Un capítulo empresarial en la vida de mi madre, hasta entonces de profesión «sus labores».
Madre, que sé que aún escuchas y
entiendes nítidamente desde tu sordera fingida en la efigie de tu recuerdo…,
quiero comunicarte que hace unos días también ha dejado de existir la marca a
la que diste algunos de los mejores años de tu vida: Tupperware. Ya sé
que lo primero que se te vendrá a la cabeza es que te estoy tomando el pelo y
que eso es imposible, y que ya está bien de intentar confundir a una persona
mayor y abusar de su candidez, algo que tú jamás has poseído, porque te perdían
tantos resabios y cautelas y desconfianzas.
Pues sí, aquella empresa en la que
demostraste al mundo que las «nuevas españolas», allá por el 68 del añorado
siglo, teníais una capacidad de emprendimiento que no sé si deja chica al de las
actuales, pero sí que, al menos, no está por debajo, se ha hundido y desaparece
de la vida comercial, aunque con la gran fortuna de haberle dado nombre a unos
enseres que hace tiempo que fabrican muchos otros. Nadie va a decir «te lo
pongo en un recipiente hermético y te lo llevas», pudiendo decir «te lo pongo en
un táper», porque hasta hemos castellanizado el tupperware como lo
hicimos con el football en su momento. No sé si esa escasa gloria —impresionante
desde los ojos de tu hijo filólogo y estudioso de la vida de las palabras…—
bastará para que tu memoria de aquellos años, en los que hubo de todo en
nuestras vidas y, principalmente. en la tuya, ocupe el lugar que creo que le
corresponde.
Aún tu marido trabajaba en el Ejército cuando
te sumaste a la cadena de vendedoras con demostración en domicilio con que se
introdujo la firma en España. ¡Aquellas noches en las que nos hartábamos de
empaquetar los regalos que les hacíais a las que asistían y, sobre todo, a la
anfitriona, a la que había de agasajarse para que otras de las presentes le
tomaran el relevo! A aquella presentación vendrían, después, las horas de
empaquetado de los pedidos que siempre superaban las existencias que llevabas a
las reuniones. Todo muy americano, como lo supo plasmar exactamente Roberto
Bodegas en una película, siete años más tarde: Los nuevos españoles, aquellos
representantes de Bruster &Bruster que yo vi, en su día, sustituyendo
la trama por las «nuevas españolas» como tú, que se abrieron paso en el negocio
y recibieron la prebenda de una región donde introducir el género, en tu caso,
la Región Sureste, con el cuartel general ubicado en Murcia. Como yo ya estaba
becado en la Residencia Blume para deportistas que levantaban alguna expectativa,
seguía tus actividades desde la distancia pero con admiración e interés.
Levantar una estructura comercial, reclutar las presentadoras, proveer el género,
andar siempre de viaje para supervisar el funcionamiento impecable del proceso,
organizar los famosos congresos en los que incluso se cantaba un himno alusivo
a vuestra fidelidad, modelo adhesión inquebrantable, a la marca que a tantas
ayudaba a financiar sus caprichos o a llegar a final de mes o a complementar
otros sueldos y apuntarse al desarrollismo de la época.
Que tu marido pidiera una excedencia para
sumarse a la aventura empresarial y que tú lo tuvieras «subordinado» a tus
órdenes fue un cambo de papeles que no sé si el militarote llevó de buen grado,
tan ducho él en el ordeno y mando; pero en cuanto vio los excelentes ingresos
que generaba el negocio, se sumó a tu fuerza emprendedora y pronto la Delegación
Sureste fue uno de los ojitos derechos de la Central en España. Hasta cuatro Seat
850 había aparcados a las puertas del domicilio-oficina donde residíamos por
aquel entonces. Y el señor de la casa tuvo el capricho de un MG que poco menos rompía
la barrera del sonido, a tenor de cómo pisaba el acelerador…
¡Cómo se celebraban los nuevos diseños «rompedores»,
los nuevos utensilios que jamás acababan de completar las infinitas necesidades
de una cocina moderna! Todo discurría a pedir de boca, gracias, madre, a tu
capacidad infinita para la dirección y a tu don de gentes que te permitía
seducir al lucero del alba, y en eso hacías una pareja envidiable con tu
hombre, quien, entre tantas mujeres, galleaba como un don Juan pasadito de
años, pero donoso en sonrisas, miradas delicuescentes y labia amoscatelada. La
historia de adúlteros amores clandestinos se resolvió merced al oportuno
infarto que a punto estuvo de dejarte viuda y a nosotros benditos huérfanos;
pero como no hay mal que por bien no venga, una amenaza desestabilizadora de
tal calibre fue seguida por una promoción a una zona más amplia, razón por la
que hubisteis de cambiar el domicilio y la sede de la zona a Alicante.
Yo seguía en la Residencia, y no seguí
muy de cerca el tiempo del descalabro, cuando llegaron los desencuentros entre
la Central de España y vosotros, a cuenta de las cuentas, claro, que, en el
mundo de los negocios es lo que determina el ser o no ser, el estar o no estar,
el sobrevivir o el salir por piernas, camino de otro destino o ventura o rutina…
Lo que está claro es que de donde sale más que se ingresa solo se sigue la
quiebra, y no se ha de haber estudiado Economía para saberlo. Y tanto tú, madre,
como tu marido, habéis sido muy «rumbosos» siempre, con esa alegría de quien ha
pasado privaciones y no se ha podido permitir nunca el más mínimo lujo. Puestas
en claro las cuentas y lo gastado, estaba claro que el negocio se había ido a
pique, y que tu marido hubo de pedir el reingreso en el Ejército y tú
acompañarlo a su nuevo destino, ¡imagino con qué frustración y congoja!
Pues eso, madre, que una época tan
intensa de tu vida, tan trascendental, por lo que sucedió años más tarde, acaba
de cerrar su aventura comercial, y a mí me ha dado por rendirte este breve
homenaje a tu fortaleza, tu empuje y tu dignidad, para sobresalir y defenderte
con tanta entereza en un mundo de hombres como antes eran los hombres. Acaso
algún día, si el tiempo es generoso con este septuagenario, convierta esa época
en una narración más extensa, la que tú te merecerías. Un beso, madre.