La impotencia ante el desmoronamiento de la España de la Transición y la Constitución del 78.
Hay que tener mucho cuajo para poder seguir la
actualidad política y mantener la compostura que exige la civilidad. Desde que
se torció la realidad que supuestamente iba a librarnos de los seguidores de la
degradación democrática que supone la coalición de la mayoría plurinacional,
gracias a la indignidad de cambiar los principios por los votos de que ha hecho
gala el partido perdedor de las elecciones, ninguna señal de esperanza se le
ofrece a quien confiaba en interrumpir un ciclo político que nos está llevando
a la extrema fragmentación, a la polarización y a un futuro del que no cabe
excluir la violencia política, por grave que sea, la misma que las necesidades
de investidura del perdedor electoral están legitimando con la aberración
jurídica de una ley de amnistía promulgada por los propios beneficiarios en un
trueque infame y perverso que no admite parangón en lo que parecía una
democracia consolidada y ahora presenta todas las características de una
sociedad en crisis muy profunda, próxima a la descomposición y, se intuye, al
advenimiento de enfrentamientos radicalizados que no pueden llevarnos sino al
único escenario en que todos saldremos perdiendo: el caos. La puerta de la
legitimación de la violencia política la ha abierto el (des)gobierno con su proyecto
de amnistía a cambio de votos para seguir manteniéndose en el PODER, aunque no «gobernando», o no sin el plácet de
los enemigos declarados de España, de su Estado, de la Jefatura del Estado y
de muchos españoles residentes en los territorios para los que
reclaman la independencia a través de un referéndum que el perdedor de las
elecciones avalará, si de ello depende seguir en la Moncloa, aparentando que
«gobierna».
Son
tantas las tropelías cometidas, las faltas de respeto al ordenamiento jurídico,
las mentiras esgrimidas, las falsedades puestas en circulación, las falsas
indignaciones, las hipócritas vestiduras rasgadas, el victimismo copiado de los
otrora enemigos y ahora deseados como amiguitos del alma, en parodia de camps y
«el bigotes», todos ellos, como illa y aragonés queriéndose «un huevo» y parte
del otro, los bulos propagados, las faltas de civismo y aun de simple educación,
las prepotencias ostentadas, el supremacismo de las falacias continuas…; son
tantas las aberraciones políticas representadas por el gobierno del progreso
plurinacional que se ha de tener un estómago de serpiente para poder digerir
constructos tan demenciales como los que nos quieren hacer tragar como modelo
de «normalidad» política y social.
Reconozco
mi hartazgo, mi cansancio, mi abatimiento, mi descorazonado ánimo para soportar
agresiones que, hasta la fecha —desde que pdr snchz, así publicitado para su
«modernas» huestes secto-totalitarias, se hizo con el poder del exánime PSOE,
para pasarlo por la retórica ultra y convertirlo en ariete moral, en «su psoe
paradójicamente domesticado en la agresividad», en vez de en partido de
gobierno— había seguido con el interés propio de un miembro de la polis; pero
la polis se nos ha deshecho como agua en cesto, y ahí está la prueba del tres
que es la expulsión del ágora pública de una de las principales fuentes de
opinión: el diario el país, con las minúsculas debidas a su felpudismo sectario
progubernamental, indigno de sus orígenes y de buena parte de su trayectoria,
hasta llegar a bueno, claro. Okupados los espacios políticos de forma tan
venezolana, rumoreándose el nombramiento cesarista de la futura responsable de
un medio de comunicación del Estado, ahora secuestrado informativamente por el
(des)gobierno, con un fiscal «pues ya está», con un presidente del TC entregado
en cuerpo y alma a la tranquilidad (des)gubernamental del eximio inquilino de
la Moncloa, Su Excelencia pdr snchz, con un letrado del Congreso impuesto por
capricho de una presidente que avergüenza con su sectarismo a cualquier lacayo
presidencial como el muy ministro, propiamente menestral y fontanero, bolaños,
¿qué queda de lo que antes conocíamos como «juego político»? Estamos inmersos
en un extraño juego de líneas rojas elásticas que delimitan un campo al que
jamás se ajustan ni los códigos ni las reglas ni las propias prácticas: nos
movemos, algunos, con zapatos de suela de cuero en una pista de patinaje, y
otros quieren llamar «sistema» a la ventaja de haber salido a la pista con
patines de hielo, dispuestos a no reparar en las manos que corten al pasar
sobre los caídos…
El
hastío suele engendrar melancolía, pero sentirse hostiado hasta en el carnet de
identidad —¡sobre todo en él!— puede provocar la necesidad de
respuesta, y cuanto más enérgica, mejor. Y ahí estamos, inmersos en un mar de
retóricas hueras que chocan contra las rocas del PODER sin hacer la más mínima
mella. El agua horada la roca, cierto, pero en perseverante obra de siglos, no
en arrebatado vendaval puntual.
En
el aislamiento de la soledad individual, la persona que contempla cuanto ocurre
con el insobornable espíritu crítico con que ha vivido toda su vida se vuelve
presa de la desazón, del abatimiento, de la desesperanza, del escepticismo y
del bochorno y la vergüenza ajenos, sin que esté en su mano, más allá de
algunas quejas repetidas ad nauseam en las redes
sociales —¡bendito hombro consolador!—, modificar lo más mínimo el escenario de
nuestras desgracias constitucionales, la realidad de nuestra degradación
política y su aneja miserabilidad social.
¡Qué
solos nos quedamos quienes no hacemos secta sino de la sindéresis!
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