulsada por la delincuencia política se le ocurra alguna ley para
eliminar el Senado, ¡que todo pudiera suceder!, una vez que están a punto de
saltarse todas las previsiones constitucionales para hacer caber una ley de
amnistía que, implícitamente, está prohibida por la Constitución, que sí
prohíbe los indultos generales, de los que la hipotética amnistía es prima
hermana.
Lo que no acabo de entender es cómo en esta ciudad tan
maravillosa, el pálido reflejo de la verdadera vida que es la preocupación por
el poder político, sea capaz de consumir tanta vida y energía de sus
habitantes, aunque es posible, dados los usuales niveles de abstención en las
votaciones, que la mía sea una impresión engañosa. Cuesta creer, ciertamente,
que en esas abarrotadas barras y mesas de los bares todo el mundo hable de
política en vez de acerca de otras cuestiones que tantas pasiones mueven, como
la fenomenología, el idealismo trascendental, los enigmas matemáticos o las
cartas astrales, amén de las últimas novedades editoriales o el estreno de la
última película de Santiago Segura, un joven la mar de simpático a quien conocí
un día en un bar de Malasaña, después de haber rodado él un programa científico
sobre la gastronomía o algo parecido…
Sigue llamándome la atención, aunque no es raro en la
Historia que no pocos gobernantes conciten el odio popular, que el actual
presidente de Torilandia sea capaz de atraer como un poderoso imán atildadísimo
las iras de las gentes sencillas y aun de las complicadas, porque en eso se
ponen todos de acuerdo. He oído referentes de muy diversa naturaleza, y desde
los que retroceden al gran Felón de felones, Fernando VII, no pocos hay que lo
comparan con el recentísimo Ánsar de las Azores, o algo así, e incluso quienes
lo asimilan al autócrata republicano que ganó una guerra y se instaló en el
poder tres décadas largas. Hay, como se ve, para todos los gustos.Torilandia es
una nación a la que sus gobernantes les duran poco en la estimación —¡pero hay
que ver lo que ganan una vez fallecidos…!—, y no porque sus estándares de pulcritud
democrática, honestidad o moralidad pública sean altísimos, sino porque los me
gusta y no me gusta han democratizado hasta extremos inverosímiles el halago y
el denuesto.
¡Nos vemos!, que es despedida universal. See you later!
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