lunes, 5 de junio de 2017

Artroscopia de rodilla para un menisco roto y un cartílago desmelenado…


La rutina hospitalaria de un enamorado de las intervenciones quirúrgicas o la factura de una vida maratoniana.
A cinco días vista de la operación de artroscopia de rodilla para sanear un menisco roto y un cartílago deshilachado, y sin ningún dolor que me quite las ganas de pasearme narrativamente por tal suceso, asomémonos a esos rituales tan comunes a todos los españoles que, un buen día, para nuestro alborozo, recibimos la noticia deseada, tras largos meses de espera: de aquí a tres días le operamos, el día antes le volvemos a llamar para darle instrucciones… Además de rasurar la rodilla desde un palmo por arriba hasta un palmo por debajo, de tomar las pastillas que conservaba desde el preoperatorio a punto de caducar y de enfatizar las rigurosas 6 horas de ayuno total, ¡ni agua, oiga!, me presento en el garaje, me estacionan en un box y dos gentiles enfermeras me “preparan” para bajar a quirófano, adonde llego para ser estacionado su buen rato en la unidad de reanimación antes de entrar en ese reducto subterráneo donde pronto caes en manos del anestesista que te hacer repetir la larga lista de incompatibilidades farmacéuticas que, al menos a mí, me caracterizan. “Sé lo que tengo que hacer”, enfatiza, con acento sudamericano. Y a mí me da poca confianza, claro, porque que te repitan una obviedad así cuando estás a punto de que te taladren la rodilla para ver qué hay ahí dentro y reparar lo que se pueda, te intranquiliza. En cualquier caso, me administra una intradural, ojo, no epidural. Y en menos de un cuarto de hora la sensación es la de estar atado, de cintura para abajo, a la izquierda, a un bloque de mármol de algunas toneladas. Me ponen una barrera entre el cirujano y mi campo visual, pero descubro a mi derecha, parcialmente, el monitor por el que se guía el cirujano para operar y bajo la barrera con la mano, ante el estupor de los presentes, quienes me lo recolocan para que pueda observar las maniobras del cirujano con el instrumental en el interior de la rodilla. Me extrae un trozo de menisco, limpia la cavidad y luego me muestra un cartílago deshilachado y en pésimas condiciones. Me lo “afeita”, dice que tiene poco grosor y firmeza y me anuncia que la única solución consiste en infiltrar ácido hialurónico y a ver cómo va y que, si no funciona, soy candidato a una prótesis. No son noticias agradables para quien, como yo, esperaba salir de la operación con alas mercuriales en los pies que me permitieran renovar mi vida maratoniana. Las imágenes no engañan, desde luego, y la genética menos: todos mis hermanos andan aquejados de artrosis por parte de madre. La pierna derecha se ha ido durmiendo poco a poco, pero no con la pesada intensidad de la izquierda, que sigue siendo ese bloque de mármol o esa maceta de hormigón armado en el que los mafiosos plantaban los cadáveres de sus ajustes de cuentas. Del quirófano me llevan a la sala de reanimación: una hilera de siete camillas con personas con distintos niveles de conciencia y, en general, con pinta de haber sufrido un buen “meneo” quirúrgico. Pido que me incorporen la espalda y domino totalmente la sala. El mármol sigue dormido, la derecha se despierta. Así sentado, casi desafiante, casi me da por imitar a Homer y largar un “¡Me aburro!” que, sin embargo, se me nota en la cara, al parecer, porque las enfermeras, muy amables, como todas las del hospital, insisten en que aún no es tiempo de subir a boxes para acabar de despertarme y marcharme a casa. En un acto heroico muevo el mármol hacia dentro casi dos centímetros. Intento el desplazamiento contrario hacia fuera y la inmovilidad silenciosa del esfuerzo inútil me asusta: me digo que estoy experimentando por primera vez en mi vida lo que es la amputación, del mismo modo que el recuerdo de mi primera anestesia general lo tengo asociado a la muerte súbita. ¡No hay como animarse en situaciones así…! Finalmente, me llega la absolución: me transfieren al piso primero a los boxes donde me recibieron para acabar de despertarme e iniciar la maniobra de salida definitiva. Entré a las 15’30 y voy a salir, si todo va bien, a las 20’30… No, no se me ha pasado “volando”, pero el despertar de la mole en modo alguno ha sido traumático ni doloroso, que es lo que más me sorprende. Me piden una exhibición de movimiento para asegurarse de que “controlo” las extremidades inferiores y no voy a acabar dando un traspiés y con los morros en el suelo. Por suerte, reparo en que, con el desentumecimiento, el vendaje compresivo que me han puesto me va a provocar, como ya lo hizo el del talón en la operación del espolón, una alergia de contacto que me va a llevar a la desesperación y a cortar por lo sabe, rompiéndolo con la tijera y poniéndome la crema Lexxema que me alivia las crisis alérgicas. La enfermera advierte mi determinación, se asusta, consulta con el equipo que me ha operado y, acompañada de una ayudanta, me cambian el vendaje por otro de algodón puro, menos compresivo, pero igualmente aparatoso. Ya veremos, me digo, aunque ha resultado mano de santo el cambio, pues cuatro días después de la intervención, aún no me ha dado ningún ataque alérgico que me desespere, aunque aún me quedan siete días por delante hasta volver a ver al cirujano para que me infiltre el ácido hialurónico, una dosis, he comprobado en internet, que se va los escocedores 300€ que voy a tener que “reunir” con motivo de mi próximo aniversario. Cojo un taxi, me planto en casa, y nada más entrar por el portal con las muletas un vecino nos dice que el ascensor está estropeado. O sea, que, con las mejores trazas alpinistas de Kilian Jornet, en modo cámara lenta, inicio la ascensión al cadalso, porque, para mi mal, no logro conciliar el sueño, no sé hacerlo boca arriba. Me levanto y comienzo ya el compromiso que había adquirido: durante este mes de inmovilidad, más o menos, me leeré, en su integridad, los Episodios nacionales de Galdós. Volver a Galdós, por quien siento devoción, ha sido la mejor decisión que podía haber tomado. Desde el primer volumen vuelvo a sentir la misma cordialidad narrativa que cuando me engolfé en las novelas contemporáneas y, con especial emoción, en Fortunata y Jacinta, El amigo Manso, La desheredada, La de Bringas, Nazarín, Miau y tantas y tantas como me han alegrado la vida lectora. Consciente de que quiero hacer una “buena recuperación” leo hasta diez horas diarias y me muevo lo justo, y con las muletas. Me echan la bronca constantemente, a la que recupero, siquiera sea brevemente, la vertical, y tratan de impedirme que colabore, a mi manera, en ciertas faenas domésticas. El hecho de no sentir ningún dolor y de que a los cinco días pueda ir doblando levemente la rodilla me anima a ciertas veleidades, pero dentro de lo razonable. Todas las horas de lectura son buenas, pero las de 6 a 8 por la mañana, con ese suave fresquito de amanecida, en una galería en la que me siento como el protagonista de La ventana indiscreta, no tienen parangón… Aficionado al Real Madrid, he de decir que el gol del desempate provisional, el de Casemiro, me llevó a encoger la pierna operada para dar el bote pertinente -ignorando cómo sin el auxilio de las muletas…- y ahí sí que el dolor se me agarró como solo esos dolores postquirúrgicos saben hacerlo, pero, ¡por suerte!, no llegué -¡no pude!- a encoger completamente la pierna y continué sentado, aplaudiendo, eso sí, el alivio de ponerse por delante el equipo y garantizar la eventual prórroga que, al final, no fue necesaria. En fin, aún me quedan días de inmovilidad, pero ya voy pudiendo entrar en el ordenador para, como ahora, dejar constancia de esta diminuta aventura quirúrgica a la que seguirá un tratamiento posterior en el que no me queda más remedio que confiar: el asfalto me espera…

