viernes, 10 de noviembre de 2023

Una visión descarnada del periodismo en sus primeros tiempos.

 

La degradación de la prensa durante la Restauración borbónica en Francia, según Balzac.

 

En estos tiempos políticos tan agitados por obra y gracia de la demagogia, el populismo y el agitprop —que raya en *shitprop la mayoría de las ocasiones—, pocos son los medios periodísticos que se libran de esas lacras, y menos aún aquellos que mantengan la sagrada llama de la independencia, el respeto a los hechos y el amor a la verdad, si es que aún queda alguno que pueda ser descrito en esos términos, que no lo creo. Desde mucho antes de la llegada del Gran Divisor a la política española, quien hizo bandera del odio al adversario y la negación del pan y la sal a cuantos no pensaran como él, que vale tanto como decir «su» partido, institución donde primero practicó esta política aberrante del divide et impera, el periodismo español había cavado ya muchas trincheras ideológicas en las que han ido sucumbiendo empresas y prestigios individuales que no han soportado incólumes el paso del ciclón del sectarismo por los medios de comunicación. La llegada de la generación del 15 M a la política arrasó con los consensos sociales con los que habíamos vivido hasta ese momento y que fueron el fundamento y el impulso de la Transición y la Constitución del 78 que la consagraba. Hoy vivimos en un marasmo guerracivilista en el que ni hay líneas rojas, ni verdes ni fucsia ni de ningún color, el Todovalismo lo gobierna toda y nada escapa a sus terribles dictámenes, casi de obligado cumplimiento. A fuerza de legitimar el Poder por el Poder, todo es «bueno» y «legítimo» si lo autoriza y avala; y poco menos que «fascismo» lo que se le opone, lo haga del modo que haga. ¡Qué tiempos aquellos en que el principal analista de la abeceína, Sánchez Ferlosio, escribía en su famosa Tercera! ¡Qué tiempos estos en los que El País pone de patitas en la calle a puntales del diario como lo fue durante cuarenta años Antonio Elorza! La proliferación de diarios digitales, de ínfimo coste y muy diferente alcance, siempre en función de la inversión y la propaganda ad hoc, ha añadido al panorama periodístico una pluralidad de voces que, por la competencia descarnada entre ellas, propia de pelazgas de patios de vecindad, hace muy difícil, si no imposible, distinguir entre unos y otros, aunque la decantación ideológica es la que nos orienta en su clasificación: amarillistas, populistas, de partido, etc. El ruido mediático que soporta nuestra sociedad es de tal magnitud que resulta un ejercicio de «motricidad mental fina» distinguir las voces de los ecos, si bien lo que es innegable es la homogeneidad absoluta en cuanto al mal uso del lenguaje que hacen todos ellos, con titulares que suelen hacer las delicias de los mordaces habitantes de iXlandia, la antigua Gorjeolandia (Twitter para los cool). El panorama que describe Balzac en su monumental obra maestra que es Las ilusiones perdidas nos sirve para percatarnos de que, aunque haya pasado el tiempo, la voz pública, la publicada, presenta ciertas características que no parecen haber cambiado nada a través de los siglos. En fin, no quiero seguir cargando las tintas ni los bytes sobre una profesión que los no profesionales, pero adictos a la información, vamos condenando si no a la desaparición, sí a la nueva modestia en la que tal vez aprendan a elaborar un modelo de periodismo que orille lo sectario y abrace el procomún, los intereses generales.

«El periodismo, en vez de ser una especie de sacerdocio, se ha convertido en un medio en manos de los partidos; de medio ha pasado a ser un negocio; y, como todos los negocios, no tiene ni credo ni ley. Todo periódico es, como dice Blondet, una tienda en la que se venden al público palabras del color que éste quiere. Si existiera un periódico para jorobados, probarían mañana y tarde la belleza, la bondad y la necesidad de los jorobados. Un periódico no está hecho ya para ilustrar, sino para halagar las opiniones. Por ello, dentro de un tiempo, todos los periódicos serán viles, hipócritas, infames, mentirosos, asesinos; matarán las ideas, las filosofías y a los hombres, y florecerán por eso mismo. Disfrutarán dele privilegio de todo organismo colectivo: se hará el mal sin que nadie sea responsable de ello. […] Napoleón definió este fenómeno moral, o inmoral, como se prefiera, con una frase sublime que le dictaron sus análisis acerca de la Convención: «Los crímenes colectivos no comprometen a nadie». El periódico puede permitirse la más abyecta conducta y nadie se cree personalmente manchado por ella. […] Si el periódico inventa una infame calumnia, finge limitarse a reproducirla, y si alguien se ofende por ello, sale del paso disculpándose por la libertad que se ha tomado. Si se le lleva ante los tribunales, se quejará de que nadie haya venido previamente a pedirle una rectificación; pero ¿y si se la pedís? Entonces os la negará riéndose en vuestras barbas, con la excusa de que no son más que bagatelas. Si su víctima gana la causa, la escarnece, y si tiene que pagar una indemnización cuantiosa, llamará al demandante enemigo de las libertades, del país y del progreso. […] Y en un momento dado puede hacer creer lo que quiera a quienes lo leen todos los días. Luego, nada que le desagrade podrá ser patriótico, y pretenderá tener siempre la razón. […] Con tal de emocionar o divertir a su público, el periódico sería capaz de servir a su padre crudo y condimentado nada más que con la sal de sus chanzas. […] Veremos los periódicos dirigidos primero por hombres honorables, y caer más tarde en manos de los más mediocres dotados de la flexibilidad y bajeza de la goma elástica de la que carecen los grandes genios, o bien en manos de tenderos con dinero para comprar a las plumas más prestigiosas. ¡Ya vemos tales cosas! Pero, dentro de diez años, el primer chaval salido del colegio se creerá un gran hombre, se subirá a la columna de un periódico para abofetear a los mayores que él, y les derribará para ocupar su puesto. No le faltaba razón a Napoleón al amordazar a la Prensa. Apuesto a que, si la oposición llegara al Gobierno, los periódicos que le ha prestado su apoyo le harían acto seguido la guerra si no obtuvieran todo cuanto desean, utilizando los mismos artículos con los que ahora atacan al Gobierno del rey. Y cuantas más concesiones se haga a los periodistas, más exigentes se volverán estos. Los periodistas de prestigio consolidado serán sustituidos por otros hambrientos y pobres. La herida es incurable, será cada vez más maligna, cada vez más enconada, y cuanto mayor sea el mal, más tolerado será hasta el día en que reine la confusión en la prensa debido a su proliferación, como en Babilonia. Todos nosotros sabemos muy bien que los periódicos irán más lejos que los reyes en lo que a ingratitud se refiere, más lejos que el sucio negocio especulativo y abusiva, y que consumirán nuestras inteligencias vendiendo un tercio de nuestra materia gris; pero todos nosotros escribiremos en ellos como esos mineros que explotan una mina de plata, a sabiendas de que morirán en ella. 

                         Todo periódico es, como dice Blondet, una tienda en la que se venden al público palabras del color que éste quiere. […] Un periódico no está hecho ya para ilustrar, sino para halagar las opiniones. Por ello, dentro de un tiempo, todos los periódicos serán viles, hipócritas, infames, mentirosos, asesinos, matarán las ideas, las filosofías y a los hombres, y florecerán por eso mismo. Disfrutarán del privilegio de todo organismo colectivo: se hará el mal sin que nadie sea responsable de ello. […] El periódico puede permitirse la más abyecta conducta y a nadie se cree personalmente manchado por ella.»

[Las ilusiones perdidas, Balzac]

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