Las neuras combatidas
Combatidas, sí, pero no siempre vencidas. Las neuras se nos imponen desde un fondo atávico que escapa a nuestro control y, sobre todo, a nuestros intentos de explicación. Todos las tenemos. A veces, incluso alardeamos de dejarnos arrastrar por ellas como si se tratara de una fatalidad trágica, y ponemos cara de ¡pobre de mí! ante el tirón maléfico de la neura de turno. Viene esto a cuento de la reciente victoria sobre una de ellas, y de ahí mi deseo de compartirla. Hace mucho tiempo que un buen día el tacto de las pinzas de madera se me volvió antipático, y su blandura llena de humedad, como si se tratara de una baba endurecida, me repelió, como si bajo la presión de mis dedos se me hubieran podido convertir las pinzas en húmedo serrín que se me adhiriese a los dedos. Mi disgusto, casi mi asco, fue de tal naturaleza que dejé de comprarlas y me pasé a las pinzas de plástico, emblema de la modernidad y de la incorruptibilidad. ¡Qué diferencia de tacto entre la madera esponjosa y la lisa frialdad sin rugosidades del plástico! Y así pasaron los años, cómodamente instalado en el uso de las pinzas de plástico. Hace poco, cosa de un mes atrás, sin embargo, algo ha cambiado. En mí y en las pinzas. Las de plástico se han adelgazado, en un intento de hurtar material para no rebajar el beneficio, y se me rompen demasiado a menudo como para entender que he fortalecido en exceso mis dedos, que no hacen más gimnasia que teclear mis textos. Por otro lado, un día en el súper me dejé llevar no sé si por la añoranza, no sé si por un conato autobiográfico, no sé si por la inédita visión de una madera blanquecina con que estaban hechas, pero el caso es que compré cuatro paquetes para sustituir con ellas las quebradizas de plástico. ¡En buena hora se me ocurrió el cambio! Ahora, el tacto de la madera se me ha vuelto cordial, emocional. Toco las pinzas de madera y hasta me imagino que toco el tronco del árbol de donde salió la madera o la viruta para confeccionarlas. La sujeción es mucho mejor y su durabilidad infinitamente mayor. Estoy contento con el cambio. Y deseando que se acaben las lavadoras para poder tender la ropa con ese artilugio que siempre me ha parecido, junto con la lavadora automática, uno de los grandes inventos de la humanidad, como el mocho: humildes y universales, discretos y eficientes. ¡Una bendición para los marujos!
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