2 comentarios:

  1. Asombra el grado de perfeccionamiento de las técnicas quirúrgicas que permiten operaciones monitorizadas y de tan rápida ejecución de modo que sin apenas traumas sales del cadalso operatorio a tu casa en pocas horas. Sin duda, el mundo es mucho más feo que hace cien años, vivimos en conurbaciones espantosas, la vida ha perdido belleza estética y nos hemos visto invadidos por ruidos constantes y agresivos, la literatura ha pasado en buena parte a mejor vida en las ocupaciones de las masas, la música ha perdido calidad, nuestro centro de reunión es el centro comercial donde la gente pasa hora apasionadas en las franquicias de turno... todo eso es cierto, pero hace cien años no se había hallado la helicobácter pylori cuyo descubrimiento a mí me rehízo la vida, no existían los implantes dentales, no había operaciones para la miopía para quitarte las gafas y no existía la artroscopia ni la intradural que permite al paciente ver en un monitor su propia operación tan ricamente como si viera un partido del Real Madrid (no tengo ni idea de cómo va la liga, ni la Champions, nada)... El futuro ha venido y está aquí para bien y para mal. Feo pero eficaz. Feliz recuperación y vuelta lo antes posible a los entrenamientos. Un abrazo.

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    1. En su momento fui un fan absoluto de un programa que se llamaba "En buenas manos" y que consistía en la retransmisión de operaciones quirúrgicas con una calidad de imagen espectacular. Si no recuerdo mal, incluso el Dr. que lo presentaba llegó a ser Presidente del Mallorca Club de Fútbol, algo así como un _Arguiñano de la cirugía... Sigo siendo aficionado al cuerpo humano, por dentro y por fuera, y la oportunidad de ver el propio, aunque sea el reducido espacio de la rodilla, me ha complacido sobremanera. En el fondo, es la técnica, el desarrollo del ingenio, la inventiva, la imaginación... NO diré que los inventos del TBO, pero casi... El último invento que me dejó con la boca abierta fue el famoso "grafeno", lo más parecido, en lo inorgánico, a un tejido biológico... Creo que aún estamos a tiempo, por edad, de ver maravillas a día de hoy inimaginables... ¡Ojalá! Gracias por los pios deseos y a ver si se cumplen, porque el atletismo de fondo es una droga muy dura...

